El Papa recibió la tarde del 29 de mayo, en la Capilla de Santa Marta, a veinte niños gravemente enfermos o minusválidos, de entre 2 y 14 años, acompañados por sus padres y algunos voluntarios
Una niña, Mascia, recordó el anterior encuentro del Papa con niños enfermos, del 31 de mayo de 2013 en el mismo lugar. La niña se acordó de todos los que estuvieron presentes, incluidos algunos niños que ya están en el cielo, y aseguró que todos han rezado mucho por el Papa, como les había pedido. El encuentro acabó con un Avemaría y la Bendición, y después el Papa se entretuvo con cada niño y sus padres.
Buenas tardes a todos. Sentaos, sentaos. Comencemos con una oración al Señor: Padrenuestro…
Cuando, en la catequesis, nos explicaron la Santísima Trinidad, nos dijeron que era un misterio; que sí, está el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, pero que entenderlo todo no se podía. Es verdad, tenemos pruebas de que es cierto, pero entenderlo es otra cosa. Las pruebas las tenemos. También aquí, si miramos a Jesús en la Eucaristía, en ese trozo de pan, está Jesús, es verdad. ¿Pero, cómo? No entendemos cómo puede ser, pero es cierto, es Él. Por eso, decimos que es un misterio. Y lo mismo si hacemos otras preguntas de la catequesis, tampoco se pueden explicar profundamente, pero tenemos las pruebas.
Pues hay otra pregunta cuya explicación tampoco se aprende en la catequesis. Es la pregunta que me hago yo tantas veces, y muchos de vosotros, y tanta gente: ¿Por qué sufren los niños? No hay explicaciones. Eso también es un misterio. Solo mirando a Dios y preguntando por qué… Y mirando la Cruz: ¿Por qué tu Hijo está ahí? ¿Por qué? Es el misterio de la Cruz.
Muchas veces pienso en la Virgen, cuando le dieron el cuerpo muerto de su Hijo, tan destrozado, escupido, ensangrentado, sucio. ¿Qué hizo la Virgen? ¿Lleváoslo? No, lo abrazó, lo acarició. Tampoco la Virgen lo entendía. Porque, en aquel momento, se acordaría de lo que el Ángel le había dicho: Será Rey, será grande, será profeta, y dentro de sí, con aquel cuerpo −tan herido, que había sufrido tanto antes de morir− en sus brazos, por dentro seguramente tendría ganas de decir al Ángel: ¡Mentiroso! ¡Me has engañado! Tampoco Ella tenía respuestas.
Cuando los niños crecen, llegan a una cierta edad en que no entienden bien cómo es el mundo −hacia los dos años, más o menos−. Y empiezan a preguntar todo: Papá, ¿por qué? Mamá, ¿por qué? ¿Por qué? Y cuando papá o mamá comienzan a explicar, no oyen: otro porqué: ¿Y eso por qué? No quieren oír la explicación. Solo, con ese porqué, atraen sobre ellos la mirada de papá y de mamá. Podemos pedir al Señor: ¿Señor, por qué? ¿Por qué sufren los niños? ¿Por qué este niño? El Señor no nos dirá nada, pero sentiremos su mirada sobre nosotros, y eso nos dará fuerza. No tengáis miedo de preguntar, incluso de retar al Señor. ¿Por qué?
Quizá no llegue ninguna explicación, pero su mirada de Padre os dará la fuerza para seguir adelante. Y también os dará eso otro tan extraño que ha dicho este hermano en su doble experiencia: un sentimiento distinto, un sentimiento extraño[1]. Y quizá ese sentimiento de ternura hacia tu hijo enfermo sea la explicación, porque es la mirada del Padre. No tengáis miedo a pedir a Dios: ¿Por qué?, y retarlo: ¿Por qué?, siempre que estéis con el corazón abierto para recibir su mirada de Padre. La única explicación que podrá daros será: También mi Hijo sufrió. Esa es la explicación. Lo más importante es la mirada. Y vuestra fuerza está ahí, en la mirada amorosa del Padre.
