almudi.org Nicotina del alma. Por Ignacio Sánchez Cámara
abc 1.9.04 .- EDICIÓN IMPRESA -
Colaboraciones
ÉSTE no es un artículo en favor del tabaco.
En Nueva York, ya no está permitido fumar en ningún lugar público. Las copas
esperan solitarias en las barras de los bares a que sus dueños regresen de
inhalar humo en la calle (por cierto, doble sesión de humo). En España, ya no es
lícito fumar en el Congreso de los Diputados, salvo en un l...
almudi.org Nicotina del alma. Por Ignacio Sánchez Cámara
abc 1.9.04 .- EDICIÓN IMPRESA -
Colaboraciones
ÉSTE no es un artículo en favor del tabaco.
En Nueva York, ya no está permitido fumar en ningún lugar público. Las copas
esperan solitarias en las barras de los bares a que sus dueños regresen de
inhalar humo en la calle (por cierto, doble sesión de humo). En España, ya no es
lícito fumar en el Congreso de los Diputados, salvo en un lugar especial
reservado a los enfermos, que disponen de tratamiento gratuito para su mal. Nada
que oponer. Salvo que, quizá, en el caso neoyorquino, cabría argumentar en favor
de la posibilidad de que existieran locales públicos para fumadores. Pero el más
moderado liberalismo debe ceder ante el paternalismo y los costes de la
Seguridad Social. Claro que, por ese camino, habría que revisar la licitud de
los deportes de alto riesgo, los encierros taurinos de las fiestas populares o
el tráfico automovilístico. Su coste sanitario también lo pagamos todos. Al
final, la lógica intervencionista conduce al prohibicionismo. Primero se limita,
con toda razón, el derecho a fumar en beneficio de los no fumadores. Luego se
apela, también con razón, a la obligación de los poderes públicos de velar por
la salud de los ciudadanos. Más tarde, suprema razón, se acude al coste
económico. El último paso es la prohibición total.
Bien está luchar contra la adicción al
tabaco. Bien está el cuidado de la salud del cuerpo. Incluso las concepciones
dualistas del hombre suelen aceptar la relación íntima entre cuerpo y alma. Pero
sorprende el desprecio de la salud del alma que acompaña a tan solícita atención
al cuerpo. Es verdad que los males de éste son empíricos y los del alma, como
etéreos y metafísicos, pero no menos reales. El cáncer de pulmón es
empíricamente verificable. Los tumores anímicos sólo son perceptibles para un
observador agudo. La consecuencia es que la mayoría niega su existencia. Por
supuesto que atribuir a los Gobiernos el cuidado de las almas es la vía más
segura hacia el totalitarismo. Pero eso no impide que la tolerancia sea
compatible con la advertencia. Además, una cosa es que los Gobiernos no se
conviertan en censores, y otra que contribuyan a través de los medios de
comunicación pública a difundir las enfermedades del alma y de la inteligencia.
La cosa dista de ser nueva. En su Ciudad de Dios, censura san Agustín la
corrupción de las costumbres de Roma y escribe estas palabras que podrían ser
pronunciadas ante la contemplación, cualquier día, de la televisión. Y, por
supuesto, no sólo de ella. «A lo vergonzoso se da publicidad, y a lo laudable
clandestinidad. El decoro es latente, y el desdoro patente. El mal que se
practica reúne a todo el mundo como espectador; el bien que se predica apenas
encuentra algún auditor. ¡Como si la honradez nos diera vergüenza, y el deshonor
gloria!... Así ocurre que los honrados, que son una minoría, caen en la trampa,
y la gran mayoría, los corrompidos, quedan sin enmienda». Verdades limpias y
antiguas, y siempre nuevas.
En suma, el tabaco proscrito, y la basura
intelectual y moral, alentada y fomentada. Al menos, cabría imitar el
procedimiento de las cajetillas que advierten sobre sus riesgos, y aplicarlo a
algunos programas y espectáculos. Así, los telediarios podrían ir precedidos de
la advertencia de que su contemplación puede confundir y manipular al
espectador.