Unav.es
La pregunta por el papel –o incluso simplemente la cabida− de la fe en la institución y vida universitarias resulta ineludible y de gran importancia intelectual y cultural. Pues, si la universidad es “la casa donde se busca la verdad”, preguntarse por la fe en el ámbito universitario equivale a cuestionar tanto el valor de verdad de la fe, como el límite o alcance de la verdad de las ciencias que allí se cultivan. Más aún, es preguntarse por lo que significa propiamente pensar, por su método y sus contenidos; en definitiva, significa tratar de aclarar el sentido en que podemos concebir nuestra razón y, por ende, a nosotros mismos como seres racionales.
Sin duda, ningún lugar como la universidad es tan apto y propicio para plantearse estos interrogantes, con espíritu de abnegado servicio, que aspiran a alcanzar una plenitud no sólo intelectual, sino también vital. Al trabajo universitario pueden muy bien aplicarse estas palabras del hoy Papa Francisco al inicio del Año de la fe: “Cruzar el umbral de la fe es el trabajo vivido con dignidad y vocación de servicio, con la abnegación del que vuelve una y otra vez a empezar sin aflojarle a la vida, como si todo lo ya hecho fuera sólo un paso en el camino hacia el reino, plenitud de vida” (Homilía del entonces Cardenal Bergoglio, el 1.X.2012, en la inauguración del Año de la Fe)
Incluimos el texto y ">el vídeo de la intervención de Ignacio López Goñi, Decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Navarra, durante la jornada, organizada por el Instituto de Antropología y Ética y el grupo de investigación “Ciencia, razón y Fe” (CRYF), en la Universidad de Navarra el día 19 de febrero de 2013, actividad que se enmarcaba en el Año de la Fe, convocado por la Iglesia católica en Octubre de 2012 y que será clausurado en noviembre de 2013.
Me gustaría comenzar dando las gracias al Instituto de Antropología y Ética, y al grupo de investigación “Ciencia, Razón y Fe” por invitarme a este seminario de trabajo, y especialmente al profesor Giménez-Amaya por sus palabras introductorias.
En un primer momento, cuando me propusieron hablar de fe en la Universidad pensé que se trataba de un error: ¿qué les voy a contar yo a ustedes sobre este tema, si a lo que me dedico es a las bacterias y a los virus? Para empezar, les voy a contar qué asuntos han ocupado gran parte de mi tiempo en estos últimos años. Ya perdonarán ustedes la falta de modestia, pero hay dos cosas de las que estoy realmente orgulloso. La primera es el descubrimiento de un nuevo sistema de dos componentes, compuesto de una proteína reguladora y de una proteína sensora capaz de regular la virulencia de la bacteria llamada Brucella, y que controla además su metabolismo del carbono y del nitrógeno, así como la expresión de componentes en la membrana externa de la bacteria. Es lo que denominados el sistema regulador BvrR/BvrS. Y el otro tema al que nos hemos dedicado en el laboratorio, y del que también estoy muy contento, es el desarrollo de una técnica de amplificación génica mediante PCR que en un solo paso es capaz de diferenciar y tipificar todas las especies del género Brucella, e incluso diferenciarlas de las cepas vacunales B19, Rev1 y RB51! Y ustedes se preguntarán: ¿es esto tan importante?, ¿a esto le ha dedicado usted años de trabajo? Pues sí, muchos años de trabajo, y les aseguro que es apasionante. Ustedes están haciendo ahora un acto de fe creyéndome a mí cuando les digo que esto es muy importante, que vale la pena, que uno puede dedicar la vida profesional a esto. Lo mismo que yo, a lo largo de esta mañana, también he hecho algunos actos de fe…, sobre todo por la dificultad que he tenido de entender algunos de los conceptos expuestos anteriormente. Luego volveremos sobre este tema, que en definitiva es un problema de comunicación.
