Si analizamos con detalle nuestra atmósfera cultural, comprobamos que estamos rodeados de conspiraciones; incluso podemos avanzar que un inmenso cúmulo de ellas forma parte de nuestras vidas, ya sea en el cine, la narrativa, el discurso político o como método de interpretar la realidad y la Historia. Así, algunos investigadores opinan que: «Un siglo [el XX] en el que las tesis conspirativas pasaron de las minorías a las masas, de ser una leyenda a convertirse en la política de los estados y de sus dirigentes políticos» (Castillón, 2006; 191). A este sentir se suma con fuerza el profesor británico John Molyneux, que defiende una posición equiparable a la mantenida por Castillón: «Desde hace cierto tiempo me he dado cuenta de que, por todas partes y cada vez con mayor frecuencia, aparecen teorías de la conspiración» (Molyneux, 27 de agosto de 2011). No son los únicos, pues filósofos como Karl Mannheim (1943) y Karl Popper (1946), también las estudiaron antes de la Segunda Guerra Mundial; o Richard Hofstadter (1964), en plena Guerra Fría; o los pensadores que han reflexionado sobre ellas después de la caída del Muro, como Fredric Jameson (1995); o después del 11-S, como Peter Knight (2008), Frank Furedi (2007), Timothy Meiller (2003), Michel Collon (2016) o Alexander Cockburn (2006). A estos se unen escritores de la talla de Don DeLillo, Tomas Pynchon, Norman Meiller, David Foster Wallace y hasta Philip K. Dick con sus distopías tan actuales, que convirtieron las conspiraciones, o más exactamente las Teorías de la Conspiración (TdC, en adelante), en tropos de su literatura. De tal manera que para entender este fenómeno que invade la atmósfera cultural, y que ha cristalizado en algunos casos como una forma de analizar la Historia o de interpretar la realidad, abordaré el estudio de las TdC de una forma completa; es decir, desde tres campos de investigación: el analítico, el histórico y el crítico.
Antes de continuar debemos detenernos un instante, pues es necesario definir lo que se entiende por TdC en este trabajo. La mejor forma de definir las TdC es localizar lo que verdaderamente no son, para evitar desde el comienzo cualquier confusión: en primer lugar no son conspiraciones penales, para delinquir, que ya existían desde que Bruto, Casio y Trebonio se confabularon para matar a César, y que vienen definidas en el Código Penal, art. 17.1: «La conspiración existe cuando dos o más personas se conciertan para la ejecución de un delito y resuelven ejecutarlo». En segundo lugar tampoco nos referimos a las conspiraciones domésticas, las que englobarían desde una fiesta sorpresa de cumpleaños a las que sufrimos u organizamos con compañeros o amigos. Las características comunes de las conspiraciones citadas es que son falibles y limitadas en el tiempo y en el espacio (Patán, 2006). A las que añado la causalidad, ya que es prácticamente imposible que se conciban este tipo de conspiraciones por azar o accidente.
De esta manera, eliminadas las conspiraciones criminales y domésticas, las conspiraciones a las que me refiero son las Grandes Teorías de la Conspiración, como se han denominado de forma pomposa.
El término conspiración es grandilocuente y evoca imágenes de conjuras de poderosos y tramas de alto nivel […]. Término conocido, ubicuo en otros tiempos, si bien lo suficientemente escurridizo como para que su explicación se nos escape en una apabullante marea de significados. Es complicado alcanzar una definición satisfactoria sin apoyarnos en las habituales muletillas mediáticas o sin recurrir a los estereotipos que la industria del entretenimiento nos lleva ofreciendo desde su popularización (Díaz, Óscar, 2013).
Hacen referencia a un plan urdido por un grupo que mantiene ocultas sus intenciones y acciones, con el fin de conseguir ventajas de orden político, económico o social. Así, nos hablarán de la invasión de extraterrestres para apoderarse del mundo; de los secretos que los gobiernos nos ocultan sobre los atentados del 11-S o del 11-M; la teoría de que el hombre nunca pisó la Luna; el SIDA como creación en laboratorios para aniquilar a la población homosexual; los Illuminati; los supuestos contubernios judío-masónicos; el Priorato de los Sabios de Sion; la conspiración para dominar el mundo por los ricos en el Club Bilderberg o cualquier otra menos conocida [1]. Todas ellas existen en nuestra atmósfera cultural sin que se haya llegado a un acuerdo sobre qué función cumplen, cómo nacieron, o a quién y para qué sirven. El medio en el que se desarrollan es la posmodernidad o globalización, entendida como último estado conocido del modo de producción y distribución económico, caracterizado por el consumismo, las nuevas tecnologías, los medios de comunicación de masas, las redes sociales, el movimiento instantáneo de capitales, el pastiche, el simulacro, el control del tiempo libre por parte de la industria del entretenimiento, las fake-news y la posverdad [2]. Todas esas características del momento actual son las que permiten que se conviertan en virales, peculiaridad novedosa respecto a épocas pasadas. Y lo único que sabemos con certeza es que ninguna se ha cumplido en la realidad [3].
Frente a las conspiraciones reales que eran falibles y limitadas en el espacio y el tiempo; las TdC, siguiendo a Daniel Pipes (1997), se asientan sobre la certidumbre de que las apariencias engañan; de que las conspiraciones son el motor de la Historia; que nada ocurre al azar, pues todo está dirigido [4]y, al final, en sus relatos, el agente conspirador siempre gana a lo largo de la Historia, donde la fama, el poder, el dinero o el sexo son su late motiv. Julio Patán (2006) se expresa de forma similar al considerar que todas los constructos conspirativos presentan un mundo ordenado y dirigido, donde no hay hueco para el azar; también considera que liberan a sus seguidores de responsabilidades, tanto individuales como colectivas; piensa de ellas que son creencias simples, maniqueas, donde siguen existiendo buenos y malos en la Historia; añade que poseen una carga milenarista, pues consideran que todo ha de subordinarse al fin supremo, pues el destino de la humanidad se encuentra en juego; y, por último, se considera a los conspiradores todopoderosos y hábiles.
En este bloque de conspiraciones las hay inocuas y curiosas, por citar algunas: el plan mundial para ocultar que la tierra es plana [5]; la conjura mundial y eterna de los Illuminati o la creencia de que el alunizaje del Apollo 11 en la Luna fue un montaje para ganar la carrera espacial a la Unión Soviética. En un segundo bloque, podemos situar aquellas que han sido rentables políticamente: «aceptadas por […] la población y formaron parte de la legitimación de opciones políticas. Que la conspiración hubiese existido no importaba, era un modo plausible de justificar una política» (Broncano, 2019; 184). Un ejemplo lo tenemos en las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos, donde Donald Trump se unió a la teoría de que Obama había nacido en Kenia y era proislamista radical. El tercer bloque lo formarían las TdC dañinas que han conducido a masacres, suicidios rituales o genocidios. Las TdC, pues, varían desde la inocencia, las usadas como instrumento de rentabilidad política y las dañinas para la integridad del ser humano. Son estas últimas el verdadero objeto de este estudio.
TDC Dañinas
Cuando analizamos los discursos y justificaciones de su supuesta legitimidad, los dictadores de todas las épocas parecen poseer manuales que contienen alguna conspiración como pilar básico sobre el que se sustenta la ideología de su régimen. A este respecto:
«[L]as dictaduras usan la noción de conspiración universal como arma. Durante los primeros diez años de mi vida, fui educado por fascistas en la escuela, y usaban la conspiración universal.» (Eco, ABC; 28 de abril de 2015).
La conspiración universal que utilizaba el fascismo italiano era que los ingleses, los judíos y los capitalistas estaban complotando contra el pobre pueblo italiano. Esta cuestión la cimentó Umberto Eco en su discurso el 24 de abril de 1995 en la Universidad de Columbia, New York, Ur-Fascismo [6], donde enumeró y desarrolló catorce puntos comunes, «síntomas» los llamó, a todas las argumentaciones que utilizaban las diferentes variantes en ese fascismo internacional: «en la raíz de la psicología Ur-Fascista está la obsesión por el complot, posiblemente internacional» (Eco, 1995; 6º síntoma). También nos explicará cómo consiguieron que él interiorizara esa conspiración siendo niño: «me enseñaban que los ingleses eran “el pueblo de las cinco comidas”: comían más a menudo que los italianos […]. Los judíos son ricos y se ayudan mutuamente gracias a una red secreta de recíproca asistencia» (Eco, 1995; 7º síntoma). Eso en cuanto al fascismo italiano, en el caso del franquismo en España se fustigó al pueblo español con la cantinela de un complot marxista judeo-masónico para destruir España, que culminó en plena Guerra Civil, en la zona nacional, con la primera disposición contra la masonería el 15 de septiembre de 1936, que en su art. 1 decía: «La francmasonería y otras asociaciones clandestinas son declaradas contrarias a la ley. Todo activista que permanezca en ellas tras la publicación del presente edicto será considerado como crimen de rebelión». A partir de ahí comenzaron las masacres, como reflejaba la prensa afín, al hablar de operaciones represivas en Granada por esa época:
[...] se apoderaron de los ficheros de las dos logias masónicas que existían en la capital e hicieron prender a todos los masones. En camiones los trasladaron al vecino pueblo de Viznar, donde fusilaron a los venerables, y después de tener encarcelados varios días a todos los demás los condujeron al campo y les obligaron a cavar sus propias sepulturas, tan pronto las terminaban eran muertos a tiros... (ABC, 23 de septiembre de 1936).
Más tarde, en marzo de 1940, se aprobó la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo, pero ya de aplicación a todo el territorio nacional. Aún en 1975, en el último discurso del general Franco desde el Palacio de Oriente, seguía culpando de todos los males a la conspiración masónica-izquierdista. Si en Italia el enemigo fueron los ingleses y los judíos; en España, los masones y marxistas. Antes que ellos, en la Unión Soviética, el estalinismo ya había seguido el mismo rumbo señalando a Trotsky, Zinoviev, Kamerev y Bujarin [7] como los cabecillas de otro constructo conspirativo que denominaron «enemigos del pueblo». Lo que sirvió a Stalin de caparazón justificativo de la represión sanguinaria después del asesinato de Kirov:
Este término [«enemigo del pueblo»] hizo automáticamente innecesario que los errores ideológicos de los hombres expresados en una controversia se comprobasen; este término hizo posible que se causasen los más crueles métodos de represión, violándose así todas las normas de legalidad revolucionaria, cada vez que alguien estaba en desacuerdo con Stalin o que se sospechaba en él una intención hostil o debido simplemente a que tenía una mala reputación» (Khrushchev, 1965; 31-34).
