Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis (Jn 13, 14-15). El servicio del Lavatorio de pies es uno de los más bellos y hermosos que llevamos a cabo… Puede que lavar los pies encierre algo más profundo de lo que haya conocido este mundo. — A. J. Tomlinson
El Lavatorio es un acto sagrado de adoración que ha sido muy importante en mi vida espiritual. Creo que se presta para la adoración pentecostal. Podría decirse que el Espíritu danza con la iglesia, pues los creyentes gozosos expresan su amor, lloran, oran y hablan en lenguas mientras lavan los pies de sus hermanos y hermanas. En medio de esta sinfonía de alabanza se oyen las salpicaduras de agua, como niños que juegan con una manguera en un día caluroso. El Lavatorio es como "jugar en el Espíritu", ser niños, dejar a un lado las pretensiones. El respeto o la dignidad pasan a un segundo plano, porque todo el mundo está descalzo.
El Lavatorio nunca ha sido aceptado universalmente como sacramento, ni siquiera entre los pentecostales. No obstante, ha perdurado como un rito ocasional. Hay pruebas que sugieren que algunos de los padres de la Iglesia lo asociaban con el Bautismo. Agustín de Hipona lo describe como un "signo sacramental maravilloso" y un "misterio noble" (Comentarios a “San Juan). Ambrosio de Milán lo interpreta como un acto sacramental que demuestra el "misterio de la humildad". Benito de Nursia (siglo VI) lo incluyó entre las disciplinas semanales que debían llevarse a cabo como un ejemplo de servidumbre amorosa. En el 694, el XVII Concilio de Toledo mandó que los obispos y sacerdotes que estuvieran en una posición de autoridad, lavaran los pies de sus subordinados. Bernardo de Claraval (siglo XII) recomendó que se hiciera a diario como sacramento para la remisión de los pecados.
Hoy, algunas iglesias litúrgicas practican el Lavatorio, casi siempre durante el Jueves Santo. El sacerdote lava los pies de ciertos feligreses para demostrar que los que han sido ordenados al ministerio deben imitar la servidumbre del Señor hacia el pueblo de Dios. También, es parte de los servicios de consagración de sus líderes. En esa ocasión, el obispo lava los pies del sacerdote, novato, diácono o laico, para señalar que debe servir con un espíritu de amor y humildad. Ireneo de Lyon, uno de los primeros defensores de la sucesión apostólica de los obispos, insiste en que la autoridad eclesiástica radica en, «… el don del amor, más valioso que la gnosis, más glorioso que la profecía y superior a todos los demás carismas». Por ende, es un acto de adoración que demuestra la servidumbre amorosa.
A lo largo de la historia, los movimientos de renovación han adoptado el Lavatorio como una protesta en contra de la jerarquía eclesiástica. Tal fue el caso de los anabaptistas, quienes lo practicaban de un modo literal; es decir, recibían a sus visitas con una toalla y agua. Menno Simons escribe: «Laven los pies de sus amados hermanos y hermanas que vienen de lejos, cansados. No se avergüencen de hacer la obra del Señor, antes bien, humíllense con Cristo ante sus hermanos, de tal manera que sea hallada en ustedes una humildad de calidad». Con el pasar del tiempo, los anabaptistas lo integraron al servicio de la Santa Cena. El artículo 13 de la Confesión de Fe en Perspectiva Menonita, aprobado por la Conferencia General de la Iglesia Menonita y las iglesias menonitas en 1995, establece:
Creemos que Jesús nos llama a servirnos unos a otros en amor como lo hizo él. En lugar de procurar dominar sobre los demás, estamos llamados a seguir el ejemplo de nuestro Señor, que eligió ejercer como un sirviente, lavando los pies de sus discípulos. Cuando se aproximaba su muerte, Jesús se inclinó para lavar los pies de sus discípulos y les dijo: «Así que si yo, vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros unos a otros los pies. Porque os he dado un ejemplo, para que vosotros también hagáis lo que yo os he hecho». Con este acto, Jesús manifestó humildad y una disposición servicial, llegando a entregar su vida por los que él amó. Al lavar los pies de los discípulos, Jesús escenificó una parábola de su vida entregada hasta la muerte por ellos, y del estilo de vida a que están llamados los discípulos en el mundo.
Los creyentes que se lavan los pies unos a otros manifiestan que son uno en el cuerpo de Cristo. Así reconocen su necesidad frecuente de limpieza, renuevan su disposición a deshacerse del orgullo y del poder mundanal, y ofrecen sus vidas en servicio humilde y amor sacrificado.
Estas palabras reflejan la espiritualidad anabaptista, donde el Lavatorio es visto como:
· Una protesta contra la jerarquía.
· Una demostración de humildad cristiana.
· Un rechazo del poder terrenal.
· Una señal de la comunidad cristiana.
· Una expresión de la necesidad de limpieza del pecado del creyente.
Los pentecostales tienen mucho en común con la espiritualidad anabaptista. Muchas iglesias aceptan el Lavatorio como necesario para la espiritualidad y adoración de la congregación. W. J. Seymour lo incluye entre las tres ordenanzas de la Iglesia. Para “Seymour, era un "tipo de regeneración" y un acto de devoción que inspiraba a la "humildad y caridad". La primera Asamblea General de la Iglesia de Dios declaró: «La Comunión y el Lavatorio de pies son enseñados por las Escrituras del Nuevo Testamento... [Por tanto] a fin de preservar la unidad del cuerpo y en obediencia a la Palabra sagrada, se recomienda que cada miembro participe en estos servicios sagrados... una o más veces al año». Entendieron que era uno de los "servicios sagrados" ordenados por las Escrituras. "Cada miembro" es exhortado a participar como muestra de su fidelidad a la Palabra "sagrada" y a la unidad de la iglesia. Además, aunque el comunicado oficial indica que se haga "una o más veces al año", solía celebrarse más a menudo. Incluso era parte de las campañas de avivamiento, los campamentos, las convenciones y servicios especiales.
A.J. Tomlinson escribió: El servicio del Lavatorio de pies es uno de los más bellos y hermosos que llevamos a cabo. Ver a la pequeña multitud de santos humildemente postrados, los unos frente a los otros, en santa reverencia a Jesús y celebrando este servicio, sencillamente porque así lo dijo Jesús, sin darnos razón o explicación alguna, es una marca de devoción y sinceridad, digna de los mayores elogios... Puede que lavar los pies encierre algo más profundo de lo que haya conocido este mundo.
