Párroco de Segart, Valencia.
Ponencia en Diálogos de Teología de con motivo del año sacerdotal
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Ponencias Diálogos Año sacerdotal, 2010:
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Esta ponencia ha sido publicada en
AA VV, “Cuatro figuras sacerdotales”,
(Edicep, Valencia 2010), pp. 57-70.
(ISBN: 978-84-9925-034-2)
La Iglesia es Cuerpo de Cristo (I Cor 12) y este Cuerpo se edifica por la realización en todos sus miembros del espíritu de amor a Dios y al prójimo, hasta el perfecto desprendimiento de sí mismo, porque "la caridad no busca su interés." (I Cor 13,5)
Pero el Señor aunque nos deja libres, no deja al arbitrio de cada individuo la manera de entregarse en favor de los demás, lo que podría producir "el caos de la caridad", del que habla von Balthasar. Por eso el Espíritu distribuye los ministerios y carismas como a El le place.
Dios señala a cada persona un "proyecto" para cuya realización le asigna su puesto y su tarea dentro de la comunidad eclesial.
Por otro lado, el cumplimiento de la voluntad divina no es ni el seguimiento de una ley general, igual para todos, ni la copia servil de un modelo individual, sino la realización libre de un designio amoroso de Dios que cuenta con la libertad del sujeto. De ahí que cada uno ha de averiguar, sobre todo en la oración, cual sea la voluntad de Dios sobre él.
Cada santo es un testigo de la misericordia de Dios que no se cansa de obrar en sus criaturas para que alcancen la plenitud en el amor. En cada santo se pone de relieve algún aspecto de la existencia cristiana para que sirva de aliento, de estímulo para los demás, a fin de que asumamos nuestra personal aventura de seguir a Aquel que es "el solo Santo".
Presentar una semblanza del Siervo de Dios José Bau Burguet, sacerdote diocesano de Valencia es a la vez fácil y difícil dada su rica personalidad.
Ante todo escuchemos el testimonio cualificado y la opinión que de él tenían quienes fueron sus compañeros, que de este modo se manifestaban cuando aun vivía el Siervo de Dios.
El cardenal Reig: "La mitra que llevo debiera estar en la cabeza de Bau."
El obispo Patriarca de Indias Dr. Muñoz Izquierdo: "El bueno de Bau se ha empeñado en ser santo, y lo conseguirá."
D. Rigoberto Doménech, arzobispo de Zaragoza: " Bau es la mejor cabeza de todo el clero valenciano".
Me parece que la figura del Siervo de Dios José Bau Burguet, a nosotros, presbíteros diocesanos, nos dice claramente que en nuestra vida como miembros de un presbiterio diocesano dedicados principalmente al ministerio parroquial, es posible la práctica de las virtudes en grado heroico. En nuestra vida ministerial tenemos lo necesario y suficiente para la santidad.
Su persona y sus obras forman una unidad armónica, y esto ya desde la infancia y juventud hasta el final de sus días.
El Siervo de Dios fue un enamorado de su condición de presbítero diocesano, y quiso resaltar esta condición y hacerla estimar por los demás. Con esta finalidad dirigió, y personalmente escribió muchas de las biografías de la colección "Flores del Clero Secular". El mensaje que subyace en esta iniciativa es muy claro: Para ser santo un sacerdote diocesano tiene lo suficiente con la gracia del ministerio.
Ahora bien, las dos claves que dan cohesión a su vida son:
- el sentido de "pertenencia", de libre "consagración" a Cristo al que se entrega en cada momento de su existencia. Esto lo simboliza en su consagración como "Esclavo de María para llegar a ser perfecto siervo de Cristo", y
- la conciencia de "representar a Cristo" por su condición sacerdotal, como recuerda el Papa Benedicto XVI en su catequesis del pasado día 14.
Importa señalar la gran sencillez de esta vida carente de cosas extraordinarias o de situaciones que reclamasen "grandes decisiones". Tampoco hay grandes obras de esas que provocan admiración a simple vista. Es solo un sacerdote que cada día se aplica con enamorado empeño a cumplir lo que considera ser la Voluntad de Dios sobre él.
