Inmigrantes: justo equilibrio
En su Mensaje para la próxima Jornada del Emigrante y del Refugiado, Juan Pablo II pide excluir «tanto los modelos asimilacionistas, que tienden a hacer que el otro sea una copia de sí, como los modelos de marginación de los inmigrantes, con actitudes que pueden llevar incluso a la práctica del apartheid.
En el «justo equilibrio entre el respeto de la propia identidad y el reconocimiento de la ajena» está la clave –considera Juan Pablo II...
Inmigrantes: justo equilibrio
En su Mensaje para la próxima Jornada del Emigrante y del Refugiado, Juan Pablo II pide excluir «tanto los modelos asimilacionistas, que tienden a hacer que el otro sea una copia de sí, como los modelos de marginación de los inmigrantes, con actitudes que pueden llevar incluso a la práctica del apartheid.
En el «justo equilibrio entre el respeto de la propia identidad y el reconocimiento de la ajena» está la clave –considera Juan Pablo II– para encontrar un modelo adecuado al fenómeno de la inmigración, que está transformando las sociedades del mundo globalizado. Es la propuesta que el Santo Padre ha hecho en el Mensaje publicado el pasado 9 de diciembre con motivo de la próxima Jornada del Emigrante y del Refugiado, que se celebrará el 16 de enero de 2005 con el tema La integración intercultural.
Ante todo, el Papa comienza aclarando que, desde el sentido cristiano, «integración no se presenta como una asimilación, que induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural. El contacto con el otro lleva, más bien, a descubrir su secreto, a abrirse a él para aceptar sus aspectos válidos y contribuir así a un conocimiento mayor de cada uno. Es un proceso largo, encaminado a formar sociedades y culturas, haciendo que sean cada vez más reflejo de los multiformes dones de Dios a los hombres».
«En ese proceso –aclara el Papa–, el emigrante se esfuerza por dar los pasos necesarios para la integración social, como el aprendizaje de la lengua nacional y la adecuación a las leyes y a las exigencias del trabajo, a fin de evitar la creación de una diferenciación exasperada».
La auténtica integración
En «el conflicto de identidad que a menudo se verifica en el encuentro entre personas de culturas diversas», el obispo de Roma señala que «no faltan elementos positivos. Al insertarse en un ambiente nuevo, el inmigrante, con frecuencia, toma mayor conciencia de quién es, especialmente cuando siente la falta de personas y valores que son importantes para él. En nuestras sociedades, marcadas por el fenómeno global de la migración, es preciso buscar un justo equilibrio entre el respeto de la propia identidad y el reconocimiento de la ajena. En efecto, es necesario reconocer la legítima pluralidad de las culturas presentes en un país, en compatibilidad con la tutela del orden, del que dependen la paz social y la libertad de los ciudadanos».
«En efecto –dice el Papa–, se deben excluir tanto los modelos asimilacionistas, que tienden a hacer que el otro sea una copia de sí, como los modelos de marginación de los inmigrantes, con actitudes que pueden llevar incluso a la práctica del apartheid. Es preciso seguir el camino de la auténtica integración, con una perspectiva abierta, que evite considerar sólo las diferencias entre inmigrantes y autóctonos».
La clave de la integración, por tanto –reconoce el Mensaje pontificio–, está en el «diálogo entre hombres de culturas diversas en un marco de pluralismo que vaya más allá de la simple tolerancia y llegue a la simpatía. Una simple yuxtaposición de grupos de emigrantes y autóctonos tiende a la recíproca cerrazón de las culturas, o a la instauración entre ellas de simples relaciones de exterioridad o de tolerancia. En cambio, se debería promover una fecundación recíproca de las culturas. Eso supone el conocimiento y la apertura de las culturas entre sí, en un marco de auténtico entendimiento y benevolencia».
Señala por último el Papa: «Los cristianos conscientes de la trascendente acción del Espíritu saben reconocer la presencia, en las diversas culturas, de valiosos elementos religiosos y humanos, que pueden ofrecer sólidas perspectivas de entendimiento mutuo. Obviamente, es preciso conjugar el principio del respeto de las diferencias culturales con el de la tutela de los valores comunes irrenunciables, porque están fundados en los derechos humanos universales. De aquí brota el clima de racionabilidad cívica que permite una convivencia amistosa y serena».
«Los cristianos, si son coherentes consigo mismos, no pueden, pues, renunciar a predicar el Evangelio de Cristo a todas las gentes. Obviamente, lo deben hacer respetando la conciencia de los demás y practicando siempre el método de la caridad, como ya recomendaba san Pablo a los primeros cristianos», concluye el Papa.
Jesús Colina. Roma (Alfa y Omega)