1.
Dimensión de la persona humana en virtud de la cual el hombre existe únicamente
según dos formas, irreductibles y complementarias: varón y mujer. Lo cual
quiere decir que el sexo pertenece primariamente al núcleo ontológico de la
persona antes que a su configuración psicológica, su género sociológico o su
estructura fisiológica. El sexo se manifiesta en todos estos órdenes pero sin
reducirse a ninguno de ellos.
La
plena manifestación de la condición sexuada sólo tiene lugar en la
presencia personal. Esta presencia se caracteriza por aparecer lo
sexuado y lo cultural indisociablemente unidos, de tal modo que, para comparecer
la persona como tal en la sociedad, necesita asumir e interpretar culturalmente
su masculinidad o feminidad.
Esta
presencia sexuada es ante todo una presencia visible:
es resultado de “saber verse”, “verse visto” y “verse ver”. En
consecuencia su elaboración cultural ha de realizarse a partir de aquellos
elementos de la sexualidad que expresan visualmente a la persona en su identidad
única, su continuidad biográfica, su carácter peculiar, etc.: en una palabra,
todo lo que traduce a la persona en “figura sexuada”. Nos estamos refiriendo
a los llamados “caracteres sexuales secundarios”, que constituyen el quicio
de la estética (y la ética) de la figura corporal. El respeto por ellos y la
sensibilidad hacia su exquisito simbolismo es clave de la elegancia y de la
“honestas” en sentido clásico (v. belleza integral).
2.
Caracteres sexuales secundarios.--- Se llaman así aquellas propiedades que
distinguen a los sexos entre sí pero sin implicaciones reproductivas. Su pleno
desarrollo y manifestación tiene lugar en la pubertad (palabra que usamos aquí
como sinónimo de adolescencia). Básicamente son los siguientes:
-Diferente
reparto del vello: más concentrado en la mujer, en cuya cabeza el cabello es más
sedoso y crece más.
-Cara
lampiña en la mujer y bozo en el varón.
-Hombros
más estrechos y caderas más anchas en la mujer que en el varón.
-Diferente
reparto de grasa corporal, que produce en la chica formas redondeadas y suaves,
y en el chico más robustas y angulosas, sobre todo en torso y brazos.
-Tono
de la voz más agudo en ella que en él.
-Desarrollo
de las mamas en la mujer.
-Por
todo lo anterior y por la diversa distribución de masa corporal, el “centro
de gravedad” es más bajo en ella que en él, lo que provoca un ritmo y
cadencia en los movimientos netamente distinto.
-Diferente
psiquismo, que se manifiesta en la figura corporal de innumerables maneras.
3.
Significado antropológico de los
caracteres secundarios.--- Damos a continuación algunas claves para
interpretar los citados caracteres en la perspectiva de la ética y la estética:
a)
En la medida en que integran la figura total de la persona, los caracteres
secundarios la expresan en su feminidad y masculinidad, lo cual no sucede con
los caracteres primarios, que son fundamentalmente los órganos genitales y las
zonas erógenas. Esta peculiar expresividad de los caracteres secundarios se
debe a estar situados en el “radio magnético del rostro”, lo que hace que
el interlocutor los refiera espontáneamente a la mirada y a la palabra. Poseen,
por eso mismo, un carácter naturalmente dialógico.
b)
Por ser esenciales a la figura humana, su presencia o representación posee carácter
ético intrínseco: siempre “dicen algo de alguien”. Apelan a una esfera de
la ética que sin duda incluye la ética sexual, pero la rebasa ampliamente. Los
caracteres secundarios, en efecto, aluden a la totalidad
del cuerpo, no a un órgano; evocan una presencia
estable y continuada, no un acto. En función de ellos se despliega la
convivencia entre varón y mujer, que reclama una ética mucho más amplia que
la moral sexual, ya que introduce en ella un factor intrínsecamente estético.
c)
Este factor estético que reclaman los caracteres secundarios es principalmente el
juego del arreglo, con el cual se subraya en un sentido u otro la dimensión
sexuada del cuerpo.
d)
Los caracteres secundarios no sólo aparecen en la adolescencia, sino que sitúan
de diversa manera respecto a ella según se sea varón o mujer. La mujer
interioriza, revive y “vuelve” a su adolescencia más profundamente que el
varón, el cual sitúa su paradigma más bien en la madurez. De ahí que sea
propio de lo femenino la gracia y el donaire, aun en la mujer madura, mientras
que el estilo masculino acentúa la gravedad y el rigor, incluso entre jóvenes.
e)
Precisamente por aparecer en la pubertad, los caracteres secundarios están íntimamente
unidos a la educación afectiva en el seno del hogar. No se viven como un dato
(ser chico o chica) sino como un proceso al que se asiste, inscrito en la
historia personal, por el que se llega a ser “este chico” o “esta
chica”. Los caracteres secundarios cobran así significado
biográfico del que carecen los caracteres primarios (genitalidad).
f)
En la mujer los caracteres secundarios están más expandidos por su cuerpo y
los experimenta más íntimamente que el varón. Por consiguiente para ella son
más expresivos, y no sólo de “su” persona, sino de “lo” personal.
Dicho con otras palabras, para la mujer la feminidad es más corporal de
lo que es la masculinidad para el varón. El carácter sexuado en la mujer está,
por así decir, a flor de piel. De
ahí que sea más connatural a ella el empleo de medios culturales para
inventar su imagen. Esto significa que, aunque con frecuencia la presión social
impone, manipula o deforma el “modo de ser” femenino, éste nunca se debe
exclusivamente a los condicionantes sociales, como sostenía el feminismo
radical.
unidad de dos (9-VIII-03)
1.
