Domingo de la semana 26 de tiempo ordinario; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Num 11,25-29) ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!
(St 5,1-6) "Vuestra riqueza está corrompida"
(Mc 9,38-43) "El que no está contra nosotros está a favor nuestro"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía para las “Scholae Cantorum” de Europa (29-IX-1985)

--- La “inspiración” musical
--- El pecado del escándalo

--- La “inspiración” musical

En este encuentro de oración que hace especialmente ferviente el canto coral de tan numerosas “Scholae Cantorum”, la liturgia de la Palabra de este domingo habla, por un lado, de inspiración y, por otro, de escándalo.

Por lo que se refiere a la inspiración, leemos en la primera lectura: “El Señor bajó en la nube, habló con Moisés y, apartando algo de espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos; al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron entre ellos a profetizar” (Num 11,25).

--- El pecado del escándalo

Respecto al escándalo, leemos en el Evangelio según Marcos: “El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar” (Mc 9,42).

Así dice Cristo. Y luego, hablando del escándalo, pronuncia severas palabras a propósito de la mano, del pie y del ojo humano, cuando se convierten en causa de pecado.

El pecado es un mal, es la fuente de la depravación. A causa de él se arruina la vida y la civilización humana. De esto dan testimonio las fuertes palabras de la Carta de Santiago, que hemos escuchado en la segunda lectura, dirigidas a los que defraudan el salario de los trabajadores; que andan en francache­las y se sacian de placeres; que condenan y matan al inocente, que no pueden oponer resistencia a su violencia (cf. Sant 5,1-6).

Describiendo la triste situación del hombre esclavizado y víctima del pecado, el Concilio Vaticano II ha dicho en síntesis eficaz: “El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud” (Gaudium et Spes 13).

Por eso, Jesús lanzó la amenazadora y terrible palabra: “¡Ay del mundo por los escándalos!” (Mt 18,7)...

Hemos dicho que la liturgia de la Palabra de este domingo nos habla de la inspiración y también del escándalo... Extended en el mundo contemporáneo el área de lo bello, del bien y de la verdad.

Que disminuya el área del mal, de la amenaza, del pecado, del escándalo.

DP-236 1985

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Frente a la mentalidad exclusivista, de partido único, que lleva a rechazar o a desacreditar formas distintas de actuar en la Iglesia a las que, por formación o inclinación uno sostiene, Jesús nos recuerda hoy la apertura de espíritu, el corazón católico, universal, que no confunde la unidad con la uniformidad. ”¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”, contesta Moisés a Josué . Y Jesús a los suyos, cuando quisieron prohibirle a uno su actuación porque “no es de los nuestros”, les dijo: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablar mal de mí”.

A veces, esta mentalidad se concreta en desacreditar instituciones de la Iglesia que se dedican sólo a la oración y la penitencia en un monasterio, o al estudio, al cuidado de los ancianos y enfermos, a la enseñanza, a los pobres, a los cautivos..., siguiendo el espíritu que cada familia religiosa o cada persona ha recibido de Dios. El espíritu sopla donde quiere, dice el Señor (cf Jn 3,7). No pretendamos encerrar el viento porque es imposible. Si entendemos bien lo que es la Iglesia y tenemos el espíritu de Cristo, nos alegraremos de que el Señor sea anunciado de formas tan diversas, expresando, así también, la catolicidad de la Iglesia, su entraña universal.

La Iglesia es un gran cuerpo en el que Cristo es la cabeza, nosotros sus miembros y quien lo anima es el Espíritu Santo. “He ahí al Cristo total, cabeza y cuerpo, uno solo formado de muchos... Sea la cabeza la que hable, sean los miembros, es Cristo el que habla”, afirma S. Agustín. En un cuerpo hay distintos miembros y cada uno tiene su función específica al servicio del organismo entero. Censurar al corazón, pongamos por caso, porque no anda o no ve porque para eso ya están los pies y los ojos, es una simpleza. Por lo demás, también el corazón vuela y ve, hay lugares a los que llega antes que los pies y cosas que percibe incluso mejor que los ojos. En realidad, y por continuar con el ejemplo, quien ve y anda es la persona. Quien actúa en la Iglesia es el Señor, el Cristo Total, valiéndose de la multitud de miembros de su Cuerpo.