A juzgar por esos primeros escritos, era tan importante como el hablar en lenguas en la espiritualidad pentecostal.
El Verbo que Descendió de la Gloria
El Evangelio de Juan presenta una suma cristología. Jesucristo es el Verbo eterno y encarnado. Juan no es ambiguo en cuanto sus argumentos acerca de Jesús. Su descenso y encarnación son resumidos: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Juan declara que el Verbo de Dios descendió de su gloria y poder inherentes para asumir nuestra naturaleza y habitar entre nosotros. El descenso del Señor es un tema común en el Nuevo Testamento. Pedro dice que nuestro “Señor, «… fue y predicó a los espíritus encarcelados…» (1P 3, 19). Pablo expresa su cristología en un hermoso himno:
Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2, 5-11).
El testimonio apostólico interpreta la encarnación con términos que denotan humildad y servicio:
· Katabaino: descendió, bajó en Jn 3, 13; Jn 6:, 8-51; Ef 4, 9-10
· Kenoo: se despojó en Flp 2, 7
· Doulos: esclavo, siervo, criado en Flp 2, 7
· Tapinoo: se humilló, humilde en Mt 11, 29; Flp 2, 8
· Diakoneo: servir en Mt 20, 28; Mc 10, 45
· Ptocheuo: paupérrimo en 2Co 8, 9
La imagen de Jesús, levantándose de la mesa, quitándose el manto, tomando una tolla, vertiendo agua en una vasija, postrándose ante sus discípulos y lavando sus pies, añade una acción profética al significado de la Encarnación. Esta historia es la introducción a su inminente muerte en la cruz, que es el punto culminante del descenso del Verbo. Jesús dijo: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas… Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad» (Jn 10, 11-18). “Su despojamiento nos ha revelado la gloria de Dios. Clemente de Alejandría escribe: «El Señor comía en un simple plato y hacía sentarse a sus discípulos en el suelo, sobre la hierba; y les lavaba los pies, ciñéndose con una toalla; Él, el Dios humilde, Señor del universo…» (Énfasis del autor).
Los cristianos son llamados a despojarse, humillarse, abnegarse y voluntariamente vivir en pobreza. Tal es la espiritualidad del Lavatorio: la comunión de la toalla. Se trata de un llamado difícil para cristianos que viven en una cultura que define la espiritualidad en términos de éxito y prosperidad. Si alguien desea participar en la comunión de la toalla, antes que nada, debe experimentar la kenosis; es decir, vaciarse de sí misma. El joven rico que vino en busca de la vida eterna, recibió esa orden de Jesús: «Te falta todavía una cosa; vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme» (Lc 18, 22). Cuando Pedro confesó, "eres el Cristo", Jesús se volteó hacia sus discípulos y les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc 8, 34). Pablo desafió a los filipenses: «Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo» (Flp 2, 3). El Lavatorio no es otro sacramento, sino un estilo de vida. Por consiguiente, es una invitación a participar en la humillación de nuestro Señor.
La Cruz
El Evangelio de Juan se distingue de los sinópticos por la manera en que vincula el Lavatorio con sus narraciones de la Santa Cena. Los sinópticos narran la institución de la Santa Cena junto con la Pascua. Juan presenta el Lavatorio junto con la Pascua (Jn 13, 1). No busca reemplazar la cena, sino interpretarla. Los cuatro evangelios testifican que son experiencias redentoras. En los sinópticos, Jesús distribuye el pan y el vino (su cuerpo y sangre) para establecer el pacto de la salvación. En Juan, lava los pies de sus discípulos para que tengan comunión con él (Jn 13, 8-10). Ireneo escribió: «… pues quien lavó los pies a sus discípulos, santificó y purificó todo su cuerpo». Atanasio de Alejandría implica una relación entre el Lavatorio y la crucifixión: «... en el mismo cuerpo con que lavó sus pies, llevó nuestros pecados en la cruz». En los sinópticos, la Santa Cena es un preludio de la cruz y representa el sacrificio de Cristo. En el Evangelio de Juan, el Lavatorio interpreta la cruz como el punto culminante del descenso del Hijo en su servicio a la humanidad. Este Lavatorio es descrito en términos del amor y la muerte expiatoria de Cristo. Decimos que es un acto regenerativo, porque los discípulos fueron transformados mientras Jesús lavaba sus pies. “i no se lo hubieran permitido, no habrían tenido "parte" con Él (Jn 13, 8). Por lo tanto, tiene una importancia redentora. Para los discípulos de Cristo, no se trataba meramente de sus conciencias, sino de su salvación individual. Al dejar que lavara sus pies estaban confesándole como "Maestro y “Señor" (Jn 13, 13). Además, Jesús los mandó a lavarse los pies los unos a otros (Juan 13:14). Su obediencia era una afirmación de su discipulado. El Lavatorio interpreta la cruz como el lugar donde Jesús puso su vida por sus discípulos. Por consiguiente, los manda a poner sus vidas por los otros.
Santificación
Juan omite los detalles explícitos del bautismo de Jesús y la institución de la Santa Cena. Sin embargo, ambos sacramentos sirven como trasfondo para el tema de la salvación. Tanto el Bautismo como la Eucaristía son el marco teológico para la escena en que Jesús lava los pies de sus discípulos y su posterior mandamiento a que hagan lo propio entre ellos. El Lavatorio define la Eucaristía en términos del descenso del Hijo y su muerte sacrificial. De igual manera, complementa el Bautismo y realza la continuidad de la vida de fe. Juan Damasceno parece haber entendido estos tres actos sacramentales como medios interrelacionados para recibir la gracia salvífica de Dios:
Por lo tanto, recibimos un nacimiento del agua y el Espíritu (me refiero al santo bautismo) y la comida es el mismo Pan de vida, nuestro Señor Jesucristo, quien bajó del cielo. Pues, justo cuando estaba a punto de morir voluntariamente por nosotros, en la noche en que sería llevado, estableció un nuevo pacto con sus santos discípulos y apóstoles, y a través de ellos con todos los que crean en él. En el aposento alto, de la santa e ilustre Sión, después de haber comido la antigua Pascua con sus discípulos y cumplido el antiguo pacto, lavó los pies de sus discípulos como símbolo del santo bautismo.