Este término condenó en la Unión Soviética [8], desde 1934 hasta la muerte de Stalin, a casi 400.000 personas al exilio o al Gulag y 44.000 al pelotón de fusilamiento, lo mismo ocurrió en el Ejército Rojo, con casi 40.000 efectivos purgados.
El caso más paradigmático lo encontramos en la Alemania nazi, pues justificó el genocidio sobre la obra Los protocolos de los Sabios de Sion, que fue un panfleto falsificado por la policía secreta del zar y publicado en 1902 para justificar los pogromos contra los judíos. Este texto lo consideraban la prueba de la existencia de un complot mundial, con el objetivo de controlar la Tierra por parte de un grupo de poderosos banqueros y políticos judíos. De ahí que la raza aria tenía el deber de aniquilar a una raza inferior para salvar al mundo de sus intenciones de controlarlo, como decían Los protocolos... A este respecto, «Goebbels conocía su origen [falsificado], pero eso no importaba: Hitler lo creía a pies juntillas y bastó para poner en marcha el Holocausto» (Broncano, 2019; 184).
El análisis de las TDC
Las TdC han existido desde Homero, que en sus obras nos narraba las aventuras de los seres humanos para escapar de las conspiraciones tejidas por los dioses, los cuales tampoco podían sustraerse al destino. De esta manera el destino no dejaba de ser una forma de conspiración ajena a los seres humanos. Más tarde, toda la narrativa latina tampoco se pudo sustraer a esa concepción del destino, factum lo llamaron. Virgilio fue de los primeros autores latinos que utilizó el concepto de factum en su obra la Eneida. En el transcurso de los siglos, las conspiraciones y los agentes conspiradores fueron cambiando; desde los demonios y las brujas en la Edad Media a los masones, marxistas o anarquistas a finales del siglo XVIII, hasta desembarcar en el Estado moderno como conspirador al que siempre se apelará desde el siglo XIX. Sin embargo, no se produjo un estudio específico de las TdC hasta que los campos de exterminio mostraron al mundo a dónde podían conducir el uso de conspiraciones que nunca habían existido.
1º- Analistas anteriores a la Guerra Fría
Los dos primeros filósofos que abordaron con cierto rigor las TdC fueron Karl Mannheim y Karl Popper. Ambos habían visto nacer el régimen nazi en Alemania y habían sufrido su posterior evolución, hasta que tuvieron que exiliarse. El primero en analizarlo fue Mannheim, profesor en la Universidad de Frankfurt hasta 1934, que comprendió los efectos del régimen nazi antes de que el mundo conociera sus horrores. Así, en 1943, desde su exilio en Inglaterra escribió Diagnostico de nuestro tiempo, la primera obra que analiza el nacimiento y los efectos de los constructos conspirativos elaborados desde el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) sobre la población. En primer lugar, considera que Hitler despliega una conspiración muy medida sobre la población ―estrategia nazi, lo denominará―, cuya maniobra consistía en:
Al individuo no se le trata como una persona, sino como miembro de un grupo social determinado. De esa manera, la mejor forma de influir sobre una persona es hacerlo sobre sus vínculos sociales; siempre teniendo en cuenta que cada grupo tiene sus propias tradiciones, prohibiciones y peculiaridades formas de expresión que hay que tener en cuenta. Mientras esos grupos estén intactos, son un cobijo, un soporte y una guía de conducta para sus miembros (Mannheim, 1961; 132).
Después de ese inicio, Hitler pasa a la desorganización sistemática de la sociedad, y de esa manera se destruye la resistencia del individuo mediante la desorganización de los grupos a los que pertenece, ya que considera que el nazismo «sabe perfectamente que un hombre desvinculado de su grupo es como un cangrejo sin caparazón» (Mannheim, 1961; 132). Esta desorganización del contrario ha de ser rápida y violenta, sin posibilidad de respuesta en contra [9]. En tercer lugar, estos dos puntos sólo tendrán éxito si se consigue construir nuevos grupos que promuevan conductas aprobadas por el partido. Finaliza con un cuarto punto, que Mannheim denomina Quislings [10], nombre genérico por el que designa un método para poner de su parte a la oposición política y también a los inadaptados y fracasados sociales, al lumpen. Completada esta cuarta fase, la víctima se encuentra a su merced, pero aún evita el ataque directo y sigue prefiriendo la desmoralización desde dentro: «se propagan rumores, se crean temores, se azuza unos contra otros a los grupos rivales y, por último, se administra la conocida mezcla de promesas y amenazas» (Mannheim, 1961; 133). Llegados a este punto, el nazismo tenía a los sujetos rendidos ante él y la explicación psicológica sería:
«el hombre abandonado a sí mismo no puede ofrecer resistencia» (Mannheim, 1961; 134). Destruir el grupo deja al individuo sin lazos con la sociedad, ni de amistad ni de confianza, la ruptura de esos vínculos le convierte en un ser impotente. Llegados aquí, al sujeto no la queda más que elegir entre el martirio o el Nuevo Orden que comienza, cuyos elementos son: el Fürher, como caudillo de la sociedad; el terrorismo del NSDP sobre la sociedad o el terrorismo de Estado; y la creación de un chivo expiatorio, «buco emisario» lo llama Mannheim. El objetivo al señalar ese buco emisario será doble: liberar a la comunidad de cualquier sentimiento de culpa e impedir que cualquier hostilidad se vuelva contra los dirigentes. Así, los judíos se convirtieron en el buco emisario del III Reich, ellos eran los causantes de las desgracias que afligían al mundo, pues tramaban una conspiración desde los tiempos inmemorables para dominar al resto de la humanidad, cuestión documentada, según ellos, en los Protocolos de los Sabios de Sion. Esta manipulación de las masas lo consiguieron los nazis con «técnicas sociales»¸ es decir, «el conjunto de métodos que tratan de influir la conducta humana y que en las manos del gobierno operan como un medio de control social singularmente poderoso […] esta eficacia fomenta la dominación minoritaria» (Mannheim, 1943; 10). Las mismas enlazan hoy en día con los mecanismos nacientes de las sociedad de consumo y que la publicidad extendió a todas las esferas sociales usando estrategias de explotación similares. Broncano (2019) va a identificar las «técnicas sociales» de Mannheim con la actual «’ingeniería social de la comunicación’ que ha provocad la transformación del entorno cultural, informacional y epistémico de la política, economía y sociedad contemporánea» (Broncano, 2019; 129). Ambas, técnicas sociales e ingeniería social de comunicación, operan como instrumentos para manipular las emociones de las masas y «poner bajo control público procesos psicológicos que se consideraban antes enteramente personales» (Mannheim, 1943; 11). El esquema de la «estrategia nazi» empleado por Hitler, fue asumido por el resto de dictadores, tanto por los que ya existían entonces ―Franco, Mussolini, Stalin y Salazar― como por los que vinieron después. Lo único que cambiaba era el sujeto o colectivo que ejercía de «buco emisario».
El segundo filósofo que abordó con rigor el estudio del uso de las conspiraciones fue Karl Popper en su libro La sociedad abierta y sus enemigos, escrito en 1945. Popper conoció tres mundos que se iban a enfrentar con el paso de los años: el primero fue el judaísmo y sionismo por su origen familiar, al que siempre criticó; el segundo, el marxismo, que le resultó cercano porque desde 1923 a 1933, la izquierda política dominaba Viena al ganar las elecciones el Partido Socialdemócrata Obrero Austriaco, lo que se vino a denominar la Viena Roja (Rotes Wien); y, tercero y último, después de 1933, con el ascenso de Hitler al poder en Alemania y la instalación de un régimen fascista en Austria, Popper vivió las consecuencias en primera persona. Así, en su obra critica lo que llama nacionalismos de todo tipo ―sionismos, marxismos y fascismos― y centra su estudio de las TdC o constructos conspirativos. Estas dos cuestiones son su ataque directo al historicismo, como creencia de que la historia humana sigue leyes y tendencias regulares y cognoscibles, de lo que derivan que el papel de las Ciencias Sociales y/o la Filosofía es encontrar esas leyes para predecir el curso de la historia. Esto le permite establecer paralelismos entre «el pueblo elegido» ―sionismo y la mayoría de los nacionalismos conocidos, incluido el norteamericano― con «la clase elegida» ―marxismo, anarquismo y otros teorías del socialismo utópico― y «la raza elegida» ―nazismo y otras tendencias del supremacismo―. El historicismo es la verdadera bestia a batir por Popper, pues considera que está presente en todas esas ideologías que dominaban el mundo de forma tiránica, asesinando y convirtiendo lo que les rodeaba principalmente en un gran campo de reclusión y de exterminio. Así, la dedicatoria de su obra La miseria del historicismo, escrita en 1961, es toda una declaración de intenciones, después de que los nazis matasen a un alumno suyo, Karl Hilferding:
«En memoria de los incontables hombres y mujeres de todos los credos, naciones y razas que cayeron víctimas de la creencia fascista y comunista en Leyes Inexorables del Destino Histórico» (Popper, 2015; 3). Esas Leyes Inexorables del Destino Histórico, como las denomina en la dedicatoria, son las que el historicismo cree que existen en la Historia y la rigen por encima de la voluntad de los seres humanos. De tal manera que los defensores de ese historicismo «creen haber descubierto ciertas leyes de la Historia que les permiten profetizar el curso de los sucesos históricos» (Popper, 1994; 17). Esas profecías históricas se hallan fuera del radio del método científico, pues el futuro solo depende de nosotros mismos y nosotros no dependemos de ninguna necesidad histórica. El objetivo principal de todo historicismo será: «aligerar a los hombres del peso de sus responsabilidades» (Popper, 1994; 18). Popper encuentra el origen en Homero, que consideraba la Historia como un producto de la voluntad divina, cuyo destino final se mantenía en secreto para la mayoría de los seres humanos, excepto para los oráculos que podían interpretar las señales. Luego la Historia y la realidad se rigen por «fuerzas ocultas entre bambalinas» (Popper, 1994; 26). Relacionado con el historicismo se encuentran las TdC, pues considera que éstas son anteriores a aquél e influyeron en su nacimiento. De esta manera nos dejó escrito que: « una teoría ampliamente difundida pero que presupone lo que es, a nuestro juicio, el opuesto mismo del verdadero objetico de las ciencias sociales: nos referimos a lo que hemos dado en llamar teoría conspirativa de la sociedad [11]» (Popper, 1994; 280).
