La Vanguardia
Es verdad que la gestión de Benedicto XVI ha tropezado con muchos obstáculos y resistencias; pero ha mostrado a su sucesor el itinerario para salir de los embrollos que los medios han aireado profusamente en los últimos meses
Trazar el balance de un pontificado, del cual nos falta la adecuada perspectiva histórica, es algo muy pretencioso por mi parte, y también por parte de cualquier otro analista. Pero, como ya se han publicado tantos, no creo que importe uno más.
Recordemos, ante todo, que ha dicho de sí mismo el Santo Padre, cuando se le ha pedido que se definiera. Ha dicho, sin rodeos, que él es "un profesor que ha llegado a Papa". Cabría añadir que es un teólogo brillante que ha dirigido los primeros pasos de la Iglesia en el siglo XXI, cuando se libra la batalla cultural más interesante y quizá más dura de los últimos quinientos años.
Benedicto XVI lo ha hecho muy bien, en el referido contexto. Con creces ha cumplido su misión. Ha mantenido un prudente equilibrio, nada fácil, entre la tradición (elemento básico en el cristianismo) y el progreso (porque la Iglesia anda en la historia y con la historia). Convenía abrir ventanas y, al mismo tiempo, reafirmar el camino recorrido durante dos mil años. A veces la fidelidad a la tradición requiere elegir, porque hay cosas tradicionales que no pertenecen a la esencia de los orígenes.
Y esta selección ha decepcionado a los tradicionalistas. Por otro lado, no todo lo que supone progreso es trigo limpio, porque hay también cizaña. Y al sacudir el grano para separarlo de la paja algunas cosas no han agradado a todos, sobre todo a los rupturistas. Sin embargo, sólo de esta forma podemos estrechar la mano de la primera generación apostólica en señal de identidad y comunión, y al mismo tiempo, mirar hacia adelante, porque el tiempo no se detiene.
Pasemos ahora a otro aspecto destacado del pontificado que se acaba. Benedicto XVI ha mostrado un respeto admirable por el derecho. Está convencido de que no se debe orillar el derecho, so pretexto de una pretendida caridad, porque al cabo se ofende la justicia, que es garantía de orden y libertad, y el gobierno aboca entonces en confusión y en desconcierto. Lo hemos comprobado con los tristes abusos de algunos eclesiásticos y con otros asuntos reprobables.
Es verdad que la gestión de Benedicto XVI ha tropezado con muchos obstáculos y resistencias; pero ha mostrado a su sucesor el itinerario para salir de los embrollos que los medios han aireado profusamente en los últimos meses.
Josep Ignasi Saranyana, Profesor de la Facultad de Teología. Universidad de Navarra