Pero usted que es Obispo −me podríais preguntar−, que ha estudiado tanta teología, ¿no tiene nada más que decirnos? No. La Trinidad, la Eucaristía, la gracia de Dios, el sufrimiento de los niños… son un misterio. Y solo se puede entrar en el misterio si el Padre nos mira con amor. Yo de verdad que no sé qué deciros, porque tengo tanta admiración por vuestra fortaleza, por vuestra valentía. Tú has dicho que te aconsejaron el aborto, pero les dijiste: No, que venga, tiene derecho a vivir. Nunca jamás se resuelve un problema eliminando a una persona. Jamás. ¡Esa es la regla de los mafiosos!: Hay un problema, pues quitemos a éste de en medio… ¡Nunca!
Yo os acompaño como soy, como siento. Y es verdad que no siento una compasión momentánea, no. Yo os acompaño con el corazón en ese camino, que es un camino de valentía, que es un camino de cruz, pero también un camino que me hace bien: vuestro ejemplo. Os agradezco que seáis tan valientes. Muchas veces, en mi vida, he sido cobarde, y vuestro ejemplo me ha hecho bien, ¡me hace bien! ¿Por qué sufren los niños? Es un misterio. Hay que llamar a Dios como el niño que llama a su padre y dice: ¿Por qué? ¿Por qué?, atraer la mirada de Dios, y lo único que nos dirá es: ¡Pues mira, mi Hijo también!
Que en un mundo donde es tan corriente vivir la cultura del descarte −¡lo que no va bien se descarta!−, llevéis esto así −me permito decirlo, y no quiero hacer un halago, no, lo digo de corazón−, ¡eso es heroicidad! ¡Sois pequeños héroes de la vida! Muchas veces he escuchado la gran preocupación de padres y madres como vosotros, y estoy seguro de que es la vuestra: que mi hijo no se quede solo en la vida, que mi hija no se quede sola en la vida. Quizá sea la única ocasión en la que los padres piden al Señor que llame antes al hijo, para que no se quede solo en la vida. Y eso es amor.
Os agradezco vuestro ejemplo. No sé qué más deciros, de verdad, porque estas cosas me afectan mucho. Tampoco yo tengo respuestas. ¡Pero usted es el Papa, y debe saberlo todo! No, para esas cosas no hay respuestas, solo la mirada del Padre. Y luego, ¿qué más hago? Rezo por vosotros, por estos niños, por ese sentimiento de alegría, de dolor, todo mezclado, del que ha hablado nuestro hermano. Y el Señor sabe consolar ese dolor de modo especial. Que sea Él quien os dé el consuelo justo a cada uno de vosotros, el que necesitáis. ¡Gracias por la visita, gracias, gracias, gracias!
El padre Joannis[2], que es un poco especial −ya lo conocéis−, me ha sugerido que os cuente una historia. Quizá os ayude a mirar al Señor. Había un niño que estaba jugando. Su padre lo miraba desde la ventana del tercer piso, y el niño quería mover una piedra grande, pero no podía, porque era muy pesada. Entonces el niño, que era inteligente, buscó un instrumento de hierro para moverla, pero tampoco podía. Después llamó a sus compañeros, para moverla entre todos, pero no podían porque era una piedra pesada. Querían moverla para jugar en ese sitio. Al final, el padre que miraba desde la ventana bajó y, con mucha fuerza y con el instrumento de hierro, quitó la piedra. El niño regañó a su padre: Pero papá, ¿no has visto que no podía? Sí. ¿Y por qué no has venido antes? Porque no me has llamado. No olvidéis esto: ¡llamar al Señor! Él sabrá cómo vendrá, cuándo vendrá, y ese será vuestro consuelo. Rezad también por mí. Gracias.
Recemos a la Virgen: Avemaría…
Fuente:vatican.va
Traducción de Luis Montoya
[1] El Papa se refiere al reciente testimonio del padre de un niño enfermo, que hablaba de un doble sentimiento contrario: pena y alegría.
[2] Mons. Joannis Gaid es uno de los dos secretarios particulares del Papa, y ha acompañado a este grupo.
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