V.- Violencia de género en la pareja: de lo individual a lo familiar
La violencia interpersonal, especialmente a la que están expuestos los niños, es la causa más importante y prevenible de enfermedad mental. Lo que el fumar es a la medicina, la violencia en la niñez lo es a la psiquiatría. (Steve Scharfstein, 2006)
La VGP sucede en un contexto familiar, dentro de una unidad familiar.
Como se ha descrito en apartados anteriores, este tipo de maltrato se dirige a la mujer, dentro de una relación violenta, asimétrica rígida. Fundamental es entender las estrategias de maltrato y cómo la capacidad cognitiva, emocional y conductual de la mujer se ve afectada, sin obviar las posibles repercusiones biológicas y neurológicas así como la afectación de su calidad de vida. Esencial es intervenir con las mujeres que viven este maltrato. No obstante, esta violencia no se trataría correctamente si obviamos que ocurre en una unidad familiar y que todos sus miembros sufren, viven y se ven afectados por esta violencia.
No podemos olvidar que este maltrato afecta a las mujeres que la padecen, a sus hijos y a sus hijas, entornos familiares y a la sociedad, en general. Se trata de un problema que se proyecta a nivel horizontal (hacia las mujeres y sus entornos familiares) y a nivel vertical (hacia sus descendientes), pudiéndose perpetuar este tipo de violencia en futuras generaciones. Es decir, la magnitud y alcance de este problema es realmente profundo y su abordaje será más adecuado, si se plantea de manera integral.
Con el objetivo de pasar de una concepción individualista a una familiar, más holística e integral, se tratarán diferentes conceptos a lo largo de este punto: la dinámica y estructura familiar, la pareja conyugal y parental y las personas afectadas por esta violencia (mujeres, menores y hombres). Si bien, tal como he señalado en la fundamentación y justificación del trabajo, la persona que ejerce violencia, en este caso el hombre, es responsable de ella y la violencia nunca tiene justificación, considero importante entender qué ha llevado a esa persona a elegir la violencia frente a otras formas de conducta. Atender a los hombres que ejercen violencia es un acto de prevención de futuros casos de maltrato.
Este apartado se completará con otros conceptos como el análisis de las familias de origen de hombres que ejercen maltrato y mujeres víctimas, que arrojen luz a la comprensión profesional de esta grave problemática social, alejándonos de moralismos y de juicios de valor. Así mismo, los aspectos transgeneracionales también serán tratados.
5.1.- Dinámica y estructura familiar
La estructura relacional dentro del sistema familiar es uno de los factores fundamentales que se deben valorar para comprender los mecanismos que subyacen a la violencia dentro de la familia.
La terapia estructural de Minuchin se fundamenta en el concepto de estructura, que hace referencia a las pautas de interacción que ordenan a los subsistemas que componen una familia en relaciones que presentan algún grado de constancia. En las estructuras se organizan subsistemas relativamente estables, con términos tales como alianzas, límites (que suponen reglas de participación) y jerarquía (que apelan a las reglas de poder) que caracterizan el mapa de la organización familiar.
En este apartado, se tratarán conceptos estructurales tales como mapas familiares, límites, poder y fronteras.
Valentín Escudero (2011) en “Impacto de la violencia de género sobre niños, niñas y adolescentes. Guía de intervención”, expone de manera magistral los diferentes mapas familiares que pueden darse con sus oportunas explicaciones.
✓ Relación simétrica en el subsistema parental:
En mi opinión, en este caso, estaríamos hablando más de conflictividad que de maltrato, puesto que la interacción es simétrica en el primer caso y asimétrica en el segundo.
La funcionalidad de este sistema viene alterada por el mantenimiento de la simetría por los miembros de la pareja, quienes emplean la fuerza, verbal y/o física, dentro de esa simetría rígida.
La permeabilidad del holón parental afectará a las repercusiones negativas en los/as hijos/as. Por ejemplo, pueden darse casos en los que la permeabilidad del sistema parental es baja y, por tanto, los hijos/as no son testigos directos de la violencia sino de las consecuencias a nivel anímico y/o físico en los padres y madres. Si la permeabilidad es alta, sin embargo, los niños y niñas pueden ser testigos e incluso sufrir directamente el impacto físico y emocional de la violencia.
✓ Relación complementaria en el subsistema parental:
La complementariedad rígida se consigue con el uso de la violencia psicológica y física por parte del hombre, logrando la sumisión absoluta y el terror de la mujer, quien está jerárquicamente por debajo y se anula cualquier intento de cambio en la definición de la relación.
Se suele producir un aislamiento del sistema familiar del entorno y de la mujer, tal como se ha descrito en apartados anteriores, lo que aporta mayor rigidez a esa complementariedad. Inevitablemente, la permeabilidad del subsistema parental es alta, siendo imposible que estos comportamientos no lleguen a los hijos e hijas. Por eso la madre construye un subsistema de supervivencia:
La madre crea ese subsistema de supervivencia para:
✓ Proteger a hijos e hijas del padre. Si “molestan” al padre, éste puede volcar su agresividad hacia ellos/as.
✓ Protegerse ella misma. Si los hijos o hijas “molestan” al padre, éste vuelca su agresividad hacia la madre (por “incompetente” en el control de sus hijos/as).
Para que este subsistema de supervivencia sea eficaz, la madre debe definir una relación complementaria muy rígida en la que se asegure que cualquier orden es cumplida sin discusión y de inmediato. Para mantener este subsistema debe tener una cierta fuerza física y anímica que va disminuyendo a medida que pasa el tiempo y el abuso psicológico se prolonga.
Ante esta relación complementaria los hijos e hijas pueden reaccionar:
✓ Oponiéndose (no acepta esa definición de la relación) lo que genera el siguiente proceso:
M ordena algo a H1 para “no molestar” a P H1 hace lo contrario y “molesta” a P P agrede a M M tiene que esforzarse mucho más (aumenta la rigidez) en que H1 obedezca H1 tiene más motivos para oponerse y no obedece
✓ H1 se coloca o es colocado en una posición de control sobre una “mayor dosis” de violencia que puede recibir la madre lo que le da poder sobre ella. También le coloca como aliado (o falso aliado) del padre en contra de la madre, comprometiendo el subsistema de supervivencia.
✓ Cooperando con la madre (acepta esa definición de la relación). En este caso H1 colabora con la madre en cumplir lo que ésta le ordena e incluso lo que puede ordenar
(hiperresponsabilidad). Se coloca o es colocado en una posición de control sobre una “menor dosis” de violencia que puede recibir la madre. También le coloca como aliado (o falso aliado) de la madre en contra del padre, reforzando el subsistema de supervivencia.