Da la impresión de ser "un hombre sin fisuras" en quien la virtud parece connatural y fácil. Sin embargo, si se está atento a los muy pocos detalles autobiográficos que se conservan (téngase en cuenta que sus Apuntes espirituales se perdieron en la Guerra civil) se descubre el intenso esfuerzo que tuvo que hacer para lograr el equilibrio que le caracterizó y que causaba, a la vez, profundo atractivo y respeto en las muchísimas personas que trataban con él.
Nunca se advierte en él ni desdoblamiento ni división entre el hombre y el sacerdote. Lo que unifica su personalidad es "ser sacerdote de Jesucristo". Él no "ejerce de sacerdote", "es sacerdote", y todas sus obras y las diversas actividades que realiza, fluirán del "ser sacerdote". Nunca aparca o ladea su "ser sacerdote", hasta el punto que para conseguir sus muchos amigos sacerdotes que pase algunos días con ellos en sus respectivas parroquias pondrá como condición que le preparen alguna actividad ministerial: Triduos, Novenas, Ejercicios para los fieles, etc.
Hombre de profunda fe
Para José Bau la realidad de Dios es lo central de su vida. Dios es una realidad "personal", es "Alguien" a quien se refiere constantemente. Es el Dios vivo y verdadero.
Las largas horas de oración diaria le llevan a vivir con la mirada constantemente puesta en Dios de manera que todo lo va viendo desde la luz de la fe.
Como fruto consecuente a esta oración prolongada recibió la gracia de la contemplación, pero sin fenómenos extraños o llamativos. (Sólo unos pocos testigos del Proceso afirman haberle notado como absorto, como en éxtasis, que no visiones, que no tuvo. Cuando está a punto de morir le preguntan si ha visto a la Virgen, de la que era muy devoto, y responde: "verla no, pero sí siento su maternal presencia.") Transpiraba esa profunda comunicación con el Señor, se advertía en su persona como si el trato con Dios fuese "algo permanente", algo que "se nota" sin ser clamoroso.
También profesaba un grandísimo amor y veneración por la Sagrada Escritura, de tal manera que, al decir de un testigo muy fidedigno por su intimidad con el S. de D., "la conocía prácticamente de memoria"(Fco. Gil) Ella era el alimento de su oración, y la luz que iluminaba su vida, y con la que iluminaba a los demás.
Amor a la Eucaristía
Centro de su vida diaria es la Eucaristía celebrada con gran devoción y adorada largamente durante muchas horas. Es hombre que vive anclado en una fe tan recia "que le mantiene firme en su propósito, como si viera al Invisible." (Hb 11,27)
Su amor a la Eucaristía era inmenso. Se preparaba siempre con la oración. Celebraba con tal fe y reverencia que causaba admiración en los fieles. No era afectado, pero su manera sencilla y viva de celebrar comunicaba fe. Su fervor contagiaba a los presentes, hasta el punto de que algunos testigos dicen que "asistir a su Misa era un fiesta." (Recordemos como era la celebración en su tiempo: en latín, gran parte en voz baja y de espaldas.)
Dedicaba una media hora de acción de gracias, siempre de rodillas ante el Santísimo.
Cristo en la Eucaristía era el centro de atracción de su vida: El Amigo muy amado. Por eso pasaba muchas horas del día y no pocas de la noche en su presencia.
A la Eucaristía acude cuando tiene algún asunto importante que resolver, o una consulta grave a la que responder: "Diremos misa por ello". Al día siguiente daba cumplida respuesta o la solución adecuada.
Muy conocida es su devoción a la Madre de Dios. Aunque muchos la han resaltado como si fuera lo peculiar de su espiritualidad, me parece que se exagera porque la centralidad clara e indiscutible la tiene Cristo en la Eucaristía, la devoción a la Stma. Trinidad y a la Pasión de Jesús.
Estudio
La fe le llevaba a un incansable estudio de la Sgda. Escritura y de la Teología. No era un intelectual, aunque fuese, en opinión de muchos de sus contemporáneos, la mejor cabeza del clero valenciano. Era un pastor responsable que se nutría para poder alimentar mejor a los fieles con excelente doctrina expresada de la manera más asequible para todos.
