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Benedicto XVI celebra hoy su cumpleaños: 83 años. El 19 de abril se cumplen 5 años de su elección como Papa. Hay que reconocer que más que celebraciones, en su caso puede hablarse de un esfuerzo ímprobo, tanto por las cargas que todo Papa asume como las que le están tocando sobrellevar en estas semanas, sobre los abusos a menores por parte de sacerdotes y religiosos. Pero yo, como la inmensa mayoría, me permito felicitarle, y animarle.
No hay que olvidar que el cardenal Ratzinger le había pedido el relevo en varias ocasiones a Juan Pablo II, pues juzgaba que por su edad ya le había llegado la hora del descanso. Aspiraba a retirarse a vivir a un lugar tranquilo, estudiar, escribir. Legítima aspiración para toda persona a esa edad.
Ratzinger aspiraba a la tranquilidad intelectual, al sosiego. Los cardenales le eligieron Papa, y aceptó. En esa aceptación incluía el sufrimiento, y lo sabía: por eso, según se cuenta, se le escaparon unas lágrimas cuando comprobó que los cardenales le elegían, y no tenía motivos de entidad para negarse.
Ratzinger, tan distinto de Juan Pablo II, era en cierto sentido complementario: los cardenales querían un pontificado que prosiguiera en las grandes líneas del pontificado de Juan Pablo II. Un polaco y un alemán, al frente de la Iglesia durante unas décadas cruciales, que han servido están sirviendo para cicatrizar heridas, abrir horizontes el ecumenismo, por ejemplo, está dando alegrías a Roma, dotar al Papa de una gran autoridad moral en el mundo, afrontar los problemas sociales desde una óptica cristiana con valentía, y poner orden y gobierno en ciertos problemas objetivos.
Sí, Juan Pablo II puso los medios para que en Roma fueran más rigurosos con las nulidades matrimoniales; también sigue esa línea Benedicto XVI. Sí, Juan Pablo II puso énfasis en establecer normas contra los clérigos pederastas, y lo consiguió; Benedicto XVI lo ha afrontado con valentía.
¿Qué reconocimiento ha tenido por estas determinaciones? Apenas ninguno, porque los 300 casos de pederastia comprobados en 10 años en toda la Iglesia Católica se le arrojan como un escándalo sobre su persona. Si alguna autoridad de la Iglesia ha encubierto esos delitos porque lo son, al margen de que sean un escándalo moral, también ha tomado medidas.
Seguirán las informaciones sobre los clérigos pederastas, de eso no hay duda: un solo caso ya lo justificaría para algunos, interesados en minar la autoridad del Papa, el prestigio de los sacerdotes, entre los que una amplísima mayoría destacan por su abnegación y servicio.
Benedicto XVI, un viejecito vestido de blanco, vivió cómo Ali Agca quiso matar a su antecesor. Nuestra época le ha deparado otro tipo de atentado, otra persecución: una fobia desatada contra la Iglesia, que pretende extender la sospecha y hasta la culpa a todos los sacerdotes, para que los ciudadanos se alejen todavía más de la práctica religiosa. Las lágrimas de hace 5 años fueron un presagio.