Entiéndase que el Lavatorio no es la primera experiencia de regeneración ni un sustituto del Bautismo. Agustín dice que no era una costumbre aceptada en toda la Iglesia, porque algunos lo habían confundido con el Bautismo. “in embargo, afirma que celebrarlo durante la cuaresma, "podía dejar una impresión duradera". Juan presenta el Bautismo como el primero de los rituales de transformación (Jn 3, 3, 5), pero el Lavatorio es descrito como posterior, pertinente a la continuidad de la relación del creyente como siervo o sierva del Señor. El Bautismo corresponde al nuevo nacimiento; el Lavatorio se repite como parte de la limpieza que necesita el creyente. La conversación entre Jesús y Pedro refleja estas diferencias:
Pedro le contestó: ¡Jamás me lavarás los pies! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, pero no todos (Jn 13, 8-10).
El “Señor menciona un "baño" que bien pudiera referirse al Bautismo. Pedro hizo su confesión de fe y "nació del agua y del Espíritu". Por lo tanto, ni él ni los discípulos tenían que volver a bañarse, sino mantenerse limpios. Jesús desea que sus discípulos estén "todo limpios" (Jn 13, 10). La iglesia primitiva discutió hasta la saciedad el problema del pecado posbautismal. En su doctrina, el Bautismo era el primer acto de confesión de fe, que limpiaba el alma del pecado original y de los cometidos hasta ese momento. Para la época de Constantino, muchos habían optado por demorar su bautismo hasta verse en su lecho de muerte. La razón es que se creía que no había remedio para los pecados cometidos posbautismales. Sus temores eran apoyados con los siguientes pasajes bíblicos:
Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados (Hb 10, 26; también véase Hb 6, 1-4). Porque si después de haber escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo son enredados en ellas y vencidos, su condición postrera viene a ser peor que la primera (2P 2, 20). Todo el que permanece en El, no peca; todo el que peca, ni le ha visto ni le ha conocido (1Jn 3, 6; también 1Jn 3, 9; 1Jn 5, 18).
Los padres primitivos no querían trivializar la gracia de Dios ni la gravedad del pecado humano. Clemente de Alejandría escribe: «Todo el que ha recibido el perdón de los pecados, no debería pecar jamás... es una apariencia de arrepentimiento y no un verdadero arrepentimiento pedir a menudo perdón de los pecados que cometemos frecuentemente; de hecho la verdadera penitencia consiste en no recaer en los mismos pecados y en desarraigar del alma aquellos que nos hicieron reos de muerte». Nótese que la controversia giraba en torno a los "pecados mortales", tales como la idolatría, inmoralidad sexual o el asesinato. Su gravedad radicaba en que podían conducir a la apostasía. Por eso, la Iglesia estableció la práctica de la exomologesis, palabra griega que significa 'confesión', es decir, "un segundo arrepentimiento" o una "confesión pública", para extender la gracia a los que habían caído en el pecado y, además, disciplinar a la comunidad cristiana. Si un creyente cometía un pecado mortal, podía ser excomulgado. No obstante, el ofensor o la ofensora podían someterse a un proceso de restauración (Penitencia) que culminaba en la confesión y así, se reconciliaba con la Iglesia. Durante la Penitencia, seguía siendo cristiano (o miembro de la Iglesia), pero no podía participar en ciertos aspectos de la fe, como la Eucaristía ni servir como diácono. El punto culminante del período de restauración es la confesión, una presentación pública y dramática, que también es un acto de reconciliación. No se trata de una confesión verbal, sino de una demostración (confesión somática) del deseo de reconciliarse. El cuerpo asume la postura de arrepentimiento. Muchos protestantes dirán que es un ejemplo de la justificación por obras. Pero, la verdad, se trata de la obra del Espíritu de gracia dentro de la comunidad de la fe. Tertuliano explica: «La confesión [rito de la Penitencia] comprende todo el proceso por el que el hombre se abate y se humilla ante la majestad de Dios, hasta el punto de conducirse de modo capaz de atraer sobre sí la piedad y misericordia divinas». Los pentecostales enseñan que los pecadores deben mostrar, «… frutos dignos de arrepentimiento…» (Lc 3, 8; Lc 19, 8-9). Aquellos que han caído deben arrepentirse y volver a sus "primeras obras" (Ap 2, 5). El camino de salvación pentecostal es la búsqueda de la santidad, que es, participar de la excelencia moral de Dios. Dicha búsqueda afecta todo el ser: espíritu, alma y cuerpo. Por lo tanto, la confesión del pecado incluye una disposición de corazón, una confesión verbal y genuina y presentar el cuerpo como, «… sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional» (Rm 12, 1). El Lavatorio puede entenderse como una confesión, un acto sacramental, donde el poder del Espíritu Santo santifica a la comunidad cristiana. John Christopher Thomas comenta:
… el Lavatorio funciona como una extensión del bautismo de los discípulos, porque significa la limpieza continua del pecado adquirido (después de bautismo) por el contacto con un mundo pecaminoso. Este acto, por ende, es una señal de la comunión constante con Jesús.
El Lavatorio es una expresión somática, de amor profundo y humildad, que se presta para la confesión de los pecados y la obtención del perdón: «Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho» (St 5, 16). Nos hemos acostumbrado a verlo como un asunto privado, un motivo de preocupación que solamente atañe al pecador y el Señor. Esta perspectiva individualista del arrepentimiento muchas veces logra que el cristiano ofensor se esconda detrás de la gracia. Entonces, la gracia se convierte en una licencia para pecar y la raíz nuca es subsanada. Si la confesión y el perdón solamente tuvieran un propósito jurídico, es decir, una declaración de perdón; entonces, bastaría con esta religión de "entre-Jesús-y-yo". “in embargo, según Santiago, confesarse mutuamente abre la puerta a la sanidad, planteada en términos de una restauración integral. El pecado secreto casi siempre provoca angustia personal, como dice el salmista: «Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió con mi gemir durante todo el día» (Sal 32, 3). Los teólogos de la reforma enseñaron la doctrina del sacerdocio del creyente, pero Martín Lutero no se opuso a que el pecador se confesara ante un ministro:
La iglesia debe retener la confesión privada, pues permite que las consciencias afligidas y aplastadas por los terrores del pecado, se desnuden y reciban el consuelo que no recibirán por medio de la predicación pública… debe darse la oportunidad de una confesión, de modo que busquen y encuentren el consuelo entre los ministros de la iglesia.
