La autora de este artículo es licenciada en Psicología y docente de Antropología y Personalidad en la Universidad San Pablo-CEU, de Madrid. Analiza, desde un punto de vista científico, las bases del comportamiento homosexual
Asistimos al hecho sociológico más sorprendente de nuestros días..., la pura y simple apología de lo anormal. Sí, aunque parezca anacrónico, políticamente incorrecto o, simplemente, fundamentalista, entendiendo por todo esto llamar las cosas por su nombre, la realidad es lisa y llanamente que la manipulación del lenguaje y el relativismo mental y moral en el que nos hallamos inmersos, propician esa especie de sentimiento de culpa que tenemos los católicos de un tiempo a esta parte, sumado a nuestras propias miserias, entre las que se incluyen las faltas de omisión por no evangelizar el orden social, que nos llevan a una parálisis testimonial lacerante y vergonzosa.
Esto explicaría por qué siendo evidente y de puro sentido común que los tiempos modernos son posmodernos y decadentes, a la par que antiguos como la naturaleza humana, caída y redimida, sin embargo se pretende negar y ocultar la inteligencia de los hechos que acontecen en la sociedad en la cual estamos instalados.
Nos encontramos a la intemperie existencial... Hemos olvidado a Dios, Autor de todo cuanto existe, incluido nuestro propio ser de personas libres, hechas a imagen y semejanza suya.
No aceptamos nuestra condición de criaturas dependientes y, por tanto, nos autoconstruimos fenomenológicamente a ciegas. Preferimos el azar al misterio, la incertidumbre a la verdad, la anarquía al bien y al amor, y así, en la contradicción más destructiva que se pueda imaginar, buscamos como adictos la felicidad en pozos de agua que no sacian para la vida eterna...
Hemos sido infieles al Amor primero..., y ya cualquier amor es egoísta e interesado, buscando poseer y absorber anulando al otro en su propia identidad, ya que la diferenciación se nos antoja discriminación, la complementariedad se torna dialéctica y lucha de poder, siendo la teoría del género el máximo exponente ideológico del feminismo radical. Así, vencido el machismo como tesis primera, opondremos el feminismo como antítesis vital, acabando en una síntesis quimérica de una sociedad andrógina, donde la naturaleza humana diferenciada psicosexualmente será un estadio superado por los tiempos modernos, cuyo diseño es sustancialmente antropocentrista.
Todo es oscuro y confuso..., la realidad, los pensamientos y convicciones, los sentimientos y vivencias, el lenguaje, y, por tanto, el ser humano para sí y para los demás... La soledad y la incomunicación propia es la única constante vital de nuestros días.
Vivimos en sociedades desarrolladas, con un alto grado de consumo y hedonismo, al tiempo que con una anemia y déficit enfermizo de humanidad... La inseguridad genera no sólo ansiedad y angustia, sino, paradójicamente, apatía e indolencia por frustración íntima de una plenitud nunca alcanzada.
A golpe de impulsos, vivimos compulsivamente, adquiriendo información, afectos y compañía como si la sociedad, la familia y los otros fueran el hipermercado por el cual deambulamos a nuestro capricho en función de nuestras necesidades más primarias... No contemplamos la peregrina idea de hacer felices a los demás, de cultivar la donación desinteresada como una terapia reparadora del egoísmo personal. Consumimos la propia sexualidad compulsivamente, y la autoconstruimos porque estamos enfermos de rectitud moral.
Como síntoma de auténtica megalomanía prepotente, cientifizamos la religión, la filosofía y la psicología, como si la realidad fuese patrimonio de los expertos, simples mercaderes de la Sofística actual, algunos de ellos, hijos de una cultura bastarda que ha olvidado el ser, la verdad y el bien, por tanto, a Dios mismo, creador misericordioso y redentor de nuestro pecado primero de soberbia.