Este trabajo y esfuerzo de estudio de las ciencias sagradas es tanto más admirable cuanto que iba contra corriente, porque "en su tiempo a la gran mayoría del clero lo único que le interesaba era subir en el escalafón clerical sin preocuparse por una formación sólida". ( Cfr. H. Ig. en V.-Cárcel pág. 613,616 ss. Informe Vico)
El S. de D. estando en Segart, con mucha frecuencia cruzaba los montes para ir al Convento de Sto. Espíritu y pasar el día estudiando en la Biblioteca.
En los viajes no perdía el tiempo porque siempre iba leyendo o estudiando y no pocas veces escribiendo sobre temas religiosos.
Predicación
Dice el refrán que: "de la plenitud del corazón habla la boca". Esto explica que el S.de D. fuese incansable en el ministerio de la predicación al que se dedicaba con todo empeño.
Con mucha frecuencia predicaba en la Parroquia, y siempre desde la Palabra de Dios. Rehuía los sermones de compromiso y cuando aceptaba alguno de fiesta lo hacía con gran sencillez y riqueza de contenido doctrinal.
Su predicación estaba basada siempre en la Sgda. Escritura, de tal manera que sus homilías estaban entretejidas de textos bíblicos y de los Santos Padre que también conocía ampliamente.
No era hombre de oratoria brillante, grandilocuente. Su hablar era pausado pero tan ferviente que "sus palabras parecían dardos que se clavaban en el espíritu de los oyentes", ya fuese gente sencilla, iletrada o personas cultas, como religiosos o sacerdotes. Hablaba de lo que vivía por eso sus palabras eran vivas y con gran fuerza de convicción.
También en esto remaba contra corriente porque lo frecuente eran los sermones de muchas palabras y poca doctrina que servían más para deleitar que para enseñar. (El Nuncio Rampolla afirmaba que "en España no se conocía mas que el panagírico, y la gente ignoraba hasta las verdades fundamentales de la fe." Cfr. H. Ig. en V. V.Carcel-613.)
Gustaba de ir a los pueblos donde no había sacerdote, como hizo muchos años cada Semana Santa y en vísperas de la Virgen de los Ángeles a Rugat. Eran días de predicación intensiva, como Misión popular.
Se prodigó mucho en Misiones populares en distintos pueblos de la Diócesis
Saber que no se pertenece le hacía ser muy "avaro del tiempo" en el mejor sentido. Duerme cuatro horas, lo cual considera un regalo de Dios, y el resto lo reparte entre la oración, a la que dedica muchas horas durante el día y la noche, los quehaceres normales, el estudio asiduo de la ciencias sagradas, la preparación muy cuidada de la predicación en sus diversas formas, y la escritura de numerosos artículos y folletos sobre todo de catequesis. Era un excelente catequista cuyos artículos son publicados por la "Revista de Catequesis", dirigida por D. Daniel Llorente.
Catequesis
Su actividad predilecta fue la Catequesis de los niños para la que ciertamente estaba muy dotado.
Desde sus tiempos de seminarista ayudaba a D. Diego Barber, que era director espiritual y fundador de LOS AMIGUITOS DEL NIÑO JESUS, para la formación cristiana de los niños.
Preparaba las catequesis con mucho esmero y las daba personalmente con mucho fervor, tal como lo recuerdan quienes las recibieron.
Cuando en 1910, por encargo del Arzobispo D. Victoriano Guisasola tuvo que encargarse de la dirección de la incipiente Congregación de "Operarias Catequistas" de Alacuás, puso todo su empeño en prepararlas lo mejor posible y así junto a la formación doctrinal y espiritual, les daba clases de pedagogía catequética que él personalmente elaboraba, empleando muchos esquemas y gráficos. Se preocupó de esta tarea hasta su muerte.
Su filial devoción a María se traduce en propagar la verdadera devoción mariana según el espíritu de san Luis Mª Grignón de Monfort mediante escritos en revistas y ponencias en Congresos Marianos.
Celo pastoral
De su amor a Dios fluía con naturalidad el celo por su gloria en el bien de los hombres.
Fue incansable en el trabajo pastoral que abarcaba muy variados campos.
