Entre las cualidades que estos días se resaltan en la prometida de don Felipe, dos tienen singular valor para el periodista. Una, su profesionalidad: le apasiona trabajar bien, cuidando el detalle. Y la otra su afición a los clásicos. Dos cualidades a mi juicio claves para elevar el prestigio de la profesión a la cota que merece.
Para quienes tenemos la palabra y el lenguaje como herramienta de trabajo, es esencial leer buenos libros. No muchos, sino buenos, porque no todo libro es bueno. Abunda la bazofia disfrazada de cultura, y es preciso descubrir y rescatar de entre la basura esos tesoros de humanidad que constituyen los clásicos.
En el acervo y en la biblioteca de un periodista que aspire a arrimar el hombro por un mundo mejor no deberían faltar algunos de esos títulos que dejan poso en el alma: la Antígona de Sófocles, la Ética a Nicómaco de Aristóteles, las Confesiones de San Agustín, El Quijote de Cervantes, La vida es sueño de Calderón, Guerra y paz de Tolstoi, El señor de Bembibre de Gil y Carrasco, los cuentos de Grimm, Los novios de Manzoni, Los Buddenbrook de Mann, los poetas de la Generación del 27, Cristina, hija de Lavrans de Sigrid Undset, El Gatopardo de Lampedusa, El guardián en el centeno de Salinger, La vida nueva de Pedrito de Andía de Sánchez Mazas, El señor de los anillos de Tolkien, La historia interminable de Michael Ende, Matar un ruiseñor de Lee, El hombre en busca de sentido de Frankl, los Fundamentos de Antropología de Yepes Stork, La crisis de la conciencia europea de Hazard. Esos buenos libros -de literatura, historia o filosofía- cargados de humanismo, cuya lectura sosegada aporta oxígeno para meses y, como afirma el profesor Llano "mejoran tanto al que por ellos transita que le hacen capaz de entender la riqueza humana que contienen: ayudan a distinguir lo pasajero de lo permanente, lo esencial de lo accidental, lo humano de lo inhumano, el bien del mal. Quien lee mucho y bueno es difícil que caiga en el dogmatismo, el escepticismo, el relativismo o el fanatismo."
Lectura sosegada de los clásicos. Quizá ahí encontraremos la palabra que nos falta, la respuesta a preguntas que hoy todos se hacen y casi nadie responde. Porque es en los clásicos donde -por fin- las palabras "circulan libremente, palabras clandestinas, rebeldes, desprovistas del sello oficial" (Kapuscinski) de una cultura-basura imperante que ya nos asfixia demasiado.
Jesús Acerete, Director de Programas de la Fundación COSO