El 9 de agosto de 1942 la patrona de Europa moría en las cámaras de gas de Auschwitz, convirtiéndose en mártir de la Iglesia, quien afirmó: «Con plena conciencia y por libre elección dejé de rezar»
«Nos derriban, pero no nos aniquilan». Esta frase de san Pablo refleja, en gran medida, los últimos 2.000 años de historia de la Iglesia: aún cuando muchas veces todo parece perdido, la vida de cientos de almas que han luchado, y que luchan, por mantener su fe demuestra que no se trata de ser perfectos, sino solo fieles a Dios. Edith Stein fue un ejemplo de ello: no le faltaron dudas y muchos años de búsqueda incesante de una respuesta a su corazón. Pero movió ficha, siguió avanzando y encontró en la «determinada determinación» de una santa española, el gran ideal que había perseguido hasta entonces: la verdad.
«El 12 de octubre de 1891 nací yo, Edith Stein, hija del fallecido comerciante Siegfried Stein y de su mujer Auguste Courant, en Breslau. Soy ciudadana prusiana y judía». Clara y concisa escribía Edith su presentación de vida, marcada por la temprana muerte de su padre, dejando a Augustecon la responsabilidad de 7 hijos y la administración de un hogar.
A diferencia de la mayoría de los niños, la escuela se convirtió para Edith en su segunda casa, donde destacó por su aguda curiosidad e insaciable búsqueda del saber y la verdad. Fue quizás por esa razón que con 21 años abandonó la fe: «Con plena conciencia y por libre elección dejé de rezar». No era fruto de la rebeldía, sino de una decepción al no encontrar en la educación una respuesta a las miles de preguntas que le llenaban la cabeza.
Quizás fue también la intuición de que en alguna parte se encontraba el sentido de su vida, pero debía ir hasta el fondo de la cuestión. Por ello, tomó una decisión que marcaría la historia de Europa: estudiar Filosofía. ¿Y qué relevancia podía tener que una desconocida joven prusiana estudiara letras en la universidad? Para empezar por que se convirtió en la primera mujer con un doctorado en filosofía en Alemania, donde estudió. Lo segundo porque fue discípula de Edmund Husserl, el padre de la fenomenología que sostenía que la filosofía era un auténtico viaje hacia lo concreto, lo que cautivó a Stein. Lo tercero es porque sus conocimientos la llevaron a convertirse en una de pensadoras más influyentes del siglo XX.
Una santa española le cambia la vida
En 1921, Edith Stein, en una noche de insomnio, se sumergió en la lectura de la autobiografía de santa Teresa de Jesús, el Libro de la Vida. La luz del alba la sorprendió al cerrar el libro, momento en el que exclamó: «Esto es la verdad». Este instante marcó la muerte de su ateísmo y el nacimiento de su fe cristiana, algo que formalizó con su bautismo un año después. Vivió aquella frase del Evangelio de Mateo (7,8): «Todo el que busca, encuentra», que después expresaría en sus escritos de otra forma: «Todo el que busca la verdad con sincero corazón, busca a Cristo sin saberlo».
Después de su conversión, Edith Stein se unió al Carmelo, en Colonia, tomando el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Sin embargo, antes de ingresar y a pesar de sus aspiraciones de vivir en el retiro de un convento, aceptó puestos como profesora y conferenciante, combinando su vocación religiosa con su pasión por la filosofía.
«Durante el período inmediatamente precedente y también bastante después de mi conversión... creía que llevar una vida religiosa significaba renunciar a todas las cosas terrenas y vivir solamente con el pensamiento puesto en Dios. Gradualmente, sin embargo, me he dado cuenta de que este mundo exige de nosotros otras muchas cosas», decía la santa.
«En tiempos recios, amigos fuertes de Dios»
La situación en Europa cambió drásticamente con la llegada de los nazis al poder. En 1942, conscientes de su ascendencia judía y de su fe católica, la arrestaron junto a su hermana Rosa y las trasladaron a Auschwitz. El 9 de agosto de ese año, Edith Stein fue asesinada en las cámaras de gas de Auschwitz, convirtiéndose en mártir del cristianismo.
La Iglesia la canonizó en 1998, reconociendo no solo su sacrificio, sino también su contribución intelectual y espiritual, ya que además fue proclamada Patrona de Europa por san Juan Pablo II. Su obra, que incluye estudios profundos sobre misticismo y filosofía, sigue influyendo en el pensamiento teológico y académico. Su legado perdura a través de sus escritos y su martirio, donde su vida fue un constante reflejo de aquella famosa frase de su maestra abulense, Teresa de Jesús: «En tiempos recios, amigos fuertes de Dios».