Situados en este contexto religioso, metafísico y científico, se entiende por qué el orden natural se ha invertido contra natura como nuevo modelo cultural. ¿Y qué es contra natura? Pues tener ansia de infinito por ser poseedores de un alma inmortal, viviendo como absolutos inmanentes al margen de la insaciable hambre de felicidad que nos constituye como naturalmente religiosos. Estar programados cerebralmente para conocer no sólo de manera sensible, sino intelectualmente, por ser espirituales y diferentes a cualquier especie superior. Por tanto, renunciar a conocer la realidad, con su distinción entre seres y diferentes esencias, y a obrar libremente como si fuéramos esclavos de los apetitos y tendencias sensitivas. Contra natura es autoconstruirnos psicosexualmente en nuestra orientación sexual como si lo genético, lo gonadal, lo endocrino, lo genital y lo psicológico se pudiera silenciar por una ideología pseudo espiritual que hable de dignidad y derechos humanos, como si fuese humano negar y contrariar la propia humanidad inscrita en la naturaleza de su identidad. Contra natura es conocer y amar la autodestrucción, de modo enfermizo, como liberadora de la auténtica personalidad.
Las desviaciones sexuales, entre las que se encuentra la homosexualidad, son, ante todo, desórdenes de la propia naturaleza sexuada. Toda persona lleva conformada de manera diferencial ya en el vientre materno, durante su desarrollo cerebral, ser mujer o varón. Ésto implica que la neutralidad, como sucede en las cromosopatías de orden sexual, es minoritaria, según las estadísticas.
Los desórdenes hormonales más frecuentes por alteraciones durante el desarrollo embrionario, nunca son determinantes, según los recientes estudios de neurobiólogos holandeses e ingleses, sino tal vez predisponentes de una tendencia ambigua en la diferenciación del sujeto.
Desde el punto de vista anatómico y funcional, los picos de crecimiento condicionan el desarrollo y el comportamiento, pero por ser precisamente la sexualidad humana integral, y dimensionada por el orden espiritual, es libre y dueña de su manifestación conductual. Es decir, no estamos determinados como los animales irracionales a comportarnos a ciegas e instintivamente, sino como personas que asumen su corporeidad en la unidad e integración de sus funciones vitales por un yo personal, por tanto, psicológico y espiritual.
Nos descubrimos en nuestra naturaleza, nos asumimos y nos comportamos como seres únicos, verdaderos y buenos, por participar de un orden trascendente que nos dignifica por la gratuidad de un Dios que es Amor y Misericordia.
La cultura de lo contranatural es una negación de la realidad y es una injusticia para las personas... Silenciar esta verdad que entraña un bien absoluto para humanizar a las personas, no sólo es de ignorantes, sino de perversidad moral, propio de culturas decadentes que frivolizan la maldad por negligencia y estupidez.
La homosexualidad no tiene causas genéticas, ni hormonales, que puedan ser determinantes de dicha conducta, más bien sí parecieran ser causas psicológicas y ambientales las desencadenantes de dicha neurosis psicosexual de índole emocional.
Por ello, al no ser genética ni innata, sino adquirida, puede ser corregida en sus manifestaciones conductuales, a no ser en aquellos casos en que el trasfondo hormonal sea de un gran compromiso biológico que haga más ardua la recuperación.
Existe amplia bibliografía al respecto, y tan sólo la falta de canales de distribución pública a la sociedad puede, en parte, explicar la confusión y la mitología que se ha creado en torno a estos temas. Amén de la expresa intencionalidad del lobby gay que prefiere mantener una nebulosa conceptual en el terreno científico, y así avanzar políticamente con la complicidad y la debilidad de los buenos que no se atreven a participar.
La vida es un don, y la sexualidad, un misterio..., como tal hay que admirarlo, respetarlo y custodiarlo, pues no somos artífices, sino vasijas de barro que aspiramos nada menos que a vivir en el cielo, al modo divino, por la gracia de Dios.
Patricia Martínez de Urcelay
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