✓ Relación complementaria inversa en el subsistema paternofilial:
Uno o varios elementos del subsistema filial se colocan (o se les deja colocar) jerárquicamente por encima del subsistema parental. Esta situación se ajustaría más a casos de violencia filioparental.
J. Corsi (1999), señala que los estudios realizados con familias que presentan problemas de violencia muestran un predominio de estructuras familiares de corte autoritario, en las que la distribución de poder sigue los parámetros dictados por los estereotipos culturales. Habitualmente, este estilo verticalista no es percibido por la mirada externa, ya que la imagen social de la familia puede ser sustancialmente distinta de la imagen privada, encontrándose muchas veces estas familias en situación de cierto aislamiento social.
En las unidades familiares donde existe violencia, aparecen estructuras donde existe una desigualdad jerárquica fija. El que ejerce la violencia es quien define la situación y debe decidir sobre lo que sucede. De manera circular, los miembros de la familia delegan la elección de prácticas en quien reconocen como autoridad. Por otra parte, es frecuente que en unidades familiares donde hay maltrato, haya déficit en la autonomía de sus miembros y una significativa interdependencia de unos/as y otros/as, con fronteras extrafamiliares rígidas, lo que supone la existencia de pocos referentes externos y lealtad extrema a la familia, donde, probablemente el proceso de autonomía e individuación esté comprometido.
Con el fin de aproximarnos de una manera más detallada a las unidades familiares en las que hay violencia, es fundamental atender a las creencias, mandato y mitos “validados” que perpetúan el abuso, teniendo en cuenta que los mitos (Ferreira) son “los conjuntos de creencias sistematizadas y compartidas por todos los miembros de la familia respecto de sus roles mutuos y de la naturaleza de su relación, determinando las conductas, interacciones y rutinas familiares”. Algunos de estos mitos, reglas (reconocidas, implícitas o secretas), creencias y mandatos son:
✓ “Los grupos son eficaces cuandos siguen a un jefe. Alguien tiene que estar al mando”.
✓ “Los hombres están mejor entrenados para mandar que las mujeres: pueden controlar las emociones y son más racionales”.
✓ “Discutir o disentir es peligroso”
✓ “Quien es superior y responsable es quien debe ser obedecido y tiene derecho sobre sus subordinados”.
✓ “Las organizaciones deben ser verticales”.
✓ “Las familias son más importantes que las personas”
✓ “No es bueno meterse en los problemas entre marido y mujer”.
✓ “La privacidad familiar debe ser respetada”.
✓ “Los trapos sucios se lavan en casa”.
✓ “Las mujeres son quejosas”.
✓ “Las mujeres son un misterio, por lo tanto son amenazantes”.
✓ “Las mujeres se encargan del mundo privado y los hombres del mundo público”.
✓ “Los hombres son los responsables del funcionamiento de su familia y tienen que mostrar y ejercer su autoridad”.
✓ “Nadie tiene derecho a intervenir en algo que ocurre a MI hijo y/o a MI mujer”.
✓ “En casa manda el hombre”.
Siguiendo a Ravazolla (1997) se puede describir de la siguiente manera el abuso familiar. Este esquema, por una parte, explica ideas, acciones y estructuras que mantienen las personas implicadas en una situación de violencia y/o abuso, es decir, la persona abusadora, la abusada y la testigo/ contexto. A su vez, este cuadro propone nueve alternativas de intervención.
Madanes (1997) refiere cuatro dimensiones en la interacción familiar:
✓ Control y poder, cuya principal emoción es el miedo.
✓ Deseo de ser amado/a que puede sacar las mejores cualidades de una persona pero también puede desembocar en irracionalidad, egoísmo y daño. La emoción que predomina es la de deseo, frustración y malestar.
✓ Deseo de amar y proteger a otras personas, que puede suscitar intrusividad, posesividad, dominación y violencia, siendo la emoción prevalente la desesperación.
✓ Arrepentimiento y dolor, es la cuarta dimensión de la interacción familiar violenta. La emoción que sobresale es la de vergüenza por lo que se ha hecho o dejado de hacer o por no poder perdonar.
5.2.- La familia ante la violencia
No hay duda de que la mayoría de los aprendizajes sobre cómo ser hombre o mujer se aprenden en la familia, con la educación que recibimos y a la vez con el modelo de relación conyugal de nuestros propios padres.
La pareja se forma a partir de dos personas que provienen de dos unidades familiares diferentes, con la influencia propia de su familia de origen, con dos culturas y mitologías que se encuentran y además se incluyen diferentes expectativas sobre la pareja.
Cárdenas y Ortiz (2011) señalan que “cuando los padres quieren, valoran y protegen a sus hijos, éstos tienen más posibilidades de elegir a una pareja adecuada”, apuntando que “la familia donde nacemos nos condiciona, pero nunca es totalmente determinante”.
Siguiendo a estas dos autoras, se describen los diferentes tipos de familia de origen, que pueden afectar al desarrollo de futuras relaciones violentas y a la búsqueda de compañeros sentimentales no adecuados:
✓ La familia que triangula. La triangulación es una interrelación entre tres personas, que ocurre cuando dos de ellas tienen un conflicto e invitan a participar a un tercero, generalmente los hijos/as, para buscar ganar al otro. Estos menores quedan inmersos en un profundo conflicto de lealtades, realizando un papel de pseudopareja de uno de sus padres y enfrentado a otro. Esta situación vivida en la familia de origen puede interferir en su propio proceso de emparejamiento, puesto que la intimidad tan intensa con el progenitor aliado no facilita el encuentro de una pareja. Las autoras hablan de personas carenciadas en la protección a sí mismas y hacia las otras personas, con muchas dificultades para aceptar los límites y con necesidad de sentirse queridos/as incondicionalmente. Muestran problemas para manejar emociones y sienten el miedo como una emoción prevalente sobre las otras, lo cual provoca un estado de alerta y de paso a la acción a través de mecanismos poco controlables. Cárdenas y Ortiz (2011) advierten que: “cuando se repite la historia vivida, el género es decisivo para determinar el lugar que ocupará cada uno en una relación maltratante. Generalmente, los hombres, al tener la fuerza física, aprenden a pasar al acto, sin tener demasiada conciencia de lo que ocurre con ello. Las mujeres, en cambio, debido al aprendizaje del rol femenino a través de la historia, no acostumbran a utilizar la fuerza, sino que reproducen el desamparo: no les han enseñado a defenderse ni a cuidarse. En el momento en el que ellas necesitarían un respaldo familiar para poner unos límites a su compañero, se encuentran solas sin saber siquiera si tienen el derecho de cambiar la situación”.
✓ La familia que maltrata físicamente. Las autoras indican que “suelen ser los hijos varones los que, tras haber sido maltratados, giran la violencia contra sus padres y, posteriormente, la dirigen contra sus parejas. En cambio, son mujeres las que repiten la situación de indefensión en la pareja cuando han sido maltratadas o incluso abusadas sexualmente”.
