Obispo de Segorbe-Castellón, Presidente de la Subcomisión Episcopal de Familia y Vida, Vicepresidente de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, Miembro de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe y Decano del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia, dependiente de la Pontificia Universidad Lateranense de Roma.
--- El malentendido de las palabras del padre Juan Antonio Martínez Camino tras su reunión con la responsable del llamado Ministerio de Sanidad y, más recientemente, las palabras del Cardenal George Cottier sobre la licitud del preservativo en ciertas relaciones extraconyugales de extremo riesgo confunden a no pocos fieles. ¿Ha cambiado la postura de la Iglesia en este sentido? ¿Cuál es la interpretación correcta de estas polémicas?
No, la Iglesia no ha cambiado ni puede cambiar la doctrina sobre el uso del preservativo, doctrina que se fundamenta en la Palabra de Dios y en la verdad natural y revelada sobre la sexualidad, la persona y el matrimonio.
La verdad que la Iglesia enseña es que el ejercicio lícito de la sexualidad, que sólo puede darse en el contexto del matrimonio, tiene dos significados que no pueden ser separados deliberadamente: el significado unitivo y el significado procreativo.
El preservativo o cualquier otro tipo de anticonceptivo, constituyen un verdadero fraude antropológico, pues rompen con este principio: impiden la donación plena a la que están llamados los cónyuges, no sólo habitualmente, sino también, en todos y cada uno de sus actos sexuales. A este principio no hay excepción alguna y se trata de una doctrina definitiva.
--- Con todo, no hay que eludir las cuestiones más delicadas. Los lectores de Alba son personas inteligentes y merecen que se llegue hasta el fondo. Entonces, ¿qué pasa con las relaciones conyugales cuando existe riesgo de contagio del SIDA por estar uno de los esposos infectado por una transfusión sanguínea u otra circunstancia cualquiera?
Hace años participé en la elaboración de unas orientaciones, a la luz de la doctrina de la Iglesia Católica, respecto a este tema, entonces ya decíamos: las relaciones conyugales forman parte esencial del derecho que mutuamente y de modo exclusivo se otorgan los esposos al casarse. Los casados tienen el derecho y el deber de expresarse su amor también mediante la unión sexual: este trato corporal íntimo especifica el amor matrimonial frente a otras formas de amor, como la amistad. Pero cuando uno de los esposos está infectado por el virus del SIDA, las relaciones sexuales se convierten en gravemente peligrosas para el cónyuge sano, de forma que el cónyuge infectado que exige al sano la relación genital, lo está exponiendo a un grave riesgo de contraer una enfermedad que, hoy por hoy, no tiene curación.
Entran así en conflicto el derecho a la donación conyugal y la obligación de no hacer daño al otro en el ejercicio de los propios derechos. Este conflicto se resuelve afirmando que el cónyuge infectado de SIDA no tiene derecho a exigir al sano que asuma el riesgo de ser contagiado, pues nadie puede exigir sus derechos frente a otro, cuando esto implica riesgo grave para la vida o la salud del obligado. Nadie está obligado a arriesgar su vida por atender a sus obligaciones, a no ser que el negarse a asumir ese riesgo ponga en peligro bienes de similar relevancia cuya protección le esté encomendada; es el caso de los bomberos, los policías, los socorristas, etc. Obligar a alguien a correr riesgo de perder la salud o la vida fuera de estas circunstancias es un abuso del derecho, y no puede ser una obligación moral.
Ahora bien, aunque el cónyuge enfermo de SIDA no pueda exigir al sano la relación sexual, éste sí puede lícitamente concederla, aceptando por amor el riesgo para su propia vida, a fin de salvar el resto de los bienes del matrimonio: la fidelidad conyugal, la expresión del mutuo amor y la estabilidad matrimonial.
--- No podemos cerrar en falso este tema. Si lo indicado hasta ahora respecto al preservativo se ha dicho en el contexto de las relaciones conyugales libremente consentidas: ¿qué pasa cuando se trata de violaciones, adulterios, promiscuidad sexual, relaciones homosexuales y fornicación en general?, ¿no harían bien en usar preservativos para evitar riesgos adicionales de contagio del SIDA?
