Solo el amor no conoce límites; y el amor es especialmente sensible a las extremas periferias de la fe: los alejados, los indiferentes e incluso opuestos y contrarios
Enfocamos la última semana del sínodo sobre los jóvenes celebrando la Jornada Mundial de las Misiones. El mensaje del Papa lleva este lema: “Junto a los jóvenes, llevemos el Evangelio a todos”. La fe cristiana −explica− permanece siempre joven, porque se refuerza continuamente, cuando se abre a la misión. Es un mensaje sencillo y profundo. La vida es una misión. La fe cristiana compromete −también a los jóvenes− a transmitirla hasta los confines de la tierra. Y esto se lleva a cabo con el testimonio (la vida cristiana, que es fe con obras) del amor.
La vida es misión: “Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra”. Cuando se es joven la vida sorprende y atrae. Vivimos porque Alguien nos ha llamado para una misión: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).
Esta es la noticia que nos trae la fe cristiana, y que llena de sentido nuestra existencia. La fe da más motivos, y no menos, para afrontar el mal, como lo ha hecho Jesús. Así han hecho los mártires, así han hecho los santos. ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Sin duda, construir puentes y derribar barreras. Es así y la misión de a Iglesia construye puentes no solo entre las culturas y las naciones, sino también entre las generaciones. Puentes que sobrepasan el tiempo, porque “fuerte como la muerte es el amor” (Ct. 8, 6) y más fuerte que la muerte. Quien ama entra en una comunión de Vida que supera los tiempos y reúne a todos en un solo Pueblo, una sola Familia y un solo Hogar −el corazón de Dios−, en el que moran todos los justos que han sido, son y serán; en un solo Cuerpo, el de Cristo, extendido a las dimensiones del cosmos y de la historia; y en un solo Templo, cuyo arquitecto es el Espíritu Santo, Espíritu del amor.
La misión consiste en transmitir la fe hasta los confines de la tierra ¿Cómo se hace esto? Escribe Francisco: “Esta transmisión de la fe, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el ‘contagio’ del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor”.
En efecto, solo el amor no conoce límites. Y el amor es especialmente sensible a las extremas periferias de la fe: los alejados, los indiferentes e incluso opuestos y contrarios. También a cualquier periferia material o espiritual. He aquí una afirmación tan audaz como certera en nuestro tiempo: “Cualquier pobreza material y espiritual, cualquier discriminación de hermanos y hermanas es siempre consecuencia del rechazo a Dios y a su amor”.
Con un lenguaje accesible a los jóvenes les dice el Papa argentino que hoy los confines de la tierra parecen fácilmente “navegables” en el mundo digital. “Sin embargo −observa−, sin el don comprometido de nuestras vidas, podremos tener miles de contactos pero no estaremos nunca inmersos en una verdadera comunión de vida”.
Pero −cabría pensar− ¿no es posible lograr eso, una comunión de vida que rompa puentes y barreras, al margen de Dios, de Cristo y de la Iglesia? Quienes lo han intentado o lo intentan sin conocer el Evangelio no están “al margen” de Dios, ni de Cristo ni de la Iglesia (una cuestión distinta sería el rechazo consciente de la fe).
Los mártires y los santos −la mayor parte no públicamente conocidos− han procurado responder a la llamada de Jesús (cf. Lc 9, 23-25). Y esto no es una cosa más que hacer en la vida. Por eso apunta Francisco: “Me atrevería a decir que, para un joven que quiere seguir a Cristo, lo esencial es la búsqueda y la adhesión a la propia vocación”. Ciertamente, a la vocación (llamada) se responde en la misión. Y todo cristiano tiene una misión. Descubrir esa misión y seguirla es lo más fascinante y transcendente que puede hacer.
En este sentido, y aludiendo a las experiencias de voluntariado y evangelización, añade el Papa que la formación de cada uno de los jóvenes no es solo una preparación para el propio éxito profesional, “sino el desarrollo y el cuidado de un don del Señor para servir mejor a los demás”.
Concluye invitando a los jóvenes para que descubran, quizá mediante esas experiencias, alimentadas por la oración y complementadas por la ayuda material, una vocación misionera: “Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie: Le haces falta a mucha gente y esto piénsalo. Cada uno de vosotros piénselo en su corazón: Yo le hago falta a mucha gente” (Encuentro con los jóvenes, Santuario de Maipú, Chile, 17-I-2018).
Ramiro Pellitero, en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.