Lo que subyace en todas las TdC es que: «Todo lo que ocurre en la sociedad ―especialmente los sucesos que no gustan a la gente: guerras, pobreza, paro, miseria, epidemias, etcétera― es el resultado del plan directo de algunos individuos y grupos poderosos» (Popper, 1994; 280). Esta cuestión la mantiene en el tiempo y en diferentes obras, así la encontraremos cronológicamente en la página 280 de La sociedad abierta y sus enemigos, escrita en 1945, y la conserva en la página 409 de Conjeturas y refutaciones, que es de 1963, y revisada por él mismo en 1972. Más adelante va a defender que las TdC son anteriores al historicismo y que «la forma teísta [del historicismo] es un producto derivado de la TdC. En sus formas modernas es un resultado típico de la secularización de una superstición religiosa» (Popper, 1994; 280). Es una conclusión parecida a la que llegarán ciertos antropólogos que consideran las TdC como pensamiento mágico secularizado. De ahí que «los fenómenos sociales se explican cuando se descubre a los hombres o entidades colectivas que se hallan interesados en el acaecimiento de dichos fenómenos, y que han trabajado y conspirando para producirlo» [12] (Popper, 1994; 280). Los dioses grecolatinos han desaparecido y han sido sustituidos por hombres o grupos misteriosos y muy poderosos, casi divinos: los sabios ancianos de Sion, los monopolistas, los capitalistas o imperialistas, los masones, las brujas y diablos, etcétera; es decir, una cadena de siniestros grupos cuya perversidad es responsable de los males que sufrimos.
Karl Popper definió las TdC como discursos cerrados y autoafirmativos, por lo que no son científicas, ya que no pueden ser falsables y se presentan como irrefutables, una característica para Popper acientífica. A esto adelantó para el resto de investigadores cinco pilares comunes sobre las que se sustentaban. Así, podemos enumerar como primera característica que existen una serie de fuerzas ocultas que manejan nuestro destino, ocultas detrás de las cortinas del escenario del mundo. La segunda sería que todo lo que ocurre, principalmente lo relativo a nuestras desgracias, es el resultado de los planes de individuos y grupos poderosos, por lo que todo lo que sucede es intencionado, es causado, y no deja lugar al azar ni al accidente ni a la casualidad. La tercera, que se consideran infalibles e ilimitadas en el tiempo y en el espacio; es decir, se presentan como universales e infalibles, cuando las realmente existentes han sido falibles y limitadas en el tiempo y el espacio. La cuarta es que toda TdC permite a los creyentes y dirigentes sociales que las crearon, descargarse de la responsabilidad que pudiera recaer sobre ellos. Y la última, que todas las TdC no dejan de ser la secularización de una superstición religiosas; o sea, las TdC descienden del pensamiento mágico secularizado. Umberto Eco, setenta años después, escribió sobre la vigencia de las enseñanzas de Popper respecto a las TdC:
Hay muchas conspiraciones pequeñas […]. Pero la paranoia de la conspiración universal es más poderosa porque es eterna. Nunca se puede descubrir porque no se sabe quién participa. Es una tentación psicológica de nuestra especie. Karl Popper escribió un excelente ensayo sobre eso, donde dijo que empezó con Homero. Todo lo que pasa en Troya fue planeado la víspera en la cima del Olimpo por los dioses. Es una forma de no sentirse responsable de algo (Eco, ABC, 28 de abril de 2015).
Karl Popper, al igual que Mannheim, abordó las TdC desde el nacimiento del fascismo y el nazismo, así como las secuelas de los campos de exterminio nazis. Setenta años después de sus conclusiones, el número de incondicionales es legión. Citaremos al magnate George Soros que ha creado una fundación basada en los principios expuestos por Karl Popper, la Open Society Foundations, o el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa14 que ha manifestado varias veces su adhesión a las tesis del filósofo, o el filósofo italiano Umberto Eco que, en lo que respecta a las TdC, considera a Popper como un referente.
2º- Las investigadores de las TdC hasta el final de la Guerra Fría
En plena Guerra Fría, considero que Richard Hofstadter y Fredric Jameson fueron los pensadores que mejor abordaron las TdC; el primero desde el punto de vista de los elementos del discurso político y el segundo desde el análisis de la cultura y sus expresiones. Comenzaremos por Hofstadter, que fue seguidor de Max Weber, Sigmund Freud, Karl Mannheim y la Escuela de Frankfurt, recibió dos veces el premio Pulitzer: la primera en 1956 por The Age of Reform, y la segunda en 1964 por Ant-Intellectualism in American Life. Su análisis del pensamiento conspiranoico de la política americana, lo dejó reflejado en The Paranoid Style in American Politics and Other Essays y en «The Paranoid Style in American politics», publicado en Harper´s Magazine, en Noviembre de 1964. Este ensayo, el primero donde exponía sus ideas, nacía en un momento crítico de la política norteamericana: por un lado, el reciente magnicidio del presidente John F. Kennedy y el aluvión de TdC que surgieron por doquier sobre el mismo; por otro, el estilo de debate y polémica que se dio el candidato de los republicanos, Barry Goldwater [13], cuyo estilo de discurso lo tenía muy reciente Hofstadter, pues Goldwater se presentaba a las elecciones presidenciales de 1964. Richard Hofstadter analizó las TdC que nacieron en su tiempo, desde el magnicidio de John F. Kennedy a la creencia de que el ataque de Pearl Harbor pudo haber sido un hecho conocido por Franklin Delano Roosevelt y no se actuó; pasando por el nacimiento de John Birch Society, una de las sociedades ultraderechistas que usan las conspiraciones como interpretación de lo real y motor de la Historia; las constantes conspiraciones, reales e imaginarias, de McCarthy o de Robert H. Welch; o la retórica citada del aspirante republicano a la presidencia, Barry Goldwater. De esta manera, Hofstadter pudo comprobar la influencia política que puede conseguir una minoría, incluso un grupúsculo, cuando apela a las animosidades y pasiones. Aunque no es un estilo del todo nuevo ni centrado en exclusiva en la extrema derecha, Hofstadter parte de que esa posición política es el origen de ese estilo, que él denominó «estilo paranoico» porque no encuentra: «otra palabra que evoque adecuadamente el exagerado acaloramiento, la desconfianza y la fantasía conspirativa que tengo en mente» (Hofstadter, 1964; 77). También quiso dejar claro que el empleo de ese término nada tenía que ver con un sentido clínico y enfatiza que «tiene más que ver con la forma con que se defienden estas ideas que con la verdad o falsedad de las mismas» [14] (Hofstadter, 1964; 77).
En sus ensayos explora la influencia de las TdC en los movimientos de descontento a lo largo de la historia estadounidense. Nos muestra la paranoia política de sus dirigentes y élites contra las Luces. «Intelectualidad subversiva» se vino a denominar a los seguidores de los principios de la Ilustración, que Hofstadter abordó en el ensayo que ganó el Pulitzer en 1964, Ant-Intellectualism in American Life. También dirigió sus críticas contra las construcciones conspirativas en las que implican a la francmasonería, al reflejar la desconfianza ante las uniones de gremios, corporativas, pues se refieren a ellas como corporaciones subversivas. En resumen: para Richard Hofstadter el origen del pensamiento conspiratorio, del estilo paranoide, se encuentra en la extrema derecha, pero se ha instalado en casi todas las tendencias políticas; ya que apela a animosidades y pasiones, se olvida de la razón, emplea un excesivo acaloramiento y desconfianza, y no tiene que ver con un sentido clínico, sino con la forma que se defienden las ideas, independientemente de su veracidad. Así, el objetivo de Hofstadter será:
[E]stoy interesado en comprender nuestra psicología política a través de nuestra retórica política. El estilo paranoico es un fenómeno antiguo y recurrente en nuestra vida pública que frecuentemente se ha relacionado con sospechosos movimientos de descontento» (Hofstadter, 1964; 77).
Hofstadter considera que hay dos elementos que van a perdurar en el discurso conspiranoico: primero, la defensa de la economía nacional frente a la apertura de mercados o cualquier institución internacional, sesgo de políticas de extrema derecha que se ciñen al marco estricto del estado nacional nacido en el siglo XVIII; lo segundo, una visión de la Historia como producto de las conspiraciones, la historia detrás de la Historia, «entre bambalinas», como apuntaba Popper.
No sólo será Goldwater quien empleará esa retórica, también se podía observar constantemente en el senador Joseph McCarthy y su caza de brujas. Así, en su alegato ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas presentó esa gran conspiración:
[La situación política] es el resultado de una conspiración a tan gran escala que toda la historia precedente del hombre queda empequeñecida. Una infame conspiración tan oscura que una vez descubierta sus promotores será siempre merecedores de las maldiciones de todos los hombres honestos» (McCarthy, 1951).
Hofstadter defiende el origen de este estilo desde la fundación de los Estados Unidos como estado independiente, pues la conspiración será una seña de identidad del nuevo pueblo que se constituía como nación. Se construye defendiéndose de elementos conspiradores que quieren impedir su independencia y el éxito como Estado-nación. Muestras de eso las encuentra en los discursos de diferentes movimientos políticos, sociales y económicos a lo largo de los años con una serie de agentes conspiradores comunes: el iluminismo y la masonería serán considerados como eternos conspiradores contra los buenos ciudadanos temerosos de Dios; también el Papa y los jesuitas serán agentes conspiradores que pretenden socavar los principios protestantes de su cultura y joven nación; la creencia entre algunos portavoces del abolicionismo que consideraban que la nación estaba sometida a una conspiración de los dueños de esclavos; en los textos alarmistas contra determinadas sectas o proveniente de éstas mismas; el movimiento contra el Billete Verde [15], movimiento contra la Reserva Federal, que reflejaba una defensa del Estado frente a la Unión, ya que el billete reflejaba el poder de un ente superior al municipio, condado o estado; y por último, algunos populistas que construyeron una supuesta conspiración de los banqueros internacionales y los fabricantes de armas en la I Guerra Mundial contra los Estados Unidos.