✓ La familia que abandona emocionalmente. Cárdenas y Ortiz describen a la pareja de padres que abandonan emocionalmente como “una constelación cerrada, en la que los hijos no tienen demasiada cabida, bastándose con tenerse el uno al otro, ya sea por amor o por el entendimiento agradable con que resuelven la vida”. Esta falta de cuidado afectará a ambos sexos, pero las que tienen más tendencia a verse influidas por ella e involucrarse en una relación violenta como receptoras del maltrato, son las mujeres. Las autoras añaden que “a la hora de emparejarse, cargan con tal laguna afectiva, que es muy probable que topen con personas inadecuadas. Nuevamente estas mujeres, que han sido abandonadas emocionalmente en la infancia, se tropiezan con la necesidad de sentirse queridas y se ponen al servicio de otra persona con escasas probabilidades de saber cómo defenderse porque nadie les ha enseñado”.
✓ La familia con dificultades para poner límites. Este tipo de familia se caracteriza por no poner límites y por la desatención emocional, siendo más probable que sean los hijos los que ejerzan violencia, dado que les cuesta aceptar un no, ponerse en el lugar de la otra
persona y utilizan la violencia como manifestación de sus frustraciones. De tal manera que pueden convertirse en hombres apáticos, con baja o nula tolerancia a la frustración. Esta apatía y esa falta de sentido de la vida, se ve deformada por espejismo de la pareja, como si fuera responsabilidad de la otra persona hacerlos felices.
5.3.- Mujeres víctimas de violencia de género en la pareja
En este apartado, se analizarán las diferentes emociones predominantes en las mujeres que viven violencia en su relación de pareja, puesto que estas emociones surgen de las propias estrategias del maltrato y ambas tienen un papel importante sobre los efectos últimos de la violencia.
Antes de enumerar las diferentes emociones, destacar, de nuevo, la imprevisibilidad de las agresiones. Esta imprevisibilidad provoca en la mujer un estado de alerta continuo y una respuesta de estrés mantenida en el tiempo que produce cambios físicos, hormonales, neurofisiológicos, así como una sensación de suspensión en el transcurso del tiempo subjetivo, estrechamiento de la conciencia, anticipación de situaciones temidas, pérdida de experiencias dado que “sólo se está pendiente de él”, entre otros. Las mujeres estén inmersas en crisis múltiples (agresiones) con alto nivel de estrés, dentro de una relación violenta a nivel físico y emocional; de tal manera que es difícil elaborar lo que está ocurriendo, con acciones tendentes a la supervivencia (es decir, evitar ser golpeada o bien ella o bien sus hijos/as).
Siguiendo a Antonio Escudero (2009), destacamos estas emociones:
✓ Miedo. El miedo a lo que pueda ocurrir como a su imprevisibilidad, con respuestas de paralización, huída o ataque. El miedo prevalece a pesar de la ruptura.
✓ Sorpresa e imposibilidad de entender. La sorpresa es probablemente la primera emoción que surge ante el primer acto violento. Esa sorpresa se transformará en un continuo “no entiendo”, dentro de un proceso de dotar de sentido a lo que está ocurriendo.
✓ Culpa. La culpa supone una evaluación reflexiva autorreferencial, generándose una vez se ha hecho un juicio sobre las propias acciones, con una dimensión eminentemente
social. Como dice Etxebarría (2003), “la culpa mantiene a la persona ligada a una situación interpersonal”, de tal manera que vincula a la mujer con la persona que ejerce violencia.
Según Pau Pérez (2006), el abuso sexual y la violencia dentro de la pareja son las dos situaciones traumáticas paradigmáticas de la “decisión imposible”, de tal manera que no hay una solución satisfactoria ni una solución satisfactoria para todos los miembros. Tome una decisión u otra (por ejemplo: separarse o no; denunciar o no), alguien será afectado, por lo que la mujer tendrá dificultades para eludir la responsabilidad de sentirse culpable, pero al mismo tiempo, está atrapada por la imposibilidad de no elegir.
Antonio Escudero (2009) enumera cuatro categorías en las que aparece la culpa: culpa impuesta o secundaria (producto de la reiterada inculpación por la pareja hacia la víctima), culpa por ejercer acciones contra la violencia, culpa reactiva por no haber “abandonado” la relación. Este autor también señala la culpa social, recriminación por otros, revictimización social que genera vergüenza.
No hay que olvidar que la persona que se siente culpable desarrolla un juicio negativo sobre sí misma que piensa que es compartido por el resto de personas. Además, culpa y depresión se retroalimentan. Finalmente, la culpa favorece la aceptación de la violencia de la otra persona y facilita la asunción del criterio del otro en detrimento del propio.
✓ Vergüenza. Al igual que la culpa, tiene un componente social, se experimenta frente a otras personas. La vergüenza por miedo a un juicio social o por la identificación como “mujer maltratada”, aísla a la mujer, quien ya vive en un contexto restrictivo y en aislamiento.
Antonio Escudero (2009), recoge dos razones que apelan al alto grado de destructividad de esta violencia interpersonal: la persuasión coercitiva explicada en el apartado 4.7 y el trauma en la violencia interpersonal sostenida en el tiempo. Define el trauma psíquico interpersonal “como una experiencia que, siendo ejercida por una o varias personas de forma intencionada sobre otra, la víctima, constituye para ésta por su naturaleza e intensidad, una vivencia imposible de ser integrada en su sistema de creencias previo. Esta destrucción de las creencias de la persona sobre sí misma, los demás y sobre la imagen que el mundo (“su mundo”) tenía, establece una discontinuidad temporal en la identidad propia… En ocasiones actúan mecanismos de defensa psíquicos para aislar este hecho traumático, imposible de soportar, pero esto crea una sensación de identidad falsa y recreada, ya que pese a las apariencias, el efecto destructivo se mantiene…. Esta experiencia permanece en la persona, básicamente como imágenes vívidas, pero al no poder ser asimiladas, queda fragmentada y libre, irrumpiendo de forma intrusiva y en cualquier momento en el plano de la conciencia”.
En la relación violenta, se va destruyendo la identidad de la mujer. Este self o sí mismo descrito por Castilla del Pino (1982) hace referencia a: “Nadie tiene una idea de sí mismo sino es a expensas de la que los demás le ofrecen en la interacción. La reflexividad sobre sí mismo surge en interacción”. Es fácilmente comprensible la necesidad de que otras personas validen nuestras propias creencias sobre nosotros/as mismos/as. En los procesos de violencia, se detectan desconfirmaciones, rechazos y descalificaciones que afectan a la destrucción de la identidad de la mujer. El aislamiento impide el acceso a otras interacciones que potencien o validen el self de las mujeres que viven violencia en su relación de pareja.
