El Catoblepas • número 37 • marzo 2005 • página 21
Sobre el libro de Alain de Benoist, Comunismo y nazismo, 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989), Ediciones Áltera, Barcelona 2005.
Es este fundamentalmente un libro breve y conciso dedicado a la reflexión histórico-político-filosófica sobre el comunismo y el nazismo.
Resulta que hoy en día si un individuo proclama su adscripción ideológica al nazismo está condenado, maldito, proscrito. El nazismo liquidó a 25 millones de hombres. Lógicamente es una doctrina criminal. Pero si un individuo presume de ser comunista, no pasa nada, es admirado, aplaudido, respetado. Sin embargo, el comunismo liquidó a 100 millones de hombres.
Lógicamente debiera ser considerado el comunismo como una doctrina más criminal aún si cabe que el nazismo y sin embargo no ocurre así. Sin embargo, «la conclusión de un cierto número de observadores es que «el balance del comunismo constituye el caso de carnicería política más colosal de la historia» (pág. 15). El comunismo ha matado en perfecta coherencia con sus doctrinas. El terror de masas, el crimen masivo se ha convertido en un verdadero sistema de gobierno para el comunismo. Podemos decir con Alain de Benoist, «que el sistema comunista no ha sido sólo un sistema que ha cometido crímenes, sino un sistema cuya esencia misma era criminal.» (pág. 16)
Hay muchos que aún se resisten a admitir la naturaleza criminógena del comunismo y que se niegan a admitir la comparación entre el comunismo y el nazismo. El comunismo se revistió de un aura ilustrada, democrática, racionalista, progresista y el nazismo fue condenado como irracionalista, imperialista, racista, antisemita, &c.
«La idea de que se pueda comparar a los regímenes comunista y nazi ha sido siempre rechazada con indignación por los comunistas» (pág. 19). Y sin embargo, tal comparación ha de ser realizada. Es necesario aunque sólo sea por interés científico.
Ernst Nolte ha sostenido que el nazismo es una reacción frente al comunismo. Nolte ha hablado de «un nexo causal» (kausaler Nexos) entre el comunismo y el nazismo. En efecto, el nazismo aparece, en muchos aspectos como una reacción simétrica al comunismo.» (pág. 20)
Nunca hay que olvidar que el terror bolchevique ha surgido históricamente antes que el terror nazi. Los nazis han tomado sus técnicas de exterminio de los bolcheviques. Las formas y métodos son importados de los bolcheviques por parte de los nazis. El nazismo es una reacción frente al bolchevismo. «El nazismo puede pues, definirse como un anticomunismo que ha tomado de su adversario las formas y los métodos, empezando por los métodos del terror» (pág. 21).
Comparar comunismo y nazismo no quiere decir asimilar o igualar ambos. Se trata de poner juntos los dos para pensarlos juntos y establecer unas cuantas relaciones entre ambos términos. Ni el nazismo disculpa los crímenes del comunismo ni los crímenes del comunismo disculpan al nazismo.
Por empezar podríamos repetir el tópico del principio que caracteriza al clima político políticamente correcto o progresista: «El comunismo ha destruido más vidas humanas aún que el nazismo, y sin embargo continua prevaleciendo la opinión de que el nazismo ha sido, de cualquier forma, algo mucho peor que el comunismo» (pág. 25). El argumento utilizado apela a las buenas intenciones. El comunismo habría obrado por amor a la humanidad y el nazismo por odio, por racismo. El nazismo sería criminal por vocación y el comunismo criminal por error. A fin de cuentas, los crímenes comunistas eran progresistas.
«Tenemos derecho a preguntarnos –escribe Stéphane Courtois– por qué el hecho de matar en nombre de la esperanza en 'alegres amaneceres' es más excusable que el asesinato vinculado a una doctrina racista.» (pág. 31)
La enorme lucidez de Alain de Benoist nos lleva a demoler las creencias progresistas que eventualmente quedaran en la imaginación. «Inmediatamente se plantea la cuestión de saber si debe juzgarse a los regímenes políticos por sus intenciones o por sus actos.» (pág. 32)
Está claro que desde una perspectiva materialista es menester juzgar por los actos. La praxis es el criterio a decir de Marx. «No lo saben pero lo hacen». Una ideología es el conjunto de los actos de sus partidarios. La ideología comunista es el conjunto de los actos de los comunistas. El Estado comunista es el conjunto de las políticas públicas desarrolladas por tal Estado, lo mismo del nazismo o del Estado Alemán nazi.
