El Dr. Pablo Pérez, Decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Piura, durante el reciente Congreso sobre San Josemaría, presentó su ponencia: “Amor a la verdad”.
El Dr. Pablo Pérez, Decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Piura, durante el reciente Congreso sobre San Josemaría, presentó su ponencia: “Amor a la verdad”. En su disertación tocó diversos puntos relacionados con la verdad y el mensaje del nuevo Santo. A continuación algunos fragmentos de su discurso.
“La permanencia de la verdad en la tierra siempre ha sido problemática. La visión maniquea de la lucha del bien y el mal, siempre recurrente en la explicación de la historia social y personal, se puede indicar también como el combate de la verdad y la mentira. Cuando se recorre la historia de la humanidad se presencia esa tensión entre ambos, que hace que la permanencia de una de ellas siempre esté inestabilizada por la otra. Cuando la verdad impera viene la mentira a horadarla; y cuando la mentira se enseñorea, la esperanza de la verdad la expulsa del terreno conquistado. Es impresionante comprobar la dificultad de la permanencia de la verdad en el pensamiento y el corazón del hombre. La historia nos demuestra sus continuos alejamientos y los medios puestos por Dios para llevarla de nuevo a dar luz para la auténtica vida. No cabe duda de que la venida de Cristo es el culmen de ese intento. La batalla está en que sea aceptada por el hombre y se mantenga. Y en este contexto tenemos que ver el amor a la verdad que muestra San Josemaría. En el momento actual tenemos muchas ocasiones de comprobar cómo se repite en el mundo cristiano aquella escena del pueblo judío, cuando al final del destierro babilónico, después de siglos de olvido, al encontrar y leer la Sagradas Escrituras, llora compungido y sonríe feliz ante el horizonte de amor y verdad que se le revela”.
“La verdad va más allá de la corta capacidad de nuestra inteligencia. No podemos reducirla a lo que entendemos. El corazón y la inteligencia se hacen grandes mediante la apertura, no mediante la afirmación personal. Y cuando en lugar de mirar la realidad con los ojos turbios de nuestras pasiones, lo hacemos con los ojos clarificados de la fe, el mundo se dilata, mostrando dimensiones escondidas.
Todos nos damos cuenta de que la verdad no siempre tiene el tamaño del hombre, a veces es muy superior y otras inferior. Cuando el hombre se enfrenta con la primera es elevado, cuando lo hace con la segunda levanta a lo conocido. Al igual que nos sentimos felices, orgullosos y más importantes, cuando conocemos a un gran personaje, debemos apreciar el valor que adquirimos al contacto con el misterio que nos muestra una esquina de la Verdad Suprema. Ya que la grandeza no viene sólo de la claridad del conocimiento, la confiere aún más el valor de lo conocido”.
“Yo debo decirles hoy unas palabras sobre cómo entendió y vivió San Josemaría la verdad. Cómo resplandeció en él iluminando su vida y la de muchos otros. Y sólo puedo hacerlo desde un entendimiento iluminado por la fe. Por una fe que el denominaba “gorda”, que se podía cortar, porque la sentía en todo su ser, porque era una verdad constituida en propia naturaleza, en quehacer cotidiano”.
“No consiste la verdad en el modo de conocer, ni en el contenido del conocimiento sino en la realidad que posee el ser: lo que es Dios, lo que es el hombre y lo que es el mundo. Los conocimientos son verdaderos, pero no son la verdad; la verdad es aquello a lo que apuntan. El amor a la verdad, que es el título de esta conferencia, no consiste en entusiasmarse por la inteligencia sino en entregarse a lo real que ésta nos muestra. No se ama a la idea sino al ser representado en ella. Amar a la verdad es amar a los seres verdaderos. De lo contrario, poco sentido tendría aquel punto de camino: No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte. La vida no se entrega a las ideas sino a los seres que representan. Y muy grande tiene que ser lo representado por la verdad para que justifique la muerte. Si hoy existe tan poca gente dispuesta a entregar la vida por la verdad, es porque lo que representa no significa nada para ellos. Con mucha frecuencia es simplemente un invento personal que, naturalmente, está a disposición de su inventor, y no al contrario”.
“San Josemaría afirma que el hombre creado debe dar gloria a Dios, ser agradecido y estar en su sitio. Lo dice así: ¿Cómo te atreves a emplear ese chispazo del entendimiento divino, que es tu razón, en otra cosa que no sea dar gloria a tu Señor?. Para lograrlo ha de aprender a no hacer las cosas, a no vivir la vida con simple visión humana sino pensando en lo alto y según los criterios de la Iglesia. A contener los propios deseos y pensamientos para atender el querer y la palabra de Dios. Surge así su amor a esa virtud tan poco popular hoy en día: la docilidad, consistente en saber escuchar, en saber atender la palabra de los otros y la fuerza de los hechos, recogiendo su sabiduría. Se opone esta virtud a esa mentalidad que no quiere atender, que desea obrar sin influencias externas, que prefiere hacer tonterías con tal que sean suyas. Ser dócil, pedir consejo y escuchar, buscar de una y otra manera la verdad, no mi verdad, será una intención permanente de la vida de San Josemaría, manifestada en los más diversos aspectos”.
“El hombre moderno piensa que su tarea en el mundo, para ser libre, ha de ser informe. Le molesta recibir el sentido de su tarea desde fuera, haber nacido para algo, y no para lo que se le ocurra en cualquier esquina. De esto dice nuestro santo: Algunos no oyen, no desean oír, más que las palabras que llevan en su cabeza. Y prefieren seguir en su suerte, fuera del Paraíso, antes de volver a su interior aceptando ese árbol intocable que es la Voluntad de Dios”.
