(Por: Fernando Pascual, Mujer Nueva, 2003-11-07)
Las Naciones Unidas no han sido capaces de alcanzar un acuerdo acerca
de la prohibición de la clonación humana. En la votación del 6 de noviembre
de 2003 se decidió, con 80 votos a favor, 79 en contra y 15 abstenciones,
posponer el debate por dos años.
¿Por qué se ha llegado a esta situación? Se trata de un
enfrentamiento de puntos de vista. Por un lado, un amplio grupo de países
apoyaban la propuesta de Costa Rica, en la que se prohibía tanto la clonación
reproductiva como la así llamada “clonación terapéutica”. Por otro, Bélgica
y un grupo minoritario de países, defendían prohibir sólo la clonación
reproductiva y, al mismo tiempo, dejar libertad a las naciones para legislar
sobre la “clonación terapéutica”. Un tercer grupo de países, encabezados
por Irán, propusieron posponer la discusión hasta dentro de dos años. Esta
propuesta fue la que finalmente, con un mínimo margen de votos, fue aceptada.
Detrás todas estas discusiones se esconde un problema más profundo.
Hay que defender, por una lado, la libertad de la investigación, ese margen de
acción necesario para que los científicos puedan trabajar, sobre todo cuando
buscan caminos para promover el bien de otros seres humanos. Por otro, hay que
reconocer esa legítima intervención de la sociedad para poner límites éticos
que den garantías de respeto y de seguridad para toda la humanidad, también
por lo que se refiere a la investigación científica.
La ciencia busca conocer. Para ello, usa aquellos procedimientos más
eficaces, lleva a cabo aquellos experimentos que permitan mejores resultados.
Pero no hay que ser un Platón para reconocer que no todo lo que funciona, no
todo experimento, es ético. Muchas veces los hombres han buscado ser eficaces a
través de la violencia, del robo, del crimen organizado u ocasional. El caso de
los médicos que colaboraron con el nacismo y realizaron experimentos de una
crueldad inimaginable no es un algo aislado. Ha habido, y hay, científicos
(esperamos que pocos) que engañan, que roban secretos a compañeros, que abusan
de enfermos para hacer experimentos inhumanos, que sueñan sólo en el dinero y
la fama, que se someten a los proyectos de gobernantes sin escrúpulos para
descubrir nuevas armas de destrucción masiva o sistemas para esterilizar a
grupos sociales o raciales considerados “inferiores”, que practican el
aborto como si fuese lo más natural del mundo.
Encontrarnos ante estos científicos no debe ser motivo de escándalo.
Hombres deshonestos los hay en casi todos los grupos sociales, y la clase de los
investigadores no está inmune de las debilidades humanas. El hecho de que una
persona tenga muchos títulos universitarios, haya recibido premios o
reconocimientos nacionales o internacionales por algún descubrimiento o,
incluso, haya promovido actividades filantrópicas, no garantiza el que un día
realice un experimento claramente injusto, o se decida a vender un secreto de
laboratorio a una empresa de armamento o a un dictador sin escrúpulos.
Por ello, la sociedad tiene que promover, también en el mundo de la
investigación y la ciencia, valores y principios fundamentales. Los derechos
humanos valen para todo hombre. El respeto de esos derechos ha de ser exigido a
toda persona capaz de actuar de modo responsable y libre, también al científico.
Aquí encuentra su sentido la discusión sobre temas como la clonación,
el aborto, la eutanasia y otras posibilidades técnicas que la medicina moderna
tiene ante sus ojos.
Haber prohibido toda forma de clonación hubiese significado promover
una cultura de respeto al hombre, a cada hombre. No sólo al individuo que pueda
ser resultado de una clonación, sino, de modo especial, al científico y al
personal que trabaja en un laboratorio, para que no se degraden con un acto
injusto, contrario a los principios éticos.
Aquí conviene aclarar una cosa que ha pasado desapercibida a algunos
medios de comunicación social. La así llamada “clonación terapéutica” es
también clonación reproductiva, en el sentido de que produce (“reproduce”)
un individuo humano que tiene un material genético casi totalmente idéntico
(al menos en el núcleo) a otro individuo ya existente. ¿Cuál es, entonces, la
diferencia entre estos dos “tipos” de clonación? Mientras la clonación
reproductiva dejaría nacer al individuo clonado, la así llamada “clonación
terapéutica” lo habría fabricado para experimentar con él y luego
destruirlo, lo cual es un acto que atenta gravemente contra el respeto debido a
todo individuo humano, incluso al que es “producido” por clonación. En
otras palabras, es mucho más grave la “clonación terapéutica” que la
reproductiva, y el hecho de que algunos países y científicos defiendan la
“terapéutica” no puede sino ser motivo de condena y de rechazo por parte de
quienes defienden los derechos humanos.
Conviene aclarar, por último, que no habría bastado con prohibir
cualquier forma de clonación. Los científicos gozan de una gran libertad de
acción en sus laboratorios, libertad que les permite realizar numerosos actos
que no acabamos de comprender bien los que no poseemos toda la ciencia que ellos
han conquistado a través del estudio. Pero esa libertad implica una mayor
responsabilidad. A más margen de acción, mayor urgencia por comprender la
importancia del respeto a cada ser humano.
Cuando un laboratorio de reproducción artificial tiene en sus manos
los óvulos de varias mujeres, los espermatozoos de varios hombres, y otros
tejidos de adultos, fetos o embriones, de hombres y de animales, sabe muy bien
que puede hacer, a escondidas, experimentos ilegales. Puede clonar, puede crear
embriones para investigación, puede hacer híbridos entre hombres y animales.
Los estados, ciertamente, deberán promover sistemas de control, pero lo
principal está en la formación ética del científico.
La ciencia ofrece a la humanidad un número creciente de
descubrimientos. Cada nueva frontera conquistada abre nuevas posibilidades.
Orientar bien todo este cúmulo de saberes depende de la ética. No basta con
enseñar en la universidad lo que es posible hacer, sino lo que es correcto. El
respeto al hombre, a cada hombre, desde que inicia su existencia como cigoto
hasta que muere, debe ser el criterio de discernimiento fundamental para juzgar
las acciones de los científicos. Fuera de ese respeto podrán darse
descubrimientos importantes, pero será mucho más lo que se pierda. No vale la
pena vivir en un mundo técnicamente perfecto y éticamente inhumano.
http://www.mujernueva.org/analisis/articulo.phtml?id=2469
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