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Todavía, pese a que ya son veintitrés, seguimos sin salir del asombro entusiasta que produce en el pueblo cristiano joven, y en el que no lo es tanto, las Jornadas Mundiales de la Juventud. La última, vivida del 15 al 20 de julio junto a Benedicto XVI en Sidney, ha dejado una profunda huella.
Se han de obviar las noticias sectarias de quienes en su deformidad interior sólo se fijan en los defectos puntuales de muy pocas personas y son incapaces de contemplar la belleza de una Institución como es la Iglesia Católica. Parece como si les fallara la memoria o desconociesen la historia para saber que les sobrevivirá a ellos y también a las instituciones cuya razón de ser parece estar y de hecho en muchas ocasiones es así en atacarla.
Lo de Australia ha sido apoteósico y hay que decir que por donde pasa el Papa hay un antes y un después. Se han de meditar los discursos del Papa con sosiego. Benedicto XVI jamás ha dado una puntada sin hilo y sus palabras hay que rumiarlas bien para que sean asimiladas.
Parece extraño a primera vista por qué el Papa ha hablado y mucho del Espíritu Santo subrayando el don de Sabiduría. Benedicto XVI espera después de este encuentro en Sydney que la Jornada Mundial de la Juventud sea un nuevo Pentecostés, una venida del Espíritu Santo sobre todos especialmente los jóvenes para que anuncien al mundo en esta nueva era a Cristo resucitado.
En la homilía dirigida a los 400 mil peregrinos, dedicó la mayor parte a mostrar el poder del Espíritu. Que el fuego del amor de Dios descienda y llene vuestros corazones para uniros cada vez más al Señor y a su Iglesia y enviaros, como nueva generación de Apóstoles, a llevar a Cristo al mundo [1]. El Papa explicó qué es el poder del Espíritu Santo así: Es el poder de la vida de Dios. Es el poder del mismo Espíritu que se cernía sobre las aguas en el alba de la creación y que, en la plenitud de los tiempos, levantó a Jesús de la muerte. Es el poder que nos conduce, a nosotros y a nuestro mundo, hacia la llegada del Reino de Dios [2]. Pero esta fuerza, la gracia del Espíritu Santo, no es algo que podamos merecer o conquistar; podemos sólo recibirla como puro don [3].
El mundo necesita una renovación que sólo el Espíritu Santo puede realizar. El Papa encara el relativismo, el escepticismo ante la verdad acudiendo a la Verdad del Paráclito que es quien ilumina con total certeza. Pieper afirmaba que las ediciones de los clásicos como Platón o Dante, por citar algunos ejemplos, que se permitían leer en los países dominados por el comunismo antes de su caída, iban precedidas de una introducción que indujera al lector a una comprensión ahistórica; es decir, que excluyera la cuestión de la verdad. Una especie de pseudociencia que inmunizara frente a la posibilidad de conocer la verdad. Se trataba de si lo dicho por el autor era o no verdad, y en qué medida podría serlo, fuera una cuestión no verificable y, por tanto, acientífica. Mario Reiser ha llamado la atención sobre un pasaje de Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa, donde dice: La única verdad consiste en aprender a liberarse de la pasión enfermiza por la verdad [4].
En la sociedad en que vivimos hay mucha pobreza interior justamente debido a que paralela a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación [5]. La preocupación del Papa sigue siendo como es lógico el relativismo y la ayuda del Espíritu Santo con sus dones es el mejor antídoto. La verdad del hombre una realidad inequívoca conduce a la realidad de Dios, de un Dios Amor, que nos ama y nos busca.
Recuerdo una pequeña anécdota de hace muchos años, cuando Madrid tenía entonces más cines que cafeterías hoy. Un niño entró a las cuatro de la tarde en un cine de sesión continua y pasó tanto miedo que no se atrevía a salir. Se tapaba los ojos y a eso de las once la luz de la linterna del acomodador le enfocó mientras su padre feliz decía: ¡ése es! Se había ido yendo de cine en cine buscando a su pequeño. Dios sabe dónde estamos, cómo somos, qué nos atrae, qué deseamos, etc.; nos busca y nos encuentra. A Él le encontramos siempre si nos dejamos querer por Dios.
La religión católica tiene en Jesucristo su Fundamento. Al encarnarse el Verbo, el Logos, la Palabra, el hombre ha recibido el inmenso don de la filiación divina y ya su destino no es vagar en la orfandad angustiosa del olvido; su Creador le proporciona la capacidad de participar en su misma vida y permanecer en la intimidad de Dios. De lo hondo de nuestra alma emerge el mismo grito agradecido de San Pablo: Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! [6].
