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Introducción
El Santo Padre ha convocado un año jubilar paulino, que comenzará el próximo 28 de junio de 2008 y concluirá el 29 de junio de 2009, y que está dedicado al apóstol san Pablo, para honrar su memoria con motivo del segundo milenario de su nacimiento, de modo que nos lleve a vivir mejor el espíritu cristiano siguiendo su ejemplo y dando a conocer la inmensa riqueza de sus escritos. Desea Benedicto XVI que tenga también un eco de dimensión ecuménica importante.
Conocer mejor y meditar la vida del Apóstol, en este año jubilar ha de conducir a remover el afán apostólico de los católicos que el Señor ha depositado en nuestros corazones con el Bautismo, la Confirmación y, sobre todo, la Eucaristía que nos conduce a la plena identificación con Cristo no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí [1]; es decir, la santidad.
Educación y familia
Situemos antes de nada al Apóstol de manera sintética. Nació en Tarso de Cilicia, en la costa sur de Asia Menor, la actual Turquía, hace unos dos mil años. Tarso era una ciudad helenística muy cosmopolita, situada en una encrucijada de rutas marítimas que comunicaban Grecia, Roma o Egipto con Capadocia y las regiones centrales de Asia Menor.
El abolengo de su familia le dio una educación muy cuidada. Excelente conocedor de la lengua y cultura griegas. Su familia era judía, muy practicante, y él siempre se sintió orgulloso de esto siendo un judío profundamente piadoso. De la tribu de Benjamín, de ahí su nombre Saulo, es decir, Saúl, en honor del rey Saúl que era de esa tribu. Fariseo en la interpretación de la Ley, celoso en mantener las tradiciones paternas y ciudadano romano plenamente consciente de sus deberes y derechos.
Nada de su tiempo le resultaba indiferente. Tarso, su patria, fue lugar de residencia de importantes pensadores estoicos y existía allí una notable escuela de oradores, de ahí que aunque no sepamos qué estudios cursó, por su estilo y por muchos rasgos de su pensamiento, es muy probable que tuviera una formación retórica esmerada, de nivel superior, y que su conocimiento del estoicismo fuera bastante profundo.
En su juventud, fue enviado a Jerusalén para que adquiriese, a los pies de Gamaliel, una buena formación rabínica [2]. Fruto de su estudio y de las lecciones recibidas de tan noble maestro, su pensamiento tiene siempre como centro la Sagrada Escritura, que cita y comenta muchas veces; su preocupación es la salvación prometida a Israel; y su visión teológica está profundamente penetrada por el sentido de la historia, según las tradiciones de su pueblo.
Junto a su origen judío y su formación helenística, es importante una reflexión acerca de su condición de ciudadano romano por nacimiento. Se trataba de un privilegio muy valorado [3] y que ha de suponerse conseguida por su padre con la posibilidad de transmitir a sus hijos tal ciudadanía. Esto induce a pensar que la familia de Pablo, aún siendo muy practicante, no pertenecía un grupo de judío radical sino de mentalidad abierta. En el ámbito civil esta apertura mental, unida a una honda convicción religiosa, explica muchos enfoques de sus cartas que no son ni más ni menos que un buen reflejo de su perfil como persona.
Apóstol póstumo de Cristo
En las catequesis de Benedicto XVI sobre la experiencia y misión de los Apóstoles, hay que destacar sobre todo las audiencias generales de los miércoles 8, 15 y 22 de noviembre de 2006. En la primera traza las líneas esenciales de la biografía de san Pablo y en la segunda tiene como tema La centralidad de Cristo.
En su vida, hubo un día decisivo, el de su encuentro con Jesucristo camino de Damasco, cuando se dirigía allí con cartas para la sinagoga que lo autorizaban a llevar detenidos a Jerusalén a los seguidores del Evangelio. En los Hechos de los Apóstoles, lo sucedido se narra tres veces con cierto detalle [4]. En el tercer relato, Pablo recuerda claramente lo que escuchó y le hizo tomar conciencia de su vocación y misión: Y el Señor me dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados por la fe en mí [5].
Comentando estas palabras, Benedicto XVI señala que desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un apóstol que quiere hacerse todo para todos [6] sin reservas. De aquí se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra [7].
