A la hora de definir la sexualidad humana se puede adoptar una perspectiva científica, y describirla desde un punto de vista genético, hormonal, fisiológico, anatómico, psicológico, social, legal, etc. Esas descripciones son científicamente valiosas e interesantes, pero insuficientes para entenderla en su totalidad. Podríamos decir que son explicaciones que no se toman el sexo suficientemente en serio, aunque así parecen hacerlo, porque no atienden a su sentido último y a su significación humana, que tiene carácter teleológico.
Desde el punto de vista antropológico, sin embargo, se puede descubrir qué significa la sexualidad para el hombre, cuál es su sentido. El supuesto que tiene esta pregunta es la convicción de que la sexualidad tiene un sentido humano porque es algo de por sí valioso. No es que valga solo para cumplir la finalidad biológica reproductiva, para "realizarse" o incluso para ganar dinero, sino que vale por si misma, es por sí misma buena. La sexualidad se parece a la sonrisa: no se descubre lo que esta ultima es al describirla como "una determinada contracción de los músculos de la cara", o "un tipo de respuesta a determinados estímulos positivos", como podrían decir la fisiología o la psicología. La sonrisa es un gesto que significa muchas cosas a la vez: afirmación, alegría, acogida, amistad hacia alguien; en definitiva, es un gesto que expresa y realiza sentimientos, y algunos actos propios del amor.
Pues bien, continuando la comparaci6n, se puede decir que la sexualidad es aquella dimensión humana "en virtud de la cual la persona es capaz de una donación interpersonal especifica”. La sexualidad es condición de toda la persona, pero es también una capacidad física y psíquica de realizar un gesto que realiza lo que significa: el acto sexual. Ese gesto significa que dos personas se dan la una a la otra, se destinan recíprocamente. La entrega amorosa del varón y de la mujer tiene esta forma específica de expresarse y de realizarse.
Sabemos que dar es lo propio de la persona y que los actos del amor permiten realizar esa capacidad de mil modos. Ahora hay que añadir: el gesto del acto sexual es la manifestación de un tipo de amor especial, distinto a todos los demás, el que se da entre un varón y una mujer. No se puede entender la sexualidad si no se considera ese "amor especial", dentro del cual ella encuentra su sentido humano. Es más, fuera de ese amor la sexualidad deja de ser algo bello y bueno, y se convierte en algo simplemente útil, apto para someterse a intereses, cuyo sentido y significado propios pueden acabar desapareciendo. Esto sucede cuando no se toma el sexo suficientemente en serio.
La sexualidad es un modo de ser, pero antes es también un impulso sensible, un deseo sexual, biológico, orgánico. Si no se acoge ese impulso en el ámbito de la conciencia y de la voluntad, se generan conflictos y disarmonía. Si se acoge, se ejercen el amor u sus actos de una forma especifica. Por eso, la sexualidad es importante, pero el amor y sus actos lo es más: con el puede lograrse la armonía del alma al integrar el impulso sexual con el resto de las dimensiones humanas, los sentimientos, la voluntad, la razón, etc.. El modo de conseguirlo es que se "encargue" de ello la voluntad amorosa, y que exprese el amor y sus actos de manera nueva, sirviéndose de la sexualidad, elevándola al nivel de los sentimientos y la inteligencia, humanizándola en definitiva.
Dicho de otro modo: la sexualidad, aislada de la inteligencia, se independiza de ella, pro ser uno de los impulsos más fuertes del hombre. En cambio, armonizada con las restantes dimensiones del alma, contribuye a la armonía de ésta y encuentra su sentido humano: la donación reciproca del varón y la mujer.
El acto sexual y la conducta a él referente tienen un sentido propio, según se ha visto, en su génesis, culminación y consecuencias, verdaderamente sorprendentes e innumerables. Ese sentido nace de su modo propio de realizarse, que es benevolente con el sexo y le hace ser lo que verdaderamente es. Se deduce de todo lo dicho, que el contexto sin el cual el sexo se empobrece es el eros, el amor de donación reciproca, permanente y única del varón y la mujer, corporal y abierto a la fecundidad natural que por si mismo tiene, que recibe el hijo como don y asume la tarea de realizar una comunidad familiar de vida, dentro de la cual es posible criar y educar a los hijos. Esta realidad ha sido siempre protegida mediante la institución del matrimonio.
Ahora nos enfrentamos con el mundo real y nos preguntamos: ¿por qué la sexualidad se ha trivializado y al mismo tiempo se ha convertido en algo tan extraordinariamente importante en el mundo en que vivimos? Porque ambas cosas son compatibles, aunque parezca una paradoja.
