Covadonga O´Shea es periodista y escritora, autora del libro Así piensa el Papa, de Temas de Hoy, editorial Planeta.
¡Bienvenido a España, de nuevo, Santo Padre!
Desde el día en que aparecisteis en el balcón central de la Basílica Vaticana convertido en Juan Pablo II, en muchas ocasiones he tenido enormes deseos de escribiros. Hoy lo hago uniendo mis palabras a las de tantas gentes que preparamos con entusiasmo y esperanza su quinto viaje a España del mes de Mayo de 2003. Le esperamos con la misma emoción, acrecentada por el paso de los años, de vuestra primera visita en 1982. Le hablo en nombre de muchos miles de personas a quienes les gustaría tener con Vuestra Santidad, un cambio de impresiones sobre diferentes cuestiones que a las gentes de hoy, nos preocupan, y tantas veces nos angustian.
Esta encrucijada de siglos que nos ha tocado vivir nos ha sorprendido algo desarraigados, corriendo enloquecidos sin saber muchas veces realmente, hacia dónde nos dirigimos. Amanecemos, en más de una ocasión, envueltos entre preguntas sin respuesta, con el corazón atenazado por incógnitas acerca no sólo del presente sino de nuestro futuro; estamos desorientados frente a verdades que sabemos son esenciales, indispensables para seguir viviendo como personas. Somos muchos, Santo Padre, los que envueltos en este puzzle vital daríamos cualquier cosa por aclararnos.
Por esta razón, su cercanía física, el pensar que durante varios días compartirá nuestras alegrías y nuestras zozobras, nos llena de seguridad. Queremos volver a escuchar su voz, siempre firme, siempre alentadora, aunque quebrada y un poco más débil por el paso del tiempo. Nos da lo mismo. Lo que necesitamos Santo Padre, con urgencia, es una respuesta sólida, segura, que nos transmita serenidad y la garantía de un futuro más digno del ser humano. A punto de cumplir sus bodas de plata en la Sede de Pedro, Su Santidad sabe como nosotros que el desconcierto, la confusión, la complejidad del vivir, se han multiplicado, al ritmo de la historia en la que estamos inmersos.
Pero, no todo es negativo en esta confluencia de siglos. A lo largo de las dos últimas décadas cientos de millones de seres humanos, nos hemos encontrado con el Papa, primera autoridad espiritual de la Iglesia Católica y referencia ética para muchas personas. Puedo decirle que lo más valioso de estos encuentros para mí y para tantos seres humanos es que nos habéis abierto una puerta a la esperanza.
De ahí, Santidad mi propósito con estas palabras de bienvenida. Os habéis convertido en protagonista indiscutible y excepcional de este tercer milenio; viajero incansable, con una presencia constante en la escena internacional y en la vida de la Iglesia, vuestro talante siempre abierto al diálogo con personas de toda condición, es el fundamento de la innegable autoridad moral, reconocida por muchos, hacia un hombre que ha sabido desgastarse heroicamente por la causa del Evangelio, a través de un arduo y prolongado recorrido tratando de preparar la conciencia de la Humanidad para irrumpir con savia renovada en el Tercer Milenio.
Pienso que la coherencia del mensaje de Su Santidad es la razón suprema por la que tantos hombres y mujeres de hoy consideramos su pensamiento como un punto de referencia acreditado, resistente a modas pasajeras, capaz de orientar hacia un puerto seguro una existencia destinada a un fin que trasciende lo inmediato. Todo en perfecta concordancia con lo que realmente es usted, Santo Padre y su enseñanza: un hombre, Karol Wojtyla, convencido hasta la médula de su ser de que, a partir del instante en que fue elegido Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, recibió en depósito un patrimonio doctrinal y moral con dos mil años de historia, del que nunca se sintió dueño sino administrador, muy cualificado sin duda, pero nada más. Por esa razón poderosa, su gran empeño en estos años, ha sido el de custodiar religiosamente ese tesoro de doctrina; darlo a conocer "hasta el último rincón de la tierra" y animar a vivir, de acuerdo con su mensaje, a quienes de polo a polo hemos podido escucharlo.
¡Gracias por volver, Santo Padre! Le repito que me hago portavoz de muchos miles de personas que muy pronto le transmitirán, con todo el cariño del que cada uno somos capaces, que le necesitamos para responder a ese reto- “seréis mis testigos”- que nos lanza en este viaje.
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