Alfa y Omega (Entrevista de Jesús Colina)
Sobre Juan Pablo II se han escrito montañas de libros y se han emitido horas y horas de televisión. Incluso su vida ha sido llevada al cine.
Y sin embargo su persona, en amplios sectores de la opinión pública, sigue sin ser bien conocida, según explica uno de los periodistas que mejor lo conocieron, no sólo como profesional, sino también como amigo.
Corresponsal en el Vaticano de la agencia italiana ANSA desde tiempos de Pío XII, Gian Franco Svidercoschi, escritor italiano de origen polaco, conoció al joven obispo Karol Wojtyla en tiempos del Concilio.
En los años setenta, Svidercoschi escribió una serie de artículos sobre la Iglesia en Polonia, en aquellos momentos totalmente desconocida en Occidente, para el periódico de Roma en el que trabajaba, Il Tempo, suscitando un particular interés por el cardenal Wojtyla.
Cuando fue elegido Papa, Juan Pablo II le invitó a colaborar con él como subdirector de L'Osservatore Romano, y años más tarde, en la redacción del libro Don y misterio (1996). A los cinco años de la muerte del Papa Wojtyla, Svidercoschi acaba de publicar Un Papa que no muere, la herencia de Juan Pablo II, que pronto llegará a España.
¿Qué es lo que los medios de comunicación no han entendido de Juan Pablo II?
Juan Pablo II no era ese Papa político, como es presentado. De hecho, en esa visión aparecen muchas contradicciones. En los primeros años, se le presentaba como un anticomunista visceral, y se decía que, para él, el comunismo era el peligro número uno. Después, en su último libro, Memoria e identidad, él mismo escribió que sería ridículo pensar que el Papa tiró él solo el muro de Berlín.
Y fue el primero que advirtió, en un famoso discurso pronunciado en México, en mayo de 1990, seis meses después de la caída del muro de Berlín, que la caída del sistema socialista no resolvía automáticamente los problemas del mundo; todavía quedan injusticias, pobreza...
Entonces fue definido como anti-Bush, antiamericano... Una corresponsal sueca en Roma me presentó una pregunta que le hacían sus lectores: «¿Es comunista este Papa?» Entre otras cosas, el Papa había reivindicado aspectos positivos que se encontraban al inicio del marxismo, como la defensa de la dignidad de los obreros.
Es decir, no le comprendieron, por el simple motivo de que no era, ni mucho menos, ese Papa político como tan reiteradamente se le presentaba. Si bien intervino en todos los acontecimientos políticos de esa transición del segundo al tercer milenio, pronunciándose incluso sobre las guerras más lejanas, no fue un Papa político. Es más, era todo lo contrario a un Papa político.
Yo creo que la gente ha descubierto la primera y fundamental característica de ese Papa: era un hombre de Dios. Vivía totalmente sumergido en Dios, vivía de Dios durante todo el día, rezaba continuamente. Había logrado esa forma de libertad interior increíble para un hombre. Veía todo desde un observatorio diferente. De otro modo, no podrías comprender cómo un Papa se opuso, desde un inicio, a toda una serie de supuestas verdades que se habían anclado en los corazones, incluso en los ambientes eclesiales, en los años setenta.
Se daba por descontado que Europa estaba dividida en dos. Pocos meses antes de la revolución que llevó a la caída del Muro, grandes exponentes eclesiásticos veían esa separación como algo imposible de superar. Él, desde el primer momento, no aceptó esta verdad, como tampoco aceptó que los jóvenes quedaran perdidos para la Iglesia.
Se esforzó, desde el inicio, para crear esa continua atención a los jóvenes, que después estallaría en las Jornadas Mundiales de la Juventud a partir de 1985. Pero al inicio era algo difícil, pues, por ejemplo en dos Jornadas, en particular las de Estados Unidos (Denver) y la de 1997 en Francia (París), los episcopados locales decían: ¿Para qué viene? Es un país laico. En verano no vendrá nadie... Y muchos dicen que, si hoy hay un renacimiento religioso en Francia, comenzó entonces.
No aceptaba tampoco el hecho de que la secularización supusiera el final de la religión. La religión parecía como algo que debía quedar encerrado simplemente en las conciencias. La Historia ha demostrado que la modernidad, que sin duda tiene un fundamento de anti-trascendencia, ha permitido la renovación de la Iglesia. Por otra parte, desde hace veinte siglos la Iglesia ha tenido que afrontar la modernidad. Al oponerse a todas estas convicciones, consideradas por muchos como verdades, fue un Papa contra corriente.
¿Era un Papa diferente a los demás Papas?
Al redactar este libro, Un Papa que no muere, me puse a transcribir todas las observaciones que hice sobre su manera diferente de gobernar. Ciertamente tenía algo de Juan XXIII: la bondad, la actitud de apertura hacia la Historia; tenía de Pablo VI su contemporaneidad, su capacidad para hacerse siempre presente en el momento justo, su relación entre la fe y la razón; tenía la alegría de Juan Pablo I y esa transparencia que le llevó, al inicio del pontificado, a eliminar la ceremonia de coronación.
