(Textos sacados de la
Exhortación Apostólica de S.S.
Juan Pablo II, Pastores dabo vobis)
Los Jóvenes ante la Vocación
y la Formación Sacerdotal
8. Las numerosas contradicciones y posibilidades que presentan nuestras
sociedades y culturas y, al mismo tiempo, las comunidades eclesiales, son
percibidas, vividas y experimentadas con una intensidad muy particular por el
mundo de los jóvenes, con repercusiones inmediatas y más que nunca incisivas
en su proceso educativo. En este sentido el nacimiento y desarrollo de la vocación
sacerdotal en los niños, adolescentes y jóvenes encuentran continuamente obstáculos
y estímulos.
Los jóvenes sienten más que
nunca el atractivo de la llamada "sociedad de consumo", que los hace
dependientes y prisioneros de una interpretación individualista, materialista y
hedonista de la existencia humana. El "bienestar" materialísticamente
entendido tiende a imponerse como único ideal de vida, un bienestar que hay que
lograr a cualquier condición y precio. De aquí el rechazo de todo aquello que
sepa a sacrificio y renuncia al esfuerzo de buscar y vivir los valores
espirituales y religiosos. La "preocupación" exclusiva por el tener
suplanta la primacía del ser, con la consecuencia de interpretar y de vivir los
valores personales e interpersonales, no según la lógica del don y de la
gratuidad, sino según la de la posesión egoísta y de la instrumentalización
del otro.
Esto se refleja, en particular, sobre la visión de la sexualidad
humana, a la que se priva de su dignidad de servicio a la comunión y a la
entrega entre las personas, para quedar reducida simplemente a un bien de
consumo. Así, la experiencia afectiva de muchos jóvenes no conduce a un
crecimiento armonioso y gozoso de la propia personalidad que se abre al otro en
el don de sí mismo, sino a una grave involución psicológica y ética, que no
dejará de tener influencias graves para su porvenir.
En la raíz de estas tendencias se halla, en no pocos jóvenes, una
experiencia desviada de la libertad: lejos de ser obediencia a la verdad
objetiva y universal, la libertad se vive como un asentimiento ciego a las
fuerzas instintivas y a la voluntad de poder del individuo. Se hacen así, en
cierto modo, naturales en el plano de la mentalidad y del comportamiento el
resquebrajamiento de la aceptación de los principios éticos, y en el plano
religioso -aunque no haya siempre un rechazo de Dios explícito- una amplia
indiferencia y desde luego una vida que, incluso en sus momentos más
significativos y en las opciones más decisivas, es vivida como si Dios no
existiese. En este contexto se hace difícil no sólo la realización, sino la
misma comprensión del sentido de una vocación al sacerdocio, que es un
testimonio específico de la primacía del ser sobre el tener; es un
reconocimiento del significado de la vida como don libre y responsable de sí
mismo a los demás, como disponibilidad para ponerse enteramente al servicio del
Evangelio y del Reino de Dios bajo la particular forma del sacerdocio.
Incluso en el ámbito de la comunidad eclesial, el mundo de los jóvenes
constituye, no pocas veces, un "problema". En realidad, si en los jóvenes,
todavía más que en los adultos, se dan una fuerte tendencia a la concepción
subjetiva de la fe cristiana y una pertenencia sólo parcial y condicionada a la
vida y a la misión de la Iglesia, cuesta emprender en la comunidad eclesial,
por una serie de razones, una pastoral juvenil actualizada y entusiasta. Los jóvenes
corren el riesgo de ser abandonados a sí mismos, al arbitrio de su fragilidad
psicológica, insatisfechos y críticos frente a un mundo de adultos que, no
viviendo de forma coherente y madura la fe, no se presentan ante ellos como
modelos creíbles.
Se hace entonces evidente la dificultad de proponer a los jóvenes una
experiencia integral y comprometida de vida cristiana y eclesial, y de educarlos
para la misma. De esta manera, la perspectiva de la vocación al sacerdocio
queda lejana a los intereses concretos y vivos de los jóvenes.