Cuando me propusieron hablar de la fe en la Universidad pensé que no debía hablar de Brucella, ni de bacterias y virus, sino de lo que a mí me parece que es la relación entre la fe y la ciencia en la universidad, y sobre todo acerca de la pregunta que nos hacemos muchos de si hoy en día, en pleno el siglo XXI, con el desarrollo de la ciencia y la tecnología, todavía tiene sentido ser creyente. Mi intervención se compone de dos partes. En la primera, describiré el ambiente en el que se mueve actualmente la mayoría de los científicos. Y después, comentaré la relación que en mi opinión debe existir entre la ciencia y la fe. Les adelanto que no voy a ser nada original: muchos de ustedes descubrirán en estas reflexiones la influencia del profesor D. Mariano Artigas.
Mentalidad dominante en el ámbito científico
En la mayoría de los científicos de la universidad española (y en las universidades europeas y norteamericanas) domina un pensamiento científico positivista. Y no sólo en el ambiente universitario, sino también a nivel popular, en la gente de la calle. Esto ha sido propiciado en buena parte por los medios de comunicación, muy en concreto por la televisión. Muchas veces, hablando sobre estos temas de ciencia y fe con colegas y amigos, observo la influencia que han ejercido ciertas series de divulgación científica que, si bien desde el punto de vista científico cuentan cosas muy interesantes, presentan un trasfondo muy cientificista y materialista. Me refiero a programas clásicos como Cosmos de Carl Sagan, o actualmente otros como Redes, que han tenido muchísima influencia en la gente de la calle, pero también en el mundo universitario e incluso entre los propios científicos.
En el fondo no es nada nuevo. Se trata de la vieja teoría positivista de Augusto Comte, según la cual la humanidad ha pasado por tres estadios o fases, que también deben recorrer y superar progresivamente cada persona individual como signo de su crecimiento en madurez. El primer y más primitivo estadio es un mundo mítico-religioso, donde los hombres nos inventamos una serie de dioses para explicar las causas últimas de los fenómenos naturales. Esto fue superado por una etapa metafísica, como segundo estadio, en la que la filosofía sustituye a la religión, explicando esas causas últimas mediante conceptos abstractos, ya no personales. Y hoy en día estaríamos en un tercer estadio: una fase en la cual la madurez de la humanidad desecha los mitos gracias a la ciencia experimental positiva; la ciencia desplaza a las religiones y a las teorías metafísicas porque se ha dado cuenta de que la pregunta por las causas últimas es vana e ilusoria, lo único seguro y cierto son los hechos demostrables. Es la etapa actual de esplendor científico positivista.
Según esta mentalidad, la ciencia experimental que por fin se ha desarrollado es el único conocimiento válido. La ciencia es sinónimo de objetivo, universal, racional. La ciencia es el conocimiento que está basado en evidencias, en verdades bien establecidas. Y la ciencia habla de cosas demostrables, empíricamente verificables. Además, al atenerse a datos a nuestro alcance y experimentación, la ciencia es humana. En contraposición a la ciencia experimental estaría la religión. A diferencia de la ciencia, que es objetiva, la religión sería algo subjetivo. No sería universal, sino algo arbitrario de cada persona en particular; y también a diferencia de la racionalidad científica, la religión sería emocional, sentimental. En esta concepción, la religión está basada no en evidencias, en hechos demostrables, sino que está fundada en tradiciones, en autoridades. Por tanto, la religión sería algo opinable, y además, por hablar de cosas superiores e inasequibles, la religión es incluso, a diferencia de la ciencia, inhumana. Esta es la mentalidad actual en muchos ámbitos: fuera de la ciencia no hay verdad; sólo tiene sentido lo que puede ser verificable por la experiencia; la ciencia, por tanto, es sinónimo de objetivo, cierto y demostrable.
Actualmente, hay dos científicos que han popularizado estos planteamientos marcadamente positivistas: Stephen Hawking y Richard Dawkins. El primero, Stephen Hawking opina que el universo está gobernado únicamente por las leyes de la ciencia, afirma que Dios no creó el universo, que Dios no es necesario para explicar las leyes del universo. Según él, universo es eterno, se crea él solo de forma espontánea. Incluso se puede hablar de varios universos, en los que puede haber vida inteligente en otros planetas. Todo ello son ideas, como ven, muy populares hoy en día. Por su parte, Richard Dawkins define la religión como una alucinación colectiva. Para él, todo se explica por azar y selección natural. La selección natural y la evolución son incompatibles con un plan divino. De forma mucho más beligerante, llega a proponer una campaña “out”, de “salida del armario” de los ateos. Los ateos tienen que salir a la calle y explicar de manera muy combativa que la religión es una peligrosa y perniciosa alucinación (que ha provocado guerras y fanatismos), y que todo se explica en y por la ciencia. La ciencia, por lo tanto, y muy en concreto la teoría de la evolución, se utiliza como un arma contra el cristianismo.