Además del trabajo propio de la atención a su Parroquia, al Colegio y a los colegiales, o a los deberes de la Capellanía, atendía espiritualmente a muchos sacerdotes, seminaristas o religiosas, sin excluir a no pocos seglares
piadosos que acudían a él, tanto en la dirección espiritual como en Ejercicios Espirituales, que dirigió innumerables veces.
Su trayectoria ministerial transcurre en todos los campos de la "Cura animarum", siempre en sencillez y sin detentar cargos de gran importancia, si se exceptúan los 8 años de Rectorado del Colegio Mayor de la Presentación y Sto. Tomás. Por pura obediencia al Prelado y con mucho dolor y sufrimiento aceptó esta ardua tarea que le causó indecibles sinsabores por querer ejercerla de la mejor manera posible en la difícil situación provocada por el cambio de Constituciones realizada por el Arzobispo Guisasola contra el parecer de los colegiales y no pocos sacerdotes, antiguos colegiales que le consideraban casi un traidor.
Su primer cargo ministerial durante 10 años es la Vicaría perpetua de Segart. (1892-1902). Con gusto hubiese continuado en este cargo si la presión de sacerdotes amigos y de los mismos Superiores no le hubieran empujado a participar en las Oposiciones para Párrocos.
Logra la máxima calificación, lo que le daba opción a elegir las mejores parroquias, pero acude el último día, cuando todos ya han podido escoger las más atractivas. Queda aun vacante la recién creada parroquia de Massarrojos, se la ofrecen y la acepta.
Después de ocho años de intensa labor pastoral en esta Parroquia el Prelado le impone el Rectorado del Colegio de Sto. Tomás y permanece en este cargo durante otros ocho años, y aunque al final de cada curso presenta la dimisión, pero no se la acepta.
Por fin el año 1918 el Arzobispo Salvador y Barrera le acepta la dimisión como Rector del Colegio de Sto. Tomás y le nombra Capellán del convento de monjas agustinas en Benicalap.
En el año 1911 junto con otros beneméritos sacerdotes funda la sección diocesana de la "Unión Apostólica" y la preside durante veinte años consecutivos. El empeño que pone en esta tarea hace que en pocos años lleguen a pertenecer a dicha asociación 350 sacerdotes. Su constante preocupación por la santificación del clero diocesano hace que mensualmente lea el boletín que cada unionista le envía y de nuevo se lo remita con una frase de la Escritura o de los Stos. Padres adecuada a la situación espiritual que detecta en el sacerdote. Algunos dicen que tiene el don del discernimiento de espíritus. Y son muchos los que mantiene dirección espiritual con él. Su trato siempre reconforta y anima. Muchos de los sacerdotes que sufrieron el martirio en la Guerra civil (1936-39) se contaban entre los que había dirigido espiritualmente el Siervo de Dios.
Una pléyade tan grande de sacerdotes mártires no es una casualidad, como reconocieron en su día en la Congregación para las causas de los Santos, sino fruto de un serio cultivo espiritual que en gran parte hizo el Siervo de Dios con los muchos que pidieron su ayuda espiritual.
En 1925 el arzobispo Melo y Alcalde le destina como Cura Ecónomo de la Parroquia de San Miguel y San Sebastián para que ponga orden y revitalice la referida parroquia que llevaba muchos años de desgobierno. De nuevo una labor ardua que desempeña de modo eficaz y admirable durante tres años. Los feligreses pronto detectan la calidad del nuevo Cura y hasta los anticlericales le respetan y reconocen su virtud, como ya había sucedido en Segart y en Massarrojos.
Característica muy acusada en el S. de D. consecuencia de su gran confianza en el Señor fue el gran DESPRENDIMIENTO de los bienes materiales.
Nunca fue rico ni tuvo apego al dinero. Generalmente rehusaba recibirlo cuando se lo daban como limosna de los trabajos ministeriales, y si lo aceptaba era para darlo a los pobres o comprar algún objeto de culto.
No aceptaba regalos personales excepto algún libro, especialmente de catequesis. ( Anécd. del cubierto de plata fundido para corona de la Virgen; la limosna que le hace el Ayuntamiento de Rugat la invierte en comprar una custodia, que le cuesta mucho más de lo recibido, y la regala al pueblo.)