Hay inflación de sexo porque su valor ha disminuido: por poco dinero se pueden comprar toneladas de él. Antes había menos sexo disponible, porque valía mas, era un bien escaso: estaba más protegido, detrás de los férreos muros del pudor y la intimidad conyugal, y no se exhibía; se consideraba algo demasiado valioso y trascendente como para salir a la luz pública. Estaba incrustado en la intimidad más recóndita del núcleo familiar, y sólo podía poseerse allí donde habita el misterio del origen de la vida humana. Tenía muchas barreras que impedían llegar a él, y así parecía conservar su importancia. Las consecuencias que traía consigo eran demasiado numerosas como para tomarlas a la ligera.
Hoy, cuando el sexo esta disponible de inmediato, cuando "hacer el amor" con una u otra persona no tiene más importancia que tener una aventura momentánea, el sexo parece haber perdido buena parte de su misterio, pero también buena parte de su valor: mostrar el cuerpo desnudo no es más importante que rascarse la nariz; que los vestidos no disimulen ninguna parte de la anatomía corporal es más relevante que tomarse una cerveza. El sexo ha pasado a ser algo demasiado poco importante. Por no tomarlo en serio lo tomamos demasiadas veces en dosis a nuestro gusto. Por eso ha crecido la obsesión por él, puesto que su uso frecuente aumenta el deseo de seguir usándolo, como sucede con los placeres-necesidad. Si nadie lo pone en su verdadero lugar, él se encarga de ocupar todo el espacio disponible. Tenemos demasiado sexo porque se ha vuelto demasiado intrascendente, como sucede con el dinero inflacionario.
La raíz de todo el asunto parece estar en la tendencia existente, más o menos intensa según los casos, a ignorar el sentido propio del acto sexual y a disponer de él y de la sexualidad para muchos y muy diversos fines:
En primer lugar, para llevar a cabo una disección "científica" del sexo, con propósitos, no solo científicos, sino también terapéuticos y funcionales, según los cuales la actividad sexual es necesaria para la salud psíquica y física de la persona (la castidad seria una perjudicial represión de las fuerzas naturales): abundan los "sexólogos", que pretenden ayudar a conseguir la armonía psíquica de una persona con su sexo, principalmente a base de proporcionar una exhaustiva información sobre el tema y sus variantes: el sexo se ha convertido en una técnica.
En segundo lugar, ha tenido lugar lo que podríamos llamar canalización lúdica y comercial del sexo, en la cual éste se transforma en producto de consumo para clientes que lo demandan: se trata de la utilización del erotismo y la pornografía con fines comerciales, publicitarios y de diversión. Conscientes de que "el sexo vende", estos productores no dudan en utilizar a quienes quieren vender parte de su sexo o su erotismo a través de las imágenes, o simplemente mostrándose, dando lugar a muy diversas variedades de prostitución.
En tercer lugar, se piensa hoy que el sexo se elige y la propia identidad sexual se construye a partir de una elección entre varias opciones de vida sexual, todas igualmente respetables y defendibles, puesto que no hemos de imponer a los demás nuestros valores, como tampoco hemos de censurar opciones que no querríamos para nosotros. Este ya conocido planteamiento de la libertad y la tolerancia se extiende también a la sexualidad, como si esta fuese algo que puede elegirse, e incluso cambiarse.
Pero quizá ante todo se busca hoy el sexo seguro. Según esta concepción, en primer lugar, "hacer el amor" es la manera normal de quererse el varón y la mujer, y no hay nada malo en ella, puesto que no incluye nada parecido a la "culpa" o "el pecado": si hay amor, y se siente, lo normal es manifestarlo de ese modo, y a nadie se le debe censurar por ello. En segundo lugar, los que tienen una mayor reticencia al compromiso estable de la pareja pueden mostrar cierta inclinación al Carpe diem! sexual, y buscan en él un placer para el que hay que prepararse. Es el sexo vivido como placer, como ejercicio saludable y gratificante. El eros, en esta concepción, es algo demasiado serio, demasiado importante y quizá demasiado problemático como para meterlo por medio: es preferible el sexo sin eros, pues el mejor modo de disfrutar de él es evitar compromisos que pueden complicarse: el sexo no debe tener implicaciones afectivas. Es un simple encuentro ocasional, una noche romántica, lo que los americanos llaman "a date", en la cual después de la cena se llega hasta donde se quiera, pero nada más; al día siguiente todo es como antes. No ha pasado nada (en realidad, la mayoría de las veces uno nota que sí ha pasado algo).
Estas dos maneras de entender el sexo seguro han sido ya criticadas: la primera despoja al sexo de fecundidad, la segunda de eros. Ambas necesitan que el sexo sea seguro, lo cual es una actitud que conviene caracterizar.