En este ambiente, yo mismo me hago muchas preguntas. ¿Tiene sentido hoy en día, por ejemplo, la Biblia, fuera de lo que es el hecho religioso? ¿Realmente provenimos del mono?, ¿Cómo se compagina la historia de Adán y Eva con la evolución? ¿Es mala la evolución, es una mera hipótesis? (Por cierto, una de las conferencias que organizó el CRYF llevaba justo este título, se hablaba de “la hipótesis de la evolución”; sinceramente me sorprendió mucho el referirse a la evolución como a una hipótesis…) ¿Es necesario Dios para explicar el universo? ¿Necesitamos a Dios para explicar y entender el universo, o puede explicarse de manera científica? ¿Puede haber varios universos, cómo puede afectar esto a la fe? Y si hubiera vida en otros planetas, si hubiera otra civilización, ¿cómo se compaginaría esto con la Redención? ¿Puedo demostrar la existencia de Dios, la existencia del alma, la existencia del espíritu? ¿Pueden las moléculas, la química, las neuronas explicarlo todo? ¿Pueden las emociones ser simplemente un hecho evolutivo, un paso en un proceso de la evolución, como algunos afirman?
En definitiva, ¿tiene sentido ser creyente para un hombre de ciencia?, ¿la ciencia y la fe son incompatibles, hay confrontación entre ciencia y fe, o son totalmente independientes?, ¿y puede haber diálogo real entre ciencia y fe?, ¿supone la fe o las creencias religiosas un estorbo para la ciencia?, ¿entorpecen el desarrollo científico?
Muchos opinan que las creencias religiosas estorban y frenan el desarrollo de la ciencia. En Estados Unidos, por ejemplo, con respecto al debate sobre el uso científico de células madre embrionarias, la culpa la tiene la gente que es creyente. Si no tienes fe, esto lo puedes hacer, y muchas más cosas. Hace pocos días en España se nombró un nuevo comité de bioética en el que algunos de sus miembros manifestaron su fe o sus creencias religiosas, y por eso son radicalmente desacreditados en algunos sectores, donde se afirma rotundamente que una persona de fe no puede estar en un comité de bioética, por ejemplo. Este el ambiente y la situación actual en la que nos movemos.
La relación entre la ciencia y la fe
¿Qué relación hay realmente entre ciencia y fe? Una primera propuesta es que la ciencia y la fe son rivales, son campos distintos, confrontados, irreconciliables y, por tanto, no puede haber un diálogo entre ellas. Respecto a este planteamiento me gustaría recordar que la ciencia moderna nació y se desarrolló en gran medida gracias a la existencia de una matriz cultural cristiana. Históricamente la cultura judeocristiana es la que más ha propiciado el desarrollo de la ciencia y así casi todos los padres de la ciencia moderna fueron creyentes, hombres de fe (Kepler, Copérnico, Galileo, Newton…). La creencia en un Dios racional que crea un mundo racional e inteligible, y en que el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, tiene la capacidad de conocer ese mundo, impulsó el desarrollo de la ciencia moderna.
En el otro extremo estaría la idea de que la ciencia debe apoyar a la fe. No sólo que la ciencia y la fe son concordantes, sino que además la misión de la ciencia es apoyar la fe: una tentación para el creyente. Esto suele unirse a una interpretación literal de la Sagrada Escritura. Esta posición, que quizá se da más en el mundo anglosajón, lógicamente también tiene sus problemas, y no pequeños. La interpretación literal de la Sagrada Escritura exige intervenciones directas de Dios, lo que se suele denominar el “Dios de los huecos”. Se formula una teoría y cuando hay un hueco, algo que no entiendo o para lo que no tengo explicación científica, hecho mano de Dios y entonces viene Dios con su dedo milagroso y me rellena el hueco: el Dios de los huecos o de los milagros. Viene bien aquí recordar una cita de Juan Pablo II: “La Biblia no nos dice cómo es el cielo, sino cómo ir al cielo”.
