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Llama la atención la prioridad mediática y política que ha adquirido la quema de ejemplares del Corán y la deformación informativa que afecta negativamente al mundo cristiano
La amenaza del pastor Terry Jones de quemar ejemplares con el texto del Corán, al final, afortunadamente, no se ha consumado. Era una provocación injusta, absurda e innecesaria. La inmensa mayoría de los musulmanes no son terroristas y el oponerse a que se construya una mezquita cerca de la zona 0 de Nueva York no tenía porqué derivar en un asunto como aquél.
Dejando claro el rechazo a la actitud de este pastor de una insignificante feligresía de Florida, que además va por libre y su actitud no puede adscribirse a ninguna iglesia cristiana en concreto, llama la atención la prioridad mediática y política que ha adquirido el hecho, y la deformación informativa que, por generalización, afecta negativamente al mundo cristiano.
Una primera constatación: si llama tan poderosamente la atención periodística la actitud radical y extravagante del pastor se demuestra una vez más que los medios se vuelcan en ello porque se trata de una rareza. Ya se sabe que a los medios de comunicación les llama la atención aquello que se sale de lo corriente. Hasta aquí correcto.
Pero evidenciando que es un hecho tan insólito de agresividad de cristianos contra los musulmanes se convierte a la vez en una demostración palpable de que la actitud general de los cristianos es muy tolerante para con los musulmanes. Lo cual desmiente las referencias frecuentes en la prensa en las que se habla de fundamentalismos y se pone a cristianos y musulmanes en un mismo saco, presentando a unos y otros como igualmente intolerantes y exaltados.
Cristianos intolerantes y exaltados, en todo caso, son muy pocos. Aconsejo a cualquier lector que repase entre sus conocidos católicos cuántos son personas agresivas, que están dispuestas a recurrir a la violencia para imponer su fe o atacar la de otros. Podrán encontrar personas muy firmes en ello, pero dudo que conozcan a uno sólo que actúe de forma violenta en este campo. Si de algo peca la mayor parte de cristianos es de laxitud en defensa de su fe, más que de radicalidad en querer imponerla por la fuerza.
Una segunda constatación: una provocación tan fuera de lugar, con el anuncio de quema de libros del Corán o el dejarse fotografiar con una pistola, hubiera pasado desapercibida si la hubiera hecho en sentido inverso un imán, aunque no fuera el de una comunidad perdida de cincuenta fieles sino de una ciudad importante en Pakistán, Indonesia, Palestina, Somalia, Yemen o muchos otros países musulmanes. O incluso en alguna población de Europa. Cierto que entre ellos hay menos periodistas y menos gente que vierte en la red sus imágenes y comentarios, pero sobre todo porque las amenazas, las incitaciones a la agresión, incluso al terrorismo, etcétera, son tan habituales en su caso que se han convertido en una parte del paisaje.
La persecución y el asesinato de cristianos en países musulmanes, la imposibilidad de practicar allí otra religión distinta de la musulmana, el estar condenado a muerte quien abandone aquella religión para convertirse a otra, la propia condena a muerte de un cristiano a quien se le acuse de hacer proselitismo en un país musulmán, son asuntos que están ahí. El pan de cada día.
Quizás por haberse convertido en habitual, y aún más porque se siente un pánico tremendo al mundo musulmán porque cualquier posible crítica puede desencadenar un alud de actos terroristas, llega un momento que en la prensa de Occidente, los políticos de Occidente, callan sistemáticamente.
No hace mucho fueron asesinados en la conflictiva zona de Pakistán-Afganistán los miembros de una ONG protestante. Realizaban ayuda humanitaria, pero se les acusó de repartir biblias. Independientemente de que este último extremo fuera verdad o no, todos se apresuraron a desmentirlo y, en todo caso, al día siguiente el asunto había desaparecido de los periódicos y los noticiarios. ¿Cuántas semanas habría durado en el caso inverso?