Tenemos un formidable patrimonio para estudiar no solo con la devoción arqueológica de quien admira el pasado, sino como inspiración y apoyo ante los nuevos retos en la vida de la Iglesia
Fuente: omnesmag.com
Recordaremos en este artículo con qué fermentos se hace la teología. Resumiremos luego las aportaciones de la teología del siglo XX. Nos situaremos ante los nuevos retos. Y de ahí obtendremos, finalmente, unas líneas de trabajo.
La teología tiene cuatro motivos que la hacen crecer en todas las épocas.
1. La “fe que busca entender”, según la inmortal frase de san Anselmo: fides quaerens intellectum. No nos limitamos a repetir las palabras del mensaje, sino que queremos entenderlas para alimentarnos y combinarlo con nuestra experiencia. Los cristianos creemos en la unidad del saber, porque el mismo Dios que hizo el universo se ha revelado en nuestra historia y ha usado nuestras palabras.
2. La fe se enseña. Esto exige ordenar su contenido y explicarlo según el nivel de los oyentes, desde la catequesis hasta la formación de los futuros sacerdotes y de los cristianos a nivel académico. Cuando se enseña, se aprende. El esfuerzo de enseñar, especialmente a los sacerdotes, ha dado forma histórica a la teología.
3. La fe afronta dificultades internas y externas. La historia muestra las disensiones y pérdida de comunión, que son las herejías. Suelen requerir mucho discernimiento teológico. Y lo mismo las incomprensiones y críticas externas: exigen una claridad que ha dado lugar a la apologética cristiana. Se ha de combinar con las otras fuentes para no centrar la teología solo en las cuestiones en litigio.
4. Es preciso interpretar auténticamente las Escrituras. Por una parte, la Iglesia ya ha recibido y posee el mensaje, y no dependemos de la última interpretación. Pero las Escrituras son un testimonio fiel de la Revelación y su lectura atenta y piadosa es una constante inspiración.
En el siglo XIX, la separación de la Iglesia y el Estado en los países católicos afectó y sigue afectando a la vida de la Iglesia. Al mismo tiempo, por gracia de Dios, se produjo un renacimiento espiritual y religioso, que originaría en el siglo XX un gran número de entusiastas teólogos y una época de oro de las facultades de teología. Así, a la gran teología patrística de los siglos III al V, y a la escolástica clásica de los siglos XI a XIII, se añadió una tercera gran época, que abarca los siglos XIX (Newman, Möhler, Scheeben) y sobre todo, XX.
Cuatro grandes fermentos han inspirado esa renovación: el mejor conocimiento de la Biblia, la recuperación de la teología de los Padres, la renovación litúrgica y la influencia del pensamiento personalista, entre otros.
1. Los estudios bíblicos aportaron una inmensa erudición sobre la historia, lenguaje y contextos de la Biblia; de los grandes conceptos bíblicos de enorme importancia teológica (Historia de la salvación, Alianza, Mesías, Reino, Ruah…); y de las instituciones hebreas que son la base del sentido tipológico (Qhal Yahveh, fiestas, culto, templo, práctica sinagogal…). Hay una labor pendiente para compendiar esta riqueza que tiende a dispersarse y produjo también cierto desconcierto sobre el núcleo del mensaje bíblico.
2. La vuelta a los Padres, emblemáticamente representada por la colección Sources Chrétiennes y por el trabajo de De Lubac y Daniélou, se reforzó con los contactos con la teología rusa en el exilio (Lossky, Berdiaev) y el trato con la teología oriental (Congar). Permitió centrar la teología en los misterios, como había hecho Scheeben, y construir el tratado sobre la Iglesia. Supuso el fin de la escolástica manualística, que se presentaba como la única forma posible de la teología católica. Y permitió purificar la tradición tomista con la vuelta a sus fuentes perennes (la obra de santo Tomás de Aquino) y un conocimiento mejorado de su historia y contexto (Chenu, Grabmann) y de su filosofía (Gilson).