La confesión tiene como fin la santificación. Esto significa que la persona que ha caído dirá la verdad sobre sí misma. El penitente no se esconde detrás de una gracia falsa, sino que se revela y es transformado por la gracia. Este tipo de confesión y perdón ocurren dentro de la comunidad de fe. La presencia de los hermanos y las hermanas es una oportunidad para limpiar la culpa y pena. La parte ofensora debe buscar el perdón y la reconciliación con la ofendida (Mt 5, 23-24). La Iglesia responde con gentileza y ofrece el perdón. El Lavatorio provee para ello. Este sacramento debe ser visto como parte del ministerio sacerdotal de Cristo: «Él conserva su sacerdocio inmutable puesto que permanece para siempre. Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos» (Hb 7, 24-25). Dentro de la comunidad de los discípulos prevalecía el choque de egos y muchos ejemplos de fracaso. Los discípulos no pudieron echar fuera un demonio. Jesús los reprendió por su falta de fe (Mc 9, 17-19). Jacobo y Juan estaban hambrientos de poder, querían ser los primeros en el Reino. Su deseo provocó una discusión entre los Doce (Marcos 10:35-41). El Pedro que confesó, "Tú eres el Cristo", se atrevió a reprender al “Señor. Más tarde, después de haber insistido que "jamás fallaría", lo negó tres veces (Mt 16, 12-22; Mt 26, 69-75). Judas traicionó al Señor (Mt 26, 47-49). Sobre el lugar de Judas a la mesa, Juan Crisóstomo escribe: «Así Cristo, cuando colmaba de beneficios al que lo iba a traicionar, le lavaba los pies, lo convencía de su traición pero a ocultas, lo reprendía pero mansamente, le proporcionaba servicios, mesa, beso de paz, en una palabra todo lo contrario de lo que el traidor hacía. No se arrepintió Judas, pero Cristo perseveró haciendo lo que estaba de su parte». Crisóstomo presenta una visión de Cristo como el Sumo Sacerdote que lava los pies de Judas en un esfuerzo por rescatarlo.
Agustín interpreta este acto como parte de la peregrinación espiritual en el camino de la salvación. Los cristianos son extranjeros y peregrinos que muchas veces sucumben a la corrupción de este mundo:
Lo dice el “Señor, lo dice la Verdad: quien está lavado debe lavarse los pies… ¿… que es sino que el hombre en el santo bautismo se lave todo entero, no con excepción de los pies; todo entero, pero enredado después en los asuntos humanos, pisa la tierra? Los mismos afectos humanos, sin los que no se puede estar en esta vida mortal, son como los pies de las cosas humanas que nos afectan, y de tal modo nos afectan, que, si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos y no está la verdad con nosotros. Diariamente nos lava los pies aquel que interpone su valimiento en favor nuestro , y nos es necesario lavar diariamente los pies, esto es, enderezar los caminos de los pasos espirituales… la Iglesia, lavada por Cristo con el agua y su Palabra, aparece sin manchas ni arrugas, no sólo en aquellos que, después de recibir el bautismo, son inmediatamente arrebatados del contagio de esta vida, ni pisan la tierra para no tener necesidad de lavar los pies, sino también en aquellos a quienes la misericordia del Señor sacó de este mundo con los pies limpios. Pero en todos los que aquí moran, aunque esté limpia, porque viven en la justicia, tienen, no obstante, necesidad de lavar los pies, porque no están exentos de pecado (énfasis del autor).
El Sumo Sacerdote lava los pies de sus discípulos y discípulas debido a sus fracasos, para que estén limpios del pecado. El camino de la salvación comienza con el Bautismo de arrepentimiento y agua. El Lavatorio es un medio de gracia para la limpieza posterior. El Espíritu, que reposa sobre las aguas bautismales, también se mueve sobre la vasija. El Bautismo representa el nuevo nacimiento, regeneración y la primera limpieza. El Lavatorio significa la limpieza continua provista por la santificación, tan necesaria en vista de este siglo corrupto. Los primeros pentecostales afirmaron esta interpretación. En un informe presentado ante la convención de la Iglesia de Dios en Alabama, H. G. Rogers escribió:
Nos gozamos grandemente. Dios estuvo con nosotros en la impartición de la Palabra. Algunos fueron salvos y otros fueron bendecidos de una manera maravillosa. El domingo, los santos se reunieron y participaron en la Santa Cena y el Lavatorio de pies. El Espíritu Santo se manifestó de un modo maravilloso. Un hombre fue santificado justo después de que sus pies fueron lavados. Oh, qué bien paga la obediencia a Dios y ser feliz. El lunes, veinte hermanos y hermanas siguieron al Señor en el Bautismo. El Señor los bendijo maravillosamente (énfasis del autor).
El Lavatorio nos recuerda que la iglesia es una comunidad de gracia que acoge y restaura a los cristianos que han pecado. Jesús mandó a los discípulos a lavarse los pies los unos a otros. Era un grupo polémico. Ese mandamiento es debatido, pero Jerónimo de Estridón nos recuerda que, «... nuestra profesión nos obliga a lavar los pies de quienes acuden a nosotros, no para discutir sus méritos». Hay que lavarlos porque están sucios. Dice Agustín:
Pues ¿qué otra cosa parece dar a entender el “Señor en este hecho tan excelente, cuando dice: "Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo he hecho con vosotros", sino lo que claramente dice el Apóstol: "Perdonándoos mutuamente si alguno tiene queja contra otro; así como el “Señor os ha perdonado, así lo habéis de hacer también vosotros"? Perdonémonos, pues, unos a otros nuestros delitos y oremos mutuamente por nuestros pecados, y así, en cierta manera, lavemos nuestros pies los unos a los otros. Es deber nuestro ejercitar con su ayuda este ministerio de caridad y de humildad; y de su cuenta queda escucharnos y limpiarnos de todo contagio pecaminoso por Cristo y en Cristo, para que lo que perdonamos a otros, es decir, para que lo que desatamos en la tierra sea desatado en el cielo.