La Iglesia es una realidad querida por Dios de una riqueza imposible de encerrar en una imagen. La Sagrada Escritura emplea una gran profusión de ellas “tomadas de la vida de los pastores, de la agricultura, de la construcción, incluso de la familia y del matrimonio” (LG, 6), que revelan la imposibilidad de abarcar su misteriosa riqueza. La Iglesia es redil cuya única puerta es Cristo (cf Jn 10, 11); es labranza o campo de Dios (cf 1 Co 3, 9); es construcción de Dios (cf 1 Co 3, 9) de la que Cristo es la piedra angular (cf Mt 21, 42) y nosotros piedras vivas (cf 1 Pe 2, 5); es familia (cf Ef 2, 19-22); es templo... Representaría una suerte de daltonismo interior no apreciar los distintos “colores” en los que se irisa esta piedra preciosa.

El Concilio Vaticano II recuerda que “en la construcción del Cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia” (LG, 7). Amar a la Iglesia sin reduccionismos es alegrarse de esta diversidad, de la riqueza exuberante de este árbol plantado por Dios y en el que anidan aves de todos los tamaños y colores.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"El que hace el bien hace lo que Dios quiere"

Nm 11, 25-29: "¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!
Sal 18,8.10.12-13.14: "Los mandatos del Señor son rectos, alegran el corazón"
St 5,1-6: "Vuestra riqueza está corrompida"
Mc 9,38-43.45.47-48: "El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te hace caer, córtatela"

Cuando dos ancianos no elegidos por Moisés comienzan a profetizar son "denunciados". Sin embargo, a Moisés esto no le importa mucho y expresa el deseo de que todo el pueblo se comporte así. Ya dirá Joel que, en tiempos mesiánicos, en todas las capas sociales se manifestará el Espíritu.

Comienza ahora san Marcos una serie de textos de carácter catequético, que empieza con el pasaje del "que echaba demonios". Jesús se va a mostrar no solamente "comprensivo" con quien esto hace, sino que le considerará de los suyos. El hecho de que no le difamara era importante allí donde muchos hablaban mal de Él.

Las advertencias sobre el pie, la mano y el ojo tendrían un gran sentido en el ambiente de las persecuciones, y tal vez se comprendan mejor en ese contexto.

Compartir no es ganar necesariamente a otro, restándole méritos. Lo noble es descubrir el bien esté donde esté y fomentarlo. Lo demás es creer que sólo nosotros somos buenos.

— El juicio moral sobre las acciones propias y ajenas:

"El desconocimiento de Cristo, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral" (1792).

— "El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o de la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición:  «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar» (Mt 18,6). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a los otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos" (2285).

— "La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien" (1704).

— "Pero si alguien me dice: No sé qué hacer; ese hombre predica a Cristo, indica el camino para seguirle, se dice discípulo suyo, afirma que anuncia la verdad, ¿cómo no voy a seguir a quien enseña tales cosas?, responderé: Tiene una cosa en su lengua y otra en su conciencia. Me dirás: ¿Y por dónde lo sé? ¿Acaso puedo yo leer las conciencias? Yo oigo que habla de Cristo y creo que profesa lo que oigo. No te engañe el hijo de la falsedad, y, si tú eres hijo de la verdad, aprende, ¡oh cristiano!, que deseas oír y ver a Cristo. Si alguno te predicase a Cristo, examina y considera qué Cristo te predica y en dónde te lo predica" (San Agustín, cant. nov. 4-5).

Dividir la sociedad entre unos y otros, buenos y malos, mejores y peores... es siempre ceder a la tentación de colocarnos en el mejor de los lados.

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