Como afirma lúcidamente Alain de Benoist, «ser víctima de una idea hermosa, ulteriormente desviada, no hace que uno deje de ser víctima.» (pág. 33)
No hay más comunismo que el comunismo realmente existente, igual que no hay más nazismo que el realmente existente. Hay que evitar en todo momento el idealismo platónico que contrapone la Idea verdadera al mundo empírico falso y engañoso y aparente. «No basta con decir que el comunismo es una buena idea que ha terminado mal. Hay que explicar además cómo ha podido terminar mal; es decir, hay que preguntarse cómo una buena idea, lejos de inmunizar contra el horror, no le impide realizarse menos que una mala idea.» (pág. 35)
Es ésta una verdadera cuestión filosófica y sin embargo, las respuestas que históricamente se han dado no tienen nada de filosóficas y sí de empíricas, las circunstancias históricas.
En el caso del terror soviético hay que decir que fue brutal desde un principio. El terror rojo es parte indispensable del comunismo. El terror rojo es esencialmente comunista. Forma parte de su naturaleza. Si se afirma que es algo debido a las circunstancias, igualmente se podría afirmar que el terror nazi no tiene nada específicamente nazi en sí mismo.
El terror rojo apareció desde el primer momento, desde 1917. Los progresistas y los comunistas o filocomunistas o compañeros de viaje del PC siempre han tratado de legitimar los crímenes comunistas como menos condenables que los crímenes nazis. «Pregunta Jacques Julliard: «¿Por qué los criminales que dicen estar del lado del bien son menos condenables que los criminales que dicen estar del lado del mal?» (pág. 39)
En el fondo el genocidio de raza y el genocidio de clase son dos subcategorías del «crimen contra la humanidad». «El punto de partida, en todo caso, es el mismo.» (pág. 41) «La utopía de la sociedad sin clases y la utopía de la raza pura exigen por igual la eliminación de los individuos sospechosos de obstaculizar la realización de un proyecto «grandioso»; a saber, el advenimiento de una sociedad radicalmente mejor.» (pág. 41) El Bien Absoluto exige un Mal Absoluto y a ese Mal hay que exterminarlo. Hay que borrarlo de la faz de la Tierra. Ambas ideologías se saben legitimadas para realizar el exterminio del enemigo absoluto. Por lo demás, «La virtud de los hombres no hace virtuosas a las doctrinas que defienden. Pascal se equivoca cuando dice que sólo hay que creer los testimonios de quienes son capaces de dejarse matar por ellos: eso atestigua la fuerza de sus convicciones, pero no su justeza.» (pág. 49) Como decía Nietzsche, la sangre de los mártires no demuestra nada.
Los comunistas o los filocomunistas o sus compañeros de viaje, los progresistas sostienen que atacar al comunismo hace el juego a la derecha. Siempre se dice eso. Es un argumento de tipo estratégico. Esto es retomar la retórica de Stalin. «Seguimos así los pasos de Jean-Paul Sartre cuando pretendía que había que guardar silencio sobre los campos soviéticos «para no desesperar a Billancourt.» «Estas gentes -observa Courtois- todavía no han roto con esa cultura de comisario político que emponzoña el mundo editorial». (pág. 56)
Se nos quiere convencer del carácter único del nazismo, como algo esencialmente incomparable. Esto evita comprender el fenómeno del nazismo. «En efecto, un acontecimiento que no puede ser puesto en relación con otros acontecimientos se convierte en algo incomprensible.» (pág. 57) Es imprescindible comparar el nazismo con el comunismo como sistemas totalitarios y criminales.