A partir de aquí, Richard Hofstadter nos introdujo en las propias tripas de las TdC mostrándonos una serie de personajes comunes: la figura del iluminado o elegido o portavoz paranoide, el intérprete de signos o indicios, que se comporta como un oráculo [16]; y la otra figura será la del renegado o el agente doble, que permite informar desde dentro de la conspiración de los movimientos e identidad de los agentes conspiradores [17]. Así mismo, nos mostrará otra característica en el relato conspiranoide: el lenguaje pedante en sus textos, que adoptan la maniobra de presentar una colosal bibliografía, con infinidad de notas a pie de página y una erudición inusitada. Y considera que McCarthy fue pionero:
Las 96 páginas del folleto de McCarthy […] contiene no menos de 313 referencias […]. El movimiento de derechas de nuestro tiempo es un desfile de expertos, grupos de estudio, de monografías, notas al pie y extensa bibliografía. A veces, la búsqueda de profundidad académica y una visión inclusiva del mundo por parte del ala derecha tiene consecuencias alarmantes: el señor Welch, por ejemplo, denunció que la popularidad de la obra de Arnold Toynbee era consecuencia de un complot por parte de la Sociedad de los Fabianos y varios miembros del establishment angloamericano liberal, con la finalidad de eclipsar el trabajo mucho más esclarecedor y veraz de Oswald Spengler (Hofstadter, 1964; 82).
Así, a todas las características citadas anteriormente hay que añadir el estudio por primera vez de la argumentación conspiranoica, que Hofstadter la encuentra repleta de sesgos y falacias: primero con los sesgos de confirmación y de atribución; luego las falacias de la «inversión de la carga de la prueba» o ad-ignorantiam empleada por McCarthy y el fiscal Garrison; después, las Post hoc ergo propter hoc y Cui Protest?
A Richard Hofstadter he de sumar los estudios de Fredric Jameson respecto a las TdC, principalmente en The geopolitical aesthetic (1992), donde acuñó para su análisis el concepto de mapeo cognitivo o cartografía cognitiva, como la forma rudimentaria de interpretar la realidad por parte de los constructores y de los creyentes en TdC. Hofstadter, como expuse, había avanzado en el estudio de las TdC el análisis de su retórica grandilocuente, del uso de los sesgos y de las falacias para defender esos discursos cerrados y autoafirmativos. Además de mostrarnos cómo se podían convertir en una forma identitaria en la construcción de una nación, nos señaló el uso como defensa contra enemigos internos y externos, que se convertirían en los bucos emisarios. Ahora, Jameson lo desplaza más allá de las fronteras norteamericanas y del discurso político de la extrema derecha, para defender que las nuevas técnicas de comunicación, en esa avalancha de información y desinformación, habían convertido las TdC en una forma básica, rudimentaria de analizar la realidad, en una técnica de mapeo cognitivo o cartografía cognitiva.
Esta técnica la recogió Jameson de la psicología social y experimental de Edward Chace Tolman, Universidad de California-Berkeley, al comienzo de la Guerra Fría, siendo ese mapeo cognitivo el medio por el cual las personas procesan su entorno, resuelven sus problemas y utilizan la memoria. Más tarde, el arquitecto Kevin Lynch trasladó ese mapeo cognitivo del laboratorio a la ciudad, principalmente en The imagen of the City (1960). Lynch partía de que cuando estalló la explosión demográfica, la ciudad se convirtió en un monstruo de dimensiones inabarcables, impersonal y alejado de la escala humana del paseante. Como alternativa se imaginaba ciudades de tamaño más reducido e integrada en el entorno rural o, en el caso de ciertos sociólogos de la Escuela de Chicago[18], la vida en el barrio como alternativa. Lynch concretó en su obra la posibilidad de sentir con rapidez que la ciudad estaba bajo nuestro control. Los psicólogos sociales sustituirán la ciudad por la realidad, por lo que para ellos el mapeo consistirá en sentir con rapidez que es la realidad la que está bajo control, como un túnel de la mente que busca el mínimo esfuerzo [19]. Así, las teorías de Kevin Lynch sobre el urbanismo tuvieron una repercusión en psicología social con su ya clásica distinción de los elementos de la imagen urbana (sendas, hitos, mojones, límites y barrios) [20], en esa metáfora del recorrido que nos haga sentir que tenemos la ciudad controlada. Después, los psicólogos sociales sustituyeron la ciudad por la realidad al completo, por lo que los elementos urbanos de Lynch pasaron a formar parte de la investigación psicológica de los mapas cognitivos. De tal manera que lo importarte no es estar, sino transitar, entrar para salir, llegar para marcharse. Se diría que su ciudadano ejemplar fuese el taxista, que recorre la ciudad incansablemente sin llegar nunca a sitio alguno, sin detenerse, sin entrar en ningún lugar. Años más tarde, Roger M. Downs y David Stea procedieron a divulgar las ideas de Lynch en Imagen and Environment (1973) y Maps in Minds: Reflections on Cognitive Mapping (1977) y lanzaron el nuevo concepto de behavioral setting, «ajustes de comportamiento», en un diálogo del diseño arquitectónico con las ciencias del comportamiento. De ahí la importancia del mapeo cognitivo para ellos, que lo definirían de la siguiente manera:
El mapa cognitivo es un constructo que abarca aquellos procesos que posibilitan a la gente adquirir, codificar, almacenar, recordar y manipular la información sobre la naturaleza de su entorno. Esta información se refiere a los atributos y localizaciones relativas de la gente y los objetos del entorno, y es un componente esencial en los procesos adaptativo y de toma de decisiones espaciales (Downs y Stea; 73; 312).
El sujeto de estudio de Downs y Stea será el hombre desplazándose en la ciudad o moviéndose en el mundo guiado en todo momento por sus imágenes perceptuales, que constituye un hecho real de la vida cotidiana, presentándonos un ser humano con capacidad limitada para fijar información, así como con tiempo también limitado para tomar decisiones, en una tendencia humana irrefrenable a construir esquemas y categorías de reducción. Después de las investigaciones citadas de Tolman, Lynch, Downs y Stea, Fredric Jameson recogió sus aportaciones y utilizó el concepto de mapeo cognitivo como un método cognitivo, que comprende un conjunto de herramientas simbólicas, estrechamente relacionadas, adecuadas para una representación esquemática del conocimiento. Teniendo esto en cuenta, Jameson usará el término de mapa cognitivo al referirse a los constructos conspirativos en el mundo actual, principalmente en su obra La estética geopolítica, aunque ya en El posmodernismo y la lógica cultural nos adelantaba:
De esta manera retomo mi argumento principal, de que esta última mutación del espacio ―el hiperespacio moderno― al fin ha logrado trascender las capacidades del cuerpo humano individual para ubicarse, para organizar mediante la percepción sus alrededores inmediatos, y para encontrar su posición mediante la cognición en un mundo exterior del cual se pueda trazar un mapa. Y ya he señalado que este alarmante punto de disyunción entre el cuerpo y su ambiente construido… puede erigirse en el símbolo y la analogía de ese dilema aún más agudo que consiste en la incapacidad de nuestras mente, al menos por el momento, para trazar el mapa de la gran red global multinacional de las comunicaciones descentralizadas en que nos encontramos atrapados como sujetos individuales [21] (Jameson, 1991; 97).
Su posición, pues, respecto a las TdC hay que enmarcarla dentro de los estudios que realiza sobre la posmodernidad [22]. Parte de que vivimos en un modo de producción que se identifica con el capitalismo tardío [23], que es su economía política, de ahí surge una forma cultural que le es propia, a la que denomina posmodernidad, con una serie de características nuevas respecto a la etapa precedente. En la época previa al fin de la Guerra Fría, el cine era el arte por excelencia de esa posmodernidad, principalmente porque en su interior habían desaparecido las precarias distinciones entre gran arte y arte menor. Del análisis de varias películas cuyo eje principal era la conspiración, van a surgir sus argumentos sobre las TdC. Así, partiendo de las conclusiones, que podríamos denominar clásicas, de Louis Althusser sobre los Aparatos Ideológicos del Estado (AIE) [24], Jameson nos dirá que Althusser describió tres términos fundamentales de la ideología: «el sujeto individual, lo real y la proyección imaginaria que hace el sujeto de la relación del primero con el segundo» (Jameson, 1995; 23). De aquí nace su concepto de cartografía cognoscitiva, para definir o concretar el tercer término descrito por Althusser, que viene a ser una serie de conceptos capaces de relacionar lo psíquico con lo social dentro de la ideología, pues los AIE funcionan mediante la ideología, que a su vez no tiene historia, pues es eterna, al interpelar siempre a los individuos (desde el ser individual) como sujetos; es decir, como «un instrumento conceptual para comprender nuestro nuevo Estar-en-el-mundo» (Jameson, 1995; 24). El elemento conspirativo sería, pues, un intento del inconsciente político de pensar un sistema tan vasto y complejo que escapa a las categorías históricas de percepción y conocimiento. Un intento de comprender la totalidad social, por el que se aventuran hipótesis y se trazan mapas cognitivos en busca de comprensión. Ese mapeo de lo real vendría a ser:
[L]a vista de pájaro de Víctor Hugo sobre Waterloo, en Los miserables […] La multitud, las masas de la plaza vistas desde arriba, literalmente a vista de pájaro, el maniobrar silencioso de grandes ejércitos frente a frente ―por ejemplo las películas de Espartaco (1960) o Guerra y paz (1968)―» (Jameson, 1995; 25).