Puesto que cada creyente está "en Cristo", como miembro de su cuerpo, se convierte en una extensión del ministerio sacerdotal de Cristo cuando lava otros pies. Tertuliano dice que al encomendarnos a la misericordia de nuestros hermanos y hermanas, también, encontramos el sacerdocio de Cristo:
Allí donde están uno o dos fieles, allí se encuentra la Iglesia, y la Iglesia se identifica con Cristo. Por eso, cuando tú tiendes las manos hacia tu hermano, estás tocando a Cristo, estás abrazando a Cristo, estás implorando a Cristo. Y cuando tus hermanos derraman lágrimas por ti, es Cristo quien sufre, es Cristo quien por ti suplica a su Padre, obteniendo fácilmente lo que como Hijo pide.
En otras palabras, nuestros pies en realidad son tocados por el sacrificio expiatorio de Cristo. El Lavatorio como Ministerio Jesús dice: «En verdad, en verdad os digo: el que recibe al que yo envíe, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió» (Jn 13, 20). El lavatorio de los pies de sus discípulos encaja en su misión apostólica. Jesús es el Siervo divino, los discípulos son siervos del Divino y como tales son enviados al mundo. El apóstol Pablo utiliza dos veces la metáfora de "los pies" para referirse a la proclamación del evangelio (Rm 10, 15; Ef 6, 15). El atuendo apostólico del servicio cristiano incluye el calzado de la paz y un vestido de humildad (Ef 6, 15; 1P 5, 5). Nos dice que la Iglesia, como cuerpo de Cristo, tiene muchos miembros. Cristo es la Cabeza (Ef 5, 23) y a través del Espíritu Santo, ha impartido diversos ministerios (apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas) y oficios (el diaconado, obispado) (1Co 12, 28; Ef 4, 11). Estos son los pies del cuerpo. Cristo supervisa y orienta a su Iglesia. Sus ministros, ministras y oficiales siguen sus instrucciones para guiar al pueblo. Clemente de Alejandría entiende el Lavatorio como una preparación para la misión. Al comentar sobre el ungimiento de los pies de Jesús, dice:
Esta escena puede muy bien ser el símbolo de la enseñanza del Señor y de su pasión: sus pies, ungidos de oloroso perfume, significan alegóricamente la divina enseñanza que camina con gloria hacia los confines de la tierra... los pies perfumados del Señor son los apóstoles que, como lo anunciaba la fragancia de la unción, recibieron el Espíritu Santo. Los Apóstoles que recorrieron toda la tierra y predicaron el Evangelio son llamados alegóricamente pies del Señor... Y Él mismo, el Salvador, cuando lavaba los pies a sus discípulos y los enviaba a realizar buenas obras, quería simbolizar los viajes que habían de realizar para el bien de los gentiles y que serían coronados con una gloria sin mancilla, que había preparado con su propio poder.
En cuanto a las características de los siervos y las siervas de la Iglesia, La Constitución Eclesiástica de los Apóstoles (documento del siglo IV que refleja la tradición y derecho eclesiásticos) afirma:
Pues habiendo tomado la toalla, se la ciñó. Luego, puso agua en una vasija y mientras comíamos la carne, vino y nos lavó los pies, secándolos con la toalla. De esa manera nos demostró su afecto y bondad fraternal, para que hiciéramos lo mismo, los unos a los otros. Si, entonces, nuestro Señor y Maestro se humilló a sí mismo, ¿cómo podrían ustedes, los obreros de la verdad y administradores de la piedad, avergonzarse de hacer lo mismo hacia los hermanos débiles y enfermos? Por tanto, ministren con una mente amable, sin murmurar ni sublevarse; pues no lo hacéis por el hombre, sino por Dios, quien habrá de recompensar vuestro ministerio en el día de su visitación.
El poder y la autoridad son tentaciones que intoxican y corrompen el alma. Es de esperarse que ni los siervos ni las siervas sucumban con tanta facilidad, pero bien sabemos que no somos inmunes. La iglesia corintia estuvo plagada por divisiones y contiendas. Muchos cuestionaban y hasta rechazaron abiertamente el ministerio apostólico de Pablo. “us cabecillas eran conocidos como los "súper apóstoles" (2Co 11, 5). El conflicto estribaba en sus modelos ministeriales. El apóstol seguía un patrón de "debilidad", "la mansedumbre y bondad de Cristo" (1Co 2, 3; 2Co 10, 1). “Sus oponentes, los súper apóstoles, seguían un modelo triunfalista. Se vanagloriaban de su poder divino y sus dones carismáticos. Pablo no era "impresionante" y su estilo de predicación era "despreciable" (2Co 10, 10; 2Co 11, 6). “u ministerio vino con "debilidad, temor y temblor", asediado por muchas enfermedades, una de las cuales era, «… una espina en la carne, un mensajero de “Satanás…». Los corintios evaluaron ambos estilos y favorecieron a los súper apóstoles. Empero, toda su elocuencia no daba el grado en términos de autenticidad; es decir, en nada se parecía a Cristo. De hecho, eran impostores (2Co 11, 13-15).
La autenticidad del ministerio cristiano no radica solamente en la audacia o el carisma. La mejor definición es que esté dispuesto a quitarse el manto, tomar la toalla, llenar la vasija y lavar los pies del pueblo de Dios. El Lavatorio ejemplifica la autenticidad del ministerio cristiano, pues abrazamos los sufrimientos de Cristo por el bien de la iglesia. Junto a Pablo, decimos: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por su cuerpo, que es la iglesia» (Col 1, 24).
Lavar los pies de Jesús
La Biblia narra dos ocasiones en que los pies de Jesús fueron lavados: Lc 7, 36-45 y Jn 12, 1-8. En estas historias, dos mujeres le demuestran su amor. Ambas son interpretadas como salvíficas. En Juan, María, la hermana de Lázaro, unge los pies de Jesús con perfume y los seca con su cabello. María era una mujer justa, una discípula dedicada, que acostumbrada sentarse a los pies del Señor a escuchar sus enseñanzas. Jesús dijo una vez: «María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada» (Lc 10, 42). Su acto de devoción llenó la casa con la fragancia de los perfumes. Judas se ofendió por la extravagancia de su gesto. Empero, su actitud delataba a un discípulo distraído, que no era consciente de la importancia del evento que había presenciado. Esto ocurrió justo antes de la Pascua y el evangelista lo interpreta como la preparación para el entierro del Señor crucificado. En el capítulo 13 de Juan, Jesús lava los pies de sus discípulos para que tengan parte con él. María fue la única que tuvo la visión profética de anticiparse al sacrificio de Jesús como el Cordero de Dios. Ungió y lavó los pies que lo llevarían a la cruz. En Lucas, una prostituta toma un perfume costoso para ungir los pies de Jesús, lavarlos con sus lágrimas y enjugarlos con sus cabellos. Simón, el fariseo, se ofendió al verla en su casa. Pero Jesús la recibió, porque es el amigo de los pecadores: «Tus pecados han sido perdonados... Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Lc 7, 48-50). Ambrosio de Milán la describe como un alma herida que andaba en busca de la sanidad ofrecida por el Gran Médico. Sus lágrimas representan los dolores del arrepentimiento. El que limpiara sus pies con sus cabellos era "el abandono de la pompa mundana". “us besos son expresiones de una devoción profunda. Así, «…se quitó de encima su pecado y el mal olor de su extravío». Ambrosio, conmovido ante su propia maldad, ora arrepentido: « ¡Resérvame para mí también, oh Jesús, el poder lavar tus pies, esos que has ensuciado mientras caminabas conmigo!... Pero ¿dónde encontraré el agua viva con la que podré lavar tus pies? Si no tengo agua, tengo mis lágrimas.