Nelson (2002) habla de dos elementos básicos para el mantenimiento de la identidad personal; la reidentificación (“¿Soy yo todavía la misma persona?”) y la caracterización (“¿Quién soy yo?”). Las mujeres en relaciones violentas, al abandonar a sus parejas, suelen presentar problemas para reidentificarse con aquélla que inició el proyecto de relación. A su vez, se enfrenta al reto de responder a la pregunta de quién es.
Con el fin de apelar a la circularidad propia de las interacciones comunicativas y de las acciones interpersonales, dedicaré en este apartado unas líneas al self del hombre que ejerce violencia. En este caso, él vive en un “self privado” al que Jukes (1999) define como “burbuja”, que es un encapsulamiento defensivo de su sí mismo. Él construye su realidad y protege de las demás personas sus cogniciones, actitudes, creencias y valores propios. Esta realidad no es cuestionable para él, según Jukes “No existe realidad analizándose en la burbuja, sólo hostilidad”. Su pareja es un peligro para mantener su propia identidad. Cualquier opinión diferente, cualquier discrepancia, cual juicio divergente es percibida como una amenaza al self de la persona que ejerce violencia. Por otra parte, ella “tiene que estar ahí” para ser depositarias de las propiedades que él le atribuye, para así ser él la “víctima” de ella y controlarla por esto.
Una breve mención biológica para finalizar este apartado. No es posible entender la experiencia de violencia sin atender al funcionamiento del cerebro en situaciones críticas. El sistema simpático se activa para primar la seguridad ante un ataque, o bien fuga o bien la parálisis. La desactivación del sistema parasimpático implica que el funcionamiento superior del cerebro queda comprometido. El sistema simpático de las mujeres en contexto de violencia está continuamente activado, lo que interfiere con la capacidad de pensar e implica un sobrefuncionamiento de los órganos internos (corazón, tensión muscular etc). Por lo tanto, existe una desregulación entre el sistema simpático y parasimpático.
5.4.- Hombres que ejercen violencia hacia sus mujeres
Quizá es importante comenzar este apartado con un dato esperanzador, que apela a la resiliencia y es que la inmensa mayoría de los sujetos expuestos a la violencia, bien como testigos o bien como objetos de violencia, se controlan.
Bajo la premisa de no existencia de un perfil determinado de hombre que ejerce violencia, distintas investigaciones concluyen estas características:
✓ En su mayoría, los hombres que ejercen violencia no son enfermos mentales, aunque el nivel de psicopatología varía según los estudios. El abuso de drogas ilícitas y de alcohol es el problema asociado al maltrato de la pareja con más asiduidad. Otras patologías
relacionadas con el ejercicio de la violencia son depresión, incluyendo ideación e intentos de suicidio y trastornos de personalidad, especialmente antisocial, límite, paranoide y narcisista.
✓ En cuanto a sus características psicológicas, las más relevantes son: tolerancia a la violencia y actitudes que la justifican; negación, minimización o falta de responsabilidad por ella; internalización de un modelo de masculinidad hegemónico, la hostilidad, ira, celos
exagerados, estrés vital y laboral. También hay que valorar los antecedentes de haber ejercido violencia contra otras parejas anteriores o haberla sufrido en su familia de origen. Para variables como los estilos de apego inseguros, falta de empatía y baja autoestima, los datos no son concluyentes. Sin embargo, otros datos, apelan al apego inseguro como forma de vincularse con el mundo y con las figuras afectivas, de tal manera que este estilo de apego también afecta a las estructuras emocionales que ponen en marcha la respuesta emocional (sistema límbico) y que la regulan (córtex órbito-frontal).
Dutton y White (2012) señalan que la relación entre apego inseguro y violencia no es directa, sino que se llega a la agresión tras haber desarrollado un trastorno de personalidad límite y para llegar al trastorno, se ha de dar exposición a la violencia, experiencia de vergüenza (que implica una humillación ante terceros) y rechazo de los padres. En la adolescencia, estos hombres han podido identificarse con un sistema de valores que asocian a las mujeres como las causantes de sus problemas, tendiendo a “justificar” la violencia. Ya en pareja, pueden utilizar la violencia como un medio para solventar los problemas que toda la convivencia implica. Este uso de la violencia deteriora la relación, retroalimentándose la violencia- distanciamiento emocional y se disparan miedos como el de ser abandonado.
Dutton (2006 y 2012) ha estudiado la niñez y adolescencia de los hombres que ejercen maltrato. Concluye que presentan al padre con sentimientos de rechazo, falta de trato afectivo y agresiones físicas así como maltrato verbal. La madre es una figura que, intermitentemente, ofrece cuidados y está demasiado preocupada por sobrevivir a las agresiones de su pareja. La experiencia de abuso emocional del padre es aleatoria y humillante. El autor señala que el resultado es la aparición de una “identidad difusa”, es decir, identidad inestable que depende de otra persona para apuntalarse. Así mismo, señala rasgos depresivos, ansiosos, dificultades para discriminar sentimientos y visiones desesperanzadas de la vida.
Jacobson y Gottman (2001) distinguieron entre los pitbull y cobra, siendo los primeros de carácter más dependiente y los segundos con poca dependencia emocional hacia sus parejas y agresiones más letales. Las investigaciones señalan que los primeros tienen mayores probabilidades de responder a un tratamiento terapéutico que los segundos.
El equipo de investigación de Hotlzworth- Munroe (1997) estableció tres categorías de hombres que ejercen violencia:
✓ Los limitados al ámbito familiar con violencia menos grave y poca o ninguna psicopatología asociada. Guardarían semejanza con los pitbull (Jacobson y Gottman, 2001).
✓ Los límite o disfóricos, con violencia de moderada a alta ejercida mayoritariamente, pero no en exclusiva, en el ámbito familiar y con niveles de psicopatología altos, sobre todo tendencias a la depresión, dependencia y personalidad límite con alta labilidad emocional e impulsividad. Guardarían semejanza con los pitbull (Jacobson y Gottman, 2001).
✓ Los antisociales o violentos en general, que ejercen altos niveles de violencia en diferentes ámbitos de su vida de manera instrumental y tienen tendencia al trastorno antisocial y a la psicopatía, muchas veces con historial delictivo. Guardarían semejanza con los cobra (Jacobson y Gottman, 2001).
En otro estudio del año 2000 incluyeron una nueva categoría: antisociales de bajo nivel, con niveles bajos o medios de violencia limitada al ámbito familiar y características antisociales moderadas.