Forzarnos a elegir entre estos dos extremos, entre el despotismo de la ciencia o el de la fe, es en el fondo tener que optar entre dos tipos de fundamentalismo; es sin duda forzar la naturaleza de las cosas.
Si no son rivales, y si la ciencia no tiene por qué apoyar a la fe, otra posibilidad es que sean independientes. Según esto, no tienen relación entre sí, no hay rivalidad, no hay diálogo entre ciencia y fe porque son independientes. Se trata de un planteamiento muy reconciliador, y quizá frecuente en algunos ambientes religiosos. En mi opinión, a esta idea le falta dar el siguiente paso: la ciencia y la fe son independientes en sus métodos, en sus campos y alcance, pero se complementan en su fin último, que es el conocimiento de la verdad del mundo y del hombre. Es decir, junto a la autonomía de la ciencia y la fe en sus métodos y ámbitos, hay que admitir y desarrollar la complementariedad entre ambas. La ciencia nos va a interrogar y nos va a dar respuesta sobre cómo son las cosas que se nos presentan experimentalmente: cómo es la evolución del cuerpo humano, cómo es el universo, cómo se originó, etc. Y la fe lo que nos dará es la razón, el porqué de las cosas materiales y acaso, si las hay, de las inmateriales: ¿por qué surge el universo?, ¿cuál es la razón de ser del hombre?,…
Por otro lado, la ciencia es intrínsecamente contraria al relativismo, porque lo que hacemos es ver e investigar una realidad objetiva. Hay personas que si se le habla del concepto de “verdad” se ponen nerviosas, porque piensan que hay muchas verdades. Bueno, pues no hablemos de la verdad, hablemos de la realidad, de lo que está ahí afuera, de la realidad que quiero conocer e investigar. Claramente, la ciencia es lo contrario al relativismo, porque si hubiera muchas verdades o realidades, ¿por qué y cómo voy a investigarlas si nunca llegaré por definición a una única solución válida? Por lo tanto, el científico supone que tiene que haber una realidad, que debe haber una verdad a la que yo pueda llegar a través del conocimiento científico, preguntándome cómo es esa realidad. Si además soy creyente, preguntándome el porqué, el sentido de esa misma realidad y utilizar entonces otro método que no sea el método científico. En el fondo, toda pregunta y toda tarea de emprender conocimiento presupone que hay una verdad, de lo contrario iniciar tal búsqueda sería absurdo. La naturaleza, en definitiva –como decía Francis Collins–, es el lenguaje de Dios.
Otra cita que nos ayuda a comprender esta complementariedad entre ciencia y fe: “La naturaleza no es otra cosa que el plan de un cierto arte inscrito en las cosas por el cual esas cosas se mueven hacia un fin determinado, como si quien construyera un barco pudiera dar a las piezas de madera poder para que pudieran moverse por sí mismas para producir la forma de barco”. Pensemos en la evolución, y veremos que según esto no hay ningún tipo de contraposición entre evolución y fe. La cita es de santo Tomás de Aquino, bastante anterior a Darwin, por cierto.
