El cristianismo, desde su nacimiento, tuvo que enfrentarse al escepticismo provocado por la entrega absoluta de Cristo en la cruz
Narra los Hechos de los apóstoles una escena que tiene a san Pablo como protagonista y que es paradigmática de la actitud de la Iglesia desde su mismo origen. El capítulo 17 relata el encuentro del Apóstol de los gentiles con un grupo de filósofos en Atenas. El de Tarso fue llevado al Areópago para conversar con pensadores epicúreos y estoicos y allí trató de acercarles el mensaje de Jesucristo.
En la actitud de san Pablo se puede observar cómo desde el primer momento la fe encontró en la razón un aliado y no un rival. El apóstol reconoció la religiosidad griega y se centró en uno de los altares que se podían ver en la Acrópolis y que estaba dedicado «Al dios desconocido». Centró sus palabras en aquel que adoraban «sin conocer» y les anunció lo cerca que está Dios de los hombres.
San Pablo citó al poeta helénico Arato de Solos para explicar que «nosotros somos también de su raza» y así llegó a la figura de Jesús: «Un Hombre que él ha destinado y acreditado delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los muertos». Llegados a este punto los filósofos griegos se marcharon entre burlas o dejando para más adelante una conversación de la que no tenemos más referencias.
La idea de la resurrección era absolutamente descabellada para el pensamiento griego. Pensadores como Platón sí planteaban la inmortalidad del alma y una transmigración de esta de un cuerpo a otro. Sin embargo, la revelación de una carne que vuelve al ser era, simplemente, escandalosa.
Lo mismo ocurre con la posibilidad de creer en un Dios encarnado y que llega incluso a padecer el dolor y la muerte de la Pasión. Los esquemas de pensamiento de la filosofía griega, especialmente de la mano de Aristóteles, hacen pensar en un Ser supremo equivalente a un «motor inmóvil», impasible. Sin embargo, la fe cristiana nos presenta a un Padre que sufre en la cruz del Hijo.
El ser y la nada
El escándalo filosófico de san Pablo en el Areópago de Atenas no será el único. En su primera carta a los corintios podemos encontrar otra idea que, sin duda, tuvo que provocar un verdadero terremoto en los esquemas mentales de la época. Explica el apóstol a aquella comunidad cristiana que «ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios [...], ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es».
No usa san Pablo unos conceptos cualesquiera en su exposición. Hablar en estos términos del ser y la nada implica un conocimiento profundo de la filosofía griega desde su origen presocrático. Sin ir más lejos, fue Parménides quien estableció que el camino de la verdad consistía en reconocer que «el ser es y que el no-ser no es».
De un modo conciso refleja el apóstol la forma en la que la muerte de Cristo supone una «locura» para la sola razón. Como explica el papa Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio: «El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de amor [...]. La razón no puede vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca».
Por lo tanto, ante semejante escándalo, es el Santo Padre el que plantea la solución y propone ese abrazo entre la razón sobrepasada y la fe inspiradora: «La sabiduría de la Cruz supera todo límite cultural que se le quiera imponer y obliga a abrirse a la universalidad de la verdad, de la que es portadora [...]. La filosofía, que por sí misma es capaz de reconocer el incesante transcenderse del hombre hacia la verdad, ayudada por la fe puede abrirse a acoger en la 'locura' de la Cruz la auténtica crítica de los que creen poseer la verdad. La relación entre fe y filosofía encuentra en la predicación de Cristo crucificado y resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero por encima del cual puede desembocar en el océano sin límites de la verdad».
Pablo Casado Muriel en eldebate.com