Según las investigaciones, parece que el hombre que ejerce violencia siente miedo a ser abandonado, provocando su necesidad de controlar a la mujer y de hacerle daño, puesto que sin daño no hay poder. Este miedo al abandono puede ser más comprensible si indagamos la familia de origen, la dinámica relacional, las vinculaciones afectivas primarias, el legado transgeneracional que confluye en la persona que ejerce violencia.
Holma et al (2006) describen los cuatro estereotipos sobre las mujeres que manejan los hombres que ejercen violencia:
✓ Provocadora, de tal manera que irrita a su pareja intencionadamente y haciéndole corresponsable de la violencia.
✓ Independiente, que puede abandonarlo, asociando la violencia con la incertidumbre y el miedo.
✓ Misteriosa, calificando a las mujeres como difíciles de comprender para los hombres, dificultad que relacionan con los ciclos biológicos femeninos.
✓ Poderosa, con superioridad verbal para humillarlos, amparando la violencia en esa inferioridad verbal.
En cuanto a los hombres que acosan, parecen funcionar desde el sentido más elemental del sistema de apego: lo importante es el contacto, sin importar si éste es positivo o negativo, de tal manera que consideran que cualquier contacto es un contacto (positivo). De esta manera, cualquier respuesta a ese acoso supone un contacto (que es vivido como positivo) y, por tanto, la continuidad de la relación.
Cabe destacar la tipología de hombres que son violentos emocionales propuesta por Lundy Bancroft (2002), que se presentan, en muchas ocasiones, de forma solapada:
✓ El que pide y no da. Se centra en sus necesidades y en las obligaciones de la pareja. Responde con furia ante cualquier demanda que se le haga, aunque ésta sea una de sus obligaciones. Asume que le deben agradecer sus contribuciones, entre tanto asume que lo que hace su pareja es normal. Menos controlador que otras categorías si siente que sus necesidades están cubiertas.
✓ Don perfecto. Piensa que es la autoridad. Desacredita a su pareja, la humilla, la ridiculiza, centrándose especialmente en los defectos de ella.
✓ El experto en desquiciar. Con tono suave hace comentarios crueles y sarcásticos. Difícil de identificar sus tácticas.
✓ El sargento de instrucción. Máximo control y extremadamente celoso. El alto control dificulta la salida de esta relación.
✓ El sensible. Demanda cuidados, pensando que sus sentimientos son importantes pero no los de su pareja. Se les hiere fácilmente y es muy difícil reparar el daño. Sin embargo, si es ella la agraviada, insisten en que se olvide con rapidez el incidente. Tienden a culpabilizar a su pareja de todo lo que les pasa.
✓ El playboy. No admite restricciones a su libertad y no muestra compromiso con sus relaciones. Múltiples infidelidades y poca consideración con los sentimientos de su pareja. Si se le confronta con sus infidelidades puede llegar a la agresión física con facilidad.
✓ Rambo. Muestra agresividad con el entorno en general. Suele presentar historial delictivo. Visión estereotipada de lo que significa ser hombre y ser mujer. Algunos presentan rasgos psicopáticos.
✓ La víctima. Su relación gira alrededor de sus heridas (reales o presuntas) sin atender a las necesidades de su pareja. Percibe que todas las personas le atacan y delega la responsabilidad en otras personas (él no es responsable de nada). Puede afirmar que los hombres son víctimas de las mujeres.
✓ El terrorista. Extremadamente controladores y exigentes. Parecen sádicos que disfrutan con el dolor que causa y con su crueldad. Pretenden paralizar a su pareja a través del terror, de tal manera que ésta no se plantee abandonarlo. Pueden haber sufrido abusos severos en la infancia.
✓ El enfermo mental o el adicto. La enfermedad mental puede aumentar la probabilidad y severidad del maltrato, pero no es nunca su causa.
Bancroft sugiere un conjunto de rasgos comunes que perfilan al hombre que maltrata psicológicamente:
✓ Narcisismo. La otra persona tiene obligación de satisfacer las necesidades para con él. Si esta premisa se cuestiona, puede escalar hasta la agresión física.
✓ Creencia de superioridad intelectual y derecho emocional que cursa con urgencia emocional, probablemente derivada de una historia de deprivación en la infancia. Si su derecho emocional, con esa urgencia concomitante, no se satisface, él “legitima” el uso de la violencia. Esa superioridad intelectual lleva pareja una creencia de la supremacía de su propio criterio, llegando a la descalificación y desprecio de otras ideas u opiniones; afectando así a la pérdida de confianza de la mujer en su propio criterio.
✓ Visión de la mujer como ser inferior en inteligencia, mostrando una actitud protectora (porque eso le hace sentir bien a él), siempre que sus necesidades estén cubiertas y ella no pida nada. Puede llegar a no percibir las necesidades de ella. Si las percibe, considera
que las suyas son prioritarias a las de su pareja, quien debe satisfacerlas. Piensa que si él se siente mal, ella es la culpable y “justifica” las represalias. Puede llegar a concluir que el maltratado es él.
✓ Cualquier expresión de necesidades, de ideas, opiniones de su pareja son vividas como un cuestionamiento a la prioridad de las suyas, como un ataque a su imagen positiva.
✓ Los hombres que ejercen violencia se mueven en un continuo: desde la negación y minimización de la violencia hasta el placer de hacer daño. El cuestionamiento de estos dos extremos “justifica” la escalada de agresiones.
Es importante destacar la influencia mutua en una relación. En casos de violencia, el que ejerce maltrato es impermeable al criterio de su pareja e incluso llegando a anular y destruir el criterio de con quien comparte su vida.
Perrone y Nannini (1997) señalan que “los actores de comportamientos violentos pertenecen a la categoría de personas que viven las diferencias como amenazas”. Continúan diciendo que “el acto violento puede ser interpretado como un mensaje analógico para hacer que el otro se conforme al propio sistema de creencias”.
5.5.- Violencia de género en la pareja: un enfoque transgeneracional
Magali Sánchez y María del Carmen Manzo (2014) señalan que “la violencia conyugal… provoca agujeros representacionales que obstaculizan su elaboración psíquica y propician su transmisión transgeneracional, lo que significa que mediante procesos psíquicos se transfieran contenidos de la psique relacionados con el acto violento a las siguientes generaciones”. Las autoras, en su investigación, concluyeron que “se encontró que las identificaciones alienantes, la re-negación y la repetición son factores transgeneracionales que propician la transmisión psíquica de la violencia, además de ser ésta una forma patológica de vincularse entre la pareja y la familia que deja un vacío en la cadena generacional. Así pues, la transmisión transgeneracional de la violencia está vinculada con la presencia de secretos familiares y la falta de una representación psíquica de éstos”.