En una ocasión, estando en Segart fue a pie a predicar a una fiesta en Náquera, y al regresar le salió un hombre que le robó la limosna. Se calló, pero a los pocos días su hermana le pidió dinero porque necesitaba y le respondió: "Le dejé la limosna prestada a un hombre que lo necesitaba." Algún tiempo después, al detener al ladrón se supo toda la verdad.
Nunca tuvo cargos que produjeran abundantes ingresos, ni se agenció tareas lucrativas. Vivió siempre con lo mínimo porque cuando disponía de algún dinero lo invertía en apostolado o en ayudar a los pobres.
Tal fue su pobreza que ya enfermo no podía atender los gastos de la enfermedad de modo que en un primer momento algunos sacerdotes muy amigos recaudaron limosnas entre ellos para ayudarle, pero las Operarias quisieron hacer frente a todos los gastos de quien consideraban su Fundador, como gratitud por lo mucho que había hecho por ellas.
[Su féretro fue obsequio de un conocido funerario que comento: "Le regalo el mejor que tengo porque como D. José hay muy pocos".]
Era pobre pero no mísero. Vestía muy sencillo pero limpio y ordenado.
Atento no sólo a las necesidades espirituales sino también materiales de sus feligreses, con suma discreción hace llegar las limosnas a quienes más lo necesitan, que no son pocos en una Parroquia del extrarradio de la ciudad, poblada por trabajadores con muy escasos ingresos. De la misma manera había actuado en las Parroquias anteriores atendiendo a los pobres con la máxima delicadeza para que no se sintieran humillados.
Ya en Segart establece una escuela nocturna para enseñar personalmente a los analfabetos, que eran la gran mayoría de la población.
Tres años llevaba rigiendo la Parroquia de San Miguel y San Sebastián cuando se convocan nuevas Oposiciones para Párrocos. Creyendo interpretar el deseo del Prelado, se presenta y logra una excelente calificación, pero de manera inexplicable no le asignan ninguna Parroquia.
Como él mismo dice: "Me quedo en medio de la calle." Con gran probabilidad esta decisión la tomó el Prelado asesorado por una persona extradiocesana que prácticamente desconocía al Siervo de Dios. Pero semejante decisión causó estupor y una sorda protesta en la gran mayoría del clero diocesano que sabía muy bien quien era D. José Bau.
Es admirable que decida ausentarse de la ciudad: "Para que se calmen las habladurías y al no verme no tengan ocasión de criticar al Prelado, porque de todo este asunto lo que más me duele es que se hable mal del Arzobispo." Esta reacción pone de manifiesto, una vez más, la altísima calidad cristiana y sacerdotal de quien ya desde niño, ni aun por sorpresa, se le ha podido sacar una palabra de crítica contra nadie. Cuando no podía aprobar o excusar el comportamiento de otra persona, se callaba.
Su austeridad era proverbial. Nunca se supo que comidas le gustaban o desagradaban. Tomaba lo que le servían sin pedir nunca nada, aunque por descuido involuntario faltase el pan, la sal o el aceite.
Aunque practicaba las mortificaciones corporales: disciplina, cilicio, ayuno, etc. era muy amigo de las pequeñas mortificaciones que servían para mantener atento el espíritu, y esto, más que grandes mortificaciones, es lo que recomendaba a quienes le pedían orientación espiritual.
Varias veces se le quiso llevar al Seminario primero como profesor de Lógica y más tarde de Moral, pero logró evitarlo por considerar que ni poseía títulos ni era el adecuado para estas tareas, aunque muchos pensaban lo contrario.
El Siervo de Dios fallece a primeras horas del día 22 de noviembre de 1932, después de una noche terrible en la que se enfrenta a una grave tentación contra la fe: "Satanás me quiere arrancar la fe." Al amanecer, como los días anteriores, un sacerdote amigo celebra la Eucaristía en su habitación, participa con gran devoción, recibe el Cuerpo de Cristo, cruza las manos, fija los ojos en lo alto y sin decir palabra, con gran paz y serenidad entrega su espíritu al Señor.
He aquí en apretada síntesis el perfil de un sencillo Cura que esperamos un día la Iglesia públicamente reconozca su santidad.
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