9. Sin embargo, no faltan situaciones y estímulos positivos, que
suscitan y alimentan en el corazón de los adolescentes y jóvenes una nueva
disponibilidad, así como una verdadera y propia búsqueda de valores éticos y
espirituales, que por su naturaleza ofrecen terreno propicio para un camino
vocacional a la entrega total de sí mismos a Cristo y a la Iglesia en el
sacerdocio.
Hay que decir, antes que nada, que se han atenuado algunos fenómenos
que en un pasado reciente habían provocado no pocos problemas, como la
contestación radical, los movimientos libertarios, las reivindicaciones utópicas,
las formas indiscriminadas de socialización, la violencia.
Hay que reconocer además que también los jóvenes de hoy, con la
fuerza y la ilusión típicas de la edad, son portadores de los ideales que se
abren camino en la historia: la sed de libertad; el reconocimiento del valor
inconmensurable de la persona; la necesidad de autenticidad y de transparencia;
un nuevo concepto y estilo de reciprocidad en las relaciones entre hombre y
mujer; la búsqueda convencida y apasionada de un mundo más justo, más
solidario, más unido; la apertura y el diálogo con todos; el compromiso por la
paz.
El desarrollo, tan rico y vivaz en tantos jóvenes de nuestro tiempo,
de numerosas y variadas formas de voluntariado dirigidas a las situaciones más
olvidadas y pobres de nuestra sociedad, representa hoy un recurso educativo
particularmente importante porque estimula y sostiene a los jóvenes hacia un
estilo de vida más desinteresado, abierto y solidario con los necesitados. Este
estilo de vida puede facilitar la comprensión, el deseo y la respuesta a una
vocación de servicio estable y total a los demás, incluso en el camino de una
plena consagración a Dios mediante la vida sacerdotal.
La reciente caída de las ideologías, la forma tan crítica de
situarse ante el mundo de los adultos que no siempre ofrecen un testimonio de
vida entregada a los valores morales y trascendentes, la misma experiencia de
compañeros que buscan evasiones en la droga y en la violencia, contribuyen a
hacer más aguda e ineludible la pregunta fundamental sobre los valores que son
verdaderamente capaces de dar plenitud de significado a la vida, al sufrimiento
y a la muerte. En muchos jóvenes se hacen más explícitos el interrogante
religioso y la necesidad de vida espiritual. De ahí el deseo de experiencia
"de desierto" y de oración, el retorno a una lectura más personal y
habitual de la Palabra de Dios, y al estudio de la teología.
Al igual que eran ya activos y protagonistas en el ámbito del
voluntariado social, los jóvenes lo son también cada vez más en el ámbito de
la comunidad eclesial, sobre todo con la participación en las diversas
agrupaciones, desde las más tradicionales, aunque renovadas, hasta las más
recientes. La experiencia de una Iglesia llamada a la "nueva evangelización"
por su fidelidad al Espíritu que la anima y por las exigencias del mundo
alejado de Cristo pero necesitado de El, como también la experiencia de una
Iglesia cada vez más solidaria con el hombre y con los pueblos en la defensa y
en la promoción de la dignidad personal y de los derechos humanos de todos y
cada uno, abren el corazón y la vida de los jóvenes a ideales muy atrayentes y
que exigen un compromiso, que puede encontrar su realización concreta en el
seguimiento de Cristo y en el sacerdocio.
Es natural que de esta situación humana y eclesial, caracterizada por
una fuerte ambivalencia, no se pueda prescindir de hecho ni en la pastoral de
las vocaciones y en la labor de formación de los futuros sacerdotes, ni tampoco
en el ámbito de la vida y del ministerio de los sacerdotes así como en el de
su formación permanente. Por ello, si bien se pueden comprender los diversos
tipos de "crisis", que padecen algunos sacerdotes de hoy en el
ejercicio del ministerio, en su vida espiritual y también en la misma
interpretación de la naturaleza y significado del sacerdocio ministerial, también
hay que constatar, con alegría y esperanza, las nuevas posibilidades positivas
que el momento histórico actual ofrece a los sacerdotes para el cumplimiento de
su misión.
