No existe oposición entre autoridad y libertad del educando
Diario de Navarra
La creciente violencia especialmente en los ámbitos educativo y familiar se ha relacionado atinadamente con la falta de autoridad y disciplina en la educación de los más jóvenes. Movidas por esta relación, políticas recientes proponen que el profesor sea considerado figura pública, con el peso que ello le confiere.
Pero, cabe preguntarse: ¿es efectivamente la autoridad un requerimiento de la educación? ¿Es legítima, y pedagógicamente conveniente? Para el niño o adolescente que no regula sus emociones, la autoridad educativa de padres y profesores suscita una resistencia vehemente, que obstaculiza el proceso madurativo de quien para crecer necesita seguir una dirección.
Además, la confusión que existe respecto al concepto de autoridad, que con frecuencia se ha ejercitado de un modo lesivo a la libertad y dignidad humanas, dificulta esta opción. Sobran ejemplos en la historia reciente, y con frecuencia la filosofía contemporánea ha creado un discurso anti-autoritario que reduce los usos de la palabra autoridad a figura que detenta el poder. Este discurso contribuye a la identificación de la autoridad con autoritarismo y a percibir el ejercicio autoritativo como una acción que establece una relación social ilegítima. La autoridad no se relaciona con acciones positivas, sino más bien se palpa ante ella una actitud generalizada de prevención y de acción neutralizadora de su posible fuerza.
Al mismo tiempo que los ideales sociopolíticos anti-autoritarios se extienden, el permisivismo impregna los contextos educacionales, interpretándose erróneamente que la autoridad conlleva siempre una restricción de la libertad. El abuso de la autoridad por parte de los educadores conduce a un rechazo natural de esta injusticia, pero hasta el extremo de negar el necesario ejercicio de la autoridad. La defensa de la libertad individual del alumno se contrapone a la posibilidad de que el profesor indique cómo debe ser su conducta.
La aplicación exacta de los criterios democráticos de la vida sociopolítica a la educación distorsiona su proceso y su mismo fin. Igualdad, libertad y participación son elementos fundamentales de la democracia, pero que en las relaciones educativas adoptan una modalidad específica, en la que el reconocimiento de la autoridad del educador es tan importante como el reconocimiento de la dignidad de todos los sujetos que protagonizan la educación.
La comprobación de cómo las personas aprenden o no aprenden bajo un clima social permisivo fuerza a reconsiderar la necesidad de la autoridad, al menos para el desarrollo educativo. La práctica demuestra que la permisividad tiene un efecto tan pernicioso como el autoritarismo porque el sujeto llega a considerar aceptable todo deseo personal (hasta el más violento) y la limitación al respecto inaceptable. Esta conclusión se entresaca tanto de los estudios teóricos como de los (desgraciadamente) empíricos.
No existe oposición entre autoridad y libertad del educando, ya que en el ámbito educativo, el peso fuerte de la autoridad del docente radica en su dimensión de auctoritas (saber socialmente reconocido), más que en su dimensión de potestas (poder). Esta autoridad del educador es legítima siempre que cumpla tres requisitos: reconocimiento del educador en virtud de lo que es y sabe; ordenación de la actividad de los educandos con el fin de orientar su proceso de aprendizaje y maduración, ni más ni menos, en los aspectos y en el tiempo, necesarios; trabajo educativo que contribuya al crecimiento de las personas, que es el fin último de la educación.
Para crecer se requiere certidumbre en lo que se hace. Esa seguridad se logra siguiendo las indicaciones de quien muestra cuidado y afecto. Se obedece hasta que se alcanzan las competencias para desenvolverse por uno mismo.
En definitiva, la autoridad en la educación responde a reconocer que obedecer, ser dócil al que sabe más, es un comportamiento prudente. Las personas dependen de otros en su crecimiento. Mientras no puedan ser autosuficientes, tienen que acceder a seguir las indicaciones del que sabe más, al que han prestado su confianza. Es esta confianza, la actitud y sentimiento que permite no violentar la propia libertad.
Aurora Bernal. Profesora del departamento de Educación. Universidad de Navarra