¡Haz que, lavándote los pies con ellas, yo mismo me purifique!». Entiende que vive en Cristo y Cristo en él (Col 1, 27). En su mente estaba claro su pecado y que los pecados de la humanidad habían sido imputados a Cristo. Por eso, pide la oportunidad de lavar los pies de Cristo, de tal manera que, al igual que la ramera, encontrara la paz salvadora. Un obispo anónimo (siglo III) cita la historia de la prostituta que lavó los pies de Jesús en su polémica contra Novaciano, un presbítero cismático de la Iglesia de Roma que se oponía a la restauración de los obispos y sacerdotes que recapitularon de la fe durante la persecución deciana. El cisma amenazaba la unidad de la Iglesia, pues implicaba que no había remedio para el pecado posbautismal. El obispo responde:
... la restauración es posible para aquellos que se arrepienten, oran y laboran… así vemos en el evangelio, donde se dice de una pecadora… y se situó a los pies del “Señor y lavó sus pies... He aquí, el “Señor perdona su deuda con su amabilidad liberal... ¡He aquí Aquel que perdona los pecados; he aquí a la mujer arrepentida, llorando, orando y recibiendo la remisión de sus pecados!
El Lavatorio marca la restauración de los pecadores. Cristo se identifica con los extranjeros, pobres, hambrientos y presos. Es el amigo de los pecadores. Cuando regrese en gloria, dirá:
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí»... Respondiendo el Rey, les dirá: «En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt 25, 35-Mt 36, 40).
La Iglesia es el cuerpo de Cristo. Pablo escribe: «Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él» (1Co 12, 27). Como Cristo, la Iglesia debe ser la amiga de los pecadores. Si lavamos los pies de nuestros hermanos y hermanas de los extranjeros, pobres, hambrientos y presos, estamos haciéndolo al Señor. Servicio y adoración El apóstol Pablo escribe en su Primera Carta a Timoteo, el pastor de la iglesia efesia, sobre los requisitos para las viudas que buscan ayuda:
Que la viuda sea puesta en la lista sólo si no es menor de sesenta años, habiendo sido la esposa de un solo marido, que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos, si ha mostrado hospitalidad a extraños, si ha lavado los pies de los santos, si ha ayudado a los afligidos y si se ha consagrado a toda buena obra (1Tm 5, 9-10, énfasis del autor).
Muchos eruditos del Nuevo Testamento creen que el Lavatorio no era una ceremonia religiosa, sino un acto de hospitalidad común en el antiguo Cercano Oriente. Además, puesto que la presunta fecha de composición de la Primera Epístola a Timoteo es ubicada en el 65 d. C., mientras que el Evangelio de Juan data del año 90, no es posible que el primero estuviera refiriéndose al sacramento descrito en el capítulo 13 de Juan. Pero quizá no fue el caso. Aunque Juan fue escrito a finales del siglo I, de seguro ya existía una tradición oral sobre la ocasión en que Jesús lavó los pies de sus discípulos. El que Pablo haya decidido incluirlo entre las muestras de hospitalidad, de ninguna manera contradice que Jesús le haya dado una mayor importancia. ¿Acaso las viudas no deben imitar al Siervo divino? Jesús usó ritos familiares para establecer los sacramentos cristianos. La Santa Cena parte de los elementos familiares de la Pascua. Al tomar el pan y la copa dijo: "Esto es mi cuerpo… esto es mi sangre". Tanto el Bautismo como el Lavatorio eran prácticas judías. Sin embargo, Jesús dijo: «El que crea y sea bautizado será salvo» (Mc 16, 16). Incluso, era de esperarse que los cristianos emularan el ejemplo de Jesús y le atribuyeran una mayor importancia. Efrén de Siria (siglo IV) interpreta la hospitalidad en términos de adoración y servicio cristiano:
¿Ha entrado un pobre en tu casa? Dios ha entrado en tu casa; Dios mora en tu residencia. Ése, a quien has aliviado de sus problemas, también hará lo mismo contigo. ¿Lavaste los pies del desconocido? Haz lavado la inmundicia de tus pecados. ¿Le preparaste la mesa? He aquí, Dios está comiendo a tu lado, Cristo está bebiendo a tu lado y el Espíritu Santo está descansando en ella. ¿Se abasteció y refrescó el pobre? Alimentaste al Señor. Él está listo para recompensarte; en presencia de los ángeles y hombres confesará que saciaste su hambre; te dará las gracias por haberle dado de beber y calmado su sed.
El Lavatorio es descrito como un acto de hospitalidad que refresca al huésped y purifica al anfitrión o la anfitriona. Agustín dice que era una costumbre prevalente y un acto encomiable de humildad cristiana:
Y los fieles, entre quienes no existe la costumbre de hacerlo con sus manos, lo hacen con el corazón… Pero es mucho mejor y más conforme a la verdad si se ejecuta con las manos. No se desdeñe el cristiano de hacer lo que hizo Cristo. Cuando se inclina el cuerpo a los pies del hermano, se excita en el corazón, o, si ya estaba dentro, se robustece el amor a la humildad.
