Tensando un arco de la genuina feminidad, me he detenido en un mito cultural, Atenea, y en la primera mujer universitaria del siglo XX, María Goyri.
Atenea, diosa de la inteligencia y símbolo de Atenas, era considerada la madre del pensamiento, de la belleza, de la democracia. La diosa culta y civil; soldado, estadista, juez, artesana, y también la diosa del hogar.
A María Goyri, esposa del eminente Menéndez Pidal, se la describió como literata, pedagoga, feminista, ciudadana, esposa y madre. Su vida fue una síntesis admirable de ética y estética. Para ella defender los derechos de la mujer, fue realzar las posibilidades de media humanidad, y nunca lo hizo ni ella, ni muchas más con banderas sexistas, sectarias. Igualdad no significa uniformidad,
Podríamos añadir una lista grande de mujeres que reflejan el denominado genio femenino, algo misterioso, que resalta la fuerza creadora de la verdad sobre la mujer, como un soplo que empuja más allá de la lógica, del deseo, del instinto, y que esculpe una realidad tangible, muy interesante.
En el siglo XXI el mundo femenino se expande con todos sus arcanos contenidos, como los del mito que representaba Atenea y con una mayor facilidad que las que encontró María Goyri; no sólo eso, las mujeres también invaden campos que antes parecían absolutamente reservados a los varones, aunque estos deben mejorar bastante más para colaborar activamente en lo que parecía exclusivo de la mujer.
Deseo escribir sobre esto porque he leído, les confieso que no sé si con curiosidad intelectual o por necesidad existencial la Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo, que firma el Cardenal Ratzinger.
Mi curiosidad intelectual crecía al ver un escrito asequible, documentado, con rigor intelectual, incidiendo valientemente en las heridas que nos toca curar en esta época. Y leía con necesidad existencial porque llega un momento –y no tengo interés de hacer denuncias publicitarias mostrencas- en que me sorprende que la opinión pública incida torpemente en cambiar la plana a la condición natural de la persona. La mass media representa en demasiadas ocasiones una nueva civilización que huye de lo esencial y lo trastoca. El hombre no puede jugar a ser Dios sencillamente porque no lo es. Ni a inventarse la felicidad porque ya está inventada; además, no hay que buscarla se encuentra; se atisba el camino cuando somos capaces de quedarnos a solas con nosotros mismos. El despliegue analítico de la bondad moral de la conducta, y no sus tergiversaciones, es algo exigido por la conformidad y concordancia con la índole humana. Índole realista, de verdadero cuño práctico: el bien y su plenitud.
¿Sexo? ¿Género? ¿Hombre? ¿Mujer? ¿Gays? ¿Lesbianas? ¿Feminismo de equidad? ¿Feminismo de género? ¿Sexualidad polimorfa? ¿Homofobia? Yo lo resumiría en aturdimiento y desconstrucción de lo evidente.
Hace poco leía un texto de Jo Croissant (México, 2004), aclaraba como hembra proviene de nekera, que significa crear un espacio interior; y es así, la mujer fue sacada del varón y el varón nace de la mujer. El sentido esponsalicio de la corporalidad humana, ofrece el sentido de la filiación, de la maternidad, de la paternidad.
El documento que he citado, desarrolla el concepto de persona y oferta las posibilidades que el hombre y la mujer tienen ante sí para construir el mundo que en verdad ansiamos. Y lo hace con mucha confianza.
Ha llegado el momento de saber aprender a impregnarnos de lo que merece la pena. Este documento es uno de ellos. Cada persona camina entre nuestros escollos y oscuridades y dificultades e injusticias; aunque sólo fuera por eso, hacer propio lo bueno de otros han pensado, y más si son una autoridad –cosa que pasa al leer esta carta-, se descubre que lo limpio, lo genuino, incluso lo ingenuo nos abre a la confianza con los demás, a la colaboración.
Seamos las mujeres algo Ateneas; mantengamos viva la conciencia de nuestra vocación fundamental: la realización personal a través del amor. La mujer, complemento del varón, como el varón de la mujer, una alteridad esencial sexuada que enaltece a unos y a otros, que crea el clima propicio para el mejor desarrollo de ambos. Julián Marías señala que la mujer está aún más lejos de la naturaleza; supone un más alto grado de perfección. Está hecha de la carne de varón y quizás de sus sueños. Tejer la urdimbre del genio femenino, hecha de sensibilidad, de intuición, de generosidad, de constancia. es enriquecer certeramente el mundo, para ayudar a la Iglesia, para contribuir a la plena verdad de las relaciones humanas.
Si, lleva razón el Cardenal Ratzinger, porque como en su primera encíclica escribió Juan Pablo II, la inquietud creadora que bate y pulsa lo que es más profundamente humano es la insaciable necesidad de bien. Ese bien que podemos realizar dejándonos iluminar por las directrices de la carta. Léanla.
Gloria Mª Tomás y Garrido. Unidad Central Ética-Bioética. UCAM (Octubre de 2004).
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