¿Y si surge algún tipo de contradicción entre la verdad científica y la verdad de fe, entre lo que me dice la ciencia y lo que me dice la fe? Lo que estamos argumentando es que pueden ser complementarias, pero también es verdad que a veces puede haber una aparente y ocasional contradicción. ¿Qué pasa y qué hacer en esos casos? En primer lugar, cautela. La ciencia no está para apoyar a la fe. A veces hay teorías científicas con las que los creyentes podemos sentirnos muy cómodos y nos gustan porque, en teoría, apoyan también nuestra fe. Por ejemplo, como creyentes nos alegramos y aceptamos gustosos la teoría del big-bang, de que el universo comienza en un determinado momento y tiene un inicio concreto, porque parece que es una verdad científica que apoya la idea de un inicio del universo, de la creación. O ante la hipótesis del ADN mitocondrial que sugiere que la humanidad proviene de África, probablemente a partir de una única mujer (lo que hace años se llamó la Eva mitocondrial), un creyente la acepta con grado porque apoya la verdad bíblica de la primera pareja. Este planteamiento es muy peligroso. Es intentar que la ciencia apoye la fe, o al menos, aceptar teorías científicas simplemente porque apoyan la fe y esto no es desde luego nada científico. Y tampoco es un servicio a la fe, porque puede ocurrir que al cabo de unos años esas hipótesis, con el avance de la ciencia, se vea que son falsas, que no son ciertas y entonces otros puedan decir ¿ves cómo estabas confundido?, ¿ves cómo lo del big-bang no era cierto?, ¿ves cómo lo de la Eva mitocondrial no era cierto?, por lo tanto tu fe no es cierta. Intentar apoyar la fe en teorías científicas es, en mi opinión, peligroso para la misma fe.
¿Y si hay alguna contradicción, si se descubre algún hecho científico que no se sabe cómo encajarlo con una verdad de fe? –aunque verdades de fe creo hay muy pocas–. ¿Qué pasa si la experimentación científica contradice la fe? En mi opinión, esto es un estímulo, un estímulo para ambos, para el científico y el creyente. ¿A qué me refiero cuando digo que para ambos? En primer lugar, para el científico, para que siga estudiando más, investigando más. Porque hemos convenido en que hay una verdad, hay una realidad y yo tengo que llegar a ella; y por tanto si hay una contradicción, aunque venga de otra fuente, es que algo parece fallar. Tengo que estudiar más, tengo que pensarlo más, tengo que volver sobre ello. Eso es lo que tiene que hacer el científico. Pero es un estímulo para ambos, porque el fallo que provoca la contradicción no tiene por qué estar siempre del lado de la ciencia. Quizá también el teólogo o el filósofo tendrán que seguir estudiando e investigando un poco más. Algunos teólogos y filósofos parecen mostrar una tendencia a que las posibles contradicciones siempre están en el lado de la ciencia, siempre proceden de errores científicos o de que la ciencia no ha sido capaz de dar la respuesta correcta. Pero tal vez no siempre es así; quizá las contradicciones son también un estímulo para que el filósofo y el teólogo piensen un poco más en sus respectivas disciplinas. Porque supongo que la teología y la filosofía no son ciencias ya acabadas. Por tanto, antes las aparentes contradicciones, todos (científicos, filósofos y teólogos), debemos estudiar e investigar más.
Si ciencia y fe son complementarias, tiene que haber un diálogo entre ellas, y quizá el mayor problema es la comunicación. Como se ha comentado a lo largo de la jornada, hoy en día padecemos de una hiperespecialización, que nos ha llevado a que filósofos, teólogos y científicos hablamos sencillamente idiomas distintos, y entonces no nos entendemos. Las barreras lingüísticas entre el conocimiento científico y el filosófico o teológico son casi siempre muy grandes, y tanto unos como otros a veces tenemos la tentación de sujetarnos con las dos manos alzadas a nuestra propia disciplina. Y ¿qué ocurre cuando uno se sujeta o cuelga con las dos manos? Pues que se columpia: nos columpiamos y exageramos nuestros planteamientos. Para no columpiarnos −si se me permite seguir con esta imagen coloquial−, lo que hay que hacer es mantener una mano bien agarrada arriba (a nuestra propia disciplina) y tender la otra mano hacia abajo (al otro). En definitiva, dialogar entre las distintas ciencias.
Y ese diálogo, del que tanto se ha hablado aquí a lo largo de la mañana, ¿cuál es el mejor sitio para mantenerlo, para entablar ese diálogo interdisciplinar entre la ciencia, la fe, la razón, etc.? Lógicamente, la universidad. En la universidad es donde podemos coincidir personas apasionadas por el conocimiento y abiertas al diálogo. Por eso es muy importante que en las universidades haya estructuras de “rozamiento”, por así decir, de intercambio y de encuentro interdisciplinar: por ejemplo, actividades como la jornada de esta mañana, o los seminarios que organizan el CRYF y el Instituto de Antropología y Ética…, que sirven para fomentar ese encuentro, esa discusión.