Ante todo, el sexo seguro no tiene fecundidad, es decir, consecuencias "desagradables", como por ejemplo un embarazo no deseado, porque es una técnica para "trocear" el acto sexual y prescindir de unas consecuencias que la naturaleza también sabe prever y distribuir cíclicamente, y que el varón y la mujer pueden tener en cuenta a la hora de unirse sexualmente, aunque evidentemente la regulación natural (que también es técnica, por cuanto exige unos conocimientos y una disciplina en la aplicaci6n) no es ni mucho menos tan "segura" como los medios artificiales. Técnicamente se puede despojar de fecundidad al acto sexual. Esto es hoy tan normal como beber un vaso de agua. ¿Por que se hace? Para "hacer el amor" sin consecuencias. Se trata, por tanto, de una intervención técnica, por muy rudimentaria que sea, en un proceso natural. El amor hoy se "hace", cuando en realidad no puede "hacerse", no es una salchicha; el amor no se hace, sino que se dice, y el gesto sexual es el modo propio de decirlo, de manifestarlo como una donación a la persona amada.
El sexo seguro permite cambiar de pareja y aumentar su frecuencia cuantas veces se desee. ¿Que sucede ya en el momento de empezar, quizá en los primeros años de adolescencia? Que resulta casi imposible unirlo al eros, puesto que amor erótico verdadero y enamorado se puede tener a una sola persona en la vida, o quizá a más de una, si la primera no corresponde. Por tanto serán experiencias orgánicas, pero no interiores, en las que intervenga la capacidad de amar. A lo sumo, es una amistad de pareja que incluye el sexo seguro como parte del "juego" (si el juego sale mal, aparece el problema del aborto): se está usando como parte de una amistad o de un disfrute, cuando en realidad no puede "usarse" sin perder su sentido. El sexo no esta "disponible", porque es la donación misma de la persona, y la persona no está "disponible" para el sexo, sino al revés, en plenitud de experiencia amorosa.
La tesis que aquí se sostiene es gruesa y bastante intolerable a primera vista, pero antropológicamente cierta: el sexo seguro "supone una violación del sentido humano de ese acto". Las razones ya han sido expuestas: no se toma el sexo suficientemente en serio, se devalúa a base de usarlo de una manera en la cual es muy difícil escapar a la tentación de someterlo a fines nacidos del interés, principalmente la gratificación del placer sexual. El sexo es algo demasiado serio como para tomarlo así: a la larga se venga. El hábito del sexo seguro de hecho disminuye la capacidad para un eros auténtico: cuando la experiencia sexual es mucha, el enamoramiento no puede acompañarla, ni siquiera cuando se busca.
Tomarse el sexo en serio significa: dejarle ser lo que es, no disponer de él, sino respetarlo, ser benevolente con él, descubrir su sentido. Y su sentido es formar parte del eros y de un proyecto vital compartido, dentro del cual se ejerce como una de las más altas formas de amor y de creatividad, que funda la institución social más básica. Si se toma a la ligera, las consecuencias se dejan sentir: se gasta, termina siendo una mueca, y entonces hay que cambiar de pareja, porque se ha alterado el sentido de lo que es el amor entre el varón y la mujer. El sexo seguro cierra el camino para el amor sexual pleno: el hijo.
"El amor sabe esperar" es el lema de un sector de la juventud que se opone al sexo seguro y proclama de nuevo el valor de las promesas, de la virginidad antes del matrimonio y del amor para toda la vida. El sexo es una realidad rica y delicada, y pierde su encanto y su belleza cuando se manosea e instrumentaliza.
El sexo, hasta hace pocas décadas, era en nuestra cultura uno de los platos fuertes de la vida. Hoy no pasa de ser un aperitivo. Las promesas, la virginidad y el amor para toda la vida son tres formas de convertirlo de nuevo en plato fuerte. Pero para que lo sea, hay que saber esperar, puesto que los platos fuertes solo se toman de vez en cuando, cuando les llega su momento, teñido de emoción y sentimiento, porque entonces se hacen presentes los ingredientes que lo hacen "fuerte" de verdad: estar enamorados y ser fecundos. Entonces el amor se transforma en una fiesta: prometerse o casarse.
Sólo cuando el sexo ha sido tornado en serio y se han hecho presentes el eros y todos sus ingredientes, admite ser transformado en una fiesta colectiva: la boda. Y la fiesta, como veremos, es la celebración pública de la plenitud humana. La boda es el comienzo de la historia de una nueva familia, es pisar el umbral de una casa donde aún no sabemos quienes vivirán, es la celebración anticipada del futuro de los esposos, que se transforman en continuadores de una estirpe cuyos miembros están allí presentes y aplauden con calor.
Empieza entonces una historia que no sabemos como terminará, pero que terminará de alguna manera, y deseamos que sea feliz. Por eso tiene algo de aventura, de riesgo; en ella están presentes todos los ingredientes de la tarea: la boda es el momento solemne del encargo originario de perpetuar la familia. El sexo seguro, en cambio, carece por completo de fiesta y de historia posterior: por eso se hace rutinario, pues no remite más que a sí mismo. Al día siguiente, es mejor no hablar de él. Los novios, en cambio, se van juntos de viaje, nadie sabe muy bien adónde (lo que van a hacer es un pequeño misterio).
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