Me gusta llegar hasta el final aclarando las cosas. Toda relación sexual entre dos personas del mismo sexo o entre un hombre y una mujer no casados entre sí es contraria a la norma moral, custodiada por la virtud de la castidad. Esta calificación no se ve afectada por usar o no usar preservativo. Ahora bien, al pecado contra la castidad puede añadirse la connotación -nuevamente contraria a la moral- de provocar el riesgo de transmitir una enfermedad tan nociva como el SIDA. En estos casos (violaciones, adulterios, promiscuidad sexual, relaciones homosexuales y fornicación en general), el uso del preservativo no convierte estos actos siempre inmorales en buenos, pero, su uso podría disminuir algo la probabilidad de una ulterior consecuencia dañina y pecaminosa de un acto malo, a saber, el poner en serio peligro la salud o la vida del otro, debido, en concreto, al contagio del virus del SIDA u otra enfermedad de transmisión sexual.
Pero dicho esto, “la conclusión NO ES: la Iglesia dice, por fin, que se puede violar o adulterar o fornicar o practicar la sodomía con preservativo”, todo esto constituye materia muy grave de pecado. La conclusión es que hay que vivir en castidad, es decir: abstinencia antes del matrimonio y fidelidad absoluta, respetando los aspectos unitivo y procreativo, una vez casados.
--- Recientemente, el Gobierno ha anunciado la entrada en vigor de una nueva ley contra la llamada “Violencia de Género”; hace algunos meses, la Conferencia Episcopal Española fue muy criticada por relacionar el aumento de la violencia doméstica con la revolución sexual. ¿Existe esta relación, y en qué sentido?
Como en todo, pero en estos temas con mayor urgencia, es necesario ser rigurosos con el lenguaje.
Hay que aclarar, en primer lugar, que la violencia doméstica, reducida por algunos a la llamada “violencia de género” hunde sus raíces en la condición humana después del Pecado Original, es decir, en el pecado de soberbia y en la inclinación al mal. Desde luego no hay nada nuevo bajo el sol, como dice la Escritura. Ahora bien, dicho esto, los Obispos de la Conferencia Episcopal Española lo que explicábamos no es que la existencia de la violencia doméstica sea consecuencia de la revolución sexual, como si antes de la década de los 60 del siglo XX no hubiera existido dicha violencia, sino lo que afirmamos es que “el alarmante aumento” de la violencia doméstica tiene relación con la llamada “revolución sexual”.
Pero ¿de qué estamos hablando cuando decimos “revolución sexual”? En primer lugar, revolución sexual no es lo mismo que liberación sexual. Dios nos quiere libres en todos los aspectos, también en lo que a la sexualidad se refiere: libres de taras, libres de esclavitudes, libres de parafílias, libres del pecado, libres, por tanto, para amar plenamente, cada cual según su estado: célibes o casados.
Entonces, ¿qué cosa es la “revolución sexual”? La revolución sexual es toda una ideología que concita los peores aspectos del pensamiento marxista y neoliberal radical respecto a la sexualidad, la persona y el matrimonio, que alcanza su máxima expresión pseudocientífica en el fraudulento “Informe Kinsey” de finales de los años 40, el cual tuvo sus derivaciones ideológicas en Wilhelm Reich (1897-1957) y Herbert Marcuse (1898-1979), que invitaban a experimentar todo tipo de situaciones sexuales. También es claro el influjo del existencialismo ateo de Simone de Beauvoir (1908-1986) que anunció ya en 1949 su conocido aforismo: «¡No naces mujer, te hacen mujer!».
Pues bien, en el indicado Informe Kinsey se revindica de modo formal la ruptura del polinomio: “matrimonio-amor-sexualidad (varón y mujer)-procreación”.
Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado amor libre. Después, la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Luego la práctica de la sexualidad sin amor: hacer sexo, pornografía, etc. Más tarde la producción de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex, y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la sexualidad, de la persona: ya no hay varón y mujer; el sexo es un dato anatómico sin relevancia antropológica; el cuerpo ya no habla de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a la donación, de la vocación al amor; cada cual puede elegir configurarse sexualmente como desee: hombre heterosexual, hombre homosexual, mujer heterosexual, mujer homosexual, transexual. Había nacido la “Ideología de Género”, cimentada como hemos visto, en la ruptura del bien que significa los conceptos de persona y matrimonio, y, por tanto, en la progresiva debilidad del vínculo conyugal que llevó al aumento de las rupturas matrimoniales y la desintegración física, psíquica y moral de las personas. En este contexto de banalización, hedonismo y relativismo moral es comprensible el “aumento” de la violencia doméstica. De hecho en los países de nuestro entorno cultural donde hay más separaciones y divorcios, es donde más casos de violencia doméstica se dan, en términos proporcionales a la población, mucho más que en España o Polonia, por ejemplo. En efecto, junto a otras causas, los dos factores de mayor riesgo de violencia doméstica son la debilidad del vínculo y el momento de la ruptura entre la pareja o los cónyuges. Ambos factores han aumentado con la llamada “revolución sexual”.