Sin embargo, yo señalaría dos retos que nos faltan en esta tarea de establecer un diálogo fructífero. En primer lugar, debemos esforzarnos en encontrar un lenguaje común. Si no, existe el peligro de desconectar o desistir de ese empeño de diálogo, sencillamente porque cada uno habla su propio lenguaje y no es capaz de acercarse al otro: como no te entiendo, dejo de hablar contigo. No solo hay que tener buenas “entendederas”, sino también buenas “explicaderas”. Para evitar ese peligro de desconectar tenemos que estudiar, pensar, avanzar poco a poco, hablar, es muy difícil, pero hay seguir intentándolo. El otro peligro −y perdónenme la expresión coloquial−, es el de “mirarnos al ombligo”, es decir, de centrarnos y encerrarnos en nuestro respectivo campo y con los de mi “equipo”. No; tenemos que estar abiertos al diálogo, y muy especialmente al diálogo con el contrario. A veces ocurre que no se invita a hablar a otra persona que opina de forma totalmente distinta por miedo a que nuestra casa resulte ser altavoz de opiniones contrarias a las nuestras. Pero si hacemos eso estamos cerrándonos al diálogo. Por lo tanto, en la universidad yo veo estos dos peligros: el de desentendernos de buscar y emplear un lenguaje común, y el peligro de no estar realmente abiertos al diálogo. No sólo que un filósofo, un teólogo y un científico creyentes hablen entre ellos sobre la fe, que es muy bueno porque esto es también fomentar el diálogo interdisciplinar; sino ir más allá e invitar a participar incluso a aquellos que no tienen fe, que no creen, que piensan tesis contrarias a las nuestras. Esto puede ciertamente resultar incómodo, pero en mi opinión es lo que tenemos que hacer, aunque esto signifique que nuestra sede se convierta en altavoz de ciertas tesis. Además, no debemos olvidar que la fe es un don que hemos recibido gratuitamente quienes la poseemos y profesamos.
En este diálogo entre ciencia y fe, también cabe preguntarse: ¿tiene límites la ciencia? Indudablemente sí. Por definición, la ciencia es provisional. Todos los que nos dedicamos a la ciencia fácilmente nos damos cuenta de esto, porque cuanto más sé de algo, más me apasiono y más me doy cuenta de lo mucho que todavía no sé. ¡Cuántas tesis doctorales acaban en otras diez futuras tesis! Porque uno va abriendo campos y se va dando cuenta de que la ciencia siempre es provisional: nunca está terminada del todo. Se podría aplicar a la ciencia aquello de san Agustín: si dices basta, estás acabado. Además, la ciencia vive de vencer errores, no de establecer verdades. Por tanto, auténticas verdades científicas hay muy pocas. En ese sentido, lo que nosotros tenemos son “fotogramas” de la realidad, no la película entera. Por eso, la ciencia tiene que ser modesta y reconocer su limitación. Lo cual, sin embargo, no quiere decir que no podamos ser ambiciosos y aspirar a soñar: quizá un día todo el universo (el universo material, que es el objeto de la ciencia) se pueda explicar sólo por hechos científicos. Ojalá, ¿por qué no?, ¿eso me va a negar a la existencia de Dios? Por supuesto que no. Yo puedo afanarme por entender la realidad −gracias a esa razón humana y a esa racionalidad del universo, que ambas vienen de Dios, como vimos−, afanarme por entender el universo y el cerebro humano (que a mi parecer son los dos grandes retos de la ciencia) desde el punto de vista estrictamente científico.
