Editorial, 14-XI-2004
EL discurso de monseñor Fernando Sebastián en la apertura del Congreso Nacional de Apostolado Seglar supone una reflexión muy seria acerca del presente y el futuro de la Iglesia en nuestro país. No en vano su autor es reconocido como una de las mejores cabezas del Episcopado español. Ha hablado, en efecto, alto y claro, en un momento difícil, asumiendo la responsabilidad de orientar a la sociedad sobre las grandes cuestiones morales y políticas. No es la primera vez: en materia tan decisiva como la actitud de la Iglesia ante el terrorismo y el nacionalismo, la palabra del arzobispo de Pamplona figura desde siempre entre las más firmes, valientes y sinceras.
Monseñor Sebastián ha criticado con energía al Gobierno, pero con el aval que proporciona un discurso autocrítico hacia la propia institución que representa. Gana terreno, a su juicio, una mentalidad laicista que pretende «organizar la vida humana sin contar con Dios» y que se apoya en una concepción falsa de la democracia, identificada con la imposición de la mayoría frente a criterios morales objetivos. Acierta de lleno. El PSOE se justifica por los resultados de las encuestas (opinión precaria y coyuntural) para impulsar decisiones que afectan a la vida, al matrimonio y a la familia, núcleo mismo de la conciencia individual. La verdad no depende de la opinión generalizada, no es una simple convención o acuerdo social. Como es notorio, no existe tal consenso; pero incluso si lo hubiera, la legitimidad de las medidas exige el respeto a los Derechos Humanos y a la dignidad de la persona, que es uno de los fundamentos del orden jurídico y de la paz social según la propia Constitución, a la que invocan falsamente los sectores laicistas. Denuncia también el afán «revanchista», que desconoce la Historia de España y la realidad sociológica contemporánea. En términos clásicos de filosofía política diríamos que no se puede ni se debe legislar en contra del «espíritu de las leyes». Por eso, no es aceptable descalificar esta reflexión y condenar sin pruebas a su autor, como hacen algunos al afirmar que se trata de un discurso «fundamentalista». La trayectoria del arzobispo de Pamplona habla por sí misma. A día de hoy, es un referente intelectual de primer rango para una buena parte de la sociedad española.
Llama asimismo la atención la denuncia de ciertos problemas reales de la institución eclesiástica y de la comunidad cristiana en general, plasmados en un saludable y crudo ejercicio de autocrítica con el que monseñor Sebastián ha intentado desterrar el conformismo de los fieles y la jerarquía eclesiástica. Por una parte, expresa su preocupación por la división en «grupos y tendencias que comprometen la unidad». La cuestión es, sin duda, muy delicada. En efecto, proliferan hoy día ciertos enfoques de la vivencia religiosa cargados de buena intención pero no siempre capaces de sumar sus esfuerzos en un cauce adecuado de cooperación con los demás y de obediencia a la jerarquía. Por otra parte, la «mediocridad espiritual» encubre una concepción muy superficial a veces de la fe, que muchos reducen al cumplimiento más o menos exacto de formas externas sin compromiso profundo. Tal vez la ofensiva laicista del PSOE encuentra su mejor aliado en estos sectores de una sociedad pasiva e indefensa, que admite sin resistencia la primacía de las corrientes relativistas y materialistas en nombre de una modernidad mal entendida.
El valioso criterio expresado por el vicepresidente de la Conferencia Episcopal demuestra que la Iglesia sabe reaccionar con energía y firmeza, sin perjuicio de la prudencia, ante las situaciones difíciles. La paradoja es sólo aparente: la agresión injustificada desde la izquierda permite a los católicos descubrir la raíz de los problemas que le afectan y reforzar las creencias adormecidas. El discurso de monseñor Sebastián abre el camino a ese fortalecimiento de las convicciones morales, única guía para una acción eficaz en la práctica social y política.
http://www.abc.es/abc/pg041114/prensa/noticias/Opinion/Editoriales/200411/14/NAC-OPI-009.asp