Dos formas de humanidad.--- Es
evidente que existen dos modos de ser hombre: varón y mujer. Ambos comparten idéntica
naturaleza pero la encarnan de forma radicalmente diversa. Más allá de las
funciones sexuales o psicológicas, la distinción radica en la persona, de la
que hay en el hombre dos versiones originarias e irreductibles: la masculina y
la femenina. A esta doble personeidad en igual humanidad la llamamos
"unidad de dos", existencia dual o unidualidad.
2.
La “unidad de dos” se
manifiesta en el amor.--- Esta “unidad en la distinción” se pone de
manifiesto en las relaciones personales. Siempre que hablamos de “relaciones personales” sobreentendemos que éstas son, de un modo o de
otro, amorosas, incluida la mera amistad. No cabe otro modo de relacionarse dos
personas en cuanto tales si no es abriéndose, aunque sea mínimamente, al amor
mutuo. Como ha repetido Juan Pablo II, sólo el amor es una actitud adecuada a
lo que la persona es.
3.
La “unidad de dos” implica la
igualdad. El mejor ejemplo es el deporte olímpico, donde se realza y
celebra la igualdad en la naturaleza. La medalla de oro del varón, en efecto,
no es más gloriosa que la de la mujer: no por correr más rápido su premio es
más merecido (en cambio en carreras de caballos o perros compiten machos y
hembras juntos). El lema de los juegos olímpicos, más allá del campo del
deporte, sintetiza de modo luminoso el núcleo mismo de la naturaleza humana:
“citius, altius, longius” (más rápido, más alto, más lejos): el
hombre sólo es hombre superándose, vive rebasándose, está por hacer, es
autotarea. Pues bien, esta fórmula incumbe por igual a varón y mujer, si bien
la cumplen de modo diverso: “eadem sed
áliter”.
4.
La “unidad de dos” se inventa
artísticamente.--- Para explicarlo proponemos ahora el ejemplo del coro
polifónico. En él las voces masculinas y femeninas se armonizan distinguiéndose,
complementándose, destacándose mutuamente, hasta lograr lo que podríamos
llamar la “voz del hombre total”. Es una “unión hecha de distinción”:
cuanto más se compenetran las voces, tanto más femenina es la de ellas y
masculina la de ellos. Análogamente existe una “voz total” en la familia y
en la sociedad, que resulta de convivir varones y mujeres de un modo armonioso,
bello, creativo: cuando esto ocurre, el resultado supera la suma de los valores
de unos y otras: “lo cantado” en el gran concierto de la convivencia entre
varón y mujer es propiamente “lo humano”. Esta complementación, como
sucede en el coro, sólo suena bien cuando se inventa artísticamente en función
del respeto y admiración mutuos.
5.
La “unidad de dos” como paradigma de toda relación personal.---
Según aparece en el Génesis, la relación entre Adán y Eva ilumina la
estructura básica de toda relación personal. En otras palabras, la relación
entre varón y mujer representa la figura o icono de toda relación entre
persona y persona. Obviamente no significa que la simple amistad, por ejemplo
entre compañeros deba asimilarse a la relación erótica en el plano físico o
psicológico. La analogía del amor erótico se limita exclusivamente a los
siguientes elementos, que en él aparecen de modo paradigmático:
a)
Alteridad.
En efecto, toda relación personal es ante todo dual, cosa de dos, dialógica.
Las estructuras colectivas (familia, pandilla, tertulia, asociación, club,
etc.) sólo tienen estructura personal cuando en su interior es posible el tú a
tú.
b)
Reciprocidad. Consiste en que las dos
personas se conocen conociéndose, se reciben dándose, se afirman abnegándose,
etc. La reciprocidad implica “salir de sí” (eso significa etimológicamente
“éxtasis”) para acceder al otro.
c)
Corporeidad. Incluso la mera amistad,
aunque no sea en absoluto un amor corporal o sexual, requiere tres condiciones
que podríamos llamar “corporales”:
1) La
presencia corporal al menos posible. Con un personaje del pasado o del
futuro, o imaginario, no es posible una verdadera relación personal (caso
distinto es la amistad con los santos y los ángeles, de la que no tratamos aquí).
Hemos dicho presencia “al menos posible” porque cabe una verdadera amistad
entre personas que quizá no se encuentren nunca, por ejemplo los que se tratan
por e-mail: en tal caso, precisamente por ser amigos no descartarán el
encuentro personal, por improbable que sea. La posibilidad del encuentro es
ingrediente esencial de la amistad escrita.
2) No cabe relación personal
sin contar con la condición sexuada:
es imposible, por ejemplo, una auténtica amistad por Internet sin conocer con
certeza el sexo del interlocutor, aunque la intención no sea en absoluto de
flirteo. Sin conjugar el género gramatical es imposible conversar con nadie.
3) El significado esponsal del cuerpo también pertenece a toda relación
personal, aunque ésta no sea erótica. El elemento esponsal (de spondeo,
comprometerse, prometerse) presente en la morfología del cuerpo humano
(frontalidad, rostro, identidad, gesto, etc.) ya evoca el horizonte vocacional
en que se mueve toda amistad, sea del tipo que sea. Este horizonte común
consiste en la comunión amorosa, a la cual tiende toda vocación personal.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
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La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
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