El Discernimiento Evangélico
10. La compleja situación actual, someramente expuesta mediante
alusiones y a modo de ejemplo, exige no sólo ser conocida, sino sobre todo
interpretada. Unicamente así se podrá responder de forma adecuada a la
pregunta fundamental: ¿Cómo formar sacerdotes que estén verdaderamente a la
altura de estos tiempos, capaces de evangelizar al mundo de hoy? (15)
Es importante el conocimiento de la situación. No basta una simple
descripción de los datos; hace falta una investigación científica con la que
se pueda delinear un cuadro exacto de las circunstancias socioculturales y
eclesiales concretas.
Pero es aún más importante la interpretación de la situación. Ello
lo exige la ambivalencia y a veces la contradictoriedad que caracterizan las
situaciones, las cuales presentan a la vez dificultades y posibilidades,
elementos negativos y razones de esperanza, obstáculos y aperturas, a semejanza
del campo evangélico en el que han sido sembrados y "conviven" el
trigo y la cizaña (cf. Mt. 13, 24 ss.).
No siempre es fácil una lectura interpretativa, que sepa distinguir
entre el bien y el mal, entre signos de esperanza y peligros. En la formación
de los sacerdotes no se trata sólo y simplemente de acoger los factores
positivos y constatar abiertamente los negativos. Se trata de someter los mismos
factores positivos a un cuidadoso discernimiento, para que no se aíslen el uno
del otro ni estén en contraste entre sí, absolutizándose y oponiéndose recíprocamente.
Lo mismo puede decirse de los factores negativos: no hay que rechazarlos en
bloque y sin distinción, porque en cada uno de ellos puede esconderse algún
valor, que espera ser descubierto y reconducido a su plena verdad.
Para el creyente, la interpretación de la situación histórica
encuentra el principio cognoscitivo y el criterio de las opciones de actuación
consiguientes en una realidad nueva y original, a saber, en el discernimiento
evangélico; es la interpretación que nace a la luz y bajo la fuerza del
Evangelio, del Evangelio vivo y personal que es Jesucristo, y con el don del Espíritu
Santo. De ese modo, el discernimiento evangélico toma de la situación histórica
y de sus vicisitudes y circunstancias no un simple "dato", que hay que
registrar con precisión y frente al cual se puede permanecer indiferentes o
pasivos, sino un "deber", un reto a la libertad responsable, tanto de
la persona individual como de la comunidad. Es un "reto" vinculado a
una "llamada" que Dios hace oír en una situación histórica
determinada; en ella y por medio de ella Dios llama al creyente; pero antes aún
llama a la Iglesia, para que mediante "el Evangelio de la vocación y del
sacerdocio" exprese su verdad perenne en las diversas circunstancias de la
vida. También deben aplicarse a la formación de los sacerdotes las palabras
del Concilio Vaticano II: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a
fondo los signos de los tiempos e interpretados a la luz del Evangelio, de forma
que, acomodándose a cada generación, pueda ella responder a los perennes
interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida
futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y
comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo
dramático que con frecuencia le caracteriza" (16).
Este discernimiento evangélico se funda en la confianza en el amor de
Jesucristo, que siempre e incansablemente cuida de su Iglesia (cf. Ef. 5, 29);
El es el Señor y el Maestro, piedra angular, centro y fin de toda la historia
humana (17). Este discernimiento se alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu
Santo, que suscita por todas partes y en toda circunstancia la obediencia de la
fe, el valor gozoso del seguimiento de Jesús, el don de la sabiduría que lo
juzga todo y no es juzgada por nadie (cf. 1 Cor. 2, 15); y se apoya en la
fidelidad del Padre a sus promesas.
De este modo, la Iglesia sabe que puede afrontar las dificultades y los
retos de este nuevo periodo de la historia sabiendo que puede asegurar, incluso
para el presente y para el futuro, sacerdotes bien formados, que sean ministros
convencidos y fervorosos de la "nueva evangelización", servidores
fieles y generosos de Jesucristo y de los hombres.
Mas no ocultemos las dificultades. No son pocas, ni leves. Pero para
vencerlas están nuestra esperanza, nuestra fe en el amor indefectible de
Cristo, nuestra certeza de que el ministerio sacerdotal es insustituible para la
vida de la Iglesia y del mundo.
