Cristina López Schlichting
El discurso de investidura de Zapatero fue inteligente y agradecido. Inteligente porque contentó o intentó contentar a todos y agradecido porque fue premiando a cuantos le habían hecho la campaña electoral. Con bolsa generosa prometió becas a los jóvenes, cuyo voto ha sido decisivo; matrimonio civil a los homosexuales, que constituyeron grupo de presión a su favor; y subvenciones a los almodóvares de la cultura, que se encargaron de canalizar a favor del PSOE las protestas por la guerra de Iraq.
Pero es difícil, hay que reconocérselo al presidente electo, rizar el rizo de la manera en que lo hizo ayer cortejando por igual a griegos y troyanos. A los aragoneses les prometió su agua, pero también a los levantinos. A los pacifistas les adelantó democracia en Iraq y a los halcones firme amistad con Estados Unidos. A los partidarios del gasto público les garantizó infraestructuras, 600 euros de salario mínimo interprofesional, 180.000 nuevas viviendas de protección pública y 4.000 millones de euros en incremento de pensiones; pero a los conservadores les habló de estabilidad presupuestaria sin incremento de impuestos. A los nacionalistas les auguró reforma de los estatutos y a los constitucionalistas respeto a la Ley Fundamental. Zapatero intenta no crispar ánimos y aglutinar apoyos para un gobierno en minoría, pero yo no creo en la cuadratura del círculo. O hay Plan Hidrológico o no lo hay, o retiramos las tropas de Iraq y defraudamos al aliado americano o no, o se gasta o se ahorra, o España permanece unida o se convierte en un estado federal. Le profetizo muchos disgustos a José Luis Rodríguez Zapatero en una de las legislaturas más delicadas que recuerdo.
Entretanto, echo de menos algunas cosas en este discurso y, visto que intenta quedar bien con casi todos, me parecen más elocuentes los silencios que las citas. Los que «olvidó» no fueron olvidados por casualidad. Y esto es, a mi juicio, lo que faltó ayer: el nuevo presidente habló de homosexuales, pero ni una palabra de inversión en familias, numerosas o no, ni de ayudas a la prole. Citó a la escuela pública, pero ni una alusión a la enseñanza concertada ni a la libertad de enseñanza. Pidió afecto para el Ejército, pero no prometió un duro para los sueldos de los soldados o las lamentables infraestructuras militares. Dijo que esto es un estado laico y no citó ni una sola vez a la Iglesia, su espectacular trabajo social ni sus escasas reivindicaciones, entre ellas la asignatura de Religión dignificada y calificada que pide el 75 por 100 de los padres de los colegios públicos y concertados. Menudos silencios, señores. Si en la lista de agradecimientos y promesas Zapatero incluyó exclusivamente a quienes piensa atender, a los católicos nos van a dar por retambufa. Que Dios nos pille confesados.
La Razón