Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Valentía femenina, capacidad de ir al encuentro de los demás, mano tendida en señal de ayuda, solicitud... Y sobre todo alegría, de esa que llena el corazón y da a la vida sentido y dirección nuevos.
Todo esto podemos descubrirlo en el Evangelio de hoy (Lc 1,39-56) que narra la visita de María a Santa Isabel. Texto que, junto a las palabras del Profeta Sofonías en la Primera lectura (3,14-18) y de San Pablo en la Segunda (Rm 12,9-16), dibujan una liturgia llena de alegría, que viene como soplo de aire fresco a llenar nuestra vida. ¡Qué cosa más fea esos cristianos con la cara torcida, esos cristianos tristes! Muy feo, porque no son plenamente cristianos. Creen que lo son, pero no lo son en plenitud. El mensaje cristiano es de alegría y, en esa atmósfera de alegría, la liturgia de hoy nos da como un regalo, del que yo quisiera subrayar sólo dos cosas: primero, una actitud; segundo, un hecho.
La actitud es el servicio. Un servicio, el de María, que se realiza sin dudar. María, dice el Evangelio, fue aprisa, y eso a pesar de estar encinta y correr el riesgo de caer en manos de bandidos a lo largo del camino. Esta chica de dieciséis o diecisiete años, no más, era valiente. Se levanta y va, sin excusas. ¡Valentía de mujer! Las mujeres valientes que hay en la Iglesia son como la Virgen. Son esas mujeres que sacan adelante su familia, esas mujeres que llevan adelante la educación de sus hijos, que afrontan tantas adversidades, tanto dolor, que cuidan a los enfermos… ¡Valientes!: se levantan y sirven, ¡sirven! El servicio es un signo cristiano. ¡Quien no vive para servir, no sirve para vivir! Servicio con alegría; esa es la actitud que yo quería subrayar. Hay alegría y también servicio. Siempre para servir.
El acto es el encuentro entre María y su prima. Estas dos mujeres se encuentran y lo hacen con alegría; ¡ese momento es toda una fiesta! Si aprendiéramos este servicio de ir al encuentro de los demás, ¡cómo cambiaría el mundo! El encuentro es otro signo cristiano. Una persona que dice ser cristiana y no es capaz de ir al encuentro de los demás no es totalmente cristiana. Tanto el servicio como el encuentro requieren salir de uno mismo: salir para servir y salir para encontrar, para abrazar a otra persona. Con ese servicio de María, con ese encuentro, se renueva la promesa del Señor, se realiza en el presente, en este presente. Y precisamente –como hemos escuchado en la primera lectura: El Señor tu Dios, en medio de ti–, el Señor está en el servicio, el Señor está en el encuentro.