--- El Partido Socialista de Cataluña (PSC) prepara un documento en el que acusa a los representantes de la Iglesia Católica de “insultar, atacar gravemente e incitar a la discriminación y a la violencia contra el colectivo homosexual” al rechazar el matrimonio homosexual y reiterar el carácter inmoral de las relaciones entre personas del mismo sexo. ¿Es esto así? ¿En qué basa la Iglesia su oposición al matrimonio civil entre personas del mismo sexo?
Como digo la precisión terminológica es importantísima. Aunque signifique un preámbulo algo extenso para responder a la primera pregunta se hace necesario distinguir a la perfección entre SIETE conceptos distintos, a saber:
1) Las personas con inclinación homosexual. 2) La inclinación homosexual propiamente dicha. 3) Las prácticas homosexuales. 4) El lobby gay. 5) El homosexualismo político. 6) La cultura gay. 7) la llamada “teología gay”.
1) Las personas con inclinación homosexual “deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta” (Cat. Igl. Cat. n. 2358), es decir, hay que respetarlas, ayudarlas y apreciarlas como a hijos de Dios que son. Su inclinación homosexual no les resta ni un ápice de su inalienable dignidad de personas.
2) Otra cosa bien distinta es la inclinación homosexual que algunas personas sienten. La Iglesia afirma, a la luz de las evidencias antropológicas (sin excluir, incluso, las anatómicas) que esta inclinación es “objetivamente desordenada” (Cat. Igl. Cat. nº 2358). Con todo, hay que aclarar que la sola inclinación homosexual, aunque objetivamente desordenada, no constituye materia de pecado. Hay que prestar ayuda psicológica y espiritual a las personas con esta inclinación que lo soliciten. Multitud de psicólogos y psiquiatras afirman, por experiencia propia, que la inclinación homosexual se puede curar.
3) Otra cuestión también distinta, pues ya se trata de materia grave de pecado, son los actos homosexuales. La Iglesia enseña a la luz de la Palabra de Dios que se trata de “depravaciones graves”; “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. (...) No pueden recibir aprobación en ningún caso” (Cat. Igl. Cat. n. 2357).
4) Algunos homosexuales, una minoría, sin duda, se organizan en distintas asociaciones que coordinadas entre ellas constituyen verdaderos grupos de presión social, mediática y política, es el llamado lobby gay. La presión del lobby homosexual, su poder fáctico, se extiende por doquier. En España estamos sufriendo, cada vez más, las consecuencias de esta perversa ideología. Se refleja en el talante de nuestros gobernantes y en las reformas legislativas que pretenden aprobar en contra del matrimonio, la familia, la educación, el aborto, etc.
5) El homosexualismo político, junto con la pertinente estrategia mediática, constituye hoy en día una de las herramientas fundamentales de presión del lobby gay. Se trata de toda una estrategia política para convencer a los partidos políticos de todo signo de la rentabilidad electoral y, por tanto, política de hacer guiños y concesiones legislativas al lobby homosexual. Desde la caída del Muro de Berlín, con todo lo que el desmoronamiento de la URSS significó, resulta curiosa la deriva que los llamados grupos de izquierdas han realizado, “del rojo (marxismo) al verde (ecologismo) -en un primer periodo-, y ahora del verde al rosa (homosexualismo)”; con todo, es también cierto que los partidos de centro-derecha no se han visto libres de este mismo giro “cromático”. El homosexualismo político pretende cambiar la sociedad, nuestra cultura, más aún, nuestra civilización, a través de cambios legislativos que redefinan las evidencias antropológicas. Todos estamos de acuerdo que debe ser ilegal faltar a la dignidad de las personas independientemente de sus inclinaciones; sin embargo, el lobby gay a través del homosexualismo político, va mucho más allá: desean que se hagan los cambios legislativos necesarios para poner fuera de la ley, encarcelar en su caso y privar de todos los derechos civiles, a quienes afirmamos que los actos homosexuales constituyen una “grave depravación” (Cat. Igl. Cat. n. 2357). Juegan, además, a confundir con las palabras. El diccionario define la “Homofobia” como “aversión obsesiva hacia las personas homosexuales”, ¡ojo! hacia las personas, nada dice el diccionario en esta definición de la inclinación homosexual ni de los actos homosexuales; sin embargo, este lobby acusa de homofobia a quienes, respetando a las personas, no compartimos sus opiniones respecto a la inclinación y los actos homosexuales. Sin duda toda una estrategia mediática. Manipula el lenguaje, confunde y calumnia que algo queda.