“No es difícil remontarse a los primeros pasos de la filosofía en Grecia, cuando la inteligencia humana, admirablemente preclara en algunos hombres de aquella época, supo rectificar algunas creencias religiosas fuera de toda razón. En aquel momento, la mente humana pudo dar alguna luz a aspiraciones de los hombres encerradas hasta entonces en unos mitos religiosos que habían sosegado parcialmente sus corazones. En el ricorso de la vida, el hombre moderno quiso repetir la historia, volviendo de nuevo a la Edad Antigua, al pretender sustituir la fe por la filosofía, primero, y después por la ciencia experimental y la técnica. Orgulloso de su inteligencia, olvidó que ahora no estaba ante mitos, sino frente a la palabra de Dios. Opuso así revelación y ciencia, contrarios imposibles de aceptar, pues la revelación, si es tal, no admite oposición en la ciencia, que ha de ser su afirmación; y la ciencia, si es verdad, no podrá desmentirla. Esta oposición sólo puede mantenerse con la negación de Dios y la imposibilidad de la revelación, es decir, transformándola, como en aquel mundo antiguo, en mera mitología, en creaciones humanas que consuelen y den pseudosentido a lo que la ciencia no puede responder. En esa situación, no pocas veces se transforman en supersticiones ridículas como la que se describe en Surco: No tienen fe. —Pero tienen supersticiones. Risa y vergüenza nos dio aquel poderoso que perdía su tranquilidad al oír una determinada palabra, de suyo indiferente e inofensiva —que era, para él, de mal agüero— o al ver girar la silla sobre una pata.
La perfecta unidad a la que llegó el mundo cristiano entre ciencia y fe, nacida como consecuencia de la veracidad de Dios y de la concepción de la inteligencia como su imagen, es parte del testamento doctrinal de la Iglesia que San Josemaría guardaba como un tesoro. Esa unidad no sólo da luz sobre el conocimiento intelectual sino que también llega a los anhelos del corazón del hombre. Cuando la ciencia positiva sustituye a la fe, el corazón se encuentra sin verdad, y para calmar el sentimiento, el hombre acude a su imaginación, a consuelos que no son más que sedantes, modos de placer sin otro sentido que el bienestar que producen. Las múltiples formas de mitología religiosa que ha inventado el mundo moderno, no son más que remedios para un corazón sediento, para un sentimiento que busca expresarse. No estamos ante la esperanza de lo amado, sino en el consumo de la droga que calma la inquietud. La consecuencia es una persecución desesperada tras fantasmas, que mantiene al hombre sin rumbo y constantemente activo. Se trata de un espectáculo que da lástima, cuando no asco, y al que San Josemaría quiere poner solución de la única manera posible: a través de la fe, mostrando la verdad del corazón de Cristo, del Amor de Dios. Enseñando la grandeza de la renuncia cristiana, de la templanza, de la solidaridad, de tantas maneras de generosidad y de olvido de sí, propias del espíritu y camino ineludible para el consuelo del corazón”.
“Ante la mal entendida tolerancia que nos envuelve, San Josemaría repetía con insistencia la necesidad de la tolerancia y la caridad con las personas, pero no con el error, no con la perversidad. Frases como éstas son frecuentes:
Te molesta herir, crear divisiones, demostrar intolerancias..., y vas transigiendo en posturas y puntos ¡no son graves, me aseguras!, que traen consecuencias nefastas para tantos.
Perdona mi sinceridad: con ese modo de actuar, caes en la intolerancia que tanto te molesta más necia y perjudicial: la de impedir que la verdad sea proclamada.
Sabía muy claramente que el esfuerzo a realizar era fuerte, que debía oponerse a un plan de perversión del mundo muy preparado y con muchos medios. Que además, tenía como aliado la debilidad y la ignorancia de los hombres. Por ello comprendió que el remedio sólo era posible a partir de una gran valentía y con el recurso de los medios humanos y sobrenaturales”.
“Es necesario recordar aquellas palabras suyas: Estas crisis mundiales son crisis de santos, quizá acompañadas por estas otras: Cuando está en juego la defensa de la verdad, ¿cómo se puede desear no desagradar a Dios y, al mismo tiempo, no chocar con el ambiente? Son cosas antagónicas: ¡o lo uno o lo otro! Es preciso que el sacrificio sea holocausto: hay que quemarlo todo..., hasta el "qué dirán", hasta eso que llaman reputación.
Quizá podríamos cerrar este apartado afirmando su preocupación por que los cristianos seamos congruentes con nuestra fe y demos testimonio de vida en todos los ambientes, que expresa así: Asusta el daño que podemos producir, si nos dejamos arrastrar por el miedo o la vergüenza de mostrarnos como cristianos en la vida ordinaria. Preocupación que se convirtió en una esperanza y estimulación permanente, soñando con un mundo en que Cristo realmente reinara en todas las actividades humanas. En el que se pudiera afirmar que las personas e instituciones eran cristianas por su palabra y por su conducta”.
“La verdad está tan íntimamente unida a la dignidad del hombre, que el reconocimiento de la veracidad del otro es una premisa inevitable del respeto. Desconfiar de la sinceridad de una persona es rebajarla y menospreciarla a niveles infrahumanos. Sin duda, una enorme injusticia cuando no está justificado. Esto explica que el fundador sintiera tan profundamente la virtud de la confianza, y sus indicaciones para que fuera una actitud constante en la vida de quienes lo rodeaban. Confianza que le llevaba a mirar de frente y con los ojos claros, con una sonrisa abierta que hacía florecer en los demás una respuesta proporcionada, elevando muchas veces el comportamiento hasta límites que sólo el bien puede hacerlo. Sabía que la confianza y la sinceridad, como todo lo bueno y lo malo, se recogen en la medida que se siembran”.
Dr. Pablo Pérez, en opusdei.org/es
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