Hemos encontrado este análisis matemático acerca de cómo podrían ir aumentando el número de personas contagiadas de sida.
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Hemos estado escuchando estos últimos meses, en especial a propósito de las jornadas internacionales contra el SIDA, lo mucho que se equivocaba la Iglesia al criticar el uso del profiláctico y lo "irresponsable" de un tal posicionamiento. La demagogia puede tener sus motivos para atacar a esa institución, pero la moral cristiana cuenta para su defensa con sólidas razones, proporcionadas por las cifras objetivas.
Examinemos los efectos de la planificación familiar promovida por el "progresismo" a través de dos casos, uno simple y otro complejo, a los que nos referiremos respectivamente como "Caso 1" y "Caso 2".
Caso 1.
Supongamos que la población sexualmente activa en un país X es de 100 millones de habitantes. El preservativo tiene una eficacia aproximada del 80%, aunque se vea notablemente reducida en países con una educación sexual deficiente. Un tercer dato, que podemos ignorar por ahora, es la frecuencia con la que un habitante de ese país mantiene relaciones sexuales. A mayor frecuencia, mayor posibilidad de infección.
Así que, en el mejor de los casos, la apuesta por el preservativo arroja 20 millones de infectados por el virus del SIDA en los próximos años.
Éste es el genocidio, en base hipotética, de los amigos del condón.
Caso 2.
Ahora digamos que en África, cuya población sexualmente activa asciende a 300 millones, un joven representativo logra un promedio de cuatro relaciones al año, que es más o menos el doble de las que mantendría un occidental en el mismo tiempo. Admitamos, sin embargo, que el ritmo de relaciones decrece al hallarse una pareja estable, cosa que puede suceder a los veintiséis años. Se reduce, pues, a una relación extraconyugal cada dos años, de modo que tenemos:
Fase A: De los 14 a los 26: 4 relaciones prematrimoniales al año.
Fase B: De los 26 a los 44: 1 relación extraconyugal cada dos años (asimilamos a cero el riesgo de la pareja estable).
Para la fase A (12 años) habría 48 infecciones potenciales (12 por 4). Disminuyamos la cifra a dos tercios, pues no todas las relaciones son de riesgo (hay un tercio de infectados en el África Subsahariana, y una relación la constituyen al menos dos personas). Es decir, 32 infecciones potenciales, que el factor de riesgo al 20% dejaría a 6.4 entre 12 años, esto es, a 0.53 por año.
Para la fase B (18 años) nos quedarían sólo 9 infecciones potenciales (18 entre 2). Reducidas a dos tercios, dan 6; de las cuales, substrayendo el factor de riesgo del 20%, nos quedan 1.2 entre 18 años, por lo que obtenemos un total de 0.06 infecciones potenciales por año.
Ahora imaginemos que de esos 300 millones de personas sexualmente activas, 220 están en la fase A y 80 en la fase B, lo cual es perfectamente verosímil. Así, tendríamos 116.6 millones (220 millones por 0.53) y 4.8 millones (80 millones por 0.06) de infecciones potenciales en los dos grupos. Ambos montos arrojan 121.4 millones de infecciones potenciales cada año.
Pero, podría contestarse, nadie puede quedar infectado más de una vez. Y es cierto. Concedamos que de los 121.4 millones de infecciones potenciales, sólo el 40% se realizan. Luego, se convertirían en 48.6 millones de infectados anuales, que es una cifra harto considerable. Ello sin contar con el incremento anual del factor de riesgo, de rápida tendencia ascendente a medida que aumenta el número global de seropositivos.
El preservativo es, para entendernos, la vía libre o "bula" a las relaciones prematrimoniales y extraconyugales. Ha quedado claro que las relaciones seguras entre cónyuges o parejas de hecho consolidadas reducen el riesgo a cero, o, en caso de infidelidad, lo disminuyen grandemente. Usar preservativo en dichos supuestos puede ser útil a efectos de planificación familiar, pero no de evitar el contagio, si ambos miembros están sanos. Y ése es el tema que estamos tratando aquí.
El "progresista" asume en primer lugar que los hombres (no digamos ya los de los países subdesarrollados) son promiscuos por naturaleza. En segundo lugar, que la política de la Iglesia resulta "antinatural" por pretender circunscribir las relaciones sexuales al matrimonio. Pero él, el librepensador, está muy lejos de no intervenir en la libertad individual, y en tanto que interviene, incide a efectos demográficos, económicos y sociales. Ahora bien, mientras que el preservativo contribuye a fijar esa promiscuidad de la que hablamos, la Iglesia consigue lo contrario, diluirla. O al menos lo intenta. Y lo lograría con mayor facilidad si 1) la población africana fuera plenamente consciente de los peligros del SIDA, y 2) no adquiriera una falsa seguridad gracias al profiláctico. Se ha demostrado, además, que la promiscuidad es la causa principal del contagio, y que el preservativo ni es capaz de reducirla -más bien la fomenta- ni elimina el riesgo al cien por cien.
WWW.IVAF.ORG, 23-12-2004
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