Lo peor es la diferencia de trato que han recibido comunismo y nazismo. «Mientras que el nazismo es considerado como el régimen más criminal del siglo, el comunismo, que ha causado la muerte de un número mucho más considerable de hombres, sigue siendo considerado como un sistema, desde luego impugnable, pero perfectamente defendible tanto en el plano político como en el intelectual o moral.» (pág. 65) En España, pongo por ejemplo, el nazismo y su propaganda está castigado con la cárcel. La venta de un libro comunista no suscita ninguna crítica. Un antiguo nazi se convierte en un apestado política y socialmente, pero el haber sido comunista no acarrea ningún problema. Se tiene derecho a equivocarse con el comunismo, pero no se tiene derecho a equivocarse con el nazismo. Compárese el caso Heidegger con el caso Sartre.
Además, los crímenes nazis no prescriben, pero los comunistas sí. Se olvida el comunismo, pero se recuerda constantemente el nazismo.
«En el pasado, a los antifascistas siempre se les creyó de inmediato, mientras que quienes denunciaban el comunismo eran considerados a menudo como fabuladores o espíritus partidistas.» (pág. 71) Pero la cosa no termina ahí. «Otro signo revelador: sólo cuando ha sido adoptado por antiguos comunistas decepcionados es cuando se ha empezado a considerar creíble el discurso anticomunista. Sus pasados extravíos han sido considerados como una especie de garantía de su nueva lucidez, mientras que se sigue considerando sospechoso el hecho de haber sido lúcido desde un comienzo. Y, por lo demás, sólo se les consideró creíbles sobre la base del renombre adquirido en los tiempos de sus antiguos extravíos.» (pág. 72)
Este silencio respecto al comunismo deriva tal vez de la alianza entre la URSS y las potencias occidentales frente al nazismo. Esta alianza ha constituido el fundamento del orden internacional surgido a partir de 1945.
La victoria sobre la Alemania nazi legitimó aún más si cabe el régimen soviético. El antifascismo como invento ideológico ha servido para legitimar el comunismo y ha servido de paso para oscurecer el concepto de fascismo, cajón de sastre donde cabe todo aquello que produzca problemas al comunismo. Todavía hoy resulta problemático definir el fascismo.
Hay que decir que stricto sensu «fascismo»significa el régimen italiano de Mussolini (1922-1943). «Ahora bien, el fascismo italiano es el gran ausente del Libro negro. Ocurre, en efecto, que en materia de violencia social y represión política, no es comparable con los regímenes totalitarios.» (pág. 90) El fascismo no tiene nada que ver con el nazismo.
Alain de Benoist recurre al término «totalitario» para definir el comunismo y el nazismo. Esto tiene sus inconvenientes, porque es imposible la existencia de un Estado totalitario, como señaló Gustavo Bueno hace ya muchos años, sencillamente porque un Estado jamás puede controlarlo todo. Hay que reconocer pues la problematicidad del concepto de totalitarismo. Mejor sería llamarlos al comunismo y al nazismo como monocracias o ideocracias.
De todos modos, «el recuerdo de los sistemas totalitarios no puede hacer aceptar la sociedad actual en lo que tiene de más destructivo y deshumanizante. No se tiene el derecho de aceptar una suerte injusta, so pretexto de que se podría sufrir otra peor. Los sistemas políticos tienen que ser juzgados por lo que son, no mediante la comparación con otros, cuyos defectos atenuarían los suyos.» (pág. 157)
Además, «un régimen que destruye sistemáticamente vidas humanas a vasta escala no puede ser un buen régimen. Sin embargo, el balance de un régimen, incluso criminal, no se reduce a su dimensión de terror y de represión, como tampoco puede ser juzgado a la luz de los mártires que suscita.» (pág. 159)
Finalmente, hay que decir que el antifascismo hoy es una muestra de la ignava ratio política. «el antifascismo contemporáneo constituye, ante todo, una expresión de la pereza intelectual, pues siempre resulta más fácil identificar los males del pasado que darse cuenta de los del presente.» (pág. 169)
Recomiendo pues la lectura atenta de este libro para reflexionar sobre nazismo y comunismo. Esto ayuda a quitarse las anteojeras progresistas. El comunismo está en vías de extinción, pero el progresismo aún no. Estas 25 reflexiones son un atrevido y audaz ejercicio de reflexión política que se atreven a tocar los tabúes del progresismo y del filocomunismo.
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