También es verdad que hay temas a los que la ciencia no da y no puede dar respuesta: temas como la singularidad del hombre, o como −según el profesor Romera ha comentado− el amor, el bien, el mal, la culpa, ese anhelo de lo infinito…; son temas para los que la ciencia no tiene respuesta. Sencillamente son cuestiones y realidades que la ciencia no aborda por su propio método y definición. Incluso a veces temas tan sencillos de ver y tan fáciles de explicar por sentido común (así lo hago a menudo con algunos alumnos), como por ejemplo la dignidad humana, son cosas a las que la ciencia experimental no va a dar respuesta. Es más, desde el punto de vista científico no todos somos iguales. Por ejemplo, científicamente hombres y mujeres somos distintos, tenemos cromosomas distintos. Según esto, se podría pensar que la ciencia no apoya la igualdad en dignidad entre el hombre y la mujer. Pero no, porque la igualdad entre el hombre y la mujer, la dignidad humana, no es un tema de ciencia, obviamente, sino algo cuyo fundamento está en otro sitio: en la naturaleza no biológica sino espiritual del ser humano, en que estamos creados a imagen y semejanza de Dios.
Por otra parte, la fe supone realmente una ayuda para la ciencia. La fe es un estímulo para seguir investigando apasionadamente, confiando en la capacidad humana −insisto− de conocer la realidad (material, en el caso de la ciencia, pero creada por Dios). Y también porque cuanto más conozco la realidad, más conozco a su Creador, a Dios, y más me acerco a Dios. Yo entiendo que esto suene algo extraño para el que no sepa nada de microbiología, que es a lo que yo me dedico. Pero de la misma manera que san Francisco hablaba del hermano sol, de la hermana luna, del hermano lobo…, yo de verdad les puedo hablar de mi hermana bacteria, de mi hermana Escherichia coli, del hermano virus… Porque cuando uno lo estudia, dice: ¡pero qué maravilla! Es verdad que uno se puede maravillar al contemplar un atardecer, pero créanme que cuando uno mira por el microscopio también se emociona.
Sí, cuanto más conozco la realidad, más conozco a Dios, más me acerco a Dios. Es la fe la que me mueve a seguir adelante, la que da sentido a querer conocer más, a saber más, a investigar más para servir mejor. Y si hay una contradicción, se convierte en un estímulo para seguir trabajando. Por la razón y la ciencia tengo la capacidad de conocer la verdad. Por eso la ciencia es un bien humano que debe ser independiente de cualquier ideología y debe estar al servicio de la humanidad. La ciencia es necesaria para el verdadero progreso, para asegurar la vida, la igualdad y la dignidad del hombre. Y la razón −tanto en la inteligencia de la fe como en la ciencia− es el instrumento para conocer a Dios y para servirle a través de la naturaleza. Por consiguiente, ciencia y fe se complementan: la fe estimula la búsqueda de la verdad y la ciencia contribuye al bien humano y acerca a Dios. La misma capacidad de conocer la verdad que el hombre tiene para la ciencia, la tiene para dar sentido a esa realidad y a la actividad científica misma. Ahí hay que buscar la dignidad y la ética. Ahí es donde hay que ver la escala de valores, por este orden: Dios, el hombre, el mundo. Esa escala, que la fe ayuda a descubrir, muestra que la ética está por encima de la técnica, que la persona está por encima de las cosas y que el espíritu está por encima de la materia. Y esto es esencial para un científico, porque si no, en vez de servir a la humanidad puede colaborar a su destrucción. Claramente, si no hay Dios, si no tenemos clara esa escala, se pone a la técnica por encima de la ética, a las cosas por encima de las personas y a la materia por encima de todo. Y entonces el ateísmo y el materialismo condenan al hombre y a la ciencia también a la nada, al caos, a la desesperanza, a la muerte, al sin sentido y a la paralización.
Finalmente, para el diálogo entre ciencia y fe es muy relevante también el concepto mismo de Dios. Antes comentaba que Hawking y Dawkins pueden tener a veces una idea de Dios como arquitecto, como mero hacedor, etc. Ciertamente, muchas veces es muy difícil incluso estar de acuerdo en la idea de Dios, porque el mismo concepto de Dios puede ser muy distinto en un creyente respecto al que pueda tener un científico materialista. Porque para muchos de nosotros, que tenemos fe, el concepto de Dios es superior al mecanicista, por así decir. Para nosotros, Dios es amor. Muchas gracias.
Ignacio López Goñi, Decano de la Facultad de Ciencias. Universidad de Navarra
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |