Permitidme notar que en realidad lo que bastan son tres cosas
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«Cuando el gran rabino Shem-Tov creía que se avecinaba una desgracia para su pueblo, se retiraba a meditar en un lugar del bosque. Allí encendía un fuego, recitaba una plegaria y se cumplía el milagro de que la desgracia quedara conjurada.
Años más tarde, cuando le tocó a su discípulo implorar al cielo por la misma razón, acudía a aquel mismo lugar del bosque y decía: "Señor, escúchame. No sé como encender el fuego, pero todavía soy capaz de recitar la plegaria". Y el milagro volvía a cumplirse.
Más adelante, y también con el objeto de salvar a su pueblo, otro rabino se encaminó al bosque para decir: "No sé cómo encender el fuego, no conozco la plegaria, pero puedo colocarme en el lugar preciso". Y eso fue suficiente.
Finalmente, cuando le llegó el turno a un rabino posterior, éste sentado en un sillón, habló así a Dios: "Soy incapaz de encender el fuego, no conozco la plegaria, ni siquiera puedo encontrar el lugar en el bosque. Todo lo que sé hacer es contar esta historia". Y aquello bastaba. Dios creó al hombre porque le gustan las historias».
Contada por Javier Rodríguez Marcos en el prólogo de la antología de Roberto Juarroz [El País, 2009], a quien le gustaba especialmente este relato jasídico.
A mí también me gusta muchísimo, pero permitidme notar que en realidad lo que bastan son tres cosas: la historia, sí, pero también que el rabino del sillón sigue hablando con el Señor y sigue preocupándose de conjurar la desgracia de su pueblo.
Todo se resume en dos: Dios y el prójimo, y de propina la maravillosa narración. No me extraña que fuera suficiente.