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Actualmente mucha gente confunde amor y sentimiento. Y hay un punto de verdad en esa asociación: cuando siento afecto por una persona, tiendo a amarla; y cuando me empeño en amar, acabo sintiendo amor hacia ella. Pero no son lo mismo, porque amar supone entregarse al otro.
Olvidar eso puede llevar a la triste situación que atraviesan algunos matrimonios: Ya no la amo, porque ya no siento nada por ella... Si el amor sólo es algo sensible, algo que irrumpe en mi vida y me arrastra, y en lo que yo apenas pongo de mi parte... Si sobre ese afecto no construyo el cariño a base de mil detalles, con el esfuerzo por conocer al otro, por comprenderlo y hacerlo feliz el sentimiento se agosta y llega el hastío: porque lo sensible apenas roza lo más hondo de mi alma.
Afortunadamente, cabe otro amor. Más firme y auténtico, en el que pongo no sólo el corazón, sino también la inteligencia y la voluntad: un amor radicado en la persona entera, en el deseo firme de querer al otro.
Un ejemplo de ese amor auténtico lo encontramos en la película El violinista en el tejado (1971), de Norman Jewison. Este musical, basado en la novela Las hijas de Tevye, del escritor ruso Sholom Aleichem, se ambienta en una comunidad judía de la Rusia zarista, a principios del siglo XX.
El filme cuenta la historia de Tevye, un pobre lechero de Anatevka que lucha por sacar adelante a su familia en el marco de las tradiciones judías. En concreto, se esfuerza en conseguir novio a Tzeitel, su hija mayor, para la que no puede aportar ninguna dote. Al fin consigue que el rico carnicero feo, malhumorado y glotón acepte la mano de su hija mayor. Pero cuando se lo cuenta a ella, Tzeitel se echa a llorar y le dice que quiere casarse con el sastre del pueblo. ¡Pero si es un muerto de hambre, que apenas tiene para vivir!, exclama Tevye. Y su hija responde: Sí, pero yo le amo.
La siguiente escena nos traslada al interior de la casa. Tevye le cuenta a Golde, su mujer, la decisión de la muchacha que rompe la tradición judía y la razón que aporta: que le quiere. De repente, surge la duda la crisis en el interior de Tevye: Golde, a ti y a mí nos prometieron nuestros padres.... Una pausa, un cruce de miradas y, al fin, una pregunta inquietante: Golde, ¿tú me amas?.
La mujer intenta evitar la conversación. (¿A qué viene cuestionar a estas alturas el amor en nuestro matrimonio?). Hace ademán de irse a la cocina, pero él se pone a su lado, e inicia la famosa canción: But do you love me?. Ella se revuelve y cambia de conversación, pero es en vano:
Golde, la primera vez que te vi fue el día de nuestra boda... Yo estaba asustado.
Y yo estaba avergonzada...confiesa la mujer, cediendo en su resistencia.
También yo. Pero mi padre y mi madre me dijeron que aprenderíamos a amarnos mutuamente; y ahora, Golde, te pregunto: tú ¿me amas?
Golde se vuelve de espaldas, alza su mirada hacia el infinito, y abre al fin su corazón:
Durante veinticinco años te he lavado la ropa, te he preparado la comida y he limpiado nuestra casa... Cada noche te he esperado junto al fogón, con la mesa preparada... Durante veinticinco años he aguantado tus berrinches y tus borracheras, y también he saboreado tus abrazos... Durante veinticinco años he vivido contigo, he luchado contigo... Te he dado cinco hijas, y he compartido tu mesa, tu lecho y tu casa. Si eso no es amor, entonces ¿qué es amor?
Entonces, ¿me amas?
Sí, supongo que sí.
Y yo supongo que también te amo... Eso no cambia nada, pero incluso así, después de veinticinco años, es bonito saberlo...
No sé si entonces te amaba podría decir ella pero sé que en estos veinticinco años he aprendido a quererte. Y es que todos podemos aprender a querer, también cuando el afecto desaparece.
" target=_blank>os dejo esta preciosa canción (2' 50"), en versión original con subtítulos.
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