Homilía del Papa en Santa Marta
La protagonista de las lecturas de hoy es la serpiente. El Génesis nos muestra que la serpiente es la más astuta (cfr. Gn 3,1), una encantadora con capacidad de fascinación y de embaucarnos. La Biblia también nos dice que es mentirosa y envidiosa, porque por la envida del diablo, de la serpiente, entró el pecado en el mundo. Y esa capacidad de seducción nos arruina. Te promete muchas cosas, pero a la hora de pagar, paga mal, es un mal pagador. Pero tiene esa capacidad de seducir, de encantar. Pablo se enfada con los cristianos de Galacia que le han causado tanto trabajo, y les dice: Insensatos Gálatas, ¿quién os ha encantado? Vosotros que fuisteis llamados a la libertad, ¿quién os ha fascinado? (cfr. Gal 3,1). Pues a estos les ha corrompido la serpiente. Y no es nada nuevo, estaba en la conciencia del pueblo de Israel.
El Señor dice a Moisés que haga una serpiente de bronce para que quien la mirase quedaría curado (cfr. Num 21,8). Es una figura, pero también una profecía, una promesa no fácil de entender porque Jesús mismo explica a Nicodemo que como Moisés alzó la serpiente en el desierto, así debe ser alzado el Hijo del hombre, para que quien crea en Él tenga la vida eterna (Jn 3,14).
Así que aquella serpiente de bronce era una figura de Jesús elevado en la Cruz. ¿Por qué el Señor utilizó esa figura tan fea, tan mala? Simplemente porque vino para cargar sobre sí todos nuestros pecados y se convirtió en el más gran pecador sin haber cometido ninguno. Pablo nos dice: Se hizo pecador por nosotros (2Cor 5,21), retomando la figura se hizo serpiente. ¡Es feo! Él se hizo pecado para salvarnos, eso significa el mensaje de la liturgia de la Palabra de hoy, el recorrido de Jesús.
Dios se hizo hombre y se endosó el pecado. Y Pablo a los Filipenses, a los que quería tanto, les explica este misterio: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz (Flp 2,6-8). Jesús se anonadó a sí mismo, se hizo pecado por nosotros, Él que no conocía el pecado. Podríamos decir que el misterio es éste: se hizo feo como una serpiente. Cuando miramos a Jesús en la Cruz —¡hay cuadros muy bonitos, pero la realidad era otra!—, estaba completamente destrozado, ensangrentado por nuestros pecados. Ese es el camino que tomó para vencer a la serpiente en su terreno. Mirar la Cruz de Jesús, pero no esas cruces artísticas, bien pintadas: mirar la realidad, lo que era la cruz en aquella época. Y mirar a Dios, que se anonadó, se abajó para salvarnos. También ese es el camino del cristiano. Si un cristiano quiere ir adelante por la senda de la vida cristiana debe abajarse, como se abajó Jesús. Es el camino de la humildad, sí, pero también de cargar con las humillaciones, como las llevó Jesús.
En la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, pidamos la gracia a la Virgen de llorar de amor, de llorar de gratitud porque nuestro Dios nos amó tanto que envió a su Hijo a abajarse y anonadarse para salvarnos.