CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 15 abril 2005 (ZENIT.org).- De los 66 cardenales que por razón de edad –superan los 80 años— no pueden participar en la elección del nuevo Papa se espera en particular que durante el Cónclave «ayuden a la tarea de los electores» orando --al frente del Pueblo de Dios-- para que el Espíritu Santo les ilumine.
Así lo señaló Juan Pablo II en «Universi Dominici Gregis» (UDG), la Constitución Apostólica (de 22 de febrero de 1996) sobre la vacante de la Sede Apos...
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 15 abril 2005 (ZENIT.org).- De los 66 cardenales que por razón de edad –superan los 80 años— no pueden participar en la elección del nuevo Papa se espera en particular que durante el Cónclave «ayuden a la tarea de los electores» orando --al frente del Pueblo de Dios-- para que el Espíritu Santo les ilumine.
Así lo señaló Juan Pablo II en «Universi Dominici Gregis» (UDG), la Constitución Apostólica (de 22 de febrero de 1996) sobre la vacante de la Sede Apostólica y la elección del Romano Pontífice.
De acuerdo con ese texto, el «Ordo Rituum Conclavis» (los Ritos del Cónclave) recuerda de que la celebración del Cónclave --que comenzará el próximo lunes-- «para la elección del Romano Pontífice, quien, como sucesor de Pedro en la sede de la ciudad de Roma, es Cabeza visible de toda la Iglesia y Siervo de los Siervos de Dios, es de suma importancia en la vida del pueblo de Dios peregrino en la tierra» (Cf. Premisa 1).
Por eso, mientras está la Sede apostólica vacante –desde la muerte de Juan Pablo II-- «y sobre todo mientras se desarrolla la elección del Sucesor de Pedro, la Iglesia está unida de modo particular con los Pastores y especialmente con los Cardenales electores del Sumo Pontífice y pide a Dios un nuevo Papa como don de su bondad y providencia» (UDG 84).
Y esto se hace, según explicó Juan Pablo II, «a ejemplo de la primera comunidad cristiana», de forma que «la Iglesia universal, unida espiritualmente a María, la Madre de Jesús, debe perseverar unánimemente en la oración» para que el Señor «ilumine a los electores y los haga tan concuerdes en su cometido que se alcance una pronta, unánime y fructuosa elección, como requiere la salvación de las almas y el bien de todo el Pueblo de Dios».
«De esta manera –añadió en UDG--, la elección del nuevo Pontífice no será un hecho aislado del Pueblo de Dios que atañe sólo al Colegio de los electores [que formarán 115 purpurados con su presencia en el Vaticano], sino que en cierto sentido, será una acción de toda la Iglesia».
En este contexto, y «en virtud del especialísimo vínculo que los cardenales tienen con la Sede Apostólica», Juan Pablo II pidió a los cardenales no electores que desarrollaran una especial tarea.
«Pónganse al frente del Pueblo de Dios –les recomendó--, congregado particularmente en las Basílicas Patriarcales de la ciudad de Roma y también en los lugares de culto de las otras Iglesias particulares, para que con la oración asidua e intensa, sobre todo mientras se desarrolla la elección, se alcance del Dios Omnipotente la asistencia y la luz del Espíritu Santo necesarias para los hermanos electores, participando así eficaz y realmente en la ardua misión de proveer a la Iglesia universal de su Pastor» (UDG 85).
No hay que olvidar que «es doctrina de fe que la potestad del Sumo Pontífice deriva directamente de Cristo, de quien es Vicario en la tierra», y que «está también fuera de toda duda que este poder supremo en la Iglesia le viene atribuido mediante la elección legítima por él aceptada juntamente con la consagración episcopal» (UDG Introducción).
De ahí la enorme importancia del «cometido que corresponde al organismo encargado de esta elección» --los Padres Cardenales de la Santa Iglesia Romana-- y de las «intensas oraciones y súplicas al Espíritu Divino» con que debe ayudarse a los electores.
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