Es decir, para Jameson la cartografía cognoscitiva o mapeo cognoscitivo es la forma básica del tercer elemento que Althusser asignaba a la ideología: la proyección imaginaria que hace el sujeto individual de su relación con la realidad. Al entender de Jameson, la aparición de las TdC posee dos características negativas: primero, no explican la auténtica complejidad de la historia, la política o la economía; segundo, ignoran los problemas reales y desvirtúan el funcionamiento del sistema económico y político, al culpar de todo mal a unos supuestos poderes ocultos, por lo que su consecuencia es el inmovilismo político. De tal manera que lo defendido por Jameson en 1992 adelanta lo expuesto diez años más tarde, desde una óptica marxista heterodoxa, por Michael Hardt y Toni Negri en Imperio:
Que la manipulación de la política por parte de los medios y otras organizaciones no democráticas sea necesariamente controlada por la mente en la sombra de un villano, sea del tipo del Club Bilderberg o Moriarti, pues no existe un único lugar de control. Sin embargo, el espectáculo generalmente funciona como si realmente existiera tal punto de control central. (Hardt y Negri, 2005; 345).
Ambos autores, refiriéndose a Jameson, nos dicen que las TdC son:
[U]n mecanismo tosco pero efectivo para aproximarse al funcionamiento de la realidad. El espectáculo de la política funciona como si los medios, las fuerzas armadas, el gobierno, las instituciones financieras globales, etcétera, estuvieran consciente y directamente dirigidas por un único poder, aunque en realidad no lo estén (Hardt y Negri, 2005; 346).
Esto tendrá relación con la propia distribución del poder real, ya que no existe un foco concreto de poder donde esté situada la toma de decisiones, un punto de poder central, pese a que la realidad mercantilizada así nos lo parece sugerir. Sin embargo, la realidad es que el poder está diseminados en muchos centros [25]. De ahí que la interpretación de la realidad, como nos sugieren Hardt y Negri, nos hace creer que los medios de comunicación, las fuerzas armadas, las policiales, el gobierno central y local, las instituciones financieras globales, etcétera, estuvieran conscientemente dirigidas por un único poder, aunque en realidad no lo estén, es una forma de pensar tosca, simplista, de interpretación de lo que nos rodea.
La figura de la conspiración, para Jameson se presenta como un intento de pensar un sistema vasto que no puede abarcarse con las categorías de percepción desarrolladas históricamente, con las que los seres humanos se orientan normalmente. El espacio y la demografía ofrecen los atajos más rápidos para salvar esta dificultad perceptiva; es decir, son los túneles de la mente que buscan el mínimo esfuerzo. Esto es porque existe un límite en la capacidad humana, un límite estructural de la memoria, y más en estos momentos en los que somos bombardeados por miles de datos informativos. De ahí que nuestra capacidad se satura y necesitamos explicaciones sencillas para comprender la complejidad real. De esta manera, Fredric Jameson ha sugerido que las narrativas de conspiración —desde las películas de Hollywood a los thrillers populares— son una expresión de la incapacidad de las personas para dar sentido al mundo tan complejo que les rodea en la era de la globalización. Así, la gente recurre a este tipo de historias porque ofrecen una manera de enlazar la interminable avalancha de sonidos y datos en una trama sencilla que resulte coherente y clarificadora. Sin embargo, aunque prometen esa claridad, en realidad solo mistifican lo que ocurre, por lo que el intento de ubicarnos sea aún más difícil. De esta manera consiguen conectar lo colectivo con lo epistemológico, y aflorarán las características del pensamiento conspiratorio: todo está conectado, nada es al azar, y las nuevas tecnologías son la nueva red que nos envuelve. Podríamos aventurarnos a asegurar que todo el planteamiento de Jameson se resumiría en que las TdC y el pensamiento conspiratorio no es más que una dirección abreviada de lo que ocurre en la realidad; es decir, una cartografía simplificada y a vista de pájaro para poder guiarnos en el mundo que nos rodea.
3º- Los análisis de las TdC posteriores a la Caída del Muro y al 11-S
Considera el profesor Luis Vega Reñón [26] que la profesión más preocupada actualmente por una argumentación correcta era la de Derecho, en especial los especialistas en Filosofía del Derecho [27]. Sin embargo, he de añadir que a estos se unen con fuerza ciertos periodistas de investigación ―ya que la argumentación sesgada, la construcción de la posverdad, de fake-news, de interpretaciones distorsionadas y sin contrastar de la realidad se dan principalmente en su filas― y profesores de Filosofía o de Estudios Culturales. Entre los primeros citaremos a los periodistas de investigación Alexander Cockburn y Michael Collon; y del profesorado a Peter Knight (Universidad de Manchester), Timothy Meiller (Universidad de Florida), Frank Furedi (Universidad de Kent) y John Molyneux (Universidad de Portsmouth).
Alexander Cockburn estudió las TdC partiendo de las versiones del 11-S opuestas a la versión oficial, sobre todo al analizar como todas ellas poseían el mismo punto de arranque: negar las pruebas presentadas. Y que ante cualquier evidencia de su equívoco, utilizan hipótesis ad-hoc a cada cual más inverosímil. En lo que más críticas vierte Cockburn es que después de la Caída del Muro y del 11-S, la izquierda parece haber abandonado el materialismo histórico o cualquier teoría del conflicto en favor de las TdC para interpretar la realidad. Así, se lamenta:
No hay duda, desde que llegué aquí [a los Estados Unidos] a principios de los 70, las cosas han ido cuesta abajo. La izquierda está en una situación terrible. ¿Cuál es la principal obsesión de la izquierda en estos momentos? Pienso que la loca idea de que Bush y Cheney organizaron el ataque contra el World Trade Center. Creo que es una locura. […] solo pienso en las teorías que tienen, de que ningún avión golpeó el Pentágono. Es de chiflados. Es como creer en platillos volantes (Cockburn, 2016) [28].
No solo se centró en los teóricos de la conspiración del 11-S, también criticó a los buscadores de verdades en el asesinato de John F. Kennedy, ya que consideraba que la izquierda no podía perder el tiempo en esas cuestiones, que solo conducían al fracaso. De ahí que termine denominándolos sin ambages «los Chiflados de las conspiraciones». En lo que va a destacar Cockburn, al igual que anteriormente Hofstadter, es en el análisis del discurso conspiratorio, en el que destaca el abuso que realizan del condicional, así como el uso constante del sesgo de atribución [29] que se une al sesgo de confirmación ya citado. A esto, Cockburn añade que muchas de las TdC se han construido alrededor de una anomalía, de un errant data, de un punto sin explicar por la teoría oficial, y que eso es una forma errónea de argumentar. Añade que los constructores de conspiraciones operan igual que esos investigadores que indagan en las sentencias de los condenados a muerte, ya que buscan alguna anomalía y sobre está basan otra interpretación de los hechos, pero desvirtúan el sentido de las conclusiones:
Cualquiera que esté familiarizado con lo criminal, especialmente con la defensa de la pena de muerte, sabrá que hay siempre irregularidades que la acusación no puede aprovechar y que los equipos que llevan la defensa pueden explotar con la esperanza de convencer a un jurado en la fase de imposición de penas en un juicio. Una y otra vez yo pude ver a los equipos de la defensa pasar días y semanas, incluso meses, rastreando un posible eslabón vulnerable en la cadena de evidencias por donde pudiera atacarse, al menos a un nivel fundamental, que pudiera crear una “duda razonable” en la mente de un miembro del jurado. […] Pero cuando un equipo de defensa de la pena de muerte se centra de forma minuciosa en un eslabón tan débil, provoca a menudo una visión distorsionada de todo el caso (Cockburn, Rebelión, 17 de septiembre de 2006) [30].
Siempre que aparezcan supuestas anomalías, lo buscadores de verdades nos dirán que poseen pruebas frescas o «cuestiones inquietantes». Las mismas no dejan de ser coincidencias y las suelen forzarlas en secuencias deductivas, a veces con saltos deductivos, que ellos estiman lógicas e importantes. A esto añaden indicios imaginados en documentos y fotos, «torturando los datos hasta que los datos acaban confesando» (Corkburn, 2006).
El otro periodista de investigación que se une a Cockburn es Michel Collon que destapó una trama ficticia en la que se denunciaba que los disturbios del Tibet en 2008, habían sido provocados por soldados del Ejército Popular chino disfrazados de monjes budistas. Así, Collon considera que los medios de comunicación dominantes desinforman sistemáticamente sobre los conflictos, aplicando los principios de la propaganda de guerra. De esta manera, Collon defiende que las TdC entran dentro de esa desinformación sistemática y se articulan alrededor de este esquema:
La “gran conspiración” es tramada por fuerzas maléficas con poderes gigantescos y casi sobrenaturales; esta maquinación invade todos los poderes: políticos, educativos, mediáticos, religiosos, por lo que todo el Estado queda invadido. Es por eso que no se habla de ello: el silencio ha sido bien organizado y orquestado, lo que confirma la influencia de los conspiradores. En este universo, el género humano verá muy pronto al “bien” triunfar sobre el “mal”. Se trata pues de alinearse en el lado bueno (Collon, 2016a).
Ante los planteamientos expuestos de Cockburn y Hofstadter, Collon dará un paso más, pues analiza que esas TdC surgen en determinadas épocas históricas. Y si están renaciendo con fuerza en estos momentos es porque se dan de nuevo las circunstancias históricas que las propiciaron; es decir, en los periodos de crisis y de desarrollo ideológico se asiste siempre a un recrudecimiento en la creencia en algún complot. Actualmente nos encontramos en uno de esos periodos: crisis política y económica; sensibilidad por los riesgos que lleva aparejados ―cambio climático, guerras, fundamentalismos…―; la pérdida de credibilidad de los medios oficiales; el hundimiento de los partidos de izquierda y la desaparición del análisis objetivo de la realidad desde los parámetros marcados por los diferentes intereses de las clases sociales. De esta manera, Collon comparará el análisis conspiratorio de la Historia y el materialismo histórico y concluye que: «el conspiracionismo es una forma de derrotismo y en el fondo hace el juego a los patrones y a la explotación» (Collon, 2016a). El conspiracionismo para Collon no permite comprender la Historia, tampoco las guerras, ni la realidad en la que nos movemos.
