Homilía de Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei en la memoria litúrgica del beato Álvaro del Portillo (Basílica de San Eugenio, Roma)
Queridos hermanos y hermanas:
1. Hoy escuchamos de modo especial el eco de las palabras que el Señor dirigió al beato Álvaro en su dies natalis: euge serve bone et fidelis! (Mt 25, 23), ven siervo fiel, ven a la casa del Cielo. Resulta lógica, por tanto, la alegría y la gratitud a la Trinidad Santísima al celebrar la memoria litúrgica del beato Álvaro del Portillo, obispo y prelado del Opus Dei. Muchos de nosotros le hemos conocido personalmente o hemos leído alguna de las biografías que relatan su vida. Todos reconocemos en él la figura del buen pastor descrita en las lecturas de la misa.
Esto dice el Señor Dios: yo mismo buscaré mi rebaño y lo apacentaré (Ez 34, 11). Jesús es el único Buen Pastor en la Iglesia, pero quiere ser representado de modo visible por los ministros sagrados, especialmente por los obispos en comunión con el Romano Pontífice y entre ellos; y también por los padres, y por los buenos amigos y compañeros. De hecho, el cuidado de los unos por los otros, gracias a la acción incesante del Espíritu Santo, constituye uno de los rasgos característicos de la Iglesia católica. En virtud de esta asistencia del Paráclito, podemos decir con el Salmo Responsorial: El Señor es mi pastor, nada me falta (Sal 23, 1).
El beato Álvaro, durante muchos años y hasta su muerte −primero en el ejercicio de su trabajo profesional y luego como sacerdote y obispo− siguió fielmente las huellas de Jesús, que vino entre nosotros para servir y ayudar a todos. Buscó siempre guiar a las almas a la vida eterna, mostrando −también con su lucha espiritual y humana para caminar con el Maestro− la senda que lleva a la santidad; pensando no solamente en los fieles de la Prelatura, sino también en tantas personas que le pedían un consejo o unas palabras de ánimo para su vida espiritual o para la comunidad a la que pertenecían. A todos ofrecía don Álvaro su oración y su sabiduría humana y espiritual, pensando en el bien de las almas y de la Iglesia.
2. Don Álvaro, para sus hijos e hijas en el Opus Dei −preciosa herencia recibida de san Josemaría−, encarnó literalmente esa parábola, ocupándose con alegría y entrega del rebaño que le había sido encomendado.
Pensemos en su atractiva personalidad: sabía acoger a todos, uno a uno, confortándoles con su interés, con su simpatía, con el servicio desinteresado con que aliviaba a las almas y las guiaba por el buen camino (cfr Sal 23, 3). Su pasión por la unidad, por entregarse a todos, lo impulsaba a vivir en plena comunión con el Papa y los obispos, a exhortar a todos a la unidad fraterna, y naturalmente a velar infatigablemente por la unidad de esta pequeña porción de la Iglesia que es el Opus Dei. ¡Cuánto rezó, pidiendo luces al Señor para saber guiar al propio rebaño y a las personas que acudían a él!
Una referencia a este desvelo se puede encontrar en la carta del Papa Francisco con ocasión de la beatificación de don Álvaro. Así escribe el Santo padre: “Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera”.
3. Otra característica maravillosa −igualmente practicada por el Fundador del Opus Dei− era la de caminar en primera línea ofreciendo así el ejemplo de hombre fiel a Dios. Enseñó a los directores y sacerdotes de la Obra a guiar a los demás abriendo los caminos y vadeando los obstáculos, animando al rebaño con sus silbos. Don Álvaro daba mucha importancia a estas palabras de san Josemaría: yo he procurado ir delante siempre. Ir por delante es más difícil, pero es más eficaz[1].
El beato Álvaro actuó también con fortaleza, especialmente cuando tenía que defender a su rebaño, o a cualquier persona, de determinados peligros. “No podemos ser como perros mudos”, decía usando una expresión del profeta Isaías, quien amonestaba a los malos pastores de Israel, llamándoles perros mudos, incapaces de ladrar (Is 56, 10). Cuando se presenta alguna dificultad que exige fortaleza para ser superada, limitarse únicamente a ser condescendiente es sin duda la actitud más cómoda, pero se corre el riesgo de causar un grave daño. Este es el modo de comportarse del mercenario, como explica el Señor: el mercenario ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa (Jn, 10, 12). En cambio, el buen pastor da la vida por las ovejas (Ibid., 11).
En ocasiones, la responsabilidad por las almas exige a la persona a la que le han sido confiadas el uso de todos los recursos a disposición. San Josemaría decía que debe utilizar la honda que hiere y hace huir al lobo enemigo, el bastón, el perro que acerca la oveja al rebaño y el silbido lleno de amor. De este modo, todos saben que quien les guía no busca más que su bien, su felicidad. Escuchando la voz del buen maestro, que sigue las huellas de Jesús, las personas se sienten seguras aun en medio de valles oscuros que a veces deberán atravesar. Saben que, siguiendo fielmente a quien les ayuda y comprende, podrán hacer propias las palabras finales del salmo responsorial que ha guiado nuestra meditación: El bien y la misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor habitaré por toda la eternidad (Sal 23,6).
4. Quizá podemos formular un propósito en la fiesta de hoy: actuar como hombres y mujeres que saben aconsejar a los demás, que se interesan sinceramente por ellos. San Josemaría afirmaba que todos, no sólo los sacerdotes, tenemos que ser al mismo tiempo oveja y pastor; es decir, ayudar y dejarse ayudar. ¿Cómo? Con la oración, con el ejemplo, con el consejo que inspira en nuestros conocidos el deseo de caminar a buen ritmo hacia Jesús. Especialmente en este año dedicado a la misericordia, quizá les podemos invitar a recurrir con más frecuencia al sacramento de la confesión y al de la eucaristía.
Pongamos estas intenciones en manos de la Virgen, en este mes dedicado particularmente a Ella. Podemos también recurrir a la intercesión del beato Álvaro −quien pedía cada día ayuda al Espíritu Santo− en el día de su memoria litúrgica, que es también el aniversario de su primera Comunión.
Sea alabado Jesucristo.
Fuente: opusdei.es.
[1] San Josemaría, Notas de una reunión familiar sin fecha, publicada en 1966 (AGP, P 01, V-1966, 14).
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