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¡Cuántas veces ha dicho el Papa que quien cree, nunca está solo! Y no lo está ni en la vida ni cuando le llegue la muerte. Basta recordar la cantidad de gente joven que rezaba y miraba los ventanales en San Pedro cuando Juan Pablo II agonizaba. No agonizaba la Iglesia sino el grano de trigo que iba a dar la espiga y después el trigal cristiano que nuestra generación contempla. Allí se vio, allí todos lo vieron, también sus enemigos, que la Iglesia está viva. Tiene vida porque la anima el Espíritu Santo; es decir, quien es Señor y Dador de Vida, la vitaliza y, por tanto, la Iglesia no sólo está viva sino que es joven.
¡Qué pronto pasa el tiempo cuando está tocado por Dios! El kairós, ese tiempo que lleva la impronta divina, tiene un aroma sobrenatural que no puede ser eclipsado por la calumnia, la maledicencia, las lenguas viperinas, etc. La Iglesia lleva un siglo y medio demostrando que los Cardenales son dóciles al elegir el candidato del Espíritu Santo. Humanamente es inexplicable. ¡Qué distinto es Benedicto XVI de su predecesor pero semejanza con Cristo los dos!
Cuando en el Cónclave, aquel venerable teólogo veía cómo durante el desarrollo de las votaciones, Dios le hacía comprender que él era la persona escogida por el Espíritu Santo. Creía confesaría después que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes[1]. Los hubiera o no, Dios eligió al Cardenal Ratzinger como Papa y así se convirtió en Benedicto XVI, el 19 de abril de 2005.
Todavía resuenan, recién elegido en su aparición en la Plaza de San Pedro, sus breves y sentidas palabras dentro del aturdimiento que produce lo divino, lo inesperado: Queridos hermanos y hermanas, después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela que el Señor sepa trabajar con instrumentos insuficientes y me entrego a vuestras oraciones. En la alegría del Señor y con su ayuda permanente, trabajaremos y con María, su madre, que está de nuestra parte.
¿Por qué viene el Papa a España? Bien pronto vamos a recibir, una vez más, la visita del Papa. Después, otra vez volverá. España es importante en la Iglesia y aunque lo desconozcamos nosotros, el Papa es bien consciente. Aunque sea sólo por rozamiento con una persona santa e inteligentísima para lo divino y para el futuro espiritual del mundo se nos tendría que pegar algo del mensaje que supone que nos visite tanto.
Han pasado casi cinco años y el Santo Padre ha recibido el cariño de la oración de millones de personas, se ha ganado el afecto de tantos cristianos no católicos y otros muchos ajenos a nuestra fe. Sus Audiencias están abarrotadas porque sus palabras siempre dejan la huella de Dios en las almas.
No ha pretendido más que hacer la voluntad de Dios, abandonando proyectos lícitos personales cuando libremente asumió el peso que los Cardenales le cargaban sobre los hombros, aunque en realidad, y porque lo sabía lo aceptó, era el Señor quien se lo pedía.
Su verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia[2]. Así lo dijo y así está siendo.
Eso dijo y eso está haciendo al pie de la letra. Lo está cumpliendo bien arropado y acompañado por la oración de toda la Iglesia. Nos pidió desde el inicio que rezáramos por él y que hiciéramos que la oración fuera el alimento diario de nuestra vida, con frecuentes pausas de meditación y de escucha de la palabra de Dios, y con la participación activa en la santa misa[3].
El Papa ha manifestado su profundo dolor ante el daño que podemos causar a las almas los que deberíamos llevar luz y consuelo a todos y, sobre todo, a los niños. Ya nos lo dijo el Papa a todos, al poco de su elección: Cristo no nos ha prometido una vida cómoda. Quien busca la comodidad, con él se ha equivocado de camino[4]. Él nos muestra la senda que lleva a realizar cosas grandes, mediante una vida humana auténtica. En las vicisitudes de la historia, los santos han sido los verdaderos reformadores que han tirado hacia arriba a la humanidad sacándola de los valles oscuros en los que está siempre en peligro de precipitarse [5].
Los santos son los verdaderos reformadores. El Papa lo dirá incluso de una manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico[6].
Son inseparables Benedicto XVI y Juan Pablo II. ¿Quién no se acuerda de aquel 22 de octubre de 1978; de las palabras de Papa Juan Pablo II, al inicio de su ministerio? Cuando decía: ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! El Papa de entonces se dirigía a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. El Papa de hoy dice lo mismo con otro estilo y se dirige a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes.
Pedro Beteta. Doctor en Teología y en Bioquímica
Notas al pie:
[1] Discurso a los peregrinos alemanes, 25-IV-2005
[2] Homilía en el inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005
[3] Discurso, 7-VII-2005
[4] Cfr. Discurso a los peregrinos alemanes, 25-IV-2005
[5] Cfr. Vigilia de la JMJ de Colonia, Marienfeld, 20-VIII-2005
[6] Vigilia de la JMJ de Colonia, Marienfeld, 20-VIII-2005
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