6) La así llamada cultura gay es el fin último al que desea llevarnos el lobby gay. Una civilización gay donde sea “natural” y universalmente aceptada y practicada la homosexualidad o, al menos, la bisexualidad. Claro está, si la homosexualidad es tan natural y aceptada como la heterosexualidad, la lógica política es implacable: hay que propiciar legislativamente que se explique a los niños en los colegios que la homosexualidad es “natural” y por lo tanto, cuando en ciencias naturales se explique a los niños y niñas los detalles anatómicos y fisiológicos de la sexualidad heterosexual humana: el aparato genital masculino y femenino, la cópula, la fecundación, el parto, etc. habrá que explicar, también, la anatomía, la fisiología y los procedimientos mecánicos necesarios de las prácticas homosexuales (la sodomía, etc., etc.). Por último, como las relaciones homosexuales son radicalmente estériles habrá que propiciar legalmente la adopción de niños por homosexuales y generalizar las técnicas de producción artificial de seres humanos financiadas, naturalmente, por el Estado.
7) El lobby gay infiltrado en todas las confesiones cristianas, y también en la Iglesia Católica, ha elaborado sistemáticamente todo un cuerpo doctrinal absolutamente herético llamado teología gay. Esta teología, rayando lo blasfemo, no sólo quiere justificar las relaciones homosexuales, sino que afirma de ellas que responden a la verdad, el bien y la belleza de la persona, constituyendo, según ellos un auténtico don de Dios. El objetivo de este desarrollo doctrinal es triple: intentar seducir a algunos, dividir a los católicos y desprestigiar a los pastores difundiendo estas ideas en los medios de comunicación.
Así pues, y volviendo al principio, la Iglesia ama y respeta a todas las personas también las que sienten inclinación homosexual. La Iglesia y sus representantes “ni insultan, ni atacan, ni incitan a la discriminación y a la violencia contra el colectivo homosexual”, pero, con todo, la Iglesia no puede aceptar como buenos la inclinación homosexual propiamente dicha, los actos homosexuales, el lobby gay, la cultura gay, el homosexualismo político y la teología gay. Por cierto, lo mismo sucede respecto a quienes tienen otras inclinaciones sexuales parafílicas (sadomasoquistas, fetichistas, etc.): la Iglesia ama y respeta a estas personas, pero no puede aceptar como buenas estas inclinaciones parafílicas ni las prácticas sexuales correspondientes.
Respecto a la pregunta de en qué basa la Iglesia su oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo, debo decir que los argumentos son de diverso orden. Desde el punto de vista del Derecho, el Consejo de Estado y el Consejo General del Poder Judicial, han emitido sendos informes, de una contundencia rotunda, oponiéndose radicalmente a que se apruebe legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo. Muchos de los argumentos de los que allí se exponen pueden ser asumidos perfectamente por la Iglesia. Desde el punto de vista del lenguaje la Real Academia de la Lengua Española también se ha pronunciado en el sentido de que la palabra matrimonio que significa la “unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales” no puede ser usada para definir otras eventuales uniones, pues ello, desde luego, corrompería el sentido del término y llevaría a confusión. También este argumento puede ser asumido sin ningún problema por la Iglesia.
Pero, además, la Iglesia, a la luz de la verdad natural y revelada sobre la persona enseña que sólo la diversidad sexual que se da entre un varón y una mujer permite la natural complementariedad sexual y el posible don de una vida nueva. Asumiendo el riesgo de resultar demasiado explícito, hay que afirmar que ningún de estos dos aspectos indicados se dan en las uniones del mismo sexo: son uniones intrínsecamente estériles, y el aparente aspecto unitivo de su sexualidad se realiza a costa de forzar estructuras anatómicas y simular actividades fisiológicas naturales, sin excluir, por cierto, la utilización de los más diversos productos químicos y artilugios mecánicos. Todo esto hace imposible, ontológicamente, tratar como igual lo que no lo es: Una cosa es el matrimonio y otra las uniones de personas del mismo sexo.
Diario Alba, febrero de 2005
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