Quemar la correspondencia entre Karol Wojtyla y Wanda Poltawska
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Acaba de salir en Italia un libro esperado, bello y cristalino, que sin embargo ha hecho temblar a más de un eclesiástico pacato y a algún laico cínico y malintencionado. Se trata de Diario di un'amicizia de Wanda Poltawska, la psiquiatra amiga de Karol Wojtyla cuya correspondencia han escrutado hasta el extremo los peritos de la causa de beatificación. Wanda tiene 88 años y siente, mejor, sabe a Karol presente como en aquellas inolvidables excursiones por los bosques y lagos de su Polonia natal.
Tomo estas notas de colega Andrea Tornielli, que ha publicado en Il Giornale la crónica de la presentación de este libro que aún habremos de esperar los españoles, esperemos que no demasiado tiempo. Es el diario de una relación preciosa que ella misma ha calificado como "una amistad verdadera, profunda y pura", que abarcó todas las dimensiones de la vida: la suerte de Polonia, el horror del lager, los gozos y dificultades de la vida familiar, la terrible enfermedad que asomó al abismo a Wanda, las inquietudes de los jóvenes. Todo ello fue abrazado y mirado dentro de esa relación, primero cara a cara, y más tarde a través de las cartas que hasta el último día se cruzaron.
Ella le conoció en confesión, buscando un sacerdote que comprendiese sus inquietudes de estudiante de medicina que llevaba aún en los ojos y en el corazón la terrible experiencia del campo de concentración de Ravensbrück. A partir de ahí comienza la historia. El joven sacerdote Wojtyla se hace amigo de Wanda y de toda su familia (Andrzej, su marido, prologa este Diario). Preguntada sobre esa relación que ha inquietado en ciertos ambientes cuando se espera el anuncio próximo de la beatificación, Wanda se muestra tan sencilla como decidida: "también hoy es posible una amistad pura entre un hombre y una mujer. Jesús ha dicho: amaos los unos a los otros como yo os he amado... la Iglesia tiene necesidad de testigos que nos hagan ver que es posible el amor casto... no es complicado, basta convertirse".
También se hizo presente en esta aventura única el sello del dolor, el misterio de la enfermedad y la gracia del Señor que interviene para que se haga patente su gloria. Wanda contrajo un cáncer en 1962, cuando sus hijas eran aún muy pequeñas, y entonces su amigo, conmovido, se dirige al P. Pío de Pietrelcina para encomendarle orar por su curación. El capuchino, ahora ya inscrito en el libro de los santos, comentó al recibir la carta del obispo Wojtyla: "a esto no se puede decir no". E inexplicablemente para los médicos, la joven madre sanó.
La amistad de ambos fue fecunda sobre todo en la reflexión sobre la familia, un campo que siempre fue privilegiado para Karol como sacerdote, obispo y Papa. Ella recuerda cómo la animó a fundar un instituto para la familia y una casa de acogida para jóvenes madres, y cómo le cedió una estancia de su apartamento personal para realizar un consultorio donde ayudar a las parejas en crisis que querían separarse. Tornielli, que ha tenido la dicha de recorrer esas páginas, ha dicho que "de ellas emerge una vez más la grandeza de Karol Wojtyla y su santidad".
Con su rostro arrugado pero vivaz, Wanda ha recordado ante los periodistas que pocos meses antes de que su "caro fratello" muriese, le consultó sobre la oportunidad de quemar sus cartas, y el Papa Wojtyla le respondió: "sería un pecado". Verdaderamente grande.