ME HA UNGIDO Y ME HA
ENVIADO: NATURALEZA Y MISIÓN DEL SACERDOCIO MINISTERIAL
Mirada sobre el Sacerdote
11. "En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él" (Lc.
4, 20). Lo que dice el evangelista san Lucas de quienes estaban presentes aquel
sábado en la sinagoga de Nazaret, escuchando el comentario que Jesús haría
del texto del profeta Isaías leído por él mismo, puede aplicarse a todos los
cristianos, llamados a reconocer siempre en Jesús de Nazaret el cumplimiento
definitivo del anuncio profético: "Comenzó, pues, a decirles: Esta
Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy" (Lc. 4, 21). Y la
"escritura" era ésta: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque
me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor" (Lc. 4,
18-19; cf. Is. 61, 1-2). En efecto, Jesús se presenta a sí mismo como lleno
del Espíritu, "ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva"; es
el Mesías, el Mesías sacerdote, profeta y rey.
Es éste el rostro de Cristo en el que deben fijarse los ojos de la fe
y del amor de los cristianos. Precisamente a partir de esta "contemplación"
y en relación con ella los Padres sinodales han reflexionado sobre el problema
de la formación de los sacerdotes en la situación actual. Tal problema sólo
puede encontrar respuesta partiendo de una reflexión previa sobre la meta a la
que está dirigido el proceso formativo, es decir, el sacerdocio ministerial
como participación en la Iglesia del sacerdocio mismo de Jesucristo. El
conocimiento de la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial es el
presupuesto irrenunciable, y al mismo tiempo la guía más segura y el estímulo
más incisivo, para desarrollar en la Iglesia la acción pastoral de promoción
y discernimiento de las vocaciones sacerdotales, y la de formación de los
llamados al ministerio ordenado.
El conocimiento recto y profundo de la naturaleza y misión del
sacerdocio ministerial es el camino a seguir, y que el Sínodo ha seguido de
hecho, para salir de la crisis sobre la identidad sacerdotal. "Esta crisis
-decía en el Discurso al final del Sínodo- había nacido en los años
inmediatamente siguientes al Concilio. Se fundaba sobre una comprensión errónea,
y tal vez hasta intencionadamente tendenciosa, de la doctrina del magisterio
conciliar. Y aquí está indudablemente una de las causas del gran número de pérdidas
padecidas entonces por la Iglesia, pérdidas que han afectado gravemente al
servicio pastoral y a las vocaciones al sacerdocio, en particular a las
vocaciones misioneras. Es como si el Sínodo de 1990, redescubriendo toda la
profundidad de la identidad sacerdotal, a través de tantas intervenciones que
hemos escuchado en esta aula, hubiese llegado a infundir la esperanza después
de esas pérdidas dolorosas. Estas intervenciones han manifestado la conciencia
de la ligazón ontológica específica que une al sacerdote con Cristo, Sumo
Sacerdote y buen Pastor. Esta identidad está en la raíz de la naturaleza de la
formación que debe darse en vista del sacerdocio y, por tanto, a lo largo de
toda la vida sacerdotal. Esta era precisamente la finalidad del Sínodo"
(18).
Por esto el Sínodo ha creído necesario volver a recordar, de manera
sintética y fundamental, la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial,
tal y como la fe de la Iglesia las ha reconocido a través de los siglos de su
historia y como el Concilio Vaticano II las ha vuelto a presentar a los hombres
de nuestro tiempo (19).
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Notas
15. Cf. Sínodo de los Obispos, La formación de los sacerdotes en las
circunstancias actuales - Lineamenta, 5-6. [Regresar]
16. Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes,
4. [Regresar]
17. Cf. Sínodo de los Obispos, VIII Asam. Gen. Ord., Mensaje de los
Padres sinodales al pueblo de Dios (28 octubre 1990), I: l. c. [Regresar]
18. Discurso final al Sínodo (27 octubre 1990), 4: l. c.; cf. Carta a
todos los sacerdotes de la Iglesia con ocasión del Jueves Santo 1991 (10 marzo
1991): L'Osservatore Romano, 15 marzo 1991. [Regresar]
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