En cuanto a los profesores universitarios que han abordado las TdC comencemos por John Molyneux, pues considera como Collon que las TdC aparecen por todas partes en esos momentos de crisis y que la sociedad tal y como la conocemos se está desmoronando. Con Cockburn coincide en que las TdC como método de analizar la realidad surgen porque la izquierda y el movimiento obrero son débiles y sus organizaciones carecen de rumbo. Y coincide con ambos en que las TdC como método de interpretar el mundo son un obstáculo y no son una guía fiable para la acción ni el cambio social. A este respecto su pensamiento se resume en ocho puntos que publicó en el ensayo «¿Qué falla en las teorías de la conspiración?». En él comparó el materialismo histórico con las TdC, para mostrar la inferioridad de éstas a la hora de interpretar la realidad. Así, destaca los siguientes puntos:
1º- Las TdC se basan en un conocimiento «especial» y «oculto»; sin embargo el materialismo histórico se apoya en hechos conocidos y de fácil acceso para la mayoría de la población […];
2º- Las TdC mantienen que el mundo lo gobierna una minoría en la sombra, el materialismo histórico habla de sus clases dirigentes […];
3º- Las TdC tienen una visión de que el grupo gobernante se cohesiona a través del contacto personal y que todos están relacionados e implicados, en el materialismo histórico son los intereses comunes de las clases dominantes […];
4º- El estudio de la Lógica de acumulación del capital nos permite no solo entender lo que une a las clases dominantes, sino también comprender que las separa y las contradicciones internas del modo de producción […]; sin embargo, las TdC sobrevaloran constantemente la unidad (y también la fuerza) de nuestros gobernantes […];
5º- [Para los constructores de conspiraciones] la historia es una sucesión de conspiraciones ocultas, no son útiles, pues, en caracterizar o explicar los patrones generales del cambio social e histórico […];
6º- TdC no generan una estrategia de acción práctica, de praxis, para cambiar el mundo, excepto la información a la gente de tal conspiración […];
7º- Un rasgo común de los teóricos de las conspiraciones es su doble moral […] simplemente puede hacer su propia interpretación o explicación, sin ninguna prueba o evidencia seria […];
8º- […] Muchas TdC tienen en su núcleo un elemento de racismo, por lo general de antisemitismo. […] (Molyneux, 2011).
John Malyneux también denuncia la doble moral de los constructores de conspiraciones, pues cuando se trata de pruebas que demuestran sus errores son rechazadas de plano y solo aceptan aquellas, aunque solo sean indicios o vestigios, que le son favorables; es el ya citado sesgo de confirmación.
El profesor Frank Furedi se suma a los anteriores y se centra en algunos elementos de las TdC, concretamente en aquellos que muestran el paralelismo con el pensamiento en la Edad Media. Considera que en esa época, todo lo que provocaba desgracias no ocurría por casualidad, ya que no creían en el azar, por lo que pensaban que eran causados intencionalmente. El agente causante, al tener un resultado lesivo para la persona, era una fuerza malévola, si el resultado hubiese sido beneficioso, entonces el agente causante era una fuerza divina benefactora. Furedi asegura que esta perspectiva primitiva no se eliminó de nuestra forma de pensar; al contrario, considera que está volviendo. Aquí también se sitúa con Collon, Malyneux y Cockburn, cuando defienden que en las sociedades actuales, el compromiso crítico con la vida pública, por esa influencia del pensamiento conspiratorio, es sustituido por una búsqueda de lo oculto; es decir, los medios de masas y sus programaciones no ayudan, pues alimentan que lo importante hoy en día no es lo que las figuras públicas dicen realmente, sino lo que ocultan en realidad. Esto incita al público a buscar motivos ocultos y muchos buscan explicaciones en el reino de las conspiraciones. Así mismo, Furedi considera que el pensamiento conspirativo que nace en la extrema derecha, actualmente inunda los conceptos de análisis de la extrema izquierda. Así nos dice:
Hoy en día el movimiento antiglobalización y anticapitalista no está menos ligado a la política de la conspiración que sus oponentes de la extrema derecha. Desde su perspectiva una vasta conspiración neoconservadora global se ha convertido en una explicación para todos los males que afligen nuestros tiempos […]. La cosmovisión simplista del pensamiento conspirativo ayuda a fomentar la sospecha y la desconfianza hacia el dominio de la política. Desplaza un compromiso crítico con la vida pública con una búsqueda destructiva de la agenda oculta. […] Una búsqueda constante de la historia detrás de la Historia nos distrae de realmente escucharnos unos a otros y ver el mundo como realmente es» (Furedi, 2005; 16.11).
Furedi (2008) nos indica que un evento mundial importante crea una demanda de explicaciones, lo que provoca un aluvión de respuestas que intentan evitar las responsabilidades, lo que denomina «no fui yo». Así, nos señala una serie de ejemplos actuales que lo muestran: Bush ante la crisis culpó al crédito fácil; Obama, a la política económica republicana; el candidato republicano McCain atacó a los reguladores por crear la crisis. En Gran Bretaña, nos dice que Cameron culpaba al primer ministro laborista Brown, y éste a la economía mundial. Estas respuestas justificativas del «no fui yo», llevan generalmente a la búsqueda de chivos expiatorios. Así, tenemos las palabras del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, quién recicló el chivo expiatorio favorito de la historia, los judíos como causantes de la crisis.
A continuación sumaremos el planteamiento de Peter Knight (2000) desde la Universidad de Manchester. En sus investigaciones constata el hecho de que las TdC están por todas partes en la cultura americana desde el inicio de la Guerra Fría hasta nuestros días. Así, desde el momento posterior a la II Guerra Mundial, ha nacido una amplia sospecha de que fuerzas siniestras están conspirando para tomar el control del destino de la nación norteamericana y, por tanto, de la humanidad. Ya no se trataría de un asunto exclusivo de chiflados de extrema derecha, sino que se presenta como una respuesta a un mundo amenazado y globalizado en el que todo parece estar relacionado. Peter Knight parte del análisis de las TdC desde el nacimiento en los Estados Unidos, como elemento importante de la construcción de la nación norteamericana como pueblo elegido, cuestión adelantada por Hofstadter. Las TdC, pues, serán un rasgo vinculado a la identidad nacional de los Estados Unidos, al nuevo estado naciente, al configurarse por el miedo contra los enemigos, reales o imaginarios, internos y externos. Peter Knight considera que las TdC y el pensamiento conspiratorio formaron parte de los ciudadanos de los Estados Unidos, como identidad nacional frente a los enemigos internos y externos que pretendían destruirles como nación. Esta situación da un inesperado giro con el asesinato de John F. Kennedy que provoca que el pensamiento conspiratorio sea visto como una especie de «paranoia creativa» ―término acuñado por Thomas Pynchon en Gravity´s Rainbow― y sea asumido por sectores de la nueva izquierda norteamericana como análisis de la realidad. Hasta tal punto se han extendido que las interpretaciones de la extrema derecha y de la extrema izquierda, coinciden en los que Peter Knight denomina, siguiendo a Michael Kelly (1995), «paranoia de fusión», cuestión que viene a significar que se han embadurnado los extremos políticos. Todo ello entreverado en una serie de características que las define en el fin del milenio: la conexión de todo lo existente, la Red como incontrolable, el Pánico moral y el miedo al control de la mente y del cuerpo, adornadas con predicciones del final de los tiempos, furor apocalíptico religioso, encarnación de alta tecnología del juicio final, fallo de los ordenadores en el sistema global. Así, las TdC se transforman en una máquina para imaginar con antelación el peor escenario posible de paranoia apocalíptica.
Terminaremos este bloque con Timothy Melley, pues considera que en el siglo XXI todo parece conectado por un teléfono inteligente y una red social. Esto hace casi imposible mantener la individualidad, por lo que ésta se ha convertido en una preocupación importante de todo ciudadano, al considerarla amenazada por esta red de interconexión y posiblemente de manipulación, como la mayoría considera. De ahí que la creencia en las TdC se convierta en un síntoma cultural en nuestro tiempo, de cómo ciertas personas percibe el poder y todo lo público. Esto conduce a la creencia de que la cultura actual se presenta ante nosotros como que las instituciones y fuerzas complejas nos son ajenas y contrarias, que manipulan y controlan nuestras acciones, cuerpo y movimientos, y pensamientos, manipulación mental. De ahí que toda TdC busca el epicentro del que emana el poder y todo discurso político actual las incluye de una forma u otra, así como incluye también la propia paranoia. De hecho, pocos eventos actuales y notables han escapado a ese análisis conspiratorio y a sus elementos constitutivos. Agency Panic [31] será el concepto por el que Melley designa la ansiedad, que él define y gradúa como intensa, en los sujetos de la época actual por la pérdida aparente de autonomía, ya que considera que el origen de dicha ansiedad se encuentra en la forma en que asumimos que las grandes organizaciones, sean multinacionales o instituciones supraestatales o agencias estatales puedan estar controlando nuestras vidas, influyendo en nuestras acciones o construyendo nuestros deseos, cuestión esta última que tiene que ver directamente con la industria de la publicidad y el entretenimiento. Es una ansiedad que se enmarca en el control social ejercido sobre los ciudadanos por todas las instituciones o agencias citadas, al considerar la conspiración como un amplio despliegue de controles sociales. El planteamiento de Melley sobre los constructores de conspiraciones nos lo mostró al oponerlos a los teóricos sociales, pues considera que cuando estos encuentran causas estructurales complejas en una sociedad, los otros tienden a localizar intenciones malévolas. De aquí que la posición de Melley respecto a las TdC podríamos resumirla en estos puntos: en primer lugar, la explosión de TdC desde el comienzo de la Guerra Fría es en parte una expresión de la ansiedad sobre la cultura de masas; en segundo lugar, la TdC siempre ha expresado sospechas sobre las autoridades tradicionales ―periodistas o dueños de los medios de comunicación, académicos, funcionarios del gobierno, principalmente agencias, policías y militares― y su poder para construir la llamada «historia oficial»; en tercer lugar, conviene recordar que las TdC contemporáneas son inseparables del surgimiento de esa inseguridad, física y psicológica, que provocó la Guerra Fría.