3. En paralelo a la vuelta a los Padres, y con fecundas sinergias, se desarrolló la teología litúrgica (Dom Gueranger, Guardini, Casel). Transformó la sacramentaria, contribuyó a la comprensión del misterio de la Iglesia e inspiró al Concilio Vaticano II. Pero no conviene confundir esta renovación con la aplicación posconciliar, a veces improvisada y espontánea, de modas litúrgicas. En gran parte, la auténtica formación teológica de los cristianos según la voluntad del Concilio sigue pendiente.
4. La inspiración personalista puso de relieve algo muy importante. La idea de persona, con tanto relieve cultural y jurídico, tiene una historia teológica. Hay una aportación cristiana sobre la dignidad del ser humano como imagen de Dios, llamado a identificarse en Cristo, que sigue siendo muy relevante. Además, la idea de que persona implica relación, tanto en la Trinidad como en los humanos, permite entender la realización de las personas en el doble mandamiento de la caridad, e inspira los modelos de convivencia. A semejanza de la Trinidad, se da la comunión de los santos en la Iglesia y en el Cielo, y la de las familias, y la de cualquier comunidad humana auténtica. También ayuda a profundizar en la relación personal del ser humano con Dios (yo y Tú), y a renovar la idea del alma, como ser querido por Dios personalmente, con una relación eterna.
Este espectacular florecimiento inspiró el Concilio Vaticano II que, promovido por Juan XXIII, quiso relanzar la vida de la Iglesia y la evangelización. Marcó las pautas y renovó la vida de la Iglesia en muchos puntos, que son las guías de nuestra época.
Desgraciadamente, fue seguido por una masiva crisis posconciliar que ha reducido la práctica cristiana y las vocaciones en los países católicos occidentales al menos a una sexta parte de lo que era. La teología menos centrada jugó un papel en la desviación (Holanda), pero la causa principal fue una interpretación sesgada y una aplicación precipitada y desnortada de los deseos del Concilio. Se necesita un juicio sereno para entender lo sucedido y revalidar la interpretación auténtica, como hicieron Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Por otro lado, la reducción tan grande de los candidatos al sacerdocio ha dejado bajo mínimos a muchas facultades europeas.
Con esto, la teología se encuentra en un contexto muy diferente de la época anterior. En los países de tradición católica, todavía se vive de ser “iglesias establecidas”, es decir identificadas con las costumbres, cultura, fiestas y ritmos de una nación. No son Iglesias de misión, no tienen instituciones ni hábitos de ese tipo, sino que mantienen el culto y la catequesis, cada vez con menos gente. La estructura eclesiástica, con su patrimonio, sigue siendo enorme, pero se vacía, lo que genera también un problema financiero. El clero que disminuye puede sostenerse con los fieles que disminuyen, pero los edificios, no. No es el problema principal, pero absorbe mucha energía.
Todavía vivimos en la vieja Europa cristiana el ciclo de la Modernidad, con la separación de la Iglesia y el Estado. Junto con los aspectos positivos, de mayor libertad y autenticidad cristiana, se padece una secularización buscada como programa político. En la enseñanza teológica es preciso contar bien este proceso.
Casi todo el siglo XX estuvo dominado por la sorprendente expansión mundial del comunismo. Lo que supuso para la Iglesia una persecución en los países comunistas y una intensa crítica en todo el mundo. También fue una tentación para muchos cristianos, que sintieron que el comunismo encarnaba aspectos evangélicos más auténticamente que la propia Iglesia. Otro aspecto pendiente de estudiar.
La desaparición casi milagrosa del comunismo, en tiempos de Juan Pablo II, dejó el enorme vacío posmoderno. Pero el impacto de la revolución rusa del 17 fue sustituido por el de la revolución francesa del 68. Fracasó en su intento utópico de transformar las sociedades burguesas, pero transformó las costumbres sexuales, y provocó un nuevo motivo de distanciamiento de la fe, que hizo crisis en la recepción de Humanae vitae. Además, originó la ideología de género, que presiona cultural y políticamente sobre la vida de la Iglesia y contrasta con el mensaje cristiano sobre sexo y familia. Parece que estamos a las puertas de una nueva persecución donde no habrá mártires. Hay que discernir sobre las objeciones y encontrar el lenguaje para expresarse.
