Son las 6,00 hs. a.m. El despertador no para de sonar y no tengo fuerzas ni para tirarlo contra la pared. Estoy acabada. No querría tener que ir al trabajo hoy. Quiero quedarme en casa, cocinando, escuchando música, cantando, etc. Si tuviera un perro, lo pasearía por los alrededores. Todo menos salir de la cama, meter primera y poner el cerebro a funcionar. Me gustaría saber quién fue la bruja feminista que tuvo la infeliz idea de reivindicar los derechos de la mujer y por qué hizo eso con nosotras que nacimos después de ella.
Estaba todo tan bien en el tiempo de nuestras abuelas, ellas pasaban todo el día bordando, intercambiando recetas con sus amigas, enseñándose mutuamente secretos de condimentos, trucos y remedios caseros, leyendo buenos libros de las bibliotecas de sus maridos, decorando la casa, podando árboles, plantando flores, recogiendo legumbres de las huertas y educando a sus hijos. La vida era un gran curso de artesanos, medicina alternativa y cocina. Hasta que vino una fulanita cualquiera que no le gustaba la casa y contamina a varias otras rebeldes con ideas raras sobre "vamos a conquistar nuestro espacio".
¡QUE ESPACIO NI QUE NADA! Ya teníamos la casa entera, todo el barrio, el mundo a nuestros pies. Teníamos el dominio completo sobre los hombres; ellos dependían de nosotras para comer, vestirse y para hacerse ver delante de sus amigos; ¿qué rayos de derechos quiso brindarnos? Ahora ellos están confundidos, no saben qué papel desempeñan en la sociedad, huyen de nosotras como el diablo de la cruz.
Ese chiste, esa gracia, acabó llenándonos de deberes. Y lo peor de todo, acabó lanzándonos dentro del calabozo de la soltería aguda. Antiguamente, los casamientos duraban para siempre. ¿Por qué, díganme por qué, un sexo que tenía todo lo mejor, que sólo necesitaba ser frágil y dejarse guiar por la vida, comenzó a competir con los machos? Miren el tamaño del bíceps de ellos y miren el tamaño del nuestro. Estaba cantado, eso no iba a terminar bien.
No aguanto más ser obligada al ritual diario de estar flaca como una escoba, para lo cual tengo que matarme en el gimnasio además de morir de hambre, pasarme hidratantes, antiarrugas y demás armas para no caer vencida por la vejez, maquillarme impecablemente cada mañana desde la frente al escote, tener el pelo impecable y no atrasarme con la tintura que las canas son peor que la lepra, elegir bien la ropa, los zapatos y los accesorios, no sea que no esté presentable para esa reunión de trabajo. No me atosiga más que tener que decidir qué perfume combina con mi humor, ni tener que salir corriendo para quedarme embotellada en el tránsito y tener que resolver la mitad de las cosas por el móvil, correr el riesgo de ser asaltada, de morir embestida, instalarme todo el día frente al ordenador trabajando como una esclava (moderna, claro), con un teléfono en el oído y resolviendo problemas uno detrás de otro, para salir con los ojos rojos (por el monitor, claro, para llorar de amor no hay tiempo).
Estamos pagando el precio por estar siempre en forma, sin estrías, depiladas, sonrientes, perfumadas, uñas perfectas, sin hablar del currículum impecable, lleno de maestrías, doctorados y especialidades. Nos volvimos "súper mujeres" ... pero seguimos ganando menos que ellos. ¿No era mejor, mucho mejor seguir tejiendo en la silla mecedora?
¡¡¡BASTA!!! Quiero que alguien me abra la puerta para que pueda pasar, que corra la silla cuando me voy a sentar, que me mande flores, cartitas con poesías, que me dé serenatas en la ventana.
Si nosotras ya sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar. ¿Para que había que demostrárselo a ellos?
Ay Dios mío, son las 6:30 am y tengo que levantarme... Estoy abdicando de mi puesto de mujer moderna. ¿Alguien más se suma?
Perdona pero tenía que decirlo. Saludos, Flor
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San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
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Verdad y libertad |
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El marco moral y el sentido del amor humano |
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