Tal y como los ha expuesto al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede
CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 10 enero 2005 (ZENIT.org).- La vida, el pan, la paz y la libertad son los cuatro desafíos más apremiantes que afronta la humanidad en estos momentos, según considera Juan Pablo II.
Los expuso en el amplio análisis que presentó este lunes en el tradicional encuentro de inicios de año que mantuvo con los embajadores de los 174 países que mantienen plenas relaciones con la Santa Sede, y con los representantes de la Unión Europea, Rusia, la Organización para la Liberación de Palestina y de la Orden de Malta.
Vida y familia
Ante todo, el pontífice mencionó en el largo discurso que preparó en francés «el desafío de la vida», «primer don que Dios nos ha hecho», cuya tutela y promoción es «tarea primordial» del Estado.
«En estos últimos años el desafío de la vida se está haciendo cada vez más amplio y crucial --afirmó--. Se ha ido centrando particularmente en el inicio de la vida humana, cuando el hombre es más débil y debe ser protegido mejor».
«Concepciones opuestas se enfrentan sobre temas como el aborto, la procreación asistida, el uso de células madres embrionarias humanas con finalidades científicas, la clonación», constató.
«Apoyada en la razón y la ciencia, es clara la posición de la Iglesia --recordó--: el embrión humano es un sujeto idéntico al niño que va a nacer y al que ha nacido a partir de ese embrión. Por tanto, nada que viole su integridad y dignidad es éticamente admisible».
«Una investigación científica que reduzca el embrión a objeto de laboratorio no es digna del hombre», afirmó.
«Se ha de alentar y promover la investigación científica en el campo genético, pero, como cualquier otra actividad humana, nunca puede considerarse exenta de los imperativos morales; por otra parte, puede desarrollarse en el campo de las células madres adultas con prometedoras perspectivas de éxito», propuso.
El desafío de defender la vida, siguió indicando, implica también defender su «santuario», «la familia».
«En algunos países --señaló-- la familia está amenazada también por una legislación que atenta --a veces incluso directamente-- a su estructura natural, la cual es y sólo puede ser la de la unión entre un hombre y una mujer, fundada en el matrimonio».
«La familia es la fuente fecunda de la vida, el presupuesto primordial e irreemplazable de la felicidad individual de los esposos, de la formación de los hijos y del bienestar social, así como de la misma prosperidad material de la nación; no puede, pues, admitirse que la familia se vea amenazada por leyes dictadas por una visión restrictiva y antinatural», advirtió.
El pan
El segundo desafío expuesto por Juan Pablo II es el «del pan», en referencia a los «centenares de millones de seres humanos» que «sufren gravemente desnutrición» y de los «millones de niños» que cada año «mueren de hambre o por sus consecuencias».
El pontífice reconoce que se dan iniciativas alentadoras en este sentido, tanto de organizaciones internacionales, de Estados o de la sociedad civil. «Pero todo esto no es suficiente», afirma.
«Para responder a esta necesidad, que aumenta en magnitud y urgencia --explicó--, se requiere una vasta movilización moral de la opinión pública y, más aún, de los hombres responsables de la política, sobre todo en aquellos países que han alcanzado un nivel de vida satisfactorio y próspero».
Respaldó su propuesta recordando «el principio del destino universal de los bienes de la tierra», «principio que no justifica ciertas formas colectivistas de política económica, sino que debe motivar un compromiso radical para la justicia y un esfuerzo de solidaridad más atento y determinado. Éste es el bien que podrá vencer el mal del hambre y de la pobreza injusta».
La paz
«La paz» fue el tercer desafío enunciado por el discurso papal. «¡Cuántas guerras y conflictos armados --entre Estados, entre etnias, entre pueblos y grupos que viven en un mismo territorio estatal-- que de un extremo al otro del globo causan innumerables víctimas inocentes y son origen de otros muchos males!», afirmó con pesar.
Mencionó los conflictos en Oriente Medio, África, Asia y América Latina, «en los cuales el recurso a las armas y a la violencia, produce no sólo daños materiales incalculables, sino que fomenta el odio y acrecienta las causas de discordia».
«A estos trágicos males se añade el fenómeno cruel e inhumano del terrorismo, flagelo que ha alcanzado una dimensión planetaria desconocida por las generaciones anteriores», recalcó.
«Contra estos males, ¿cómo afrontar el gran desafío de la paz?», preguntó a los embajadores. «Yo seguiré interviniendo para indicar las vías de la paz y para invitar a recorrerlas con valentía y paciencia --prometió--. A la prepotencia se debe oponer la razón, al enfrentamiento de la fuerza el enfrentamiento del diálogo, a las armas apuntadas la mano tendida: al mal el bien».
«Para construir una paz verdadera y duradera en nuestro planeta ensangrentado, es necesaria una fuerza de paz que no retroceda ante ninguna dificultad. Es una fuerza que el hombre por sí solo no consigue alcanzar ni conservar: es un don de Dios», indicó.
Libertad, en particular religiosa
Por ultimo, mencionó el «desafío de la libertad», en particular el de la libertad religiosa, después de un año que ha sido testigo en numerosos países de un animado debate en torno al concepto de laicidad.
«No hay que temer que la justa libertad religiosa sea un límite para las otras libertades o perjudique la convivencia civil», señaló.
«Al contrario, con la libertad religiosa se desarrolla y florece también cualquier otra libertad, porque la libertad es un bien indivisible y prerrogativa de la misma persona humana y de su dignidad».
«No hay que temer que la libertad religiosa --explicó el obispo de Roma--, una vez reconocida para la Iglesia católica, interfiera en el campo de la libertad política y de las competencias propias del Estado».
«La Iglesia sabe distinguir bien, como es su deber, lo que es del César y lo que es de Dios», concluyó, «quiere solamente libertad para poder ofrecer un servicio válido de colaboración con cada instancia pública y privada, preocupada por el bien del hombre».
El Papa pronunció los primeros y últimos párrafos de su largo discurso y permitió que uno de sus colaboradores leyera los pasajes centrales. Felicitó con cordialidad personalmente por el nuevo año a los embajadores y a sus cónyuges que se acercaron vestidos de negro.
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