En el pasado, las familias cristianas, la catequesis de las parroquias rurales y los colegios católicos en las ciudades conseguían transmitir la fe cristiana con una eficacia y un grado de identidad muy alto. Ya no es así. La irrupción de la televisión en todos los hogares y más recientemente, las redes sociales han cambiado la educación familiar: lo que aparece en la televisión y en las redes pasa a ser la norma y el modelo social en lugar de los padres. La fe solo se trasmite en familias muy comprometidas.
Por otro lado, la catequesis ordinaria resulta del todo desproporcionada en relación al volumen de información y formación que cualquier niño recibe en otras áreas del conocimiento. Y tanto los colegios católicos, generalmente religiosos, como los seminarios han sufrido la crisis posconciliar con pérdida de efectivos y problemas de orientación. Se da la paradoja creciente de que la mayor parte de los cristianos se informan sobre la vida de la Iglesia en medios que no son cristianos. Es un reto muy grande para una Iglesia que es, por naturaleza, evangelizadora.
El balance no es muy alentador, y el tamaño de los problemas desborda. Pero la Iglesia vive de fe, esperanza y caridad. Y es dirigida en la historia por su Señor, que, en cada época, suscita los carismas necesarios. La teología no puede vivir en el limbo de una inercia académica, sino conectar con estas exigencias tan perentorias. Recordando los cuatro fermentos que señalábamos al principio, urge:
1. comprender la fe también en relación con nuestra cultura actual humanística y científica;
2. formar a las nuevas generaciones de sacerdotes ante las exigencias de evangelización. Mantener y sintetizar la riqueza de nuestro patrimonio añadiendo lo mejor de la teología del siglo XX que está al nivel de nuestra época. Y superar la tendencia acumulativa que se ha producido en los tratados teológicos al pretender resumir todas las dificultades del pasado;
3. responder a las grandes objeciones de nuestra época. Las que siguen de la crítica de la Modernidad, las del materialismo científico; y actualmente, la ideología de género, donde es preciso discernir y encontrar el lenguaje adecuado para dialogar y presentar atractivamente el mensaje cristiano sobre sexo y familia. También hay que atender a los problemas internos como la contestación interna y el cisma de Lefevbre;
4. centrar y compendiar la teología bíblica para que alimente la teología y la formación sacerdotal y cristiana.
Otras tareas más concretas:
5. defender la interpretación auténtica del Concilio Vaticano II y ampliar su aplicación;
6. contribuir al empeño ecuménico y al diálogo interreligioso que el Concilio impulsó;
7. estudiar la historia reciente por lo menos en cuatro puntos: el ciclo de la Modernidad, con sus inspiraciones cristianas y sus distancias; la crisis posconciliar; la influencia marxista; y el diálogo con las ciencias;
8. atender al enorme reto de formación de los cristianos. Aunque la teología se concentra en la enseñanza académica, necesita abrirse a otros espacios. Y esto tiene muchas exigencias de estilo y lenguaje.
No todo son inconvenientes. Tenemos un patrimonio intelectual riquísimo de comprensión del mundo y del ser humano, que contrasta con el inmenso vacío dejado por las ideologías del siglo XX o con la trivialidad del consumismo global. Nunca hemos estado en una situación intelectual tan fuerte, aunque mediáticamente sea tan débil.
Hay felices puntos de encuentro con nuestra época. Primero, porque el mensaje evangélico conecta con las aspiraciones humanas más profundas hoy y siempre (anima naturaliter christiana). Con sus deseos de plenitud, de conocimiento y de salvación, que se manifiestan también en la búsqueda de una vida más natural y humana, o en un sano ecologismo y respeto por la naturaleza. También las crisis ambientales y sanitarias suscitan una búsqueda más profunda del sentido de la vida.
Y, en definitiva, contamos con la presencia del Señor y la asistencia del Espíritu. La experiencia de la debilidad es parte esencial del ejercicio de la fe y de la teología. Así se supera la dañina tentación de sustituirla por nuestras ideas. Solo es teología si es “fe que busca comprender”, también para transmitirla gozosamente. Lo que toca es una teología más humilde, más testimonial, más espiritual, más litúrgica; o, como escribió von Balthasar, más arrodillada. También una teología más cercana a los pobres y sencillos, como pide el Papa Francisco. En definitiva, una teología más teológica.
Juan Luis Lorda
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