Hoy, al comienzo del tercer milenio, ante un pasado histórico asaetado por las infidelidades crueles del hombre contra el hombre, el Papa ha alzado su voz como Cristo en Getsemaní y en la Cruz, con poderoso clamor y lágrimas [7]. Hoy, el hombre en la voz de Benedicto XVI, grita a Dios como gritó Cristo, y así testimonia su máxima verdad: la de participar en su filiación por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo, que el Padre envió en el nombre de su Hijo, hace que el hombre participe en la vida íntima de Dios; hace que el hombre sea también hijo, a semejanza de Cristo, y heredero de aquellos bienes que constituyen la parte del Hijo. En esto consiste la religión del permanecer en la vida íntima de Dios, que se inicia con la encarnación del Hijo de Dios [8].
Recordemos a su antecesor Juan Pablo II que tras el año dedicado a la reflexión sobre Cristo en 1997, al año siguiente propuso otro consagrado de modo particular a reflexionar sobre el Espíritu Santo y su presencia santificadora dentro de la comunidad cristiana. En general, la labor de los últimos Pontífices ha sido decisiva; lo que ellos han realizado tanto con el magisterio como con su actividad, han aportado una significativa ayuda a la preparación de la nueva primavera de vida cristiana que se ha manifestado recientemente en los cristianos dóciles a la acción del Espíritu Santo en Sydney, junto a Pedro.
Se ha puesto de manifiesto que la Iglesia está viva y llena de salud. Sí, la Iglesia está viva y la maravillosa experiencia de estos días lo proclama. La Iglesia está viva y la Iglesia es joven. La Iglesia está viva y lo hemos podido ver en la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney. Estas ideas fueron recurrentes, fueron el tema central del Papa al comenzar su ministerio [9]. Sólo los vivos pueden tener de vez en cuando arañazos que pronto se restañan. Sólo los que gozan de buena salud se levantan cuando caen y se recuperan con rapidez. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque él ha resucitado verdaderamente [10]. Pero el alma de la Iglesia, Quien la vitaliza es el Espíritu Santo.
Benedicto XVI aludió en la Vigilia al don de sabiduría. Mediante este don el Espíritu Santo ilumina la inteligencia, haciéndola conocer las razones supremas de la revelación y de la vida espiritual, formando en ella un juicio sano y recto sobre la fe y la conducta cristiana del hombre espiritual que diría San Pablo y no sólo del natural e incluso carnal [11]. Es el primero y mayor de tales dones. La sabiduría es una luz que se recibe de lo alto; es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios. En efecto, leemos en la Sagrada Escritura: Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y en su comparación, tuve en nada la riqueza [12].
Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, de un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decir, con las cosas divinas y toma gusto en ellas. Santo Tomás habla precisamente de un cierto sabor de Dios [13], por lo que el verdadero sabio no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y vive.
Además, el conocimiento sapiencial da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios. Iluminado por este don, el cristiano sabe ver interiormente las realidades del mundo. Nadie mejor que él es capaz de apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de Dios. Un ejemplo fascinante de esta percepción superior del lenguaje de la creación lo encontramos en el Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís.
Gracias a este don toda la vida del cristiano con sus acontecimientos, sus aspiraciones, sus proyectos, sus realizaciones, llega a ser alcanzada por el soplo del Espíritu, que la ilumina con la luz que viene de lo Alto, y de la que tantas almas escogidas han dado testimonio también en nuestros tiempos [14]. Este Espíritu de luz otorga la capacidad de saborear y enseñar las cosas de Dios como por una expansión de su misma luz. El don de Sabiduría refuerza al de Inteligencia por el que las inteligencias y las conciencias penetran la palabra de Dios con luces nuevas que irradian en el hombre fiel el conocimiento de la verdad que nos hace libres.
Pedro Beteta. Teólogo y escritor
[1]. Benedicto XVI, Sydney 20-VII-2008. Vigilia de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud.
[2]. Ibídem.
[3]. Ibídem.
[4]. Cfr. Joseph Ratzinger; Fe, verdad y cultura. Reflexiones a propósito de la encíclica Fides et ratio
[5]. Benedicto XVI, Sydney 20-VII-2008. Vigilia de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud.
[6]. Ga 4, 6
[7]. Hb 5, 7
[8]. Tertio Millennio Adveniente, n. 8
[9]. Cfr. Homilía en el inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005
[10]. Homilía en el inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005
[11]. Cfr. Juan Pablo II, Audiencia General, 3-IV-1991 1.- 2.- 3.- Is 16, 1 4.- Lc 4, 18
[12]. Is 11, 2-3
[13]. Santo Tomás de Aquino Cfr. Summa Theologiae.II-II, q.23, a.3, ad.3
[14]. Cfr. Meditación dominical, 9-IV-1989 1.- Sab 7, 7-8
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