Conclusión: TDC, de la paranoia a lo lógico
Las conspiraciones han existido desde siempre, pero hoy «el complot ha sustituido la noción trágica de destino» (Piglia, 2003;54), o son el «vago sentimiento del destino y la idea de fuerzas ocultas entre bambalinas» (Popper, 1947;26). Lo que es evidente, siguiendo a Karl Mannheim y a Umberto Eco, es que en el manual de todo dictador hay una TdC y un chivo expiatorio que carga con las culpas de las desgracias que ocurren en la realidad y desvía la atención de las políticas aplicadas por los gobernantes. Esto provoca la creación de una TdC o Mito de la Conspiración que es «una forma retórica cerrada y autoconfirmatoria» (Popper, 1947; 26), que incluso obligó a Bertrand Russel (1952) y también a Carl Sagan (1997) a intervenir, para mostrar que se comportaban como pseudociencias en sus argumentaciones. En plena Guerra Fría, Richard Hofstadter señaló que las TdC formaban parte del discurso de la extrema derecha y que poseían su génesis en la creación de la identidad norteamericana frente a sus enemigos: los jesuitas y el Papa; los masones; las brujas, los demonios y los herejes; las monarquías europeas o los judíos. Asimismo, Hofstadter señaló una serie de características en la retórica: exceso de pedantería con intento de presentación como investigación científica; el uso constante del sesgo de confirmación; a lo que sumaba la utilización de falacias en la argumentación, principalmente las de la inversión de la carga de la prueba, ad-ignorantiam, así como las del Cui Protest? y Post hoc ergo proter hoc. Y también identificaba una serie de personajes que serán constantes en el relato conspiratorio: el del intérprete u oráculo moderno y la figura del renegado o agente doble.
Si estaba perfectamente claro que las TdC habían nacido en la retórica de la extrema derecha, en su «estilo paranoide» de hacer política, al decir de Hofstadter; después del magnicidio de Kennedy y la infinidad de TdC sobre el mismo, se produjo una ampliación de su uso. El primero en anunciarlo será el escritor Thomas Pynchon en 1973, en su novela Gravity´s Rainbow, cuando presentó el concepto de «paranoia creativa», como el uso de la interpretación conspiratoria de la realidad por parte de la izquierda; es decir, el estilo paranoide y las TdC habrían nacido en la extrema derecha, pero después del magnicidio de Kennedy, apareció una nueva izquierda norteamericana que comenzaba a utilizarlo para interpretar la realidad. Al final de la Guerra Fría, Fredric Jameson (1995) recogió el testigo en el estudio de las TdC y las enlazó con la posmodernidad, para concluir que el pensamiento conspiratorio era un mapeo cognitivo de la realidad, un análisis burdo o elemental de lo real para sentirnos seguros en un mundo que nos era ajeno. A partir de aquí y principalmente después del 11-S, Alexander Cockburn consideró que en el análisis del magnicidio de Kennedy, la izquierda comenzó a tontear con las TdC, pero que es después de la caída del Muro y del 11-S, cuando cayó en la trampa de abandonar el materialismo histórico en favor del conspiracionismo. Lo mismo ocurre con Michel Collon que propuso el regreso a los métodos científicos para luchar y vacunarse contra el conspiracionismo, pues éste sólo servía para informar de conspiraciones reales o ficticias, pero no era una guía válida para la acción. A estos se uniría John Malyneux que estableció sus ocho principios por los que el materialismo histórico era superior al conspiracionismo, y también consideraba que el conspiracionismo se había extendido a la izquierda como forma de interpretar la realidad. A continuación he estudiado al profesor Peter Knight, que nos mostró cómo los extremos políticos utilizaban los mismo andamios de las TdC, por lo que había recogido el concepto de Michel Kelly (1996) de «paranoia de fusión» para estudiar este momento en el que los extremos se tocaban. Knight también nos ilustrará con una serie de características de todas las TdC: la conexión de todo lo existente, la Red como incontrolable, el pánico moral y el miedo al control de la mente y/o el cuerpo, adornadas con predicciones del final de los tiempos, furor apocalíptico religioso, encarnación de alta tecnología del juicio final, fallo de los ordenadores en el sistema global. Después, el profesor Frank Furedi centrará sus investigaciones en que las TdC nos distraen de ver el mundo tal y como es, al mismo tiempo que eran una forma de exculpar al creyente en ellas con el «no fui yo». Y he cerrado el estudio con Timothy Melley que se ha centrado en su concepto de Agency Panic para mostrarnos las razones por las que nacían esas TdC en los momentos actuales.
La peligrosidad de interpretar la realidad como una conspiración radica en el desplazamiento de la paranoia desde lo patológico a lo lógico, desde la periferia lunática al centro de la atmósfera cultural. Es el instante en el que una comunidad de fe ―hasta grupos terroristas― o el propio Estado las hacen suyas y señalan a un chivo expiatorio como causante de los males sociales. Así, a lo largo de la Historia podemos mencionar las conspiraciones que consideraron a los cristianos en Roma como causantes de las desgracias y se les persiguió. Luego en la Edad Media se señaló a las brujas como chivo expiatorio, cuya TdC acarreó miles y miles de muertos ajusticiados, aun hoy en día se desconoce el número exacto. Le siguieron las conspiraciones de los masones, de los judíos ―que condujo a la Solución Final del nazismo― o de los herejes o de los enemigos del pueblo en los países del Este. Sin embargo, no debemos olvidar otras conspiraciones aparentemente menos peligrosas pero que han terminado con suicidios colectivos y masacres de otro tipo. Así, las TdC sobre extraterrestres que arribaban para dominarnos o salvarnos, ha conducido a suicidios colectivos como el de los seguidores de Bo y Peep, la secta de Rancho Santa Fe, en 1997, que se quitaron la vida para desprenderse de su cuerpo mortal y ascender en estado puro a la cola del cometa Hale Bopp, donde alegaban habitaban los seres superiores con los que querían encontrarse. O el fenómeno de las abducciones, que desde 1961 a 1992, tres millones setecientos mil estadounidenses dijeron haber sido víctimas de las mismas. Asimismo, existen grupos que han sustituido a los extraterrestres por el Banco Internacional, la ONU, el Gobierno Federal u otras instituciones supranacionales a las que acusan de sus males, como es el caso de las Milicias Norteamericanas paramilitares. En este caso tenemos el atentado de 1995 en Oklahoma City perpetrado por Timothy James McVeight y sus cómplices de las Milicias, por el que murieron 178 personas. Atentado que adelantó las matanzas que se han producido en nombre de la supremacía racial y contra las supuestas conspiraciones mundiales de los judíos, migrantes, negros, gitanos o musulmanes.
Así, pues, muchas de las conspiraciones que circulan por el ciberespacio no pasarían de ser cuestiones divertidas o propias de lunáticos; sin embargo, cualquier conspiración puede convertirse en peligrosa si traspasa el umbral que separa la periferia lunática y se sitúa en el centro de la atmósfera cultural, donde puede encontrar una comunidad de fe o colectivo que lo defienda; es decir, como he dicho anteriormente, citando a Chun (2006), lo paranoico se desplaza de lo patológico a lo lógico. La Historia nos ofrece diferentes ejemplos de este desplazamiento que resultó nefasto para la humanidad y condujo a genocidios, masacres o suicidios colectivos. De ahí que las TdC en sus diferentes formatos y mensajes no son inocentes. Hoy en día las vemos muy presentes en los discursos de muchos de nuestros políticos: Trump en Estados Unidos, donde el inmigrante es el buco emisario de muchos de los problemas sociales; Viktor Orbán en Hungría, que considera a los inmigrantes como invasores del territorio; lo mismo en Italia con Matteo Salvini o en Brasil con Jair Bolsorano, que consideran al inmigrante, como el culpable del desempleo y de la delincuencia, y niegan la posibilidad del multiculturalismo. Esa consideración del emigrante como invasor, es señalarlo como el nuevo buco emisario. De ahí que las matanzas recientes por tiroteos en los Estados Unidos se han producido bajo el argumento de frenar esa invasión, con el escalofriante dato de que se han alcanzado 250 tiroteos con un millar de víctimas, de las cuales la cuarta parte fueron cadáver y esto solo en el año 2019.
Alejandro M. Gallo, en dialnet.unirioja.es/
Notas:
1. Una encuesta realizada por la empresa de opinión Public Policy Polling, Carolina del Norte, sobre la facilidad con que nacen y se cree en las TdC, arrojó este resultado: el 37% cree que es un mito el calentamiento global; el 15% que la TV emite ondas por las que el gobierno nos controla; 13% que Obama era el Anticristo.
2. Fernando Broncano respecto a la posverdad nos dirá: «lo que realmente importa es que el otro crea […]. Al manipulador le es indiferentes la verdad o la falsedad, le son indiferentes los hechos y las evidencias» (Broncano, 2019; 152-3). En esas mismas páginas, Broncano ve paralelismo con la teoría jesuítica de la reserva mental, como un antecedente de la posverdad, que se definiría como que lo realmente importante es el que otro crea, pero termina sintetizando cualquier definición de posverdad con la sentencia «indiferencia a los hechos» (Broncano, 2019; 189).
3. Es decir, estamos hablando no de teorías científicas o conspiraciones reales, sino de «conspiraciones de ficción», conspiraciones que nunca han ocurrido; de ahí que en lugar de la terminología anglosajona de Conspiracy Theories, se empiece a considerar más adecuada la expresión alemana de Verschwörungmythen, mitos de la conspiración. Esta es la razón, por la que en mi conferencia impartida en la IX Jornada de Investigación Filosófica del 5 de abril de 2019, la titulé «Mitos de la conspiración: de la paranoia al genocidio».
4. La relación existente entre casualidad y causalidad en las conspiraciones es necesario aclararla, pues en las conspiraciones reales nunca queda excluida la casualidad, el azar o el accidente; sin embargo, en la creencia de las TdC, por el contrario, excluyen la casualidad, ya que en el mundo que dibujan no hay lugar para el azar o el accidente, al estar todo dirigido y controlado por ese grupo semipoderoso y secreto.
