Diario de Cádiz
Me fue fácil acercarme a las escenas del Evangelio el sábado 21 de noviembre por lo que vivimos de cerca unas diez mil personas, escuchando en Córdoba a Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei.
Estaba en un encuentro para familias en el campo de deportes del colegio Ahlzahir. Hacia las once de la mañana fueron llegando coches y coches..., y autobuses y autobuses..., que se acomodaban en un improvisado aparcamiento; el desmonte para una urbanización inmediata al colegio.
A las doce en punto, aparecía don Javier en el estrado y la pantalla adosada, preparados para el evento. Un aplauso de acogida y el rezo del Ángelus fue el comienzo.
Con un "en esta tierra de María Santísima" excusó urgirnos a la piedad mariana, pero sí, no se ahorró exhortarnos a pedir por el Papa, sus intenciones y sus colaboradores. Y mendigó oraciones para sí: rezad por mí, insistía. A continuación ilustró con dos detalles la relación de san Josemaría con Córdoba.
El primero es el recuerdo del fundador del Opus Dei rezando en Córdoba en la parroquia de San Nicolás de la Villa en 1938, movido por su ansia apostólica, sacerdotal. Lo conmemora el retablo de San Josemaría que bendijeron, el día anterior, viernes, monseñor Asenjo y monseñor Echevarría en ese templo.
El segundo detalle de esa relación es el testimonio del propio Prelado del Opus Dei: siempre pedía san Josemaría por los andaluces al encontrarse con la imagen de San Rafael, regalo de unos cordobeses y colocada en lugar de paso de la sede central de la Obra en Roma.
Después de estos compases se abrió el diálogo. No venía monseñor Echevarría a dar una clase, charla o sermón. Se trataba de un encuentro de familia, una tertulia en la que todos participan y hablan, naturalmente no a la vez, en un diálogo siempre rico e imprevisible que en breves flashes resumiré.
¿Qué me decís?, pregunta, y se adelanta el padre de un hijo discapacitado, fuente de alegría para toda la familia, asegura, para que nos llenemos de esperanza cuando Dios nos prueba. Después una madre quiere participar su gozo por el sacerdocio de su hijo, y da ocasión a monseñor Echevarría para hablar del don del sacerdocio, de la Santa Misa, misterioso encuentro del Cielo y la tierra. Luego, otro padre nos dice que se ha quedado ciego pero es felicísimo por el cariño de su mujer y sus dos hijos, y añade que éstos han recibido la vocación a la Obra. Oye como respuesta: "Tú tienes mucha profundidad de mirada, porque puedes aprovecharte de esa falta de vista, para mirar más intensamente a Dios".
Aprovechando el intervalo entre final de respuesta y nueva pregunta, se adelanta al estrado una madre con su bebé en alto, para que lo bendiga el Padre; éste, complacido, lo bendice. Descubierto el procedimiento, en cada nueva pausa dos o tres nuevos bebés son presentados al Prelado, que bromea con el trasiego de bebés. Añado yo, no son cosas accesorias éstas, o interrupciones poco oportunas, forman parte del paisaje familiar de la tertulia.
Un par de cuestiones más se plantean todavía. Una estudiante jovencilla quiere ayudar a sus amigas a interesarse por la formación espiritual y la preocupación por los demás. En contestación, monseñor Echevarría puntualiza la importancia de la dignidad de la mujer en todos los ambientes y la necesidad de no dejarse arrastrar por las modas que degradan. La última intervención es de un sindicalista, que es animado por el Prelado a perseverar en el trabajo por la justicia y la verdad con fortaleza y paciencia.
Todo esto es muy natural y, a la vez, "muy sobrenatural". También a Jesús le presentaban los niños para que los bendijera. También las multitudes le seguían y se congregaban para escucharle, y las llevaba a un monte de las bienaventuranzas, y en un lugar llano les hablaba. Y se le acercaban ciegos, y les llevaban los hijos enfermos, y le acosaban a preguntas... Y a todos llenaba, el Señor, de luz, de paz y de fortaleza, como en el sermón de la montaña.
Pero volvamos al ahora histórico, al salón de actos del palacio episcopal de Córdoba. Allí el Prelado de la Obra pronunció una conferencia a los sacerdotes, "Santos para santificar", y aquel amplio y nutrido auditorio se transformó en íntimo Cenáculo, y vibraron en el aire como dichas de nuevo los consejos y enseñanzas de Jesús a sus apóstoles:
"Como el Padre me envió os envío yo a vosotros. Hemos de impersonar a Cristo, presente en los sacramentos. Éste es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre, haced esto en memoria mía. La Eucaristía ha de ser el centro de nuestro día; no podemos acostumbrarnos, hemos de cultivar el asombro bueno. La oración y el rezo del Oficio no pueden quedar desplazados por una actividad absorbente; son parte de nuestra actividad, exigencia de nuestro trabajo. Además, hemos de querernos y ayudarnos, sabiendo encontrar tiempo para estar juntos. Y siempre hemos de actuar muy unidos al obispo, como criterio de eficacia". Éstos fueron, telegráficamente, los contenidos, todo ello trenzado con referencias al santo Cura de Ars, a san Josemaría Escrivá, con textos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, que hicieron de la conferencia una lección llena de fe, unción, experiencia, serenidad y afecto. Un repaso dulce y estimulante, abierto a la esperanza.
Y no es cosa de poca importancia resaltar el agradecimiento afectuoso de monseñor Asenjo hacia monseñor Echevarría, por el cariño y generosidad puestos en la preparación y exposición de su conferencia, en verdad subyugante. Como emocionante era ver a los dos obispos unidos en la bendición de la imagen de San Josemaría, en San Nicolás. Magnífico ejemplo de unidad y cariño fraterno del que construye la Iglesia. Para dar gracias a Dios.
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