Siguiendo a Puget y Berenstein (como se cita en Aguiar, 1996), la violencia es un acto vincular cuyo objetivo es el deseo de matar, eliminar psíquica o físicamente a otro sujeto, o matar el deseo en el otro, lo humano en el otro, transformándolo en un no sujeto al privarlo de todo posible instrumento de placer y por ende de existencia. Sólo impera el deseo de uno que se transforma en soberano, no admite la existencia del otro.
Magali Sánchez y María del Carmen Manzo (2014) indican que “debido a que en una generación previa algún hecho violento referente a la historia familiar no puede ser dicho a causa de su carácter vergonzoso y/o traumático, quedando como lo indecible, posteriormente pasa a la siguiente generación como lo innombrable, y por último, queda como lo impensable en la tercera generación”.
Se transfieren y heredan costumbres, mitos, leyes, mandatos, traumas, conflictos, prohibiciones, que afectan al sujeto en la adquisición de un sentido de pertenencia, de filiación y de adhesión a una unidad familiar.
Las autoras concluyen que son familias con vinculaciones arcaicas, sin intercambio fluido con el mundo ni con los miembros de la familia, donde cada uno está apartado del otro pero no pueden separarse porque la violencia se ha instituido como forma de relacionarse. El vínculo conyugal presenta historias confusas de ambos cónyuges, historias no pensables que son como agujeros en su memoria, sintiéndose ajenos a estas historias, de las cuales no se pueden apropiar y que repiten y transmiten circularmente.
Estas autoras han encontrado diferentes elementos que se transmiten transgeneracionalmente como son: el valor de entrega y sacrificio por y para la familia del ideal de mujer, las relaciones de dominio como modo predilecto de vinculación, existencia de secretos, ideal de familia (y también de hombre y mujer) que tiende a la unidad familiar y estilos vinculares inseguros. Esta unidad familiar afecta de manera importante puesto que no se permite que exista un espacio emocional y psicológico entre los miembros de la familia. La ligadura fuerte entre sus miembros es reforzada por el silencio y por la presencia de secretos familiares.
5.6.- La pareja conyugal y la pareja parental
Conceptos manejados desde el enfoque sistémico como es el de ciclo vital familiar, permite adentrarnos en la pareja conyugal y en la pareja parental.
El ciclo vital familiar se inicia con el establecimiento y formalización de la relación apareciendo la pareja conyugal. Posteriormente, se creará el grupo familiar con hechos nodales como son el nacimiento de hijos/as, surgiendo así la pareja parental.
Si bien en apartados anteriores se ha hecho mención al modelo interaccional de la pareja en la que existe VGP, es importante atender a la fase previa de establecimiento y formalización de la relación de pareja.
La historia vivida en la infancia, las pautas afectivas de las familias de origen así como los estilos de apego con los propios padres y madres influyen, aunque no de manera determinista, en la elección de pareja. Por una parte, el pasado nos condiciona pero no hay que olvidar que la vida puede dar oportunidades así como otros modelos de referencia para trascender ese pasado. Cárdenas y Ortiz (2011), señalan que: “Una relación con violencia puede estar constituida por mujeres abandonadas emocionalmente o trianguladas en la infancia, que se convierten en víctimas de maltrato y que encajan con hombres que también han tenido historias de maltrato físico, de triangulación o de falta de límites que, con el tiempo, revelan una parte agresiva”. Estas autoras añaden que la seducción se da de manera intensa y familiar. Ellas, que nunca se han sentido queridas, piensan que su vida toma sentido por la necesidad que el otro dice y muestra sentir y ellos fortalecen su identidad al tener a quien defender y proteger. Las dificultades aparecen cuando esperan que la otra persona llene sus vacíos, dado que no han aprendido a ocuparse de su malestar. Los mitos románticos que construyen una idea social de lo que es el verdadero amor también tienen un peso importante, puesto que apelan a la “existencia de la media naranja”, “al amor todo lo puede”, “el amor lo perdona todo”, “compatibilidad del amor y el maltrato”, “la felicidad sólo se encuentra en el verdadero amor” y un largo etcétera. El enamoramiento cursa con la fusión de la pareja, con la exclusión de terceras personas y la inclinación de la pareja para estar solos. Sin embargo, según se consolida la relación, se profundiza en el conocimiento mutuo, se han de negociar las diferencias de cada parte, la historia familiar de cada miembro de la pareja, las diferentes creencias y experiencias. Cárdenas y Ortiz (2011) sostienen que “en una pareja operan dos fuerzas, una hacia la fusión y otra hacia la diferenciación”. Así mismo, será importante definir la relación de pareja, los espacios individuales y de pareja, el ajuste de las expectativas mutuas, la distancia- cercanía. Tras la armonía del enamoramiento, los miembros de la pareja comienzan a discrepar entre lo que desean y lo que reciben y que, en los casos de VGP, derivará en una presión de él sobre ella, logrando el control de la relación y usando la violencia para enmarcar su posición.
Cárdenas y Ortiz (2011) detallan una serie de características comunes en las parejas violentas:
✓ Cuanto más presente estén valores patriarcales, cuanto mayor sea la historia de maltrato en la propia familia de origen, cuanta más baja sea la autoestima y la seguridad de los miembros de la pareja, más probable es que haya violencia en esa relación de pareja.
✓ Si bien toda relación tiene cierto grado de dependencia, existirá mayor grado de dependencia en la medida en que ambas partes se sientan más vulnerables, más inseguras o crean que no pueden vivir sin la otra persona; existiendo miedo no ser querido/a, a ser abandonado/a, a la soledad, a ser dañado/a.
✓ Las inquietudes y necesidades deben satisfacerse exclusivamente dentro de la pareja, es una premisa característica de las parejas en las que existe maltrato.
✓ Otra característica hace referencia a que algunas mujeres centran su vida en el bienestar de la pareja y ellos necesitan la obediencia de ellas para ocultar su propia fragilidad y sentirse fuertes.
✓ Es frecuente la persistencia del mito de la salvación: salvar a la otra persona a pesar de ser una relación violenta y generando gran dependencia.
✓ Aislamiento social extremo. Si bien en determinados momentos, una pareja necesita cerrarse en sí misma, en otros es necesaria la apertura hacia el exterior, sin embargo, esta posición intermedia y fluctuante no se da en parejas donde existe maltrato.
✓ Presencia de celos, muchas veces consecuencia de la dependencia emocional y del aislamiento social. Si se intenta satisfacer cualquier necesidad fuera de la pareja, la otra persona se sentirá herida y abandonada.
✓ Deficiencias en la comunicación, afectada por el miedo y confusión.
✓ Por el contrario, las autoras definen una pareja funcional como “aquélla donde ambos miembros están seguros de sí mismos, tienen una alta autoestima, saben qué es lo que esperan del otro y lo piden con claridad”.