Agustín añade que también es una metáfora del servicio cristiano:
Pero, aparte de esta significación moral, recuerdo que, al recomendaros la excelencia de esta acción del Señor lavando los pies de los discípulos, ya lavados y limpios, os hablaba de que el Señor lo había hecho refiriéndose a los afectos humanos de quienes andamos por esta tierra, a fin de que sepamos que, por mucho que hayamos progresado en la justicia, no estamos exentos de pecado, del cual nos limpia después con su valimiento, cuando pedimos al Padre, que está en los cielos, que nos perdone nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Era un símbolo sacramental maravilloso y profundo, un signo de limpieza y salvación, instituido por el Señor. El Lavatorio es parte de la obra del Espíritu en el altar. Ambrosio proporciona un precedente teológico para esta interpretación:
Mi Señor se quita el manto, se ciñe una toalla, echa agua en la jofaina y lava los pies a sus discípulos: también quiere lavarnos los pies. Y no sólo a Pedro, sino a cada uno de los fieles nos dice: "“i no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos". Ven, “Señor Jesús, deja el manto que te has puesto por mí. Despójate, para revestirte de tu misericordia. Cíñete una toalla, para que nos ciñas con tu don: la inmortalidad. Echa agua en la jofaina y lávanos no sólo los pies, sino también la cabeza; no sólo los pies de nuestro cuerpo, sino también los del alma. Quiero despojarme de toda suciedad propia de nuestra fragilidad. ¡Qué grande es este misterio! Como un siervo lavas los pies a tus siervos y como Dios mandas rocío del cielo [...]. También yo quiero lavar los pies a mis hermanos, quiero cumplir el mandato del Señor. Él me mandó no avergonzarme ni desdeñar el cumplir lo que él mismo hizo antes que yo. Me aprovecho del misterio de la humildad: mientras lavo a los otros, purifico mis manchas. Esto, digo, es un misterio divino en el que deben mirar los que realizan el lavado. El agua no es, pues, el misterio celestial, mediante el cual logramos ser dignos de tener parte con Cristo. También hay otra agua con que llenamos la jofaina de nuestra alma… El agua es el mensaje del cielo. “Señor Jesús, deja que esa agua entre en nuestra alma, nuestra carne, que a través de la humedad de esta lluvia reverdezcan los valles de nuestras mentes y los campos de nuestros corazones. Que tus gotas caigan sobre mí y me revistan de gracia e inmortalidad.
Ambrosio declara que el Lavatorio es un encuentro con el Espíritu de gracia, "el agua... del cielo" que transmite "gracia" e "inmortalidad". Era una experiencia espiritual, poderosa que lavaba sus pecados y renovaba su alma.
La celebración
En muchas iglesias pentecostales, el Lavatorio es llevado a cabo junto con la Eucaristía. James L. Cross sugiere que son las dos partes de un mismo sacramento: «El uno entraña el otro y no basta con servir la Comunión. Por necesidad, también debe celebrarse el Lavatorio de los pies de los santos». Sus palabras nos dan una idea clara sobre la manera en que la Iglesia de Dios interpretaba ambos sacramentos. El Evangelio de Juan presenta el Lavatorio dentro del contexto teológico del Bautismo y la Eucaristía. De ahí, se justifica tanto que se celebren juntos o por separado. Lo importante es que demos espacio a cada una de esas interpretaciones. Este sacramento se presta para una variedad de ocasiones y experiencias. El Lavatorio puede celebrarse en conjunto a la Santa Cena como un sacramento de santificación. Jesús lavó los pies de sus discípulos para que "estuvieran limpios". Pablo exhorta a los corintios a que se examinen a sí mismos antes de sentarse a la Mesa del Señor. El Lavatorio es una oportunidad excelente para que los hermanos y las hermanas confiesen sus pecados, se reconcilien en el amor de Dios y que el Espíritu Santo limpie los pecados, tanto de la comunidad, como de cada persona. De igual manera, puede observarse como un sacramento de comisión, pues ha sido asociado con la misión y el ministerio de la Iglesia. Su marco es la misión cristiana. Los cristianos deben recordar que nuestros santuarios y templos son lugares de descanso y refrigerio, pero debemos salir a la obra de Cristo. Hemos sido llamados a los campos y las carreteras. El Lavatorio nos recuerda que nuestros pies se ensucian mientras transitamos por este mundo. Los pies santos son instrumentos del evangelio en nuestros barrios, hospitales, escuelas, cárceles y doquiera haya gente sufriendo. El apóstol Pablo exclamó: « ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio del bien!» (Rm 10, 15). Cada vez que recibamos a Cristo en la Santa Cena, debemos acordarnos de la Gran Comisión. El Lavatorio debe ser parte de las ceremonias de ordenación. Jesús lavó los pies de sus discípulos y los envió al mundo. Por ende, como ejemplo del verdadero ministerio cristiano debe ser parte de los servicios de ordenación de hombres y mujeres. Los candidatos y las candidatas al ministerio deben venir ante el altar y la congregación para presentarse a sí mismos como "sacrificios vivos, santos y agradables a Dios" (Rm 12, 1). Entonces, son comisionados al ministerio por sus respectivas autoridades eclesiásticas. A continuación, sus líderes y lideresas deben lavarles los pies para significar su dedicación al servicio. El Lavatorio debe incorporarse a los servicios y las ceremonias de instalación ministerial. Cada vez que una iglesia reciba a un nuevo pastor o pastora, deben lavar sus pies como señal de consagración y dedicación. Esta ceremonia debe estar a cargo de la oficialidad local. Este acto significaría que la congregación ha aceptado a su nuevo pastor o pastora y se ha comprometido a apoyarles. De igual manera, los pastores y las pastoras deben lavar los pies de su nueva congregación como un acto de devoción y servicio. Lo mismo debe ocurrir durante la instalación de los oficiales de la denominación. Al hacerlo, demostramos que somos consiervos y consiervas de la Iglesia (Mc 10, 42-45). Hace varios años, fui llamado como pastor de una congregación donde hubo un conflicto grande con el liderazgo.