Pero fue un Papa diferente. Y no sólo porque procedía de Polonia, de una experiencia religiosa eslava, que hasta ese momento se encontraba a los márgenes del catolicismo, sino también porque gobernó de una manera diferente. Él no tenía un concepto de gobierno, sino de esperanza. Decía: «Si hay una Iglesia es porque está gobernada por el Espíritu Santo; el Espíritu Santo indicará a la Iglesia, en los momentos de emergencia, lo que tiene que hacer. Y los hombres responderán».
Algunos periodistas, como Marco Politi, del diario La Repubblica, que era crítico, en los 25 años de pontificado comenzó a decir que ese Papa estaba cambiando la Iglesia, la estaba haciendo más laical. No se dieron cuenta de la transformación que imprimió a la Iglesia. Había sido educado por laicos, su padre y Jan Tyranowski, es decir, provenía de una concepción de la Iglesia abierta a los laicos.
¿Cómo sintetizaría los dos mensajes fundamentales del pontificado de Juan Pablo II?
El primero es el de una Iglesia purificada. Conocíamos el interés que tienen los polacos por los aniversarios, como el del gran Jubileo del año 2000. Pero si se analiza su pontificado, uno se da cuenta de que todo tenía una relación con el año 2000.
En el momento de su elección, el cardenal Primado de Polonia, Stefan Wyszynski, le había dicho: «No te eches para atrás, tendrás que llevar a la Iglesia al tercer milenio». Después, la Providencia quiso que él fuera necesario, pues sin alguien como él, considerado también por el mundo musulmán como un referente, con un sentido de la trascendencia, ¿quién sabe qué hubiera sucedido tras el 11 de septiembre?
Sus viajes, sus discursos, sus mea culpa...; todo estaba en función del Jubileo, que le llevó a realizar una purificación de mil años. Algunos cardenales incluso criticaban esto, diciendo: ¿Por qué tenemos que arrepentirnos de algo que han hecho los cristianos en el pasado? No entendieron que era para liberar la Historia, pues siempre se planteaban en la Iglesia, una y otra vez, los mismos problemas: Galileo, la relación con los judíos...
Recuerdo que, en el momento en el que fue elegido, se publicó en Italia una estadística, según la cual, el 48% de la población todavía decía que Jesús fue crucificado por los judíos. ¡Esto basta para darse cuenta del cambio que provocó Juan Pablo II! Sólo podía hacerlo alguien como él, que había padecido el nazismo. Todo estaba en función de ese objetivo: purificar la Iglesia.
Un segundo punto fundamental es el de redescubrir la gratuidad, basada en la misericordia. Creo que no se da suficiente importancia a su segunda encíclica, Dives in Misericordia (1980), en la que presenta también una Iglesia misericordiosa: el Padre Eterno no es sólo un juez; sabe juzgar con los brazos abiertos a todos. Le decían: Tú pides perdón, pero por el otro lado nadie nos pide perdón.
En Checoslovaquia, había abierto una comisión para estudiar la muerte de Jan Hus, pero nadie dijo que, cuando Hus fue quemado, los protestantes quemaron a 200 ó a 300 dominicos. Él se declaraba a favor del principio de la gratuidad: es decir, no calculaba qué es lo que tenía que dar para poder recibir.
Esto es lo que explica el concepto de mea culpa. Recordemos la famosa Jornada del Perdón del 12 de marzo de 2000, cuando dijo: «A partir de este momento, no hay que volver a cometer el mal cometido». Aquello no lo hacía sólo mirando hacia el pasado; era un compromiso para el futuro. Era un Nunca más.
Y ahora, ¿cuál es su análisis sobre el pontificado de Benedicto XVI?
Ha cambiado la situación social y política, pero si vamos a lo esencial, el objetivo es el mismo: reforzar una religiosidad, que es verdaderamente el encuentro con Alguien, con una Presencia; la Iglesia no es moralista, no es una Iglesia de prohibiciones. Es una Iglesia de la alegría.
En medio de los problemas y críticas de los medios de comunicación, ahora surge una cierta nostalgia...
Está claro que hay problemas, pero, desde mi punto de vista, hay un mundo que se asustó el día de los funerales de Juan Pablo II. Comprendió la fuerza de esta Iglesia, así como la importancia de este Papa, Benedicto XVI. Antes de la muerte de Juan Pablo II, yo no pensaba que fuera elegido como Papa el cardenal Ratzinger.
Pero en el día del funeral comprendí que los cardenales no sólo debían elegir a un Papa, sino también a un sucesor de Juan Pablo II, que no es lo mismo: son dos misiones. Me di cuenta de que el único que tenía esta autoridad moral era Ratzinger.
Ahora hay un mundo que quiere golpear a la Iglesia católica. Basta pensar en lo que sucedió con el discurso de Ratisbona, un discurso que era positivo y, sin embargo, fue interpretado de una manera negativa. Los casos de pedofilia eran ya antiguos, pero ahora se han buscado casos en Alemania con el objetivo de golpear al Papa.
Es un momento difícil, y creo que la figura de Juan Pablo II debe hacer recordar a la Iglesia, a los líderes de la Iglesia, que no hay que tener miedo, no hay que tener miedo de este ataque. No hay que tener miedo del mundo: como decía antes, desde hace dos mil años, el Evangelio debe encarnarse en la realidad. No podemos sentirnos encerrados en una ciudadela asediada. Tenemos que estar abiertos, pues hay ganas de trascendencia, de creer.Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |