Existe un plan de Dios sobre la familia que debe cumplirse con generosidad
Vivir la doctrina de la "Humanae vitae" es afirmar la dignidad de la familia
Por Rafael de los Ríos. Aceprensa, servicio 196/81 (23 diciembre 1981)
Recientemente ha sido presentada en todo el mundo la nueva exhortación apostólica del Papa, "Familiaris consortio", con la que Juan Pablo II responde a la petición unánime del último Sínodo de Obispos. Si hubiese que hacer un apretado resumen de este documento se podría afirmar que, para Juan Pablo II, vivir la doctrina de la "Humanae vitae" es reconocer la dignidad de la persona humana. Aquí está probablemente uno de los núcleos centrales de la exhortación. Efectivamente, la dignidad de la persona humana -esa idea a veces tan vaga- se llena de contenido concreto en el magisterio del Papa. Sin embargo, el mensaje de la exhortación no se reduce a la regulación de la natalidad. Va mucho más lejos: anima a todos los matrimonios a reconocer que existe un plan de Dios sobre la familia que debe ser cumplido si se quiere garantizar la dignidad del matrimonio. Ni la familia ha muerto, ni Dios ha muerto para las familias. Resumimos las ideas más relevantes de este interesante documento, cuya lectura resulta obligada para las familias españolas.
El contagio de una mentalidad materialista
La primera parte del documento -"Luces y sombras de la familia en la actualidad"- es una descripción rápida de la situación de la familia en el mundo de hoy. Junto a los aspectos positivos, el Papa subraya también los negativos, entre los que cita "el número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización y la instauración de una verdadera mentalidad anticonceptiva".
Los mismos católicos no siempre han podido evitar el contagio. Por eso, "entre los signos más preocupantes de este fenómeno, los padres sinodales han señalado en particular la facilidad del divorcio y del recurso a una nueva unión por parte de los mismos fieles; la aceptación del matrimonio puramente civil, en contradicción con la vocación de los bautizados a 'desposarse en el Señor'; la celebración del matrimonio sacramento no movidos por una fe viva, sino por otros motivos; el rechazo de las normas morales que guían el ejercicio humano y cristiano de la sexualidad dentro del matrimonio". Ante esta situación originada por el pecado, el Papa solicita de todos "una conversión de la mente y del corazón, siguiendo a Cristo crucificado en la renuncia al propio egoísmo".
Matrimonio y virginidad
En la segunda parte -"El designio de Dios sobre el matrimonio y la familia"-, Juan Pablo II recuerda que tanto el matrimonio como la virginidad son dos modos específicos de responder generosamente a la llamada divina. El sacrificio de Cristo en la cruz por su Esposa, la Iglesia, revela que "el matrimonio de los bautizados se convierte así en el símbolo real de la nueva y eterna Alianza, sancionada con la sangre de Cristo". "En virtud de la sacramentalidad de su matrimonio, los esposos quedan vinculados uno a otro de la manera más profundamente indisoluble. Su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que aconteció en la cruz".
"La virginidad y el celibato no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y confirman". En consecuencia, "cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los Cielos", que es un "carisma" superior al del matrimonio.
El matrimonio: uno e indisoluble
La tercera parte del documento -la más extensa- lleva por título "Misión de la familia cristiana". La unidad de los esposos es el primer deber, pues "en virtud del pacto conyugal, el hombre y la mujer 'no son ya dos, sino una sola carne'". Esta unidad "hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer" y es "una exigencia profundamente humana" que Cristo ha elevado mediante el sacramento del matrimonio. "Semejante comunión queda radicalmente contradicha por la poligamia".
Es también "deber fundamental de la Iglesia reafirmar con fuerza -como han hecho los padres del Sínodo- la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio; a cuantos en nuestros días consideran difícil o incluso imposible vincularse a una persona para toda la vida y a cuantos son arrastrados por una cultura que rechaza la indisolubilidad matrimonial y que se mofa abiertamente del compromiso de los esposos a la fidelidad, es necesario repetir que la perennidad del amor conyugal tiene en Cristo su fundamento y su fuerza".
Para los esposos cristianos, además, el don del sacramento "es al mismo tiempo vocación y mandamiento a que permanezcan siempre fieles entre sí, por encima de toda prueba y dificultad, en generosa obediencia a la santa voluntad del Señor: 'Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre' (Mt. 19,6)". Por eso "dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de los matrimonios cristianos de nuestro tiempo". El Papa alaba "a las numerosas parejas que, aun con no pocas dificultades, conservan y desarrollan el bien de la indisolubilidad" y reconoce el valor de aquellos esposos que, abandonados por el otro cónyuge, no han pasado a una nueva unión.
Tras subrayar que "la verdadera promoción de la mujer exige también que sea claramente reconocido el valor de su función materna", Juan Pablo II pide que la sociedad se organice de tal manera que "las esposas y madres no sean de hecho obligadas a trabajar fuera de casa y que sus familias puedan prosperar dignamente, aunque ellas se dediquen completamente a la propia familia".
La vida es siempre un don esplendido
Siguiendo la tradición viva de la Iglesia, recordada por el Concilio Vaticano II y por la encíclica "Humanae vitae", el Papa propone de nuevo con claridad la doctrina sobre la transmisión de la vida humana, puesta en tela de juicio por "una mentalidad contra la vida (anti-life mentality)" que sólo ve peligros en el crecimiento demográfico. Sin embargo, "la Iglesia cree firmemente que la vida humana, aun débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad".
"Por esto la Iglesia condena, como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos que tratan de limitar la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar completamente y rechazar con energía cualquier violencia ejercida por esas autoridades en favor de la anticoncepción e incluso de la esterilización y del aborto procurado. Al mismo tiempo hay que rechazar como gravemente injusto el hecho de que, en las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la promoción de los pueblos esté condicionada a programas de anticoncepción, esterilización y aborto pro-curado".
Al subrayar la importancia de la doctrina expuesta en la encíclica "Humanae vitae" sobre la regulación de la natalidad, Juan Pablo II pide a los sacerdotes y teólogos presenten sin ambigüedades el verdadero significado de la sexualidad humana: "Dudas o errores en el ámbito matrimonial llevan a una ofuscación grave de la verdad integral sobre el hombre, en una situación cultural que es con frecuencia confusa y contradictoria".
La donación "total" frente a la mentalidad anticonceptiva
El modo de afrontar este tema por Juan Pablo II es muy original. Habla con una terminología propia que, asumiendo "la doctrina y la norma siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia", especialmente como fue formulada en la "Humanae vitae", distingue dos mentalidades claramente opuestas entre sí. Por un lado, una mentalidad anticonceptiva "cuya razón es la ausencia de Dios en el corazón de los hombres" y que puede estar producida en algunas personas por el miedo al futuro, en otras por el egoísmo y en otras por una actitud consumista: "con la única preocupación de un continuo aumento de bienes materiales, acaban por no comprender y, por consiguiente, rechazar la riqueza espiritual de una nueva vida humana". Y, por otro lado, una mentalidad abierta a la vida, de "donación recíproca total", generosa, sin reservas, que no falsifica la verdad interior del amor conyugal y que siempre comprende "la riqueza espiritual de una nueva vida humana" aunque en determinadas circunstancias tenga que acudir a la continencia periódica.
Cada matrimonio debe plantearse con qué mentalidad actúa en su vida conyugal: en el caso de que lo considere conveniente, es clara la licitud de la continencia periódica, pero además debe saber por qué. recurre a los periodos infecundos: porque si no es por razones objetivamente serias, sino por miedo o por egoísmo, su conducta refleja una mentalidad claramente anticonceptiva y ajena al cristianismo.
Esta idea fue ya expresada hace años por un conocido autor. Lo importante es la mentalidad: la misma continencia periódica -afirmaba- depende de la virtud que hace recta la voluntad de los esposo. Porque quienes desean evitar los hijos acudiendo a la continencia periódica con una mentalidad utilitarista, actúan en el fondo con la misma mentalidad anticonceptiva de los que utilizan la píldora: la "técnica" no decide moralmente nada, pues ya hay una decisión previa deshonesta de negarse injustificadamente a la procreación. En cambio, si existe disposición a procrear, el recurso a la continencia periódica -con pesar de tener que recurrir a este medio ante la imposibilidad de recibir mas hijos- va acompañado de la práctica de la virtud y la continencia ya no es otro método anticonceptivo más: ni se rechaza la vida ni se falsifica el amor conyugal. El autor de esta idea, como ya se habrá adivinado, es Karol Wojtyla (Amor y responsabilidad).
Dos concepciones de la persona irreconciliables
Con su predecesor. Pablo VI, Juan Pablo II recuerda en consecuencia que es deshonesto todo acto conyugal que se proponga hacer imposible la procreación, pues el significado unitivo y el procreador están inseparablemente unidos por Dios. El matrimonio se ordena a los hijos. Cuando los esposos, mediante el recurso al anticoncepcionismo. separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer, se comportan como 'árbitros' del designio divino y manipulan' y envilecen la sexualidad humana y la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación 'total'".
En cambio,"cuando los esposos, mediante el recurso a los periodos de infecundidad, respetan la conexión inseparable de los significados unitivo y creador de la sexualidad, se comportan como ‘ministros’ del designio de Dios y se sirven de la sexualidad según el dinamismo original de la donación 'total', sin manipulaciones ni alteraciones". Se ve entonces que hay "una diferencia antropológica y al mismo tiempo moral entre el anticoncepcionismo y el recurso a los ritmos temporales", una diferencia que implica "dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana, irreconciliables entre sí".
La ley moral no admite grados
En el orden moral, las leyes no admiten grados de cumplimiento: o se respetan o se vulneran. El Papa enseña que una cosa es el avance progresivo de los esposos en su vida cristiana -que llama "ley de gradualidad"-, una lucha con éxitos y con fracasos que son perdonados en el sacramento de la confesión, y otra cosa muy distinta afirmar -como algunos hacen equivocadamente- que-hay una gradualidad de la ley, que vendría a decir que a unos obliga más y a otros menos; en consecuencia, esas caídas estarían permitidas por la ley y, por tanto, los esposos no estarían obligados a acudir al sacramento del perdón. Para el Papa, en definitiva, ser gradualmente más cristiano no quiere decir que la "Humanae vitae" no les obligue bajo pena de pecado.
Los esposos, en consecuencia, "no pueden mirar la ley como un mero ideal que se puede alcanzar en el futuro, sino que deben considerarla como un mandato de Cristo a superar con valentía las dificultades. Por ello la llamada ‘ley de gradualidad’ o camino gradual no puede identificarse con la 'gradualidad de la ley', como si hubiera varios grados de precepto en la ley divina para los diversos hombres y situaciones. Todos los esposos, según el plan de Dios, están llamados a la santidad del matrimonio" y deben responder con generosidad al mandato divino. "En la misma línea, es propio de la pedagogía de la Iglesia que los esposos consideren claramente la doctrina de la 'Humanae vitae' como norma para el ejercicio de su sexualidad".
Los derechos de la familia
Sobre la educación de los hijos, el Papa subraya con fuerza el derecho-deber de los padres, que califica como esencial, original y primario, insustituible y inalienable. Destaca entre ellos una educación sexual clara y delicada, que se traduce en una educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona, muy distinta de una mera información sexual separada de los principios morales. Afirma también que "debe asegurarse absolutamente el derecho de los padres a elegir una educación conforme con su fe religiosa".
Además de una función social, las familias han de tener una intervención política: "deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, .sino que desarrollen positivamente los derechos y deberes de la familia". De lo contrario, "las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia". En este sentido, ante las usurpaciones intolerables del Estado, la Santa Sede elaborará una "Carta de los derechos de la familia", acogiendo la petición del Sínodo.
Un documento de obligada lectura
Para santificar y transformar la sociedad actual, la familia cristiana tiene una especial vocación apostólica, pues "el sacramento del matrimonio plantea con nueva fuerza el deber arraigado en el bautismo y en la confirmación de difundir la fe". De esta manera, "la familia cristiana es llamada a santificarse y a santificar a la comunidad eclesial y al mundo".
En la última parte del documento, dedicada a la pastoral familiar, el Papa recuerda la doctrina del Magisterio sobre situaciones irregulares, como el llamado matrimonio a prueba o las uniones libres, que destruyen la dignidad de la persona y de la familia. Señala que los católicos unidos en matrimonio civil no pueden acceder a los sacramentos y reafirma también la praxis de la Iglesia "de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez": son ellos los que se excluyen, pues su estado de vida contradice objetivamente la unión entre Cristo y su Iglesia.
Es posible que algunos traten de silenciar esta profunda y clara exhortación apostólica: ya se sabe que los que no suelen mirar con buenos ojos a la "Humanae vitae", al Concilio Vaticano II y, en general, al Magisterio de la Iglesia, tratarán de echar también una cortina de humo sobre la "Familiaris consortio". Pero un documento tan amplio y tan rico en contenido debe ser leído atentamente por las familias españolas. Y exige, además, nuevos comentarios.