Del 10 al 17 de octubre se celebró en Guadalajara (México) el 48º Congreso Eucarístico Internacional con el que comenzó el Año de la Eucaristía convocado por Juan Pablo II; un año de reflexión y profundización sobre el «misterio de la fe», la Eucaristía. Se cerrará en octubre de 2005 con el Sínodo de los obispos.
Entrevista con el cardenal Josef Tomko, prefecto emérito de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos y presidente del Pontificio Comité para los Congresos Eucarísticos Internacionales.
¿Cuál es el sentido de las iniciativas organizadas con ocasión del Año de la Eucaristía?
La Eucaristía constituye el tema central de los tres acontecimientos y moviliza a toda la Iglesia católica para un año en torno al «misterio de la Fe» que es la Eucaristía. Se trata de una de las verdades fundamentales para la fe y para la Iglesia. Tan cierto es que el Concilio Vaticano II definió la Eucaristía como «fuente y cima de toda la vida cristiana» («Lumen Gentium», 11) y también «fuente y cima de toda evangelización» («Presbyterorum Ordinis», 5).
El significado y objetivo de las tres iniciativas unitarias es la profundización y reforzamiento de la fe en Dios encarnado en Jesucristo. Sólo quien cree en la divinidad de Cristo puede creer en la Eucaristía.
Quien refuerza su fe en la Eucaristía, presencia, sacrificio y memorial de Jesucristo, profundiza también en su fe en la divinidad de Cristo y en su encarnación.
La Eucaristía es por lo tanto el «banco de prueba» para la fe, aquello de lo que tienen necesidad sobre todo ciertas regiones de Occidente que se encuentran bajo la presión de una «silenciosa apostasía».
Además, la Eucaristía conserva desde sus orígenes también un aspecto social que en la primitiva Iglesia se manifestó en las formas del ágape y del compartir los bienes, pero es actual en varias formas incluso hoy, porque la Eucaristía crea
la fraternidad, la solidaridad, la comunión, la atmósfera de paz, de reconciliación, de justicia y de amor.
El mundo avanzado padece una acentuada decadencia, invierno demográfico, cultura anti-vida, tentaciones eugenésicas y secularización.
¿Cómo podrá dar respuestas a las necesidades de la humanidad y contrarrestar el difundido nihilismo la reflexión sobre la Eucaristía?
Antes de hablar de los aspectos negativos de algunas «civilizaciones», que no son en muchos aspectos muy civiles, quiero observar algunas aportaciones positivas ligadas a la Eucaristía, sobre todo en las Iglesias jóvenes. Las gozosas celebraciones africanas son, de hecho, también eventos ricos de fraternidad y de solidaridad que unen tribus y etnias.
Además no falta la profundidad de percepción de la Eucaristía como sacrificio, visto que ellos conocen el sacrificio ritual. La liturgia eucarística es también el lugar de inculturación, como por ejemplo el rito indio del «arathi» tras la consagración, las danzas sagradas de adoración, etcétera.
Por lo que respecta a la decadencia de ciertas «culturas» o incluso «civilizaciones» sobre todo en el campo de los valores fundamentales de la vida humana y del amor, basta recordar que la Eucaristía es el «pan de la vida» y don de Jesucristo «para la vida del mundo», fuente en la cual se purifica y eleva el amor humano.
En la Eucaristía es adorado el Hombre-Dios, pero al mismo tiempo aumenta el sentido de la dignidad y fraternidad del hombre. Y qué decir de la gran dignidad y gozo con que tantos pobres se acercan a la Eucaristía, donde desaparecen las
divisiones de clase, de raza, de riqueza.
Ello se concreta también en los Congresos internacionales, donde las familias locales ofrecen la hospitalidad a los participantes que provienen de otros países o continentes. En tales celebraciones eucarísticas crece visiblemente una nueva humanidad y una nueva civilización, la del amor.
Una cierta cultura secularizada, «políticamente correcta», ha debilitado la práctica de los sacramentos, sobre todo en lo relativo a la confesión antes de acceder a la Eucaristía. Aunque es verdad que cuando hay confesionarios abiertos la gente se pone en fila para confesarse, es cierto que es práctica difundida la de auto-absolverse.
¿Cuál es su opinión al respecto?
También hoy es ciertamente válida la severa advertencia de San Pablo: «Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» (1 Co 11, 27-29)
Y el Catecismo de la Iglesia Católica especifica: «Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar» (CIC n. 1385).
Ha suscitado clamor la toma de posición de algunos obispos estadounidenses de no dar la comunión a personajes públicos que aún diciéndose católicos apoyan también públicamente leyes e iniciativas a favor del aborto, de los matrimonios homosexuales, etcétera. ¿Qué piensa?
Sin ánimo de aludir a ningún hecho concreto, me parece que los textos antes citados están muy autorizados y son muy útiles.
La Eucaristía es el corazón de la Iglesia y de la vida de los cristianos. Pero el sacrificio de Cristo vale para toda la humanidad. ¿Qué argumentos utilizaría usted para explicar a los creyentes que no practican, a los fieles de otras religiones y también a los no creyentes las razones de nuestra fe?
La fe es un don de Dios. El razonamiento sobre la Eucaristía pareció ya en tiempos de Jesús un «lenguaje duro». Requiere al menos buena voluntad y no rechazarlo «a priori». Pero se trata también de un razonamiento extremadamente gratificante, profundo y bello.
Revela el inmenso amor de Dios y de Jesucristo por la humanidad; si se comprende que la Eucaristía es el don de Dios a la humanidad y «para la vida del mundo», para los creyentes y para los no creyentes, ello hace intuir la grandeza del corazón de Dios.
Por otra parte, la Eucaristía revela la inventiva de Jesucristo que ha querido entrar en comunión íntima con quien le recibe y convertirse en «pan» para nuestro alimento, pero también ofrecerse en un sacrificio que representa de manera incruenta el único sacrificio cruento de la Cruz por toda la humanidad.
Cuando se lee la historia de la institución de la Eucaristía en el Cenáculo pocas horas antes de la muerte redentora de Cristo en la Cruz, la verdad sobre la Eucaristía aparece sencilla como el rayo de luz que penetra el cristal por un lado y por el otro sale con un prisma formado por varios colores.
Es el mayor don de Jesús, que «amó a los suyos hasta el extremo». Obviamente, con un no creyente empezaría antes por el razonamiento fundamental de Dios, de Jesucristo, por ejemplo, a través de una aproximación del relato evangélico sobre la Resurrección.
Con un agnóstico que ignora y evita todo razonamiento sobre Dios, hay que desbrozar el terreno de la explícita o implícita soberbia autosuficiente y autosalvífica de un cierto humanismo nihilista moderno y mostrarle los valores de la Eucaristía para la grandeza del hombre a los ojos de Dios.
Precisamente este agnosticismo que hoy se difunde en Occidente necesita del «suplemento del alma» que le da el sentido de la existencia y de la belleza de Dios contra el vacío, el egoísmo que destruye al otro pero también a uno mismo, contra la falta de perspectiva y de esperanza existencial.
Creo que el testimonio de los creyentes en los Congresos eucarísticos, en nuestras celebraciones, en la adoración silenciosa de nuestras iglesias es también un argumento para quien hoy no cree o no cree suficientemente en la Eucaristía.
Tal testimonio además ayuda también al propio creyente: «La fe se refuerza dándola», escribió una vez Juan Pablo II.
Roma, 30 de septiembre de 2004
Gentileza de Fluvium.org
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