Aunque se suele hablar de la conversión de San Pablo, hay que recordar que con esta expresión no se trata propiamente de una conversión como se entiende muchas veces; es decir, el paso del ateísmo a la fe, sino al descubrimiento del papel único de Cristo en el marco de la economía de la salvación. San Pablo habla con orgullo de su pasado previo al acontecimiento de Damasco. San Pablo, antes de la conversión, no era un hombre alejado de Dios y de su ley. Al contrario, era observante, con una observancia fiel que rayaba en el fanatismo [8]. Lo que llamamos su conversión es en realidad la llamada de Dios a una vocación muy concreta llevada a cabo por una revelación del mismo Señor Jesús para captar con singular hondura que creer en Jesucristo no es un obstáculo para la fe de Israel sino el pleno cumplimiento de los planes de Dios.
Como recuerda Benedicto XVI, en el epistolario paulino el nombre de Dios aparece más de 500 veces; y a continuación el nombre mencionado con más frecuencia es en 380 veces el de Cristo. Por esto mismo, si es difícil negar el cristocentrismo de Pablo, tampoco se debe olvidar su teocentrismo. Benedicto XVI recuerda cómo el encuentro con Cristo en el camino de Damasco revolucionó literalmente su vida. Cristo se convirtió en su razón de ser y en el motivo profundo de todo su trabajo apostólico (...). Por consiguiente, es importante que nos demos cuenta de cómo Jesucristo puede influir en la vida de una persona y, por tanto, también en nuestra propia vida. En realidad, Jesucristo es el culmen de la historia de la salvación y, por tanto, el verdadero punto que marca la diferencia también en el diálogo con las demás religiones [9].
Su vida es esencialmente cristocéntrica
Hasta tal punto es central Cristo, que para Pablo la existencia cristiana consiste en revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, para participar así personalmente en la vida de Cristo hasta sumergirse en él y compartir tanto su muerte como su vida. Es lo que escribe en la carta a los Romanos: Hemos sido bautizados en su muerte. Hemos sido sepultados con él. Somos una misma cosa con él. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús [10]. Precisamente esta última expresión es sintomática, pues para san Pablo no basta decir que los cristianos son bautizados o creyentes; para él es igualmente importante decir que ellos están en Cristo Jesús [11]. En otras ocasiones, invierte los términos y escribe que Cristo está en nosotros o vosotros [12] o en mí [13].
En esto se establece la tarea de toda la vida cristiana, en la identificación con Cristo. Ésta se lleva a cabo sacramentalmente por el Bautismo y la fe y las buenas obras harán crecer en el parecido a Cristo hasta la identificación. Como recuerda el Papa, en la carta a los Romanos escribe: Pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley [14]. Y también en la carta a los Gálatas: El hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo; por eso nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado [15]. Ser justificados significa ser hechos justos, es decir, ser acogidos por la justicia misericordiosa de Dios y entrar en comunión con él; en consecuencia, poder entablar una relación mucho más auténtica con todos nuestros hermanos: y esto sobre la base de un perdón total de nuestros pecados. Pues bien, san Pablo dice con toda claridad que esta condición de vida no depende de nuestras posibles buenas obras, sino solamente de la gracia de Dios: Somos justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús [16].
Notas al pie:
[1] Gal II, 20
[2] Cfr. Hch 22,3
[3] Cfr. Hch 22,25-28; 16,37
[4] Cfr. Hch 9,1-19; 22,5-16; 26,10-18
[5] Hch 26,15-18
[6] 1 Co 9,22
[7] Audiencia general 25.X.2006
[8] Audiencia general, 8-XI-06
[9] Audiencia general, 8-XI-06
[10] Cfr. Rm 6, 3. 4. 5. 11
[11] Cfr. también Rm 8, 1. 2. 39; 12, 5; 16,3. 7. 10; 1 Co 1, 2. 3, etc
[12] Rm 8, 10; 2 Co 13, 5
[13] Cfr. Audiencia general, 8-XI-06
[14] Rm 3, 28
[15] Ga 2, 16
[16] Audiencia general, 8-XI-06 y cfr. Rm 3, 24
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