Claro, cada parte había tenido que ver en el asunto. Después de unos meses, llevé a cabo un culto de oración con los hombres. Después de la oración, les informé que quería lavarles los pies. Tomé la toalla y una vasija y lavé sus pies. Al final, alguien exclamó: "Jamás había visto que un pastor hiciera algo así". El Espíritu Santo se movió en nuestros corazones y empezó a sanar las heridas del pasado. Los conflictos no desaparecieron, pero la conversación adquirió un nuevo tono. Esa noche, los adversarios se convirtieron en hermanos. El Lavatorio puede ser parte de la celebración del Bautismo para los que deseen confesar sus pecados posbautismales. Recuerde que el Bautismo es un acto de iniciación irrepetible, mientras que el Lavatorio debe repetirse como sacramento de limpieza. Como tal, señala la posibilidad de la restauración. Por lo tanto, es apropiado celebrarlo conjunto al Bautismo. Una vez que haya llevado a las aguas a los nuevos convertidos, haga un llamado al arrepentimiento y la confesión de los pecados en el altar, donde luego, lavará los pies. Ken Archer comenta:
A medida que lavamos nuestros pies, recordamos nuestras propias deficiencias; sin embargo, también experimentamos la declaración de Dios: "Tus pecados te son perdonados". La comunidad descubre que es un pueblo santo y real sacerdocio. El discipulado, la integridad, disciplina y santidad comunal son aspectos integrales de la travesía por el camino de la salvación.
Por supuesto, nada impide que lleve a cabo un servicio dedicado exclusivamente al arrepentimiento y la confesión, los cuales deberían ser importantes para cualquier iglesia que esté en busca de una avivamiento (Hch 3, 19). Muchas veces nuestra adoración es obstaculizada porque hemos contristado o apagado al Espíritu Santo (Ef 4, 30; 1Tes 5, 19). Además, el testimonio de Cristo queda en entredicho cuando no reflejamos su carácter. Cristo nos ha llamado a ser un modelo de unidad y paz, pero duele admitir que hemos fallado. Nuestro Señor nos ordena que amemos y oremos por nuestros enemigos, que seamos "embajadores de la reconciliación" (II Corintios 5:20). En el “sermón del Monte nos dice:
Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga "Necio" a su hermano, será culpable ante el Concilio; y cualquiera que le diga "Fatuo", quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda (Mt 5, 22-24, RV 1995).
En ocasiones, nuestra adoración no es olor grato. No podemos acercarnos al altar de Dios con corazones llenos de ira, amargura, conflictos y divisiones. Casi siempre, son conflictos que involucran a comunidades enteras, porque nacen de las diferencias étnicas, económicas y geopolíticas. La Iglesia debe trascenderlos y convertirse en un pueblo profético que anuncie la redención. En este sentido, el Lavatorio puede convertirse en un acto profético que transmita y demuestre la gracia de Dios. Hace unos años, estaba pastoreando una iglesia en una pequeña ciudad del Sur estadounidense. Esta ciudad tiene una larga historia de tensiones raciales. Durante una campaña de avivamiento, invitamos a un coro afroamericano. Esa noche, el Espíritu del Señor empezó a moverse en la música y sentí que debía lavar los pies de mi colega y hermano en Cristo. Mandé a buscar una toalla y una vasija y fui a donde mi hermano para pedirle permiso. Estuvo de acuerdo. Delante de nuestras congregaciones, me arrodillé y lavé sus pies para simbolizar la reconciliación entre nuestras comunidades. No obstante, muchos de mis miembros se enojaron conmigo. El Lavatorio se convirtió en una confrontación profética para esa congregación.
Muchos se vieron obligados a reconocer su pecado de prejuicio racial, pero estaban preparados para arrepentirse y santificarse. Unos meses más tarde, renuncié a mi cargo. Dos años más tarde, recibí una llamada telefónica de parte de uno de los líderes de esa congregación. Durante el transcurso de nuestra conversación, me informó que varias familias afroamericanas se habían unido a la iglesia. Ahora era una iglesia multicultural y próspera. El hermano me dijo: "Nada de eso hubiera ocurrido sin su ejemplo de reconciliación". El Lavatorio es un sacramento de gracia que confronta proféticamente el corazón humano para que sanemos nuestros conflictos. El Espíritu de gracia santifica a la comunidad. Otro de los contextos apropiados es la restauración de los creyentes que están fuera de la comunión. El cuerpo sufre cada vez que un creyente peca de tal manera que la disciplina conlleve su exclusión de la membrecía. El ministerio sufre en su integridad cuando uno de sus ministros o ministras caen en pecado. La iglesia no ha sabido manejar el ministerio de la restauración porque es doloroso. A veces, no ocurre debido a la falta de humildad o arrepentimiento de la parte ofensora. Aún así, debe hacerse todo lo posible para sanar y restaurar la integridad y el compañerismo. En muchos casos, esos fracasos éticos provocan un escándalo público. Por consiguiente, la restauración también debe hacerse en público y el Lavatorio se presta para ello. En tales casos, las personas deben pasar delante de la congregación, recibir la oración y entonces, dejar que su pastor o pastora lave sus pies. Otro de los contextos apropiados es el fomento de la unidad. Como pastor, he tenido el privilegio de participar en varias asociaciones ecuménicas. En muchas ocasiones he participado en la planificación de servicios comunitarios, tales como el Día Nacional de Oración, Semana Santa y otros. Por lo general, el público está compuesto por los miembros de varias tradiciones. Es triste que algunas iglesias prohíban la confraternización con otras denominaciones. Los organizadores tratan de evitar la celebración de la Comunión. A menudo, en su lugar, he sugerido que llevemos a cabo el Lavatorio y casi siempre he recibido una respuesta afirmativa. Recuerdo un servicio en que un sacerdote católico lavó los pies del pastor metodista. En otra ocasión, unos treinta pastores hicieron lo mismo frente a las escalinatas del Tribunal del Condado. Este sacramento es una expresión visible de la Iglesia como la comunión del Espíritu Santo, que extiende su gracia a todos los hermanos y las hermanas en Cristo. Los himnos y las canciones deben reflejar los temas de la peregrinación espiritual, confesión, limpieza, restauración, servicio y misión.
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Mientras prepara el servicio, tenga en cuenta varias cosas. En primer lugar, siempre es aconsejable que, por modestia, separe a los sexos. Ello no implica que los envíe a cuartos separados, sino que ubique estaciones a ambos lados del santuario. De esa manera, estarán juntos en el servicio. Muchos no participan en el Lavatorio por razones de salubridad. Se oponen a poner sus pies en el agua que haya sido usada por otros. Este problema se resuelve fácilmente con el cambio del agua, una vasija y toallas frescas para cada persona. Como sacramento de humillación, es aconsejable que los líderes y las lideresas laven los pies de la congregación. Ese orden nos recuerda que el que quiera ser el mayor, deberá ser el siervo de los demás.
Daniel Tomberlin, en academia.edu/
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