Diario de Navarra
Hace unos días el presidente del Gobierno español aludía al corazón de la democracia, al defender el Tribunal Constitucional ante los grupos radicales catalanistas. Pero es responsabilidad de los anteriores gobiernos socialistas haber dejado este tribunal inútil y desamparado, cuando limitaron su capacidad preventiva para intervenir en la confección de las leyes. Ahora sólo puede hacerlo a toro pasado, en condiciones imposibles.
El gobierno actual se define progresista. Pero el progresismo es una mentalidad muy peligrosa para la democracia. Porque uno se llama progresista cuando cree que sólo él sabe dónde está el progreso y que los demás están atrasados (y, en realidad, son el problema).
Pero el espíritu de la democracia consiste en pensar que todos somos ciudadanos con los mismos derechos. Y que los asuntos públicos que afectan a todos, se hacen oyendo a todos. Esto lleva a que la forma natural de una democracia sea el consenso, especialmente para las cuestiones importantes que afectan a todos. Ese es el ethos y el corazón de la democracia.
Pero si uno se siente progresista no quiere pactar con los demás (retrógrados) sino eliminarlos. Entonces, como le pasa a este gobierno, se siente inclinado a resolver las grandes cuestiones usando triquiñuelas políticas, en lugar de los instrumentos limpios de la democracia, que son el diálogo, la búsqueda del consenso y, para las grandes cuestiones, la consulta pública.
La democracia actual española, en su origen, se acercaba bastante al modelo ideal, porque nació de un pacto pacífico entre las fuerzas que, más o menos, representaban las distintas sensibilidades de este país, nación, estado o lo que quede. Y consiguió un refrendo popular muy alto. Ése es el valor moral de nuestra Constitución.
Pero después, el ejecutivo la ha alterado en puntos capitales, sin tenernos en cuenta a todos, sino pactando con grupos radicales que, además, quieren romper este país, nación o estado. Con esos modos antidemocráticos, se introdujo la despenalización del aborto, se alteró arbitrariamente la substancia del matrimonio y ahora se quiere quitar la protección de la vida.
Los cristianos deben saber que la manera de parar un gobierno que se extralimita en sus funciones, es defender sus legítimos derechos, haciendo valer el marco constitucional y afeando este modo de proceder que no respeta el corazón de la democracia, ni la letra de la Constitución, ni el pluralismo que hay en este país, nación, estado o lo que quede.
Si no, un cristiano honrado no podrá ser farmacéutico. Porque una ley aprobada sin consenso, le obligará, contra su conciencia, a repartir píldoras abortivas. Y tampoco podrá ser educador, porque, sin consenso, el gobierno le obligará a enseñar su concepción progresista (y cómica) del sexo.
Por lo mismo, no podrá mantener colegios de inspiración cristiana. Y tampoco podrá ser médico ni enfermero, porque, contra su conciencia, el fanatismo progresista le obligará a hacer abortos. Y una madre cristiana no podrá enseñar a sus hijos lo que es el matrimonio porque el progresismo sexual, que es implacable, conseguirá que sus hijos la denuncien. Y tampoco podrá ser político, porque se verá obligado a votar contra su conciencia en los temas capitales.
En cambio, le dejarán votar en conciencia la normativa del yogur. Gracias. A base de normativas de segundo grado, aprobadas con apoyos radicales que luego han tenido que recompensar políticamente, nos están echando de nuestro país, nación, estado o lo que quede. Y se están quedando con él.
En los treinta años que lleva, nuestra democracia no ha hecho más que estrecharse. Nació de una manera bastante ideal. Treinta años después no hay más, sino menos democracia. Los partidos nacionales son poco democráticos en sus estructuras. Y colocan cada vez a más gente en los puestos claves de la sociedad.
Las cuestiones principales las promueven camarillas. Y muchas leyes que nos afectan a todos se han aprobado con triquiñuelas, con fuerte presión de la propaganda oficial, sin participación de la sociedad, con disciplina de partido y sin consultas públicas. Además de haber desvirtuado, en puntos capitales (unidad nacional, matrimonio, defensa de la vida) el espíritu de la Constitución y haberla dejado sin amparo.
Todo esto son los frutos de un progresismo que no sabe adónde va, después de haber dejado de ser socialista. Si consiguieran repartir a los chicos problemas de matemáticas, sería un progresismo admirable. Pero si lo que reparten son cientos de miles de plásticos y de píldoras (todo perfectamente antiecológico) es una pena.
Es imposible que sea progreso alterar de esa manera tan antinatural una función natural como es la reproducción. Y es un atentado contra las libertades más elementales imponer ese progreso dudoso como si fuera la cultura única de este país, nación, estado o lo que quede. Les sobra sexo y les falta corazón para respetar la cultura democrática.
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