El Prelado del Opus Dei reflexiona en el podcast de este mes sobre las dos primeras obras de misericordia espirituales
Entre las obras de misericordia espirituales, me detengo hoy en las dos primeras: enseñar al que no sabe y dar buen consejo al que lo necesita. Enseñar es una de las tareas más hermosas que podemos llevar a cabo todas y todos. Pensemos en el trabajo educativo de las madres, porque ¡con cuánta paciencia, alegría y generosidad demuestran en su atención a los hijos, para ayudarlos a alcanzar la madurez humana y sobrenatural! El Papa Francisco ha dicho que: “La madre, ante todo, enseña a caminar en la vida y sabe cómo orientar a los hijos (...) No lo ha aprendido en los libros, sino que lo ha aprendido en el propio corazón”.
Quiero añadir, que al mismo tiempo también el padre de familia tiene que aprender cada día, con corazón recto, a ser buen esposo, buen padre, gastándose cotidianamente −como hace su esposa− para atender y encender el buen clima del hogar.
El corazón: ése es el secreto de las obras de misericordia, que mueven la voluntad y nacen de la caridad, de ese amor de Dios que puede llegar a otras personas a través de ti, de mí.
En el Evangelio, escuchamos estas palabras que Cristo dirige a quienes acudieron a capturarle en el huerto de los olivos: “Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo”. Su vida pública, en efecto, había consistido sobre todo en enseñarnos el camino de hijos de Dios, en iluminar nuestra inteligencia, en abrirnos la vía para llegar a Dios Padre, con la ayuda del Paráclito.
Y en esa misma línea, maravilla la fuerza de su discurso de la montaña, de las parábolas que describen el reino de los cielos y también los diálogos de Jesús con diferentes personajes: escenas en las que el Maestro transmite a todos −también a los que caminamos ahora− modos diversos de recorrer las sendas de la salvación. Por eso, como señala también el Papa, “para ser capaces de misericordia, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige”.
Sólo cumple el oficio de buen maestro, y sólo puede aconsejar rectamente a los demás, quien está permanentemente dispuesto a aprender. Todos debemos abrirnos con docilidad a las enseñanzas del Maestro si de veras deseamos ayudar al prójimo con sinceridad. Por eso, leer el Evangelio con atención y recogimiento −una costumbre que os invito a practicar todos los días, con una lectura tranquila, reposada, meditando lo que Dios nos predica−, nos hará más sensibles para experimentar la misericordia de su Padre celestial y captar así las inspiraciones del Espíritu Santo. Y entonces, cuando tengamos que orientar o dar un consejo a una persona, brotará en nosotros la pregunta inmediata: ¿cómo lo haría Cristo? Y actuaremos en consecuencia.
En muchas ocasiones −¡en todas!−, también el buen ejemplo será el mejor modo de ayudar a los demás. San Josemaría recuerda en su libro Surco que “comenzó Jesús a hacer y luego a enseñar: tú y yo hemos de dar el testimonio del ejemplo, porque no podemos llevar una doble vida: no podemos enseñar lo que no practicamos. En otras palabras −prosigue el Fundador del Opus Dei−, hemos de enseñar lo que, por lo menos, luchamos por practicar”. En efecto, nuestra lucha, nuestro deseo de conversión, constituirá un acicate para que otros se fijen en nuestro empeño por vivir la fidelidad cristiana. Si queremos ayudarles, tenemos que exigirnos primero personalmente.
Por otro lado, dar un consejo oportuno para servir supone un acto de generosidad, porque requiere salir del propio yo y ponerse en la situación del prójimo, tratando de comprenderle a fondo −sin olvidar sus personales circunstancias−, con el fin de acertar con lo que sugerimos. Se tratará siempre de un consejo de amistad y, con frecuencia, con intención sobrenatural ya que así se podrá ayudar al otro y verá las cosas con un horizonte más amplio, que es el de Dios.
Estas obras de misericordia nos deben impulsar a mostrar generosamente a otros el camino que conduce a Cristo. San Josemaría apuntaba que “el apostolado es como la respiración del cristiano: no puede vivir un hijo de Dios, sin ese latir espiritual (...). El celo por las almas es un mandato amoroso del Señor, que (...) nos envía como testigos suyos por el orbe entero”.
Muchas personas, quizá sin saberlo, esperan que se les dé a conocer a Cristo. ¡Realmente sin Él no cabe la verdadera felicidad! Ojalá las gracias de este Año de la misericordia nos ayuden a superar los obstáculos que a veces nos detienen para hacer apostolado: son los respetos humanos, la pereza, o sencillamente el pensamiento de que se trata de una tarea imposible. Invitemos sin embargo a quienes tratamos en nuestra vida ordinaria a mirar el rostro del Señor, mostremos −insisto− sus enseñanzas con nuestra vida, expliquemos la doctrina de la Iglesia cuando resulte necesario y, desde luego, comportémonos siempre de modo coherente con nuestra fe. De este modo, haremos atractivo un estilo de vida acorde con el Evangelio.
Cito de nuevo a san Josemaría, pues nos señalaba que: “Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al vernos: éste es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama”.
Así actuó siempre el fundador del Opus Dei. Su vida consistió principalmente en transmitir a quienes encontraba el espíritu que había recibido de Dios. He sido testigo de su celo por dejarnos claro, hasta en los más pequeños detalles, cómo seguir a Cristo santificando la vida ordinaria. Lo hacía con corazón materno y paterno: sirviéndose de detalles corrientes, arrastrándonos con su ejemplo, recordándonos cada cosa con paciencia e incluso con energía, cuantas veces fuera necesario.
Os sugiero que, en este Año de la misericordia, leáis alguna de las biografías que relatan diversos episodios de la vida de san Josemaría, aunque ya las hayáis leído previamente. Sus enseñanzas surgen directamente del Evangelio, y encierran, como dice el Señor, cosas viejas y cosas nuevas, por lo que nos ofrecen siempre la capacidad de dar también un impulso a nuestra propia vida espiritual. Al leer esas biografías o sus escritos, el Señor nos ayudará a descubrir, para nuestra conducta personal, aspectos estupendos, atractivos, del espíritu cristiano que podremos transmitir a los demás.
San Josemaría definía el Opus Dei como “la historia de las misericordias de Dios”, ya que siempre experimentó en ese poner en marcha la voluntad divina la incomparable cercanía del Señor. Esa historia gracias a Dios no se ha detenido, sino que continúa hoy en el quehacer de muchos hombres y mujeres que se esfuerzan por asimilar ese modo de vivir y de seguir a Cristo, sintiéndose los últimos, los servidores.
Realmente, ¿no supone una gran manifestación de la misericordia divina la posibilidad de encontrar a Dios en las ocupaciones de cada día? ¿No manifiesta una caricia del Señor que podamos colaborar con Él en la grandiosa aventura de llevar los frutos de la Redención a todas las encrucijadas del mundo con nuestra vida corriente?
Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei.
Fuente: opusdei.es.
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