5. Samuel Shelton constituyó International Flat Earth Society en 1956. A su muerte en 1971 le sucedió Charles Johnson, pero, desde que éste falleció en 2001, el futuro de la sociedad es más incierto; sin embargo, unos años después, Oliver Ibáñez, youtuber y licenciado en derecho, lanzó una campaña en las redes ―https://www.xataka.com― defendiendo que la Tierra era plana y que existía una conspiración mundial para ocultarlo y hacernos creer en su esfericidad, más en concreto que es un esferoide oblato.
6. Este discurso fue publicado en primer lugar en 1995 por The New York Review of Books. En castellano se incorporó como un artículo del volumen Cinco escritos morales, ed. Random House (2010), y después en Contra el fascismo, ed. Lumen (2018).
7. El constructo conspirativo de los «enemigos del pueblo» se concretó y desarrolló en varias operaciones represivas. Así, se inicia en diciembre de 1934 con la encarcelación de los supuestos componentes del denominado por el régimen Centro Terrorista Zinóviev-Trotsky; en agosto de 1936, el Centro Terrorista Trotskista-Zinovievista; en enero de 1937, Centro Terrorista Trotskista Antisoviético; en marzo de 1938, Bloque Antisoviético de Derechistas y Trotskistas. En realidad era la purga a todos los posibles rivales a Stalin. En el Ejército Rojo ocurrió lo mismo desde 1938, con la Conspiración Militar Fascista y la Organización Militar Trotskista, que permitió purgar el ejército de elementos no tan fieles a su régimen.
8. No se incluyen el número de afectados en China por las purgas de la Banda de los Cuatro o las consecuencias de la llamada Revolución Cultural, ya que el número real de víctimas se desconoce a día de hoy y varía desde los 400.000 a varios millones según las diferentes obras de investigación que se consulten. Lo mismo hay que decir de Camboya, con los Jemeres Rojos, que también emplearon el mito conspiratorio con el término de «el enemigo del pueblo» para reprimir a la población provocando un genocidio cuyo número de víctimas también se desconoce, variando desde el millón y medio a los tres millones.
9. Es la aplicación a la dominación individual y social de las tácticas militares. En el caso que nos ocupa, es el traslado a la sociedad de la guerra relámpago, Blitzkrieg, empleada en la invasión de la URSS en la Operación Barbarroja el 22 de junio de 1941.
10. Quislings da nombre genérico a un comportamiento protagonizado por el primer ministro noruego, antes ministro de defensa, de nombre Vidkun Quisling, que en la invasión de su país se puso de parte de Hitler y con su ayuda dio un golpe de estado y se proclamó presidente de Noruega, hasta que el III Reich fue derrotado y se le fusiló después de ser juzgado en 1945.
11. En cursiva también en el original.
12. Vargas Llosa, Mario: (2013), «El joven Popper», El País, 09 de septiembre de 2013.
13. Barry Goldwater (1909-1998), senador por Arizona en 1952, opuesto al Estado de Bienestar propugnado por Franklin Roosevelt y Eisenhower. En 1964 se presentó como candidato del Partido Republicano a las elecciones presidenciales frente a Lyndon Johnson, y perdió en todos los estados menos en seis. Sus planteamientos fueron reducir el poder el Gobierno Federal, favorecer las libertades económicas y políticas, evitar que la derecha cristiana evangélica, la facción más ultraconservadora de los republicanos, marcase la ruta del movimiento conservador, desembarazarse de la Seguridad Social y el apoyo a una política internacional norteamericana basada en el anticomunismo. Lo que verdaderamente le hizo distinguirse del resto de políticos fue por su retórica, lo que le llevó a ser conocido como el fenómeno Barry Goldwater. Así, se le conoce por el uso de expresiones como: «No estoy aquí para hacer leyes, sino para abolirlas»; «No tengo interés en racionalizar el gobierno, sino en reducirlo». John W. Dean, en el libro Pure Goldwater, (2008), ed. St. Martin’s Press, escrito al alimón con el hijo de Barry Goldwater, considera que ese estilo es el que hizo ganador a Ronald Reagan en 1980.
14. Aquí quiero citar la nota a pie de página nº3 de este trabajo, para recordar que esta definición de Hofstadter sobre el estilo paranoico de presentar los discursos políticos enlaza directamente con las diferentes definiciones que se vienen dando actualmente del término posverdad.
15. De este movimiento nació el Partido de los Billetes Verdes, Greenback Party, fundado en los Estados Unidos en 1875. Su programa se basaba en frenar la caída de los precios agrarios, por lo que defendían que era necesario la emisión de billetes (popularmente los greenback). En las elecciones a la Cámara de Representantes de 1878 consiguió un millón de votos; sin embargo, en las elecciones presidenciales de 1880, su candidato James B. Weaver (Iowa) solo obtuvo tres cientos mil. En 1884 el resultado fue aún peor y decidieron disolver el partido. A partir de ahí, algunos de sus miembros participaron en la fundación del partido del Pueblo.
16. Esta nota apuntada por Hofstadter sobre la figura del elegido o interprete de las conspiraciones es de suma relevancia pues enlaza directamente con el «sesgo de confirmación» como elemento presente en todos los discursos sobre la existencia de conspiraciones que mueven la Historia. Así, el creyente en conspiraciones se limita a buscar los indicios, datos o pistas que confirmen su creencia previa, nunca la va a poner en cuestión. Un ejemplo paradigmático del sesgo de confirmación lo encontramos en los creyentes en la eminente llegada del Apocalipsis, todas las desgracias que llegan a su conocimiento ― huracanes, terremotos, maremotos, atentados, asesinatos, etcétera― no son más que muestras, pistas, indicios, de esa verdad incuestionable de la llegada del Apocalipsis
17. En el Watergate, desde 1972 a 1974, fue de vital importancia esta figura y se consolidó para el resto de las TdC reales o ficticias. Se la conoció con el nombre de Deep Throat, Garganta Profunda, y se trataba de William Mark Felt que pasaba la información de los pormenores del Watergate al periodista Bob Woudward que, junto a su compañero Carl Bernstein, cubría el escándalo para el diario The Washington Post.
18. Los sociólogos de la Escuela de Chicago se especializaron en la sociología urbana, lo que se vino a llamar Escuela Ecológica, cuyo representante más significativo fue Robert Ezra Pack (1864-1944). Después de la II Guerra Mundial se suele hablar de la Segunda Escuela de Chicago y se caracterizó por emplear el interaccionismo simbólico combinando con métodos de investigación de campo para crear un nuevo corpus de trabajo. Uno de los miembros más destacados fue el sociólogo y escritor Erwing Gottman (1922-1982), considerado como el padre de la microsociología. Los intereses principales de esta Escuela han sido la Ecología Humana, la relación del individuo con la comunidad en la que habita y considerar el comunicación como algo más que el estímulo-respuesta, y la ven como expresión, interpretación y respuesta.
19. En 2002 se concedió el Premio Nobel de Economía a Kaheman y a Tversky por descubrir que el cerebro se organizaba acudiendo a una serie de recursos rápidos que denominaron «heurísticas», pero si las decisiones fueran importantes es cuando pueden producirse efectos de sesgo o fallos cognitivos serios.
20. En The imagen of the City, Lynch examinó tres ciudades distintas (Boston, Jersey City y Los Ángeles) y, utilizando encuestas, entrevistas, mapas mentales y observación, estudió la manera en que el ciudadano común imaginaba su ciudad. De sus conclusiones definió cinco elementos críticos: Sendero, los canales a través de las cuales el observador se mueve; Bordes, fronteras entre dos lugares; Distritos/barrios, secciones de la ciudad que tienen aspectos bidimensionales y con un carácter común; Nodos, puntos en la ciudad que son el foco del tránsito; Hitos, objetos que se pueden ver desde varios ángulos y distancias.
22. Principalmente en: El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío, 1991, ed. Paidós; El post- modernismo revisado, 2012, ed. Abada; Reflexiones sobre la postmodernidad (conversaciones con David Sánchez Usanos), 2010, ed. Abada.
23. Término acuñado por Ernest Mandel y que da título a una de sus obras. Jameson lo recoge y mantiene su significado, ya que viene a identificarse con el capitalismo que surgió después de la crisis del petróleo en la década de los 70’ del siglo pasado.
24. Althusser, Louis: (1975), «Ideología y aparatos Ideológicos del Estado», pp. 105-172, en Escritos, ed. Laia.
25. Respecto a esto, recordemos también la obra de Michael Foucault, principalmente Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones (Alianza, 2012), El poder, una bestia maligna (Siglo XXI, 2013) y Redes del poder (Prometeo Libros, 2014).
26. Vega Reñón, Luis: La investigación en Filosofía, conferencia en Uned, Canal Uned, del 22 de febrero de 2019, y La fauna de las falacias, ed. Trotta, 2013.
27. Un ejemplo extraordinario de lo anterior y relacionado con el objeto de este artículo es la tesis doctoral de Pablo Lledó Castejón en la Facultad de Derecho de UAM en 2014, que lleva por título: Las teorías de la conspiración del 11-M y su utilización política. En ella muestra la cantidad de sesgos cognitivos y falacias utilizadas en la argumentación del constructo conspirativo fraguado por varios medios de prensa alrededor del atentado del 11-M y la interpretación de su autoría.
">www.youtube.com/watch?v=4XY6L6FIFVI.29. El «sesgo de atribución» consiste en que debe haber proporcionalidad entre el hecho (asesinato de un presidente, por ejemplo) y su causa, no puede ser cualquiera el asesino, ha de estar a su altura. Los constructores de conspiraciones que utilizan este sesgo destilan mucho racismo en sus declaraciones, pues suelen llamar a los autores del 11-S «árabes en sus cuevas» o en el 11-M, los constructores de conspiraciones los llamaron «pelanas de Lavapiés» o «simples moritos». Todo para intentar mostrar que no estaban a la altura para provocar el atentado.
30. La negrita también en el original.
31. En el conjunto de su obra, consideramos que la definición más detallada de Agency Panic se encuentra en el capítulo «The Culture of Paranoia» ―pp. 1-47― de su obra Empire of Conspiracy, editorial Cornell Paperbacks, 2000, que es la que hemos usado en este epígrafe.
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