Hemos de salir de los dimes y diretes de cada día para dedicarnos a pensar en dar y darse a los demás
Levante-Emv
Nuestro mundo está lleno de paradojas. Tal vez siempre lo ha estado y cada época tiene las suyas. La globalización es un hecho, guste o no. A la vez, se da el contrasentido de un progresivo y feroz individualismo. Igualmente, observamos conjuntamente oleadas de solidaridad y búsquedas egoístas quizás de las mismas personas solidarias. Acaso hay una explicación, entre otras posibles. Ya Aristóteles habló del hombre como animal social.
Indudablemente, la tradición judeo-cristiana evidencia a la persona como un ser constitutivamente social, porque la vida comunitaria distingue al hombre de otras criaturas, su actuación social comporta un signo particularmente suyo: el de una persona que obra en una comunidad de personas. Esta característica del ser humano no es algo exterior al mismo, puesto que no se puede realizar como persona si no es en relación con los demás.
Sin embargo, la experiencia verifica que la sociabilidad humana no comporta automáticamente esa comunión de personas, que consiste fundamentalmente en el don de sí mismo. Hay dentro de nosotros gérmenes de insociabilidad, constatables en cada uno si nos examinamos con un mínimo de honradez. Esos gérmenes podrían resumirse en el egoísmo y la soberbia.
Un cristiano coherente verá su causa en el pecado original y en sus pecados personales. Pero insisto en que todos podemos percibirlos y, en ocasiones, hasta buscarles justificación, en lugar de sanearlos. Pero una sociedad digna de este nombre es tal cuando cada uno de sus miembros, gracias a su capacidad para conocer el bien, lo busca para él y para los demás.
La sociabilidad humana no es uniforme, sino que existe un sano pluralismo social, según sean los fines propuestos por sus componentes, medios, tipo de personas que forman cada sociedad, etc. Pero sí hay algo que a mi modo de ver debe estar presente en todas ellas.
Un elemento es la búsqueda del bien común, que no es simplemente la suma de bienes particulares, sino como recordó el último concilio el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. Sólo citaré los otros elementos: participación verdadera de sus componentes en la vida de la comunidad, solidaridad entre ellos y otras sociedades, y subsidiaridad de las sociedades mayores con respecto a las menores y a cada persona.
Finalizando, vuelvo al título a estas líneas y al párrafo inicial: frecuentemente, nos falta amplitud de miras y nos sobra egoísmo y soberbia. Creo que he escrito en otras ocasiones, además de hacerlo voces más autorizadas, que ahí puede residir en buena medida el origen de la crisis que padecemos.
Mi reflexión sería que esos dos graves defectos son el germen de la menor atención al bien común, a la participación sincera de todos en la reconstrucción de la economía que requiere la recuperación del hombre, a una mejor solidaridad a todos los niveles asistimos a una autentica depredación de lo que queda y a una mejor vivencia del principio de subsidiaridad. No pretendo ser exhaustivo, pero hemos de salir de los dimes y diretes de cada día, aunque sean de grueso calibre, para dedicarnos a pensar en dar y darse a los demás.