Una vez formalizada la relación, la siguiente fase del ciclo vital familiar normativo es el nacimiento de hijos/as. Esta etapa afecta a la relación de pareja puesto que supone la aparición de nuevos roles y funciones como son el cuidado, la educación y crianza de los y las menores. Además de la pareja conyugal, aparece una nueva identidad: la pareja parental.
Valentín Escudero (2011) en “Impacto de la violencia de género sobre niños, niñas y adolescentes. Guía de intervención”, aborda la pareja parental, describiendo qué tipo de padre son los hombres que ejercen violencia y qué tipo de madre son las mujeres víctimas de dicho maltrato.
Ante la ausencia de descripciones de hombres que ejercen violencia como padres, se basa en las descripciones de mujeres víctimas sobre sus compañeros. Éstas los describen como ausentes o periféricos, que se aburre fácilmente en la presencia de los/as menores y que utilizan mayoritariamente las prácticas educativas negativas, en lugar de la utilización de las prácticas educativas positivas. Las mujeres también informan de que estos padres involucran a sus hijos/as deliberadamente en situaciones de violencia y que los utilizan a menudo como una razón para vencer a las madres (por ejemplo, la agresión a la madre por algún comportamiento inadecuado del hijo/a).
De fuentes profesionales, obtenemos estas descripciones: controladores y autoritarios, poco consistentes, que utilizan a los niños y niñas para denigrar la autoridad materna frente a los hijos/as (Bancroft, 2002; Jiménez, 2009) distantes, con pocas manifestaciones físicas de afecto de cara a los niños/as y que a menudo recurren al castigo físico para controlar su comportamiento (Holden & Ritchie, 1991, citado en Carroll, 1994).
En cuanto a las mujeres agredidas como madres, tienden a mostrar más agresividad física y verbal hacia los/as menores, mientras que tienden a expresar menos afecto y aceptación hacia ellos/as. No hay que olvidar que pueden estar expuestas a ataques y constantes críticas por parte de sus parejas en su papel como madres.
Estas mujeres tienden a ser inconsistentes como educadoras, es decir, a menudo oscilan entre el autoritarismo y una postura firme y una actitud de permisividad excesiva, lo que imposibilita la creación del vínculo seguro (Barudy & Dantagnan, 2005).
No podemos olvidar que muchas mujeres que viven en contexto de violencia, están intentando sobrevivir a pesar de sentir miedo y de sentirse insignificantes. Están instaladas en un modo de supervivencia, dirigiendo su atención a quien le amenaza, pudiéndose resentir la atención a los y las menores.
5.7.- Menores víctimas de violencia de género en la pareja
La necesidad más básica y fundamental en la infancia es la de disponer de un hogar seguro emocional y físicamente (Unicef, 2006). Es imposible que un hogar sea seguro emocional y físicamente si no está libre de cualquier tipo de maltrato, incluyendo la VGP. Este tipo de maltrato transciende el ámbito de pareja y afecta a todos los miembros de la unidad familiar conviviente e incluso a la no conviviente (familia extensa). No obstante, dadas las características del presente trabajo, únicamente me centraré en la familia nuclear.
Distintos autores, apoyan el concepto de trauma relacional para comprender las consecuencias que la exposición a la VGP puede tener para estos niños y niñas, en la medida en que potencia un abordaje relacional sistémico en la atención de los niños y niñas. Sheinberg y True (2008) definen el trauma relacional como “un evento en que el sentimiento de seguridad emocional y/o física que debería existir en la relación con los padres, madres o personas cuidadoras, fue quebrantado por las misma personas adultas cuidadoras”
No se puede negar la capacidad de algunos niños y niñas de mantenerse ajustados y sin síntomas en contextos tan disfuncionales como puede ser una familia donde existe VGP. De hecho, los datos de algunos estudios apuntan que un tercio de los niños y un quinto de las niñas no muestran sintomatología a nivel clínico, e incluso algunos llegan a mostrar competencias sociales y niveles de equilibrio por encima de la media (Jaffe, Wolfe & Wilson, 1990).
Muchas mujeres que son víctimas de VGP están embarazadas. El estrés afecta los niveles hormonales de cortisol que inciden en bajos crecimientos fetales y subsecuentemente se relaciona con un pobre desarrollo del cerebro, defectos de mielinización que se asocian a síndromes de hiperactividad.
Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), en el “Manual de atención para los niños y niñas de mujeres víctimas de violencia de género en el ámbito familiar”, enumeran los siguientes efectos de la VGP en niños y niñas:
✓ Problemas de socialización: aislamiento, inseguridad, agresividad, reducción de competencias sociales.
✓ Síntomas depresivos: llanto, tristeza, baja autoestima, aislamiento
✓ Miedos: miedos no específicos, presentimiento de que algo malo va a ocurrir, miedo a la muerte, miedo a perder a la madre, miedo a perder al padre.
✓ Alteraciones del sueño: pesadillas, miedo a dormir solo, terrores nocturnos.
✓ Síntomas regresivos: enuresis, encopresis, retraso en el desarrollo del lenguaje, actuar como niños menores de la edad que tienen.
✓ Problemas de integración en la escuela: problemas de aprendizaje, dificultades en la concentración y atención, disminución del rendimiento escolar, dificultades para compartir con los pares.
✓ Respuestas emocionales y de comportamiento: rabia, cambios repentinos del humor, ansiedad, sensación de desprotección y vivencia del mundo como algo amenazante, sentimientos de culpa, dificultad en la expresión y manejo de las emociones, negación de la situación violenta o restar importancia a la situación que han vivido, tendencia a normalizar el sufrimiento y la agresión como modos naturales de relación, aprendizaje de modelos violentos y posibilidad de repetirlos (tanto de víctima como agresor con la interiorización de roles de género erróneos), la exposición crónica a conflictos parentales puede llevar al adolescente a presentar más relaciones conflictivas y adicciones, aparición de comportamientos de riesgo y violentos, huida del hogar, influencia en el establecimiento de las primeras relaciones sentimentales, a más altos niveles de agresión mayor probabilidad de percibir en el comportamiento de los demás intenciones hostiles y a responder de manera violenta como defensa.
✓ Síntomas de estrés postraumático: insomnio, pesadillas recurrentes, fobias, ansiedad, re-experimentación del trauma, trastornos disociativos.
✓ Parentalización de los niños y niñas: asunción de roles parentales y protectores hacia los hermanos menores y asunción de roles parentales de protección hacia la madre.
En la misma obra, los y las autores/as, establecen este cuadro que recoge los efectos negativos de la exposición a la VGP en los y las menores:
A su vez, refieren estos factores de riesgo:
✓ La presencia de abuso de sustancias, depresión, personalidad antisocial del padre, situaciones económicas desfavorables o aislamiento social.
✓ Proximidad de los niños y niñas a las agresiones, al ser testigos directos de la misma.
✓ La severidad y cronicidad de la violencia
✓ Si se hace al/ la menor partícipe de la situación, si hay triangulación o si se le obliga “a tomar partido” por uno de los padres.
✓ Si el/la menor vive en una situación de negligencia por ausencia de cuidados paterno-filiales.
✓ Si el/la menor es víctima directa de maltrato físico o emocional por parte de alguna de las figuras parentales.
✓ Características propias del niño/a: temperamento, edad, interpretación que hace de esta realidad, la seguridad de sus vínculos, las habilidades sociales, la capacidad de expresar emociones y pedir ayuda.
✓ La disponibilidad de otras figuras vinculares que puedan protegerlos emocionalmente o apoyarlos y paliar la ausencia de los cuidados paterno-filiales.
Como factores de protección, señalan:
✓ Cualidades de los niños y niñas como temperamento tranquilo y fácil, altas habilidades cognitivas.
✓ La existencia de alguna persona adulta que fomente los recursos propios del/la menor y fortalezca su capacidad de resiliencia.
✓ Una actitud parental competente que satisfaga sus necesidades fisiológicas, afectivas, cognitivas y sociales.
✓ Buena respuesta de la madre.
✓ La capacidad de la madre para participar y apoyarse en la red social.
✓ La comunicación entre las madres y sus hijos/as sobre la existencia de conflictos que ellos o ellas han presenciado baja la posibilidad de que muestren problemas de comportamiento y de violencia manifiesta, siempre y cuando ese diálogo no vaya acompañado de hostilidad, culpabilidad o rabia hacia la pareja.
✓ El apoyo de la familia extensa.
✓ La ruptura del círculo de violencia
✓ En la adolescencia, la cohesión y el apoyo del grupo de iguales
✓ La teoría de los sistemas familiares sugiere que una delimitación clara entre un subsistema matrimonial y el filial se relaciona con un mejor funcionamiento del niño/a, mientras que la existencia de unas fronteras difusas haría más probable el desarrollo de disfunciones.
✓ El papel que el padre o la madre asignan a sus hijos o hijas dentro de la situación conflictiva.
Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), recogen exhaustivamente los roles que pueden desempeñar los y las menores en unidades familiares en las cuales la VGP está presente. Refieren que: “Estos roles están muy mediatizados por los secretos, la confusión y el miedo debido a la situación que se está viviendo. Ninguno de los roles que se expondrán a continuación son favorecedores para un desarrollo sano ni deben entenderse como ubicaciones estáticas dentro del sistema familiar”.
✓ El rol cuidador.
Este niño o niña actúa como madre o padre sus hermanos/as pequeños y de su propia madre, procurando el bienestar de todos/as ellos/as. Suelen presentar dificultades para poder asumir aquellos comportamientos y actitudes propios de su edad. El objetivo de intervención, en este caso, se centraría en fomentar que el/la menor regrese al mundo de la infancia a través del empoderamiento de la madre, la cual se ha de ocupar del mundo adulto.
✓ El rol confidente de la madre
El o la menor conoce los sentimientos, problemas y planes de actuación de su madre. Lo que el o la menor ha visto sirve a la madre para recordar lo que ha pasado, sobre todo, cuando el hombre que ejerce maltrato minimiza o miente sobre la violencia. Por una parte, es importante acompañar a la madre en el dolor o rabia que siente ante los sentimientos positivos de su hijo/a hacia el padre y poner los límites en el papel del hijo/a. Con el/la menor, es fundamental identificar los sentimientos hacia ambos progenitores aunque parezcan contradictorios, así como trabajar el posible sentimiento de ruptura de lealtad hacia la madre.
✓ Rol confidente del padre (quien ejerce maltrato)
El o la menor tiende a justificar las agresiones hacia la madre. Se les motiva para que cuestionen el comportamiento de la madre y si lo hace, se les recompensa con privilegios o con tratos de favor ante hermanos/as. El objetivo debe ir dirigido a empatizar con el dolor de la madre y el de otros hermanos/as sin olvidar el suyo propio, así como trabajar el sentimiento de culpabilidad de estos/as menores.
✓ Rol asistente del padre que ejerce violencia.
Es el/la menor escogido/a o forzado/a a maltratar a la madre a través de humillaciones, agresiones físicas etc. Existe un alto riesgo de interiorizar la violencia como forma de relación. El objetivo a trabajar con el/la menor se centrará en su sentimiento de culpa y con la madre la comprensión del papel de víctima de su hijo/a ubicándolo en el contexto de violencia y manipulación a la que es sometido/a.
✓ Rol de niño/a perfecto/a
El o la menor intenta prevenir la violencia haciendo todo correctamente, presentando un sentimiento de culpa muy elevado cuando siente que no ha conseguido evitar la agresión, lo que aumentará su propia exigencia en la próxima ocasión. El objetivo con el o la menor será comprender que no puede evitar la violencia, dado que no está bajo su control e insistir que la violencia es siempre injustificable. Con la madre será importante disminuir el nivel de exigencia, reforzando al/ la menor independientemente de sus resultados.
✓ Rol de árbitro
El o la menor media entre personas adultas e intenta mantener la paz. Es probable que el o la menor perciba simetría en el conflicto, cuando realmente la relación es asimétrica. Sentirá culpa, angustia por exceso de responsabilidades y agotamiento. El objetivo con el o la menor está muy vinculado al de la madre, ya que es básico que ella pueda recuperar su imagen de autonomía y seguridad delante de sus hijos/as.
✓ Rol de chivo expiatorio
Se le identifica como la causa de los problemas familiares y como el o la culpable de la tensión entre padre y madre. Padre y madre sustentan este rol. El comportamiento del o de la menor se usa para justificar la violencia y suele estar muy aislado/a en el propio ámbito familiar. El objetivo con el o la menor será trabajar la rabia y resentimiento por haber sido culpabilizado de la violencia y con la madre reforzar el vínculo con su hijo/a fomentando la comunicación.
Quisiera finalizar este apartado con una reflexión fruto de los conceptos desarrollados por Linares en su obra “Identidad y narrativa”. En algunos casos de VGP, en la interacción padre-hijo/a/s, pueden detectarse triangulaciones desconfirmatorias, si el padre muestra solamente interés hacia el hijo/a en referencia única al conflicto conyugal. Según Linares: “En la triangulación desconfirmatoria, los hijos tras ser involucrados en los conflictos conyugales se ven abandonados o desconfirmados por quien los involucra, porque el interés hacia ellos no tiene como finalidad la creación de una alianza, sino que está dirigido al juego conyugal con lo cual la utilización y